Friday, 10th January 2014

¿Quién (no) es Roberto Arlt?

Publicado el 21. abr, 2013 por en Ensayo, Literatura

tumblr_mkuvshaFkR1r3741mo1_500¿Cómo saber realmente quién es el que sostiene la pluma, si lo que escribe se lo inventa? Pero, lo que escribe, ¿no es también algo de sí, de su persona? El autor afirma un mundo y se afirma a sí mismo, aún en contra suya y de los que dicen conocerlo. «La literatura exige que las cosas pasen», dice Nerea Barón, contorsionista del ensayo literario.

 

Nerea Barón

 

Lo pregunto sobre Roberto Arlt porque es quien, hoy por hoy, me trastoca las categorías, pero lo mismo podría preguntarlo sobre Dostoievski, sobre Rulfo o sobre Hemingway. ¿Quiénes son esos sujetos que sostienen la pluma y de quienes se puede afirmar acaso que existe una correspondencia entre ellos y sus personajes?

Hay una rama del psicoanálisis al servicio de la hermenéutica que se preocupa por contestar tales preguntas: basándose en la obra de estos pobres incautos, infieren detalles sobre su vida personal con el fin (un poco iluso) de esclarecer sus cómos y sus porqués. Lo hacen con el ceño fruncido, lo hacen con la academia a su favor y, apelando a esta ignorancia institucionalizada, borran sin culpas toda línea entre la realidad y la ficción mientras disertan, con gran aplomo, sobre las pulsiones homoeróticas de Da Vinci, los mommy issues de Schiele o la impotencia de Baudelaire.

Y es interesante, que si no lo es. Pero por más interesante que sea, estas cavilaciones no dejan de asemejarse a las artes de la mística y de la adivinación. Es una pena que no tengamos un mechón de pelo de Cervantes, ¡figúrense ustedes toda la información que de él habríamos extraído! Gurús de las inferencias, los llamados psicoanalistas de la cultura parten de un hecho irrefutable: todo dice algo. ¿Pero cómo saber la naturaleza de ese «algo»?

Quien se dedique a escribir sabe que ese «algo» muchas veces se reduce a un mero diálogo con una lectura accidental, a un enfado torpe y pasajero con el vecino, a un berrinche más que a una pulsión, a un antojo más que a un deseo, a una apuesta. A veces un puro es sólo un puro, dice Freud, a veces el efecto en el lienzo es un mero artificio para esconder el defecto. ¿O se nos olvida acaso que todo autor es también un inventor?

Mas volvamos a la pregunta inicial: ¿quién es Roberto Arlt? Si nos dejáramos llevar por sus cuentos, Arlt es un tipo despreciable, sádico y cínico, un derrotado que se alimenta del dolor ajeno, un rufián melancólico, un comfortably numb. La literatura de Roberto Arlt es, en palabras de José Israel Carranza, «el embeleso por la canallada, la bajeza como un propósito, la traición como una hazaña, la tos y el escupitajo y el cutis grasiento, el gozo de lo obsceno, la puta baldada que se tira a los pies del dueño», y continúa, «el hijo de mamá que quiere volar el mundo en pedazos, la delicia de la corrupción, la culpa como una forma de respirar, la mano que quiere crisparse sobre el arma que tanta falta le hace, el anhelo de miseria, la sorda constatación del rencor que la ciudad nos ha preparado minuciosamente».

Y es posible que él mismo intuya que es todo eso, que él mismo se vea reflejado en sus letras de vez en cuando y dé dos pasos para atrás presa del miedo. Quizá por eso se siente con la obligación moral de exculparse frente a su esposa en la dedicatoria de El jorobadito, como quien quisiera amortiguar un mal por venir y, más aún, como si creyera que en efecto hay algo ahí que necesita ser amortiguado. La dedicatoria dice:

Me hubiera agradado ofrecerte una novela amable como una nube sonrosada, pero quizá nunca escribiré obra semejante […] Te ruego lo recibas como una prueba del grande amor que te tengo. No repares en sus palabras duras. Los seres humanos son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas. Por eso no encontrarás aquí doradas palabras mentirosas, ni verás asomar el pie de plata de la felicidad, pero tú, que eres comprensiva y tan amiga mía, recíbelo como recibiste mis otros libros, escritos bajo tu mirada pensativa. Tu agrado será mi mejor premio.

Culpable como todo escritor, hace bien en apelar a una mirada comprensiva. Roberto Arlt es culpable, sí, por haberse atrevido a afirmar un mundo. Toda afirmación es transgresora. El acto destruye, por el simple hecho de existir, un sinfín de potencias que antes de él yacían dormidas. Afirmar es dejar de temer a los prejuicios, es llevarlos hasta sus últimas consecuencias, hasta que exploten por dentro.

«El texto habla por sí mismo», se repite con frecuencia, que es otra manera de decir que toda afirmación tiene sus propias reglas, reglas que pueden atentar contra la moral, contra el propio autor o contra las consignas sociales. Para afirmar hay que saber soportar la existencia, mirarla a los ojos, validarla como tal.

Quizá en ello reside el gran poder de la literatura: mientras la realidad está poblada de pusilánimes que casi son, que casi sienten y que casi hacen, a los pusilánimes de la ficción ‒que también abundan‒ los redime la fuerza de la palabra que los dibuja y que convierte su casi-existencia en una existencia redonda, en donde cabe el sentido. Por el contrario, en la realidad es en donde menos existimos porque la existencia es una caída y no nos atrevemos a caer, porque vivimos encandilados por las posibilidades y creemos que si nos quedamos de pie, en medio de la bifurcación, podremos ganar milagrosamente sin renunciar a ningún camino. Mientras la vida diaria se llena de discursos matizados, de peros y porqués, la literatura exige que las cosas pasen. Y cuando en la literatura hay silencio, el silencio lleva un cauce, un nombre, un hálito contenido.

La vida tiene mucho más de fantasía que la ficción. Es con fantasía que llenamos los huecos de nuestra cobardía y con la que conseguimos día a día hacernos los psíquicos, los dubitativos, los mediastintas. La pregunta no es entonces quién es Roberto Arlt. La pregunta es quiénes somos nosotros los que, por no afirmar, vamos siendo sin ser, casi creyendo, casi amando, casi santos y casi diablos.

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Nerea Barón: contorsionista metafísica.

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