Sunday, 16th December 2012

Gallito comics: páginas a contrapelo en la historieta mexicana

Publicado el 15. mar, 2011 por en Dossier

La revista Gallito Comics fue un heroísmo inaudito en un momento en que la historieta mexicana pasaba por su peor momento. Esta publicación ha sido la más larga y más propositiva de los últimos veinte años; reunió y formó en muchos sentidos a los nuevos moneros y a la escuela de publicación independiente y cómic alternativo que sigue peleando su lugar en la cultura del país. Cuadrivio publica una muestra del trabajo de los autores más importantes que estuvieron cerca de Gallito Comics y de algunos jóvenes historietistas del nuevo siglo a manera de repaso modesto del vastísimo y desconocido mundo del cómic mexicano.

 

Camila Paz Paredes

 

Erik «Frik» Proaño, «Retazo 3»

En 1999, Ernesto Priego afirmaba: «el arte del nuevo siglo será, sin duda, la historieta»[1], un arte capaz de sobrevivir a la inmediatez pasiva de la desafortunada iconografía mecánica y light de fin de siglo. Su esperanza estaba puesta en un grupo de moneros mexicanos sin escuela, sin industria, sin apoyo financiero ni moral; una bola de tercos inquebrantables que hicieron una historieta diferente: Ricardo Peláez Goycochea, Edgar Clément, José Quintero, Nacho Peón, Erik Frik Proaño, Rick Camacho y muchos otros que, desde su trinchera principal –la revista noventera Gallito Comics, de Víctor del Real– iniciaron batalla y nuevo siglo en un México minado y adverso para el cómic alternativo.

Seis años después, para Ricardo Peláez, neomonero (no futbolista), la historieta seguía siendo «la hija idiota de la cultura nacional, que da vergüenza mostrar en sociedad porque huele mal, babea, se saca y se come los mocos delante de los invitados… Mucho menos conviene invertir en ella porque su imbecilidad es incurable». El título del artículo en que aparecen estas palabras revela una visión del futuro mucho menos optimista que la de Priego: «¿Quién va a extrañar el cómic?»[2].

El cómic no es un arte en sentido elitista, tampoco es cultura de masas, populachero sí, pero más que eso, es marginal. En muchos países es el noveno arte, aunque valorado siempre por minorías en su complejidad visual y literaria. En México, tal calificativo se lo perdona la gente de cultura a los coleccionistas (que sólo son gente de cultura en sentido antropológico). Aquí la historieta es un pecadillo de vagancia, desconocido y despreciable, un vicio tolerable en los adolescentes y nunca un oficio estético. Pero no hay que confundirse: la historieta mexicana no estará en los kioscos ni en las caricaturas del periódico, pero tampoco ha desaparecido bajo la popularidad del manga japonés y del cómic estadounidense. Y aquí les va la prueba: disfruten de estas historias cortas, cuadros y monitos que trajimos de la revista Gallito Comics y sus herederos, el corazón de un vicio estético que sigue en guerra por su lugar, mientras les contamos un poco su cruzada.

Ricardo Peláez, «La intensísima pasión del artista»

 

Luis Fernando, «Sin título»

A pesar de las apariencias, la historieta en México llegó a producirse masivamente, por tirajes de millones y con una diversidad ahora inimaginable. Entre los años cuarenta y setenta, los monitos saturaban día a día mercados de lectura gigantescos y hasta eran llevados al cine; el cómic («los cuentos») era una fantasía cotidiana vinculada de forma natural a la vida y la cultura del país. Esa época de oro se acabó con el golpe de la televisión y la podredumbre de la industria monera. Dice Armando Bartra: «La derrota de la historieta es la derrota de la lectura. Los monitos no ceden al embate de los libros, revistas o diarios sino al arrollador curso del canal de las estrellas […] Los mexicanos no hemos dejado de leer historietas para leer otra cosa, simplemente hemos dejado de leer. El derrumbe de los monitos es una catástrofe civilizatoria»[3]. La impactante reducción del mercado de lectores dejó ver la debilidad principal de la industria comiquera, que formó maquiladores de historieta que podían escribir y dibujar cualquier personaje y cualquier historia al pormayor –de ahí salieron los miles de sensacionales (Sensacional de box, Sensacional de artes marciales, Sensacional de vacaciones), y los libros (El libro vaquero, El libro policiaco)– desarrollando un producto industrial de decadente contenido creativo, teniendo que apostarle cada vez más al sexo: «mientras más bajas eran las ventas, menos ropa tenían las protagonistas»[4]. Conforme se acercaba el fin de siglo, la hegemonía del manga y del cómic estadounidense de superhéroes hizo más agreste el panorama.

Ilustración de Alejandro Gutiérrez

El problema no fue tanto la excesiva industrialización del cómic como su falta de escuela: no se formaron creadores. Los nuevos historietistas, dice Frik, «no sentimos que seamos, vamos a decirlo así, herederos de una tradición, entre comillas, de la historieta mexicana porque […] el género comenzó a volverse una producción masiva que ya no cuidaba mucho ni la calidad del discurso ni de la gráfica, se convirtió en una tradición con la que no nos identificamos»[5]. Clément cuenta: «los de mi generación vivimos la infancia leyendo historietas… pero crecimos nosotros y la historieta no»[6]. Para los ochentas, el cómic comercial mexicano había decaído por completo y los moneros eran una secta de submundo: la revista Snif, de la SEP, y Bronca, ambas timoneadas por Paco Ignacio Taibo II, tuvieron una vida corta; también pasaron centenares de moneros por el periódico Uno más uno, las Histerietas y El manojo de La Jornada, coordinadas por Magú; los espacios estaban coptados por la populachera Novedades, Editorial VID y EJEA. A los neomoneros de los noventa, el pasado sólo les dejaba el reto de demostrar que el cómic mexicano tenía algo qué decir y la gana de formar un historietismo anticomercial e independiente. El «Lamento mexicano» de Frik, que pueden ver en este mismo número, dará una mejor idea de lo negras que se las vieron los moneros en ese tiempo y del significado heroico de Gallito Comics, que inauguró una nueva época para la historieta alternativa de autor.

José Quintero, «Diosito y el maligno te enseñan a boxear»

El gallito inglés, primer nombre de la publicación aparecida en enero de 1992, fue creación de Edgar Clément, José Quintero, Ricardo Peláez, Ricardo Camacho y Frik, veinteañeros románticos y frustrados que habían sufrido ya algunas decepciones («el desarrollo de la historieta es un proceso largo que pasa necesariamente por una etapa de construcción… y, por supuesto, algo de estupidez»[7]), comandados por Víctor del Real, editor de diversas revistas culturales y corazón del proyecto, quien había compartido con Rogelio Villarreal –exdirector de la revista La Pus Moderna y actual director de Replicante– la oficina de Orizaba 13 (donde por alguna razón desfilaban cantidad de personajes de la cultura underground independiente de la ciudad de México y donde, posteriormente, se asentó Gallito Comics). La idea era evitar la mafia corporativista de los editores y distribuidores, no sólo por principio ideológico, sino porque era imposible funcionar bajo su esquema: «Los primeros números consumen todos los recursos con la esperanza de llamar la atención de los lectores, y con el paso del tiempo, y sometidos a una competencia desleal contra aquellas ediciones que pueden comprar su hegemonía en el espacio del expendio de revistas, van reduciendo páginas, calidad de impresión y volumen de tiraje, esperando una hipotética capitalización que nunca llega, hasta desaparecer definitivamente», así que el nuevo sistema de El gallito «tenía garantizado su funcionamiento: nadie cobraba, ni el director-editor, ni los escritores, ni los dibujantes, ni el diseñador… como no esperábamos nada, todo era ganancia»[8]. El panorama de la lectura tampoco era muy alentador. «Fue como lanzar una botella al mar a ver quién la contestaba»[9], dice Clément. Sin embargo, las nuevas generaciones vieron la revista con algo más que respeto y se formó un público fiel y exigente, aunque minoritario por definición.

Damián Ortega, «José Hipólito del Real»

 

La denuncia a la política cultural selectiva y conservadora del país fue una constante en la revista, sobre todo hacia el dúo FONCA-CONACULTA, para quienes «la circunstancia del arte y la cultura es un asunto de vestimenta, azar y capricho; al fin y al cabo para eso es el poder. ¡Al carajo con las masas! ¡Al demonio con los plebeyos que se atrevan a hacer cultura!»[10], según repetía a gritos Víctor del Real. Fue una pelea difícil que sobrevivió a Gallito. Según Peláez, «quizá si hubiéramos entendido entonces a lo que nos enfrentaríamos hubiéramos preferido seguir haciendo antesala, hubiéramos buscado otras antesalas o hubiéramos dejado el dibujo. Aún estábamos a tiempo»[11].

Rick Camacho, «Canto plano»

 

Gallito Comics era un manifiesto político y cultural donde la historieta, si bien era el interés central de sus creadores, se mostraba como una pequeña parte de todo un mundo que, a pesar de los prejuicios con que estaba marcado, era pura cultura mexicana: el primer número, dedicado al entonces recién fallecido Julio Haro y su grupo El personal («si no los han oído, no han vivido»), fue seguido de un dossier sobre La Maldita vecindad, otro sobre Tex Tex, otro sobre Los Caifanes. En su afán de dar lugar a la nueva historieta alternativa, los gallitos también publicaron fanzines y mini-revistas como Slam! y Ñiki-Ñaki entre sus páginas. Conforme pasaban los números, se empezaron a tocar temas más diversos y dispares de la cultura underground, como Dead can Dance o Charles Bukowski, y una serie de textos directamente vinculados al mundo de la historieta, además de entrevistas con autores de culto, como Alberto Breccia (autor de Mort Cinder y El Eternauta), Rafael Muñoz (creador de Sophie y Alack Sinner), Gabriel Vargas (La familia Burrón) y Hugo Pratt (El Corto Maltés).

Avrán, «Gregorio»

 

Lo mismo pasó con los monitos: aunque al principio El gallito inglés era una revista de «historieta, rock y humor» francamente mexicano, pronto se volvió un escaparate para mostrar historieta latinoamericana y algo de España, material que fue llenando sus páginas con creces. Aunque la relación de los moneros mexicanos con los latinoamericanos era «cordial, escasa y desinformada»[12], principalmente epistolar, el contacto que Víctor del Real tenía con el director de la revista argentina Puertitas, Carlos Trillo, y con el español Carlos Giménez, facilitaron la diversificación del material publicado, que llegó también desde Cuba, Italia, Venezuela, Ecuador y Colombia, entre otros países. Con ello se alargaron las historias y poco a poco fueron predominando las series y el continuará: El Protector de Ricardo Barreiro y Nacho Noé, Dragger de Trillo y Mandrafina o El Cazador de Clément, entre otras sagas, poblaron las páginas de varios números.

Edgar Clément, «El cazador»

 

 

Humberto Ramos, «Out There»

Los «Materiales para resistir la realidad» que publicaba Gallito Comics terminaron en el número 60, en noviembre de 2000. Algunos moneros querían salir de la marginalidad en que se mantenía la revista, pues el trotskismo militante (ser marginal por vocación y principio) de Víctor del Real hacía imposible consolidar el proyecto más allá de la persona del director como una editorial que garantizara difusión y –por qué no– ganancias. «El plan lo visualizamos ya más como una pequeña industria. Pensamos salir de eso de hacer el arte por el arte, que ahí se queda»[13], decía Frik. Con esta premisa de independencia de Gallito, Rick Camacho, José Quintero, Peláez y Frik fundaron el Taller del Perro en 1998: un sello editorial, un laboratorio artístico que promovía la autoedición, daba talleres, conferencias y exposiciones de historieta, y que significó «la culminación de lo que se había aprendido y avanzado en el Gallito»[14]. La experiencia fue dura, los jóvenes neomoneros tuvieron que vivir en carne propia las dificultades del proceso editorial, que hasta ese entonces desconocían: la Operación Bolívar de Clément (primera novela gráfica editada como novela de autor en el país) estuvo a cargo de Ediciones del Castor, una microempresa familiar que tuvo que absorber los gastos de papel e impresión; la cuenta de las Krónicas Perras corrió del bolsillo de Frik, su autor. Pero los logros fueron significativos: con el libro Buba Comix de José Quintero, «por primera vez Vid […] publicaba un material totalmente ajeno a su esquema de producción (al momento, básicamente traducciones de superhéroes Marvel y DC). En el trato con esta editorial se firmó por primera ocasión un contrato de regalías del 10% para el autor, se tiraron 5 000 ejemplares (rebasando el tope de 1 000 ejemplares de nuestros otros libros) y se alcanzó una difusión continental en todos aquellos países en los que distribuye sus ediciones.»[15]

 

Bachan, «Vinny, el perro de la Balbuena»

 

Hubo otros muéganos dignos de mención, como el colectivo Molotov, formado por Sebastián Carrillo Bachan, Bernardo Fernández Bef, Luis Javier García Carcass y Alfonso Escudero Vera, o el grupo Corrosión, que sostuvo una revista efímera. Otro intento, menos marginal o alternativo, es el Studio F de Monterrey, formado por jóvenes nacidos en los setenta, como Francisco Ruiz Velazco, Edgar Delgado, Marco Antonio Fabela, Oscar Carreño y Raúl Rulo Treviño, que dibujan con cánones estadounidenses y cuya actividad se orienta hacia el otro lado de la frontera norte.

Pepeto, «El Moisés negro»

 

Por desgracia, fuera de publicaciones como Sensacional de chilangos del 2000, donde el gobierno de la Ciudad de México dio libertad a siete autores para hacer una historieta sin objetivos panfletarios o propagandísticos, o El complot mongol (que desgraciadamente fue interrumpido a la mitad), donde Vid pagó por guión de Luis Humberto Crosthwaite y dibujo de Ricardo Peláez, la historieta mexicana siguió su camino por el nuevo siglo sin recibir apoyo o atención de la industria editorial o de instancia gubernamental alguna. La dificultad y el fracaso más fuerte para el cómic del nuevo siglo fue la incapacidad de formar empresas independientes y cosmopolitas en este contexto, tarea que ojalá puedan remontar con mejor suerte las nuevas generaciones de moneros.

Polo Jasso, «Las encabronadamente excitantes aventuras de El Cerdotado»

 

No se puede hacer justicia en pocas páginas a todos los esforzados lectores y creadores de historieta de los últimos veinte años. Hablamos particularmente de Gallito Comics porque no sólo demostró que se puede hacer historieta alternativa, de calidad y a contrapelo de las políticas culturales (¡para superhéroes, los gallitos!), también se puede decir que hizo la escuela que nunca tuvo: una escuela de moneros conscientes de que hay que abrirse paso en la industria, sobre todo en la editorial de libro, y en la cultura del lector, y que buscan forjar un estilo propio que, si bien nunca representa la mexicanidad, tiene una esencia personal y contextual que ha elevado el estatus artístico del comic de autor en los últimos años. Muchos han aprovechado los medios digitales y ven con buenos ojos al webcomic, aunque consideran que la tendencia sigue siendo decadente e incierta. «Es lo que hay y eso no es bueno ni malo, es lo que es simplemente porque no hay de otra.» A pesar de todo, la lección que nos dejan los neomoneros del Gallito es indeleble:

México es un país con uno de los más bajos índices de lectura pero con uno de los índices de lectura de historieta más altos del mundo, sólo por debajo de Japón. Y no obstante, historieta es todavía sinónimo de entretenimiento de baja calidad, analfabetismo funcional e incultura… La cultura, y consecuentemente la historieta, siguen siendo aún una labor a contracorriente.[16]

*Hay algunos números de Gallito Comics disponibles en internet junto con información de interés sobre la revista, en el blog administrado por algunos de sus antiguos creadores.

http://gallitocomics.blogspot.com/

 

 

REFERENCIAS


[1] Ernesto Priego, «El comic: arte de un nuevo siglo», Gallito Comics, número 54, febrero de 1999, p. 33.

[2] Ricardo Peláez Goycochea, «¿Quién va a extrañar el cómic?», Consecuencias. Historieta mexicana, Madrid, Instituto de la Juventud José Ortega y Gasset, 2005, p. 7.

[3] Armando Bartra, «Fin de fiesta: gloria y declive de una historieta tumultuaria», Curare, número 16, julio-diciembre de 2000, p. 120.

[4] Ricardo Peláez, op. cit., p. 8.

[5] Renato Galicia Miguel, «Humo: entrevista a Frik», Gallito Comics, número 56, abril de 2000, p. 31.

[6] Adrana Malvido, «Edgar Clément: los riesgos de un historietista independiente», Gallito Comics, número 28, agosto de 1995, p. 50.

[7] Ricardo Peláez, «La onomatoepopeya», Revista Latinoamericana de estudios sobre la historieta, vol. 2, número 6, junio de 2002, p. 69.

[8] Idem.

[9] «Entrevista con Edgar Clément», realizada a 9 de febrero, vía internet (2011).

[10] Víctor del Real, «El sacramento del cómic. La procesión de las ferias.», Gallito Comics, número 37, octubre de 1996, p. 8. Las cursivas aparecen en el texto original.

[11] Ricardo Peláez, «La onomatoepopeya», op. cit., p. 70.

[12] «Entrevista con Erik Frik Proaño», realizada a 7 de febrero, vía internet (2011).

[13] Renato Galicia Miguel, op. cit., p. 33.

[14] «Entrevista mía con Erik Frik Proaño», op. cit.

[15] Ricardo Peláez, «La onomatoepopeya», op. cit., p. 73.

[16] Ibid., p. 74.

 

 

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Camila Paz Paredes (1989) es subdirectora de Cuadrivio.

 

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2 comentarios a “Gallito comics: páginas a contrapelo en la historieta mexicana”

  1. S.Galo 31 marzo 2011 at 17:24 #

    Gran trabajo de documentación. Genial Cuadrados cuadrivios.


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  1. ¡Oh, gallo irreverente! « Ideas muertas - 09. sep, 2011

    [...] clic a la imagen y a los siguientes enlaces: Gallito Cómics Gallito #5: Sangre Asteka Excelente artículo sobre el Gallito en Cuadrivio Share this:TwitterFacebookCorreo electrónicoStumbleUponLike this:LikeBe the first to like this [...]

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