Thursday, 27th December 2012

Los derroteros de la nanotecnología. Entrevista con Gian Carlo Delgado

Publicado el 11. dic, 2011 por en Dossier

La nanotecnología es un hito en la historia del desarrollo científico y tecnológico de la humanidad. Sin embargo, los insospechados panoramas que abre al conocimiento y al progreso material también traen consigo un amplio margen de incertidumbre respecto a las consecuencias sociales de la manipulación de la materia. En esta entrevista, Gian Carlo Delgado examina los matices de la nanotecnología y pondera sus potenciales efectos en el devenir del siglo XXI.

 

 

¿Qué peculiaridad presenta la revolución nanotecnológica con respecto a otras que le han antecedido, como la de la información y la biotecnológica?

La nanotecnología tiene un rasgo distintivo pues se trata de una tecnología que permite, por un lado, manipular la materia, orgánica e inorgánica, a escalas propias de los átomos. Esta capacidad, en principio, permitirá manipular todo lo que nos rodea por lo que las implicaciones claramente serán enormes. Por el otro lado, está permitiendo vincular y no sólo generar sinergias con distintas disciplinas, diferentes de las ciencias naturales, exactas y de las ingenierías. Y es que el propio desarrollo de la nanotecnología requiere de cruces con disciplinas diversas, incluyendo las de las ciencias sociales y las humanidades. Por tanto, tal vez, no es exageración decir que podría tratarse de una tecnología que revolucionará nuestra manera de transformar la naturaleza y de producir mercancías y servicios. Es justo en tal sentido que se habla de que la nanotecnología no se perfila como una mera innovación, sino como una que parece colocarse como revolucionaria. Y esto último debe entenderse como aquella que por tanto, tendrá impactos no sólo económicos, sino también legales, ambientales, éticos y sociales. Como toda tecnología, no todos serán buenos y no todos los beneficios serán accesibles para el grueso de la población. No por lo menos en un muy buen tiempo.

Así, ya se habla de que los materiales nanoestructurados son utilizados en productos de lujo como bolas de tenis, golf o boliche; en la fabricación de neumáticos de alto rendimiento o de telas con propiedades antimanchas/antiarrugas; en cosméticos, fármacos y nuevos tratamientos terapéuticos; en filtros/membranas para potabilizar agua, entre otras «remedios» medioambientales; en la mejora de procesos productivos mediante la introducción de materiales más resistentes o eficientes (tanto industriales como agroindustriales); o en el diseño de nuevos materiales para usos que van desde la electrónica, la aeronáutica y prácticamente toda la industria del transporte hasta los  detectores de armas químico-biológicas o para la fabricación de armas más sofisticadas (por ejemplo, ligeras, de mayor potencia), etcétera.

 

¿Qué repercusiones tienen para la sociedad contemporánea los cambios que se están evidenciando en el campo de la nanociencia y la nanotecnología y qué problemas potenciales pueden surgir?

Bueno, por un lado, como dije, se observan amplios beneficios que posibilitarían la potencial reestructuración, en principio, de todo el entorno material que nos rodea. Y, por el otro, se advierten algunas implicaciones que esa transformación generaría en el medio ambiente y, de ahí, en la salud, puesto que estarían presentes novedosas nanoestructuras diseñadas por el ser humano (no generadas naturalmente) y cuyas características, en su gran mayoría, son todavía desconocidas. Y es que es resulta llamativo el alto grado de incertidumbre sobre los potenciales riesgos de las nano-innovaciones, pues, como se sabe, el principio de Heisenberg y el consiguiente debate entre Einstein y Bohr (la denominada interpretación de Copenhagen)[1]muestran límites relativos sobre lo que se puede medir: que, en principio, varias propiedades de las partículas subatómicas no pueden estar definidas con «exactitud» de modo simultáneo.

En este tenor, actualmente se reconocen en la arena de los nanotecnólogos las limitaciones u obstáculos en la caracterización interna de las nanoestructuras (o nanomódulos); en la manipulación simultánea de varios átomos; en el entendimiento del comportamiento colectivo de los nanosistemas o en el diseño de mecanismos de ensamblaje de nuevas formas arquitectónicas de nanocomponentes útiles para el desarrollo de nuevos nanosistemas, entre otros aspectos. Por ello, se puede decir –y así se reconoce por la comunidad de expertos– que los potenciales riesgos son difíciles de detectar de modo inmediato puesto que lo que se está manipulando es directamente imperceptible a nuestros sentidos, factor que genera una «desconexión» entre las causas y los efectos del avance de las nanotecnologías, tanto en el tiempo como en el espacio, complejizando con ello su manejo. Tal situación está empujando el estímulo a la investigación ecotoxicológica de los nanomateriales y del desarrollo de dispositivos –portátiles y fiables– para la detección de nanoestructuras.

Entre los riesgos e implicaciones que ya se indican, incluso de fuerte tinte ético-moral, están: que las nanoestructuras pueden ser altamente tóxicas y por tanto ser causa de reacciones alergénicas, intoxicación y eventualmente de alteración irreversible  y/o de la muerte del ser humano y de otras formas de vida con consecuencias impredecibles; que los beneficios del acelerado avance de las nanotecnologías no necesariamente llegará a la gran mayoría de la población que carece de medios económicos (tal y como indiqué antes), que las aplicaciones militares de la nanotecnología potencialmente afectarán los derechos humanos al transformar la naturaleza de la guerra, las operaciones clandestinas, así como los operativos de contrainsurgencia; o que el actual avance de la nanotecnología, a la par de la biotecnología, la electroinformática y las ciencias cognitivas, podrían resultar, en el mediano o largo plazo, en la transformación de la «naturaleza» humana al alterar el cuerpo y la mente humana, supuestamente hacia algo «mejor», lo que sea que ello signifique, etcétera.

Con el desarrollo de la nanociencia y la nanotecnología se están integrando las ciencias exactas como las matemáticas, química, física y biología con las ingenierías e incluso con las ciencias sociales y humanidades; en este sentido, ¿cómo cree que deberían concebirse los estudios universitarios actuales sabiendo que históricamente se ha favorecido la especialización?

Como mencioné anteriormente, una de las características de la nanotecnología (y que empieza a ser compartido por diversas tecnologías de frontera y que por tanto se les comienza a denominar como «tecnologías convergentes»)[2] es que su propio desarrollo obliga el cruce de diversas disciplinas. Naturalmente, visto desde una perspectiva meramente tecnológica, en un primer momento con las ciencias básicas y las aplicadas, y desde luego, cuando está más refinado el conocimiento y la innovación, con las ingenierías propiamente enfocadas al escalamiento y optimización de procesos. Por supuesto, las ingenierías están siempre presentes desde el momento en que son también esenciales para el diseño y desarrollo del instrumental de investigación. Ahora bien, visto desde una perspectiva social-humanista, el avance nanotecnológico se vincula directamente con las ciencias sociales y las humanidades, dado el gran potencial, pero también incertidumbre, que dicha tecnología acarrea consigo. Y, dado que la ciencia y la tecnología son actividades humanas y, que consideramos que esta perspectiva, la social, tiene un peso principal en el desarrollo científico-tecnológico (desde luego, no se está obviando que el objeto tiene incidencia en el propio proceso investigativo, pero sí colocando esto en un segundo plano), la sinergía de la nanotecnología con tal campo de conocimiento en principio debería de ser tan importante como la que se da en las naturales, exactas y en las ingenierías.

Desde luego, sabemos que esto no sucede así pero cada vez más comienza a haber un cambio en el sentido de hacer ciencia y tecnología verdaderamente interdisciplinaria, es decir, de aquella que toma nota de las conexiones y aprovecha las sinergias entre las diversas disciplinas de las ciencias en general, de las ingenierías y de las humanidades. Y es que de lo que se trata es de maximizar el potencial y los beneficios que la tecnología de punta puede ofrecer al tiempo que se disminuyen los eventuales riesgos (conocidos o previsibles) y se busquen y construyan esquemas que permitan socializar efectivamente los beneficios.

Por lo hasta aquí dicho, parece evidente que la formación de nuevas generaciones de nanotecnólogos deberá incluir conocimientos sólidos de principios básicos de la física, la química, la biología, etcétera; de la ingeniería de materiales, ingeniería de diseño e industrial para el desarrollo de instrumental, etcétera; de la economía/negocios, filosofía de la ciencia, ética, etcétera. (Una propuesta preeliminar de este tipo de ejercicio, puede consultarse el número 2 del volumen 2 de Mundo Nano. Revista Interdisciplinaria en Nanociencia y Nanotecnología.)

 

¿Cuáles son las posturas o actitudes que caracterizan a los actores implicados en el desarrollo y crítica de la nanociencia y la nanotecnología?

De parte de la comunidad de científicos, tecnólogos e ingenieros, sus posturas están un tanto cargadas al optimismo tecnológico y usualmente escépticas a cualquier tipo de crítica social, incluso de aquellas constructivas. Este sector suele comunicarse con un lenguaje especializado que normalmente no permite comunicarse con otros actores. Por tanto, su comunicación suele ser reducida a los pares.

De parte de los intelectuales de las ciencias sociales y las humanidades, una postura crítica respecto al optimismo tecnológico de parte de quienes desarrollan tal frente tecnológico, haciendo énfasis en cuestiones ético-morales, legales, económicas, sociales y ambientales. El sustento de las críticas suele ser sólido y aboga, no por un alto a la investigación, sino por una investigación responsable que tenga como plataforma un manejo social de esa misma índole. Su lenguaje tiende cada vez más a ser mixto de tal suerte que puedan comunicarse con diversos actores en distintos lenguajes. Desgraciadamente este tipo de actores son relativamente pocos.

De parte de diversas ONG (no todas) existe una crítica al avance científico-tecnológico que en múltiples ocasiones cae en señalamientos sin sustento sólido, los cuales llevan a asumir miedos parcial o totalmente incorrectos (lo que no quiere decir que todo lo que dicen es totalmente desatinado). Suelen comunicarse con sus pares con un lenguaje coloquial que no necesariamente facilita el lenguaje con otros pares, particularmente con la comunidad de científicos, tecnólogos e ingenieros.

De parte de la sociedad en general, el grueso, tanto en países metropolitanos como en los periféricos, no hay mucho conocimiento por el tema de la ciencia y la tecnología en general, mucho menos en cuanto a la nanotecnología. Los señalamientos de que existe un «miedo irracional» en el público o que «el público es ignorante» y por eso acepta señalamientos incorrectos de parte de ciertos actores, son inexactos pues, por un lado, el grueso del público no sabe qué es la nanotecnología, mientras que, por otro, creer que el público es «ignorante» es bastante ingenuo y riesgoso pues puede llevar a escenarios de rechazo social generalizado como se dio en un principio, en el caso de los organismos genéticamente modificados. Y es que los argumentos anteriores suelen asumir al público como actores pasivos ante los cuales no es necesario ser transparentes ni comunicativos. Esto ciertamente puede ser costoso en todos los sentidos.

Ahora bien, vale señalar que estas categorizaciones son meras generalizaciones, por lo que vale advertir que no se pretende comunicar que se asumen actores «puros». Siempre hay excepciones, científicos o ingenieros con sentido ético-social, filósofos o economistas interesados en un genuino desarrollo tecnológico responsable, y por tanto, con interés en comunicarse constructivamente con dicha comunidad; activistas con formación académica y responsabilidad social en su vinculo con la sociedad, o medios de información que pretenden informar al público y no dar cuenta meramente de la nota atractiva o conveniente.

¿Cómo puede contribuir la revolución nanotecnológica a combatir el calentamiento? ¿Qué riesgos puede traer aparejados?

Los riesgos aparejados son los que ya antes he señalado y que tienen que ver con la complejidad y el alto grado de incertidumbre que trae consigo el propio avance de la nanotecnología, puesto que se está trabajando en la frontera de lo desconocido. El potencial, por otro lado, es enorme, pues parece que la nanotecnología promete habilitar una serie de soluciones a problemas ambientales diversos, desde contaminación atmosférica, del agua y suelos, hasta tecnologías para generar energías limpias. Si se desarrolla de modo responsable y cuidadoso, los impactos benéficos pudieran ser de gran alcance.

Por ejemplo, se sostiene que, entre los beneficios, se posibilitaría una reducción importante de los niveles de consumo de recursos necesarios en los procesos productivos, puesto que se mejoraría la eficiencia tanto en recursos utilizados como en energía consumida («nanotecnologías de prevención de contaminantes). La ampliación de los ciclos de restitución de los medios de producción –gracias al uso de materiales más resistentes– es otro de los principales beneficios advertidos por el empresariado, a la par de la mejora de sistemas fotovoltaicos y/o de producción de hidrógeno para uso como combustible, entre otras aplicaciones puntuales como el desarrollo de procesos de remediación ambiental, de nanosensores de contaminantes químico-biológicos o incluso en el desarrollo de materiales para la ecoconstrucción (por ejemplo, asfalto que filtre el agua, nanomateriales concentradores/aislantes de calor).

Tal vez uno de los ejemplos más llamativos en términos del potencial beneficio medioambiental, y que funcionaría como una alternativa –entre otras– a la fuerte dependencia de la economía mundial a fuentes de combustibles fósiles, es el uso de la nanotecnología para «mejorar» las celdas fotovoltaicas (además de otros ahorros energéticos que posibilitaría mediante la optimización de electrodomésticos o de líneas de transmisión, por mencionar un par de casos) . Y es que es bien sabido que entre las principales limitantes del uso extensivo de la energía solar están tanto la baja eficiencia de la conversión energética, como el costo de fabricación de las células. Factores que se ven reflejados en precios de entre cuatro a cinco dólares por watt, frente a un costo de un dólar por watt en el caso del uso de combustibles fósiles (cuyo precio claramente no es representativo del coste ecoambiental de su producción).

La nanotecnología promete cambiar tal situación pues abre las puertas al nanodiseño de novedosos materiales semiconductores ad hoc con características diversas como lo son el plausible incremento de la eficiencia de las fotocélulas, la extensión de los niveles de conversión de energía por superficie cuadrada, y la maleabilidad de las fotoceldas.

A la par otro de los potenciales importantes es el referente a la remediación de agua. Las aplicaciones en este rubro se clasifican en: a) membranas para nanofiltración. Desarrollo de nanomateriales para construir estructuras con dimensiones, densidades y formas controladas, capaces de filtrar selectivamente virus, bacterias, etc.; b) filtros basados en nanopolímeros, arcillas de atapulgita y zeolitas con la novedad de nanodiseño de propiedades como el tamaño de poro o la inclusión de nanopartículas bactericidas; c) mejora de técnicas de desalación (osmosis inversa) mediante la combinación de nanomembranas y sistemas de nanofiltrado; d) uso de nanopartículas (por ejemplo, dióxido de titanio, de hierro, plata, zinc) como catalizadores más eficientes en la degradación de contaminantes orgánicos y eliminar sales y metales pesados de los líquidos en los que están disueltos y e) nanosensores para la detección de contaminantes.

Teniendo en cuenta que la vanguardia en esta área del saber científico-técnico está principalmente en manos de los países del primer mundo, ¿qué importancia tiene para Latinoamérica su inserción en los escenarios que la nanotecnología promete y cuáles son las implicaciones que esto conlleva?

 Es claro que el grueso de la nanotecnología es producto del avance realizado en países como Estados Unidos, Europa, Japón y también China, Corea del Sur y Rusia. En el resto del planeta, son pocos los aportes en términos de patentes, pero sobre todo, en términos de impactos socio-económicos directamente asociados al limitado o nulo desarrollo científico-tecnológico propio de la periferia.  Por lo menos en América Latina se identifica, en contraste con el escenario metropolitano, una fuerte desarticulación entre los actores típicamente involucrados en la innovación y desarrollo de la ciencia y la tecnología «de punta» (el Estado, la empresa y los centros de producción de conocimiento). A diferencia de los casos anteriormente indicados, o incluso de los de Argentina y Brasil, en México no existe aún un plan nacional en nanociencia y nanotecnología, no hay iniciativas nacionales temáticas (dígase, iniciativa nacional en nanomateriales o en aplicaciones medioambientales) y mucho menos iniciativas regionales de cooperación maduras (hay acuerdos de cooperación internacional puntuales, entre instituciones o entre individuos, pero en ningún caso se trata de esquemas endógenos de tipo integrador a nivel nacional). Tampoco hay regulación al respecto, ni en lo que refiere a estímulos formalmente establecidos y reconocidos (más allá de apoyos a cuentagotas, aunque no por ello despreciables), ni en el establecimiento de procedimientos y normativas para la  investigación y desarrollo, de lineamientos sobre propiedad intelectual, de cuidado de la seguridad de los trabajadores o de la calidad y la certidumbre de las importaciones que contienen nanoestructuras o que hacen uso de algún tipo de «nanosolución».

Y es que  América Latina y el Caribe se encuentran en la retaguardia del avance de la ciencia y la tecnología en prácticamente todos los índices.  La región concentra sólo el 1.9% de la inversión mundial en investigación y desarrollo sin cambio alguno desde 1997. De ese porcentaje, Brasil contribuyó con el 59.7 por ciento en 2007, México con el 20.9 por ciento según datos de 2006, y Argentina con el 5.8 por ciento  para el año 2008.

En cuanto al número de investigadores por cada mil habitantes económicamente activos, los números para el año de 2003 son entre diez a 15 veces más altos en los países metropolitanos que en la región como un todo (datos del Banco Interamericano de Desarrollo, 2006). Para el año 2006, el 50.4 por ciento de los investigadores en activo laboraban en Brasil, el 21 por ciento en México, el 14.9 por ciento en Argentina y el 6.8 por ciento en Chile.

De modo similar sucede en cuanto a los artículos publicados por cada 100 mil habitantes donde el promedio regional es de 3.1 para el 2003, al tiempo que en Estados Unidos gira en torno a las 6 decenas. En tal sentido se calcula que América Latina contribuye sólo con el 3% de los artículos del Science Citation Index. En lo que respecta al número de doctorantes por cada 100 mil habitantes, el promedio de la región es de 1.6 mientras que en Estados Unidos es de 10 y en países europeos como España, es de 14. Más aún, la disparidad entre egresados y profesionistas laborando sugiere una  creciente tendencia de «pérdida de cerebros». Y es que las cifras de «transferencia de cerebros» de 2007 en términos de la movilidad de estudiantes por región de origen y destino sugieren que América Latina «movilizó» 6 por ciento del total mundial de estudiantes, de los cuales el 43.2% se va a Estados Unidos, mientras que el 30.9 por ciento lo hace a Europa (el 22.9 por ciento se mueve dentro de la misma región). Se estima entonces que la fuga de cerebros latinoamericanos ronda en el orden del 80 por ciento de los graduados a nivel superior de Haití, Guyana y Jamaica, quienes viven en el exterior, sobre todo en Estados Unidos. El monto de los graduados de México, Argentina, Nicaragua y Honduras ronda entre el 30 y 35 por ciento. En el caso de los mexicanos se estima que unos 475 mil profesionistas y graduados viven en Estados Unidos, de ésos, aquellos con doctorado representan al menos el 30 por ciento del total de doctores que genera México.

Con todo, desde luego que hay científicos y tecnólogos de primer nivel que se quedan trabajando en el endeble aparato científico-tecnológico nacional. En ocasiones, hacen aportaciones de frontera, aunque tienden a ser más en ciencia que en tecnología. La periferia debería de comenzar a generar su propio desarrollo tecnológico vinculado no a la mejor mercantilización posible de las innovaciones sino a un proyecto de nación fundamentado esencialmente en las necesidades sociales de sus pueblos. El proceso por supuesto es complejo y seguramente requerirá de alianzas estratégicas «Sur-Sur» que permitan disminuir las asimetrías con las metrópolis, al tiempo que se disminuye el grado de subordinación y dependencia tecnológica. En este último punto, tal vez uno de los aspectos más relevantes sea la cuestión legal, pues se trata de una herramienta del sistema capitalista de producción que bloquea o limita la innovación independiente de la periferia. Cuba tiene gran experiencia en tanto que ha sido sujeta a bloqueos o limitaciones en su quehacer científico-tecnológico.

 

Actualmente en Latinoamérica existen factores que atentan contra el acceso a una información confiable respecto al uso de los productos nanotecnológicos, ya sea por el alto nivel de analfabetismo o por la hegemonía que ejercen los medios masivos de comunicación. ¿Cómo se podrían socializar los provechos y minimizar los riesgos a los que nos exponemos al consumir estas nuevas tecnologías?

En general el acceso a información de buena calidad, sobre todo cuando se trata de tecnologías de frontera, es limitado y costoso. Esto ciertamente hace que el análisis y evaluación sobre el tema sea cuestión de especialistas que luego comunican sus apreciaciones a un publico más amplio. De cualquier modo, es claro que en la arena de los expertos la información fluye. El problema es que el trabajo de periodismo científico es insuficiente en términos generales pero mucho más en América Latina, al tiempo que los medios de comunicación tienden a limitar sus acciones a divulgar, y usualmente mal o de modo muy superficial, los avances e implicaciones de  las nuevas tecnologías. En este contexto es en el que se coloca la frase a cerca de que hay poco acceso a la información.

Ahora bien, para socializar los beneficios y minimizar los costos, es claro que se tienen que hacer dos cosas. Primero, una amplia y seria investigación –permanente– acerca de los potenciales riesgos de las nanotecnologías. El problema actual respecto a este punto es que la investigación científica sobre tales aspectos no es muy bien reconocida en términos de valor o puntaje en los sistemas de reconocimiento científico-tecnológico de evaluación de pares. Y más aún, los fondos para dicho rubro siguen siendo mínimos. Siendo en términos reales, menores al 3 por ciento del total del gasto público mundial en investigación y desarrollo en nanociencia y nanotecnologías.

Un avance que debe subrayarse, sin embargo, es el que realiza el Comité Técnico 229 de la ISO y que ha pugnado desde finales de 2008 por el desarrollo de los «Mejores Estándares Internacionales en Prácticas sobre Especificaciones de (Nano)Materiales» al reconocer la urgente necesidad de desarrollar protocolos internacionales para evaluar la toxicidad y los impactos ambientales de los nanomateriales, incluyendo su desecho y reciclamiento. Aun así, los esfuerzos, desde mi punto de vista, deberían ser mayores pues el ritmo de avance y uso de la nanotecnología a escala comercial aumenta en una proporción que no corresponde con el ritmo de los estudios sobre los posibles riesgos asociados y ni con el de su regulación.

Ante ello, es cada vez más evidente que, en segundo lugar, se debe estimular el manejo social de la nanotecnología. Esto es, en un contexto de diálogo y pacto social en el que se puedan efectivamente comunicar, decidir e implementar medidas correctivas o de estímulo de manera socialmente concensuada. Ello obliga al dialogo constante, informado y constructivo entre los diversos actores sociales, donde, como he propuesto desde 2006, será necesario no sólo aprender a comunicarse con distintos leguajes, sino a que existan actores que se dediquen a estimular y gestionar el diálogo social (vistos solamente como facilitadores del proceso).

El proceso de manejo social de la nanotecnología no significa que entonces evitaremos todo riesgo. Solamente implica que socialmente se pacta el rumbo que ha de seguir el avance científico-tecnológico y, en ese mismo sentid,o de los riesgos que como humanidad estamos dispuestos a asumir en conjunto, puesto que consideramos –colectivamente– que los potenciales beneficios pesan más que los posibles riesgos. Es de esta manera que se entiende, pues, la distribución social del riesgo. Esto es importante pues se trata, insisto, de maximizar y socializar beneficios y de minimizar costos y socializar el riesgo.

El ejercicio debería incluir reflexiones sobre si es necesario desarrollar la nanociencia y la nanotecnología en tal o cual país, a cambio de qué otras tecnologías u opciones de gasto social,  y en su caso, en qué medida y en qué áreas de conocimiento y aplicación, de tal suerte que se aprovechen mejor los recursos que se tienen con relación a las necesidades sociales más apremiantes (piénsese esto para el caso de América Latina). Consecuentemente, se torna necesario definir también a responsables, tanto para estimular la innovación científico-tecnológica, la comercialización y uso de productos que hacen uso de la nanotecnología, como para regular y proteger el medio ambiente y la salud de los consumidores y la sociedad en general frente a eventuales riesgos. Igualmente, definir los parámetros para comunicar los alcances e implicaciones «reales» de la nanotecnología, tanto a los hacedores de política y de toma de decisiones como al público en general; para enseñar a las generaciones de futuros profesionistas qué es y cuál es el futuro de este frente tecnológico y para delimitar y co-producir(socialmente) el tipo de ética que requiere el avance responsable de tecnologías tan complejas como la nanotecnología, entre otros elementos.

¿De qué manera podrían incidir las innovaciones nanotecnológicas en el crecimiento económico y el desarrollo sostenible?

Bueno, primero hay que aclarar que el desarrollo no es necesariamente crecimiento económico. De hecho podemos tener un aumento en el PIB y una disminución de la calidad de vida del grueso de la población, usualmente debido a una creciente polarización de la riqueza y al aumento de actividades extractivas cada vez más agresivas con el medio ambiente y con retornos económicos en el largo plazo que tienden a ser decrecientes.

En lo que refiere al desarrollo sostenible, éste es en sí mismo un oxímoron, pues para sobrevivir requerimos de transformar la naturaleza y por tanto de contaminar. El punto es cómo podemos desarrollarnos bajo esquemas que evitan al máximo todo tipo de despilfarro de recursos (materiales y energía). En tal sentido, es más correcto hablar de desarrollo menos devastador o, para alejarnos del tan «manoseado» concepto de desarrollo sustentable, podría hablarse de un ecodesarrollo que tienda a un decrecimiento de los flujos de materiales y de energía.

Con esto en mente, se puede entonces decir que la nanotecnología no garantiza necesariamente un ecodesarrollo. Bien puede contribuir con tales o cuales innovaciones en procesos productivos, en la mejora de los bienes finales o en la innovación de nuevas tecnologías para la generación de energía o de bio-remediación. No obstante, para ser justos en la apreciación, también la nanotecnología, si no es bien manejada (responsablemente), puede contribuir a empeorar el estado actual del planeta pues podría contribuir con la emisión de nuevos tóxicos cuyo impacto no necesariamente se puede predecir del todo. No por lo menos con el estado actual de desarrollo de la nanociencia y la nanotecnología, pues se desconoce más de lo que se sabe.

Así pues, el ecodesarrollo que tienda a un decrecimiento en el consumo de energía y materiales requiere en general de esquemas de distribución de la riqueza más equitativos, de la disminución de todo consumo irracional desde el punto de vista de la lógica de la vida. Esto es, dicho de otro modo, que el desarrollo se entienda desde una perspectiva de largo plazo como aquel que lejos de buscar la acumulación de capital, por el contrario, busque el «buen vivir» de los pueblos. En este contexto, la ciencia y la tecnología, por supuesto, pueden contribuir siempre y cuando atiendan a la lógica planteada del «buen vivir». Así pues, si estamos hablando de un sector empresarial que atiende los «impulsos del mercado», es claro que el buen vivir es un subproducto de la acumulación de capital. No sucede necesariamente así (aunque a veces también puede serlo) cuando hablamos de un sector empresarial gubernamental. En cualquier caso, lo que importa es cómo disminuimos nuestra carga ambiental, al tiempo que mejoramos el nivel de vida del grueso de la población y no solamente de un pequeño sector privilegiado. Tómese nota de que en el planeta entre un 50 y 60 por ciento de la población aún está casi totalmente fuera de los beneficios de la modernidad (tecnologías convencionales, ya no se diga de aquellas innovaciones de vanguardia).

[*] Agradecemos a Gian Carlo Delgado el permiso para reproducir esta entrevista.

 

 

NOTAS


 

[1] El debate se puede resumir brevemente a la confrontación de interpretaciones sobre las razones por las cuales se da el principio de incertidumbre de Heisenberg (1927) según el cual el producto de las incertidumbres en dos entidades (no conmutadas) debe necesariamente exceder la constante dada. Ello implicó las que ahora se conocen como las leyes de la física cuántica y en las que se establece que en principio es imposible determinar una descripción exacta del comportamiento de los sistemas físicos como unidad.

[2] Me refiero fundamentalmente a la nanotecnología; biotecnología/ingeniería genética (biología sintética); la electroinformática (software, hardware); y la socio-cibernética/ciencias cognitivas.

 

 

_______________________

Gian Carlo Delgado Ramos es investigador de tiempo completo del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, integrante del Sistema Nacional de Investigadores de México y co-editor, junto con Noboru Takeuchi, de Mundo Nano. Revista Interdisciplinaria en Nanociencias y Nanotecnología. En 2011 obtuvo Premio Universidad Nacional para Jóvenes Investigadores en Ciencias Sociales 2011. Su página web es www.giandelgado.net

 

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