Thursday, 21st November 2013

Kleist, un escritor reaccionario

Publicado el 11. dic, 2011 por en Ensayo, Literatura

Heinrich von Kleist fue un escritor reconocido por pertenecer al romanticismo alemán; sin embargo, su tendencia política, tanto como su oposición a la adopción de la cultura francesa es poco conocida y menos estudiada. Este ensayo se enfrenta al problema de separar la política de la literatura y propone una nueva relectura «más comprometida» y conjunta.

 

Karla Sánchez Félix

El hecho de conmemorar en nuestro tiempo a un escritor como Kleist sugiere no sólo una exposición descriptiva de su obra literaria, sino también una crítica a su postura política reaccionaria, la cual está presente y sostiene sus poesías y algunos dramas escritos durante el periodo de 1809 a 1811[1].

Se dice que un autor o lector toma una postura política cuando comprende cómo el desarrollo de las relaciones de producción van modificando las relaciones sociales y el pensamiento –incluyendo la filosofía o la literatura–, y entonces, el autor o lector asume una posición en esta coyuntura, ya sea aceptando el momento en que le tocó vivir y trabajando al servicio de los intereses de una clase, o rechazándolo pero valiéndose de la técnica para transformar las formas e instrumentos de producción que, como bien lo señala Benjamin, en el primer caso, se trata de un autor o lector que ha tomado una postura reaccionaria, en el segundo, revolucionaria.

La tendencia política de Kleist fue reaccionaria porque vivió esperando una alianza entre los estados medianos con el fin de que éstos terminaran con la política expansiva de Napoléon y se alcanzara el desarrollo económico y político del Reino Unido y de Francia. En ese momento, a Kleist no le importó atender el papel de la técnica frente al orden natural y social. Su carácter intempestivo lo llevó por los senderos de la contradicción insuperable, el hen kai pan heracliteano, lo apolíneo y dionisiaco, la lucha irreconciliable de dos fuerzas en las que jamás logró unir el querer con el deber, el orden natural con el estatal, la necesidad con la libertad. Su temperamento parecía responder a una sola convicción: negar la humillante opresión extranjera: «deja delante del emperador tus cabañas, tus casas, que espumee sobre los francos un mar desmesurado»[2]. Se tenía que decidir entre Prusia o Francia. Por eso, mejor muerto antes de volver suya la cultura francesa, y ocurrió así que en 1811, cuando Prusia aceptó aliarse con Napoléon, Kleist dio fin a su vida en el Wansee.

El autor escribe a Marie von Kleist el 10 de noviembre de 1811: «me es sumamente doloroso, en verdad, el arrebatarme no sólo la alegría que esperaba del futuro, sino también el haberme envenenado el pasado. La alianza que el emperador concluye ahora con los franceses tampoco me ha llevado precisamente a asirme en la vida»[3].

El sentimiento antifrancés, compartido con Fichte y otros intelectuales de la época, desató un movimiento de carácter nacional dirigido por Prusia, lo que también podría pensarse como prusianización. Fue así como comenzaron a publicarse revistas con tinte patriótico. En Kleist, este sentimiento estuvo presente desde 1793 –cuando formó parte del ejército en Mainz y de varias escaramuzas bélicas en la campaña del Rin–, pues interpretaba el protagonismo de Francia como un riesgo a la conservación del progreso prusiano, una percepción nada errónea, pues en 1806, tras la derrota de las batallas de Auerstedt y Jena, se declaró la paz de Tilsit. Prusia se comprometió a tener un ejército no mayor de 42 mil hombres y fue obligada a ceder más de la mitad de su territorio. Los 16 estados alemanes quedaron separados y concluyó el Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana. El idioma francés se volvió obligatorio en la administración y los tribunales. De modo que este odio a Francia fue intensificándose, aún más cuando el escritor se integró al círculo literario de Dresden y cuando fue detenido por los franceses en Berlín por un lapso de 6 meses bajo sospecha de espía. En ese año hubo un intento por publicar poemas y manifiestos políticos antifranceses en la revista Germania (1809), pero ésta nunca llegó a imprimirse.

Su postura antifrancesa y nacionalismo se muestra con mayor énfasis en el drama Hermanschlacht (1808). El héroe Hermann incita al pueblo a combatir para unir las tribus divididas y liberar a Germania de la dominación romana, mas una vez ganada la batalla exhorta a la multitud: «vengan los mejores hijos de Teuto [...] aún nos queda por cruzar apresuradamente el Rin, para impedir que huyan indemnes los romanos de este suelo sagrado de Alemania [...]»[4].

La patria es, para Kleist, el espacio geográfico, perteneciente a los habitantes pasados y futuros, por eso la oda «Germania an ihre Kinder» es dedicada a los hijos de Alemania, a quienes «habitan las regiones del Main, la isla serena del Elba, las orillas del Danubio»[5]. Esta Vater-Land refiere a la tierra de donde somos, la región donde nacimos, el país que nos ha visto crecer y ser lo que somos. El poeta exhorta a los ciudadanos a luchar por el suelo que, como un padre, los ha acogido en su seno y garantizado protección.

En el drama Prinz Friedrich von Homburg, una vez que el príncipe de Homburg reconoce su castigo por desobedecer la ley militar y haber actuado según su voluntad, aconseja al pueblo: «¡Es así como los hombres de Brandenburgo se han de afirmar libremente sobre su suelo, así es como destruirían a quien pretenda invadirle, porque ese suelo es de ellos; y sólo para ellos ha sido creado el esplendor de sus campos!»[6].

El sentimiento patriótico de Kleist lo llevó a pensar en la necesidad de una comunión entre los diversos principados y la formación de una nación[7] que vinculara los intereses individuales, pues ésta era la única manera para que Alemania pudiera consolidarse en la esfera política.

El término de nación aludía así a la tradición histórica y social de un determinado grupo de personas, desde el modo de ejercer la libertad, hasta tomar en cuenta el aspecto geográfico, lingüístico y religioso. Para Kleist, «cada uno debía tener confianza en su historia, en sus genios, en el don de ejercer la libertad». Posteriormente fue problematizándose el tema de nación hasta tomar en cuenta los símbolos que delimitan políticamente un determinado grupo de individuos, el origen y la forma de gobierno de un pueblo. Fue así como se enfatizó la búsqueda de un héroe en la literatura germana, algún símbolo, y dio como resultado la edificación de monumentos nacionales, como el Hermannsdenkmal en Detmold.

En 1801 los intelectuales se declararon alemanes culturalmente, se separó así imperio y cultura porque en ese año se firmó el tratado de Leneville, y fue cedida la orilla izquierda del Rin a Francia.

En muchos casos la idea de nación quedaba definida de acuerdo al vínculo que el hombre establecía con un lugar concreto: su tierra. Sin embargo, cuando esta tierra se convierte en un derecho de propiedad, y la identidad de los que la habitan la construyen por vía negativa, es decir, excluyente, entonces el espacio se pervierte y comienza el peligro del nacionalismo totalitario; o más bien, en el momento en el que, como lo comenta Neumann, esta idea de nación no tiene como trasfondo una soberanía nacional ni un principio democrático, se corre el riesgo de que se inmiscuya una teoría biológica racial.

En la idea de nación de Kleist, como en la de Fichte, no ingresaron las ideas de soberanía ni democracia, como sí sucedió en Francia durante la Revolución francesa, quizá, como lo comenta Neumann: «la desunión alemana y las rivalidades entre los diversos estados y sus príncipes pueden haber tenido mucho que ver con este desagrado»[8], de modo que en lugar de establecerse un acuerdo para que el ciudadano contara con el poder de decisión, se impuso un sometimiento a las órdenes de la ley –disfrazado por un deber formal o imperativo categórico–. Se tejió así una idea abstracta de nación que ocultó el mandato del príncipe y los intereses del individuo.

En Kathechismus der Deutschen, el padre le pregunta al hijo por qué ama a su patria, intenta disuadirlo, quizá su amor se debía a los frutos, a las diversas obras artísticas o a los héroes, pero no, el hijo termina contestando que ama a Alemania porque «ella es mi patria»[9].

Kleist pensaba en la necesidad de una autoridad central que inculcara fines comunes al pueblo, pero esa autoridad que se interesó en educar a sus miembros en un grado de autodisciplina y domesticación fue la burguesía no homogeneizada. Michael Kohlhaas es la imagen poética de esto, en él debe reinar una administración justa e incorruptible. Esta moral significaba obediencia, modestia, sacrificio a favor de todo, hasta reprimir las propias aspiraciones materiales.

Cuando Kohlhaas está a punto de destruir el pueblo para darle realidad a su idea de justicia, recibe una carta de Lutero, quien le reprende su falta de modestia y le exige obedecer la ley antes que su voluntad:

Kohlhaas, tú, que te consideras llamado a empuñar la espada de la justicia, ¿cómo te atreves a ello, temerario en delirio de ciega pasión, cuando has cometido las mayores injusticias? Porque el gobernador a quien debes obediencia te ha negado tu derecho, el derecho de algo insignificante, te elevas, blasfemo, y como un lobo depredador te lanzas a sangre y fuego contra la pacífica comunidad que él protege.[10]

Sólo así Kohlhaas da vuelta atrás a su deseo. El Lutero de carne y hueso, y el personaje ficticio dan a los hombres la libertad con Dios, pero no con lo político, pues para ellos, la voluntad siempre debe estar sometida a la ley jurídica.

Kleist no es un escritor revolucionario, intentó movilizar al pueblo contra Francia sin alterar sustancialmente la dominación aristiocrática; trató de denunciar las contradicciones de la moral burguesa, de pronto la Marquesa de O… quedó embarazada sin saber quién era el padre; sin embargo, Kleist jamás supo cómo revertir el asunto. En su producción literaria está presente esta postura reaccionaria, pues critica los valores morales pero termina por enaltecer la inmanencia de ciertas virtudes burguesas, tales como: subordinación a la ley, actitud pacífica, obediencia a la autoridad, defensa a un gobierno paternalista, amor al trabajo, sobre todo aquel que realiza el soldado para proteger a su patria.

Fichte también escribió una elocuencia para los oficiales del ejército con el nombre Reden an die deutschen Nation (1808). La misión de los soldados era proteger la nación, sacrificarse por amor a la verdad hasta defender el fruto de su progreso. La tarea del príncipe era, como representante de la divinidad, proteger los derechos que Dios le había dado al hombre. Prinz Friedrich von Homburg muestra la reunión de estas ideas en una forma de pedagogía y política: el príncipe debe seguir la ley para garantizar la libertad y el bienestar de sus ciudadanos; en la batalla se debe tener un espíritu de sacrificio, darlo todo, con tal de conseguir la consolidación de una nación. En este drama, el príncipe no entiende por qué debe perecer, pese a que ha obtenido la victoria en la batalla de Fehrbellin, pero en tanto reflexiona su conducta precipitada –el haberse adelantado a las órdenes del emperador– sabe que debe ser castigado: «muriendo libremente, quiero exaltar la sagrada ley de la guerra que he infringido ante todos ustedes. ¿Qué importancia tiene la pobre victoria que yo podría tal vez obtener aún sobre Wrangel, comparada con la que mañana he de ganar contra mi enemigo interior: la indisciplina y la presunción?»[11].

Pero, ¿podríamos hoy justificar la subordinación para conseguir la consolidación de una nación?, ¿podríamos aceptar la guerra a favor de la libertad, como en el caso del Prinz Friedrich von Homburg? Afirmarlo implicaría justificar las guerras actuales y continuar la idea de una política expansionista, mas si algo nos ha enseñado la historia, ha sido que de estas situaciones podemos reflexionar sobre el peligro de defender cierto patriotismo o paternalismo, y cuestionarnos el papel que le hemos dado a la literatura. El problema ha sido ligar a la idea de nación cierta esperanza o fe en la misión mundial que debe tener un pueblo para instruir a toda la humanidad. Kleist tenía fe en el destino de Alemania. Pero esta misma fe nos invita a reflexionar que no podemos leer ingenuamente, o de una manera fragmentaria, la literatura. Hay un interés por descubrir el papel que han tenido los escritores en el desenvolvimiento de nuestra historia, la postura política dentro de su creación artística y el modo en que nosotros como lectores hablamos de ellos.

La postura de Kleist no debe ser tenida por mera ingenuidad ante los acontecimientos de su siglo como si la literatura se deslindara de las relaciones sociales. El error más grande de nuestro tiempo ha sido pretender concebir arte y política como dos campos aislados. Mi interés no es politizar el arte, pero sí sugerir una doble lectura más comprometida.

En 1934 Benjamin aclaraba en su conferencia El autor como productor la necesidad de establecer una relación entre creación artística y compromiso revolucionario, lo cual no significaba que el artista perteneciera a un partido a favor de un grupo de intereses, ni volver a la literatura un medio de propaganda, sino entender la alianza establecida entre arte y política. La calidad del arte para Benjamin debía medirse de acuerdo al modo en que el artista tomaba partido de su época y revertía el uso de la técnica para modificar el arte.

La necesidad de una transformación en el arte y las humanidades se debe a que quienes torturaban en los campos de exterminio leían a Rilke, Hölderlin, Goethe; escuchaban a Beethoven, Wagner, Schubert. Hay una necesidad de revisar la formación humanista, ¿cuál es su papel en nuestro tiempo y qué está aportando en la vida de los hombres?, ¿qué debería tomar en cuenta? Una formación humanista no puede ser apática, analítica, metódica. Ella debería ser capaz de producir un cuestionamiento, proponer otro tipo de lectura que no sólo nos garantice el viaje al pasado tras sacudirnos sentimentalmente, sino para abandonarnos en la emoción y en las teorías de una estética tradicional preocupada más por las afecciones del alma.

Hay una necesidad de preguntarnos, como ya lo hacía Benjamin, por la manera en que estamos asumiendo el desarrollo de la técnica, cómo ésta ha ido transformando nuestra sociedad, para saber qué partido tomar al respecto; pues bien, seguimos el curso de los hechos, a modo de una fatalidad inamovible, o nos valemos de los avances obtenidos y alteramos el papel del arte y la filosofía. Por eso, en este año que volvemos a recordar la literatura de Kleist y a leerla después de una serie de cambios en el mundo tenemos el compromiso de replantearnos críticamente cómo estamos leyendo su literatura.

 

NOTAS


[1] Entre las poesías cabe destacar: «Germania an ihre Kinder», «An die Königin Luise von Preußen», «Was gilt es in diesem Kriege?», «Kriegslied der Deutschen», «An Franz der Ersten», «Kaiser von Österreich», «An der Erzherzog Karl» y «An Palafox»; de los escritos en prosa: Katechismus der Deutschen; de los dramas: Hermannschalcht y Prinz Friedrich von Homburg.

[2] Cfr. Germania an ihre Kinder: «So verlaßt, voran der Kaiser/Eure Hütten, eure Häuser;/Schäumt, ein uferloses Meer, über diese Franken her!». Ésta como las siguientes traducciones fueron realizadas por el autor del presente texto.

[3] «[…] ist mir überaus schmerzhaft, wahrhaftig, es raubt mir nicht nur die Freuden, die ich von der Zukunft hoffte, sondern es vergiftet mir auch die Vergangenheit. –Die Allianz, die der König jetzt mit den Franzosen schliesst, ist auch nicht eben gemacht mich im Leben festzuhalten».

[4] Hermannschlacht, p. 507: «ihr aber kommt, ihr bessern Söhne Teuts [...] Uns bleibt der Rhein noch schleunig zu ereilen, / Damit vorerst der Römer keiner/Von der Germania heil’gem Grund entschlüpfe [...]».

[5] «Germania an ihre Kinder»: «Die des Maines Regionen, / Die der Elbe heitre Aun, / Die der Donau Strand bewohnen [...]».

[6] Prinz Friedrich von Homburg, Acto V.

[7] Cfr., «Was gilt es in diesem Kriege?»

[8] Neumann, Behemoth, p. 128.

[9] «Du liebst dein Vaterland, nicht wahr, mein Sohn? / Ja, mein Vater, das tu´ich / Warum liebst du es? / Weil es mein Vaterland ist», p. 803.

[10] Michael Kohlhaas, p. 40.

[11] Prinz Friedrich von Homburg, Acto V, p. 236.

____________

Karla Sánchez Felix, es licenciada en filosofía y en letras alemanas por la UNAM. Realizó una estancia de investigación en el extranjero en la Universidad de Freiburg con el proyecto «Naturaleza y arte», bajo la supervisión de Prof. Dr. Lore Hühn. Actualmente trabaja en su tesis de maestría: «Naturaleza, historia y arte. Reflexiones a partir de Schelling».

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One comment on “Kleist, un escritor reaccionario

  1. Adrián Soto on said:

    Analicemos imparcialmente:
    Yo encuentro el artículo más bien insulso y sin estilo, eso por no contar con los graves problemas de redacción y de semántica, ¿cómo es posible que se publiquen escritos como éste?
    Examinemos un poco las oraciones, se dice en cierto momento que “La tendencia política de Kleist fue reaccionaria porque vivió esperando una alianza entre los estados medianos con el fin de que éstos terminaran con la política expansiva de Napoléon y se alcanzara el desarrollo económico y político del Reino Unido y de Francia”. ¿Dónde está lo reaccionario en esta postura?, ¿qué relación existe entre esos “medianos estados” alemanes con el “desarrollo de Reino unido y de Francia”?
    Además de la redactora no aclara ciertos puntos: ¿qué relación existe entre el hen kai pan (gr. Ἓν καὶ Πᾶν, al. Eins und Alles) y la postura política de Kleist?, ¿nos toma por ignorantes y emplea conceptos que no termina de entender?; por cierto que tampoco aclara que el término fue acuñado justamente por aquella época y no existía bajo esta forma entre los antiguos; tampoco explica, y quizá lo ignora, que lo que se entiende aquí por apolíneo y dionisiaco no corresponde a la idea moderna que tenemos de ambos términos, incluso parece que al mismo tiempo la articulista ignora el sentido que ambos tienen en Nietzsche y burdamente los contrapone en su escrito; más adelante vuelve a confundirse cuando describe el imperativo categórico como sinónimo de “deber formal”; mucho menos fue capaz entender el significado de la estética, tal como lo demuestra el final de su artículo.
    Entre otras correcciones, remarco: no es correcto afirmar “bajo sospecha de espía”, en todo caso debería haber escrito: “bajo sospecha de espionaje” o “al considerarlo un espía”; más adelante también se dice “En ese año hubo un intento por publicar poemas y manifiestos políticos”, ¿cuál es el sujeto de esta oración?, por más que parezca claro dentro del contexto en realidad se trata de un grave error de redacción; además escribe: “fue problematizándose el tema”, pero un tema no se problematiza, los seres racionales son los que problematizan un tema, no el tema en sí.
    Las afirmaciones como “Kleist pensaba”, “es para Kleist”, “la idea de Kleist” son absurdas y, en términos científicos, incorrectas: no podemos conocer el pensamiento de un autor, a lo sumo interpretamos fragmentos de sus ideas, por tanto es errónea la afirmación de la articulista respecto a que “no podemos leer ingenuamente, o de una manera fragmentaria, la literatura”, pues querámoslo o no, nuestro acercamiento la literatura es siempre fragmentaria; por otra parte, en el supuesto de que con dicha afirmación la redactora quisiera decir que no puede analizarse la literatura desvinculada de la política estaríamos tratando con un error grave de semántica.
    Así pues, es evidente que este escrito fue redactado por alguien intelectualmente inmaduro que no ha logrado asimilar la información que proporciona y que es incapaz de crear un texto remotamente orgánico; se trata de alguien que no se encuentra en dominio de su propio lenguaje.

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