Delfines de Coatzacoalcos: historia de un ascenso

Luis Reséndiz escribe un magínifico texto sobre los insólitos Delifines de Coatzacoalcos, fantasma del futbol veracruzano que deambula por las ligas de ascenso en México.

delfin

Luis Reséndiz

 

1.

En alguna ocasión leí que todas las ciudades quieren ser,de grandes, Nueva York. Por más que intento no encuentro la cita, así que doy por sentado que no lo leí y que digo que lo leí a manera de convertir la cita en inobjetable, aprovechando que algo parece haber de cierto en ella. Pese a lo anterior, creo que en México la ambición es, si el oxímoron es permitido, más modesta, y las ciudades se limitan a querer tener, de grandes, un equipo de futbol en la Primera División que juegue en un estadio que reciba cada quince días en el propio césped a lo más granado del balompié nacional. En México el progreso no adquiere forma de urbanización sino de liguilla.

 2.

Coatzacoalcos es una ciudad en el sur de Veracruz. Tiene unas tres centenas de miles de habitantes, siete bibliotecas municipales y una miríada de Oxxos (el progreso en México también se encarna en forma de Oxxos). Su río rebosa contaminación —el récord más importante que Coatzacoalcos ha ostentado lo tuvo por allá de la década pasada: «el río más contaminado del mundo», se dijo por allí— y en sus aguas chapotean con alegría siluetas informes que se adivinan como el esmerado producto de algún intestino enfermo. Esto no fue siempre así: hace unas décadas —tantas como para que los jóvenes no las recuerden y tan pocas como para que los ancianos las añoren— el río Coatzacoalcos albergaba una no despreciable fauna marina: las lenguas añejas hablan de manatíes, marlines y, por supuesto, delfines. Los cetáceos, en un alarde de sabiduría, se habían largado del río para la década de los noventa, pero eso no importó a los fundadores del club de futbol oficial del municipio: Atlético Delfines de Coatzacoalcos se llamaba el equipo que debutó en 1997 en la Segunda División del futbol mexicano. ¡Cómo no le pusieron Atlético Delfín de Coatzacoalcos!: la mascota habría sido más interesante.

 3.

En el futbol la constancia no es sinónimo de gloria. Cierto es que la constancia puede conducir a la victoria, y que la victoria es la forma más visible de la gloria futbolística, pero también es cierto que la afición y el sistema son ingratos: un equipo puede pasar años peleando en una categoría, siendo superlíder, alcanzando las finales. Todo esto de nada sirve si no hay un trofeo, una medalla, una victoria decisiva que conduzca al éxtasis. En el caso de las divisiones inferiores, el fenómeno se ve intensificado: o asciendes o no vales nada. Puedes tener tu afición fiel de equipo local, pero la gloria, la  que se escribe con mayúsculas, la de a de veras, está reservada para la Primera División, esa en la que pelean «los cuatro grandes», esa que permite jugar en el estadio Azteca, tener una novia comentarista de deportes, salir en un programa de variedades de Televisa. Acicateados por esos espolones, los Delfines de Coatzacoalcos se coronaron campeones en el Torneo de Clausura 2003; lo que seguía era pelear por el anhelado ascenso a la Primera División A contra las Coras de Tepic. El entusiamo, que desde los primeros torneos venía creciendo paulatinamente, estalló: Coatzacoalcos entero sabía que se estaba jugando el pase al progreso. Los días anteriores al partido de vuelta —que comenzaría en desventaja, porque las Coras habían anotado un gol en la ida, allá en Tepic— fueron tensos: la radio local, Radio Hit La Explosiva, no cesó de recordar la desventaja y las posibilidades de la gloria.

La final se jugó el 25 de mayo de 2003 en el estadio Hugo Sánchez,[1] un esperpento incompleto, galimatías de concreto barato y acero de mala calidad. Los aficionados porteños no se amedrentaron; llenaron las gradas del endeble recinto y las coparon gracias a la clásica sobreventa. Radio Hit La Explosiva se encargó de transmitirlo con toda la fuerza de su 92.3 de frecuencia modulada: a más de cuarenta grados centígrados, entre gradas improvisadas, puntas de varillas y obra gris, los Delfines de Coatzacoalcos doblegaron a las Coras de Tepic con un gol de oro. El ascenso estaba consumado, la gloria le correspondía a los Delfines; la gente se volcó al malecón —una sierpe de asfalto de casi doce kilómetros de extensión que la convierten en la vialidad costera urbana más larga del país— y derramó litros de cerveza como ofrenda a la victoria. Con un golpe de timón que casi nadie vio venir, Coatzacoalcos se sumó al selecto grupo de ciudades con un equipo en Primera División A, y para celebrarlo la localidad se entregó al bacanal público por una noche. Hasta en el futbol hay nuevos ricos.

 4.

El ascenso a la Primera División A trajo consecuencias. Como cuando el eterno perdedor besa a la inalcanzable chica en la comedia romántica y despierta al día siguiente, lleno de confianza en sí mismo y dispuesto a comerse al mundo, así despertó Coatzacoalcos al siguiente día de consumado el ascenso. Primero vino la necesidad de embellecerse: el ascenso exigía un mejor estadio. Se le dijo adiós al Hugo Sánchez, antes Miguel Hidalgo —algunos años después un alcalde dispondría de millón y medio de pesos de las arcas públicas sólo para derrumbarlo: el padre de la patria y el mejor jugador de la historia se encontraron en sus escombros—, y se construyó uno nuevo, el Rafael Hernández Ochoa.[2] La llegada del estadio le permitió a la ciudad otro lujito: la galanura, la sonrisa coqueta, el guiño de ojo. Fueron traídos jugadores extranjeros —símbolo innegable del progreso futbolístico— y los que permanecieron en el equipo vieron aumentadas sus nóminas. Allá estaba la guapísima esposa de uno, murmuraba la gente; acá el delantero, en su carrazo del año; por allí los hijos del portero, en la escuela privada más cara de la ciudad. Los jugadores profesionales engalanaban con su brillo las calles de la ciudad: verlos el sábado en el Oxxo del malecón era codearse con el mejor futbol del país. La ciudad cambió su andar: ganó arrogancia, perdió algo de su provinciana timidez. La fanaticada era salvaje como suelen ser las fanaticadas: se colgaban de las vallas del estadio, vociferaban «¡putos!» a coro cada que el portero contrario tomaba la pelota; su máxima figura era El Chilango, un viejo gritón que repartía mentadas de madre a granel. Los niños contaban ya con ídolos locales a quienes admirar; los adolescentes tenían ahora un plan para cada fin de semana; los adultos podían platicar lo acontecido en la liga con el aire del que sabe de lo que está hablando. La Primera División A trajo a Coatzacoalcos un efecto terapéutico: catarsis segura cada dos semanas.

 5.

«Lo bueno no dura», dice Darío Gómez —«El rey del despecho»— en una de sus más famosas composiciones. Los Delfines de Coatzacoalcos dan fe de eso: después de dos temporadas de buen paso, afición fiel y sonrientes espaldarazos de parte del alcalde, el equipo fue puesto a la venta casi a escondidas. El sueño de la Primera División A —y la ilusión de la Primera División— se perdieron en las brumas de una negociación oscura. Coatzacoalcos caminaba ahora, de nuevo, con la cabeza gacha de quien se sabe derrotado; su desazón empeoraba porque era también fruto de haber acariciado la gloria por un ratito para después perderla. Otra franquicia también llamada Delfines llegó a la ciudad un año después, logró el ascenso una vez más y, después de un año, fue también vendida.[3] «Nos quedamos sin equipo», claman aún algunos dolientes.

De la fiebre de aquellos años sólo queda un Atlético Coatzacoalcos —apodado Delfines por pura inercia, lo que demuestra que en el sur de Veracruz la expresión «Falso Delfín» no significa nada— que pelea por lograr, otra vez, el codiciado ascenso. También permanece el estadio Rafael Hernández Ochoa: campo de futbol de la Liga de Ascenso los fines de semana, gimnasio público de baños sucios y lecciones de atletismo de veinte pesos el resto de los días. En México el progreso llega en forma de liguilla, pero hay lugares a los que el progreso llegó y no se le antojó quedarse.

 (Con agradecimientos a Eduardo Fukushima, Mauricio Pélaez y Linda Ruiz)

 

 

PS. El 17 de mayo de este año, unas cuantas semanas después de terminar este ensayo, los Delfines de Coatzacoalcos lograron, una vez más, llegar a la Liga de Ascenso –la otrora llamada Primera División A. El ritual se completó de una forma inusual: los seguidores de los Linces de Tlaxcala, el equipo vencido, quemaron el vestidor de los Delfines después del juego. Así, a través de la tradicional purificación del fuego, los cetáceos ascendieron otra vez. Si todo sale bien y el gobernador Javier Duarte, famoso por incumplir promesas, cumple su promesa de apoyar en las gestiones con la Femexfut* para que los Delfines continúen en el Ascenso, el próximo torneo Coatzacoalcos podrá recibir en sus calles al Necaxa, al Atlante, a los Tecos. Que mejores dioses los acompañen esta vez.

*Porque, como es natural, Coatzacoalcos no cuenta con un estadio que cumpla los requerimientos de la Liga de Ascenso: el eterno retorno de la falta de infraestructura.

 

NOTAS

[1]  El Hugo Sánchez solía llamarse Miguel Hidalgo hasta que a algún alcalde se le ocurrió reactivarlo, pintarlo y ponerle un nuevo nombre para hacerlo más vistoso. El cambio también sirve para ilustrar el ascenso de los nuevos próceres: la fama, que antes se ganaba combatiendo a los españoles, ahora se gana anotando goles en los equipos. Como es de esperarse, el bautizo no implicó una mejora sino un mero cambio de denominación para las mismas ruinas.

[2]  De Rafael Hernández Ochoca, gobernador de Veracruz, se pueden decir tres cosas: su gobierno fomentó la reforestación y el telebachillerato, tenía fama de mujeriego y murió en un accidente automovilístico después de una tormenta.

[3]  Un rastreo de las compraventas de esta franquicia depara una sorpresa: es la misma que ahora se hace llamar Xolos de Tijuana en la Primera División. A veces la gloria llega sin que uno se dé cuenta.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) vive, trabaja y escribe en D.F. Escribe sobre cine para Letras Libres y otras publicaciones. Ha publicado cuento en Picnic. Edita y colabora en índice, blog de crítica en Milenio. De grande quiere ser detective.

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Posted by Revista Cuadrivio

Revista de crítica, creación y divulgación de la ciencia

  1. dos precisiones: una, la próxima temporada no habrá tecos en el ascenso; dos, cuando llamo a hugo sánchez “el mejor jugador de la historia” me falta acotar “de méxico”. no vaya a causar polémica entre los seguidores de messi.

  2. Bunazo texto. Saludos…

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