Advenimiento de un acorde disonante. Fábula de una lejanía

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Miguel Cabrera «Sómacles»

Ya no había lugar para la duda. Al inventarse las cabriolas de su espacio desplegaban la simpatía del infante, un atrevimiento que viaja de aquí a allá entornando con agudeza la mirada traviesa que de repente se sabe picardía. En determinado secuenciamiento[1], el resultado de su aplicación a la imaginación humana las colocaba en el pedestal de la interpretación, aquel lugar que con brío, los expresionistas atacaban. El ejercicio de su movimiento era el de un experimento que solazaba al espíritu de los que contemplaban –a veces callados, a veces con deleite– las pequeñas significaciones que representa el devenir del tiempo a tiempo, del uno al otro, del menhir que se impone a nuestras preferencias.

Saltaban y tomándose de su entonación, círculos formaban, líneas curvas que de adentro hacia afuera actuaban como el umbral de un acercamiento que no encontraba límite (por lo menos para el que las seguía). Incluso hasta gritaban. Eran el vehículo por el cual los hechos consumados agenciaban su fluidez, el de la convocatoria de la historia o el de los sentimientos afanosos. Con dificultad, habían encontrado su espacio: el del derrame entre una voz y su ejecución.

Habían decidido rebelarse, por lo que la agitación y la revuelta de su osadía les granjeó la desconfianza de su señoría retícula: una amargada viejecita que con desdén, las colocaba dentro de su exterioridad, bien afuera. Hasta les insuflaba la sumisión a una purga que no se merecían, injusticia que desde la jerarquía, imponía una rota voluntad: la del altivo enunciado. No les quedaba otra opción a nuestras cantarinas. Mudaron de campo semántico, de paronomasia y hasta el coriámbico vecino escayolaba su ingenio.

En realidad, sólo se divertían de los ditirambos que hacen la suma de las proposiciones en el mundo cristalizado del relato. Desdichadas, aunque siempre en hermandad, habían decidido viajar por las mesetas que hilvanaban la topografía narrativa, un feudo devenido en monarquía republicana, presto, una ilusión. Y tan rápido como cae a cataplum la ensoñación, parcela del recuerdo, la nación de aquellas cansinas ligaduras encontró su amenaza en estas jóvenes, huestes de un circunloquio desternillado, un verdadero acorde disonante.

No podemos esperar más de las palabras pudibundas, esa mediocre semiología que pasa de mente en mente pretendiendo demarcar los raíles de un conocimiento apenas develado a la conciencia humana. La formación de una rítmica que escande las ideas desde su génesis hasta la deconstrucción de sus fragmentos. O incluso, el de una moral que adosa las cualidades de su escala a las esferas de una negación reaccionaria, la de su propio ensimismamiento.

Por eso, cuando en la exégesis de las nuevas relaciones se formula el advenimiento de conformaciones no deseadas, postulamos un axioma de incompletitud[2] en el sistema, una nebulosa que estalla en el microespacio que delinea nuestra realidad literaria, una provocación que ha generado reacciones en el sillón psicoacústico[3] del lenguaje tradicional. Hemos creado resonancias en el vacío moribundo, desfile pomposo de la narración. Con facilidad, se puede construir un elogio y una refutación a nuestro arrojo, que es el de ideadores[4] francos, o tal vez, el de pendencieros amargados. Y sin embargo, qué dulce es la amargura, drupa deleitosa en un árbol de insensatos. No creemos más que en la multiplicidad, espiral conformadora de partículas cuánticas, plenamente artísticas. Así, las letras han encontrado el vórtice que les depara una finitud anunciada ante el arrobo de su existencia. Una negritud ante la luz de caminos que se han presentado bajo la rúbrica del metalenguaje, una verdadera salvación ante la injuria del orden y la inocencia.

NOTAS


[1] Secuenciamiento: el de una concatenación aleatoria o determinada en pos de la creación de una imagen sonora.

[2] Incompletitud: en referencia analógica a los teoremas de incompletitud del matemático lógico Kurt Gödel, donde sistemas lógicos no pueden ser demostrados desde «dentro»; es decir, desde la conformación de axiomas establecidos. Esto implica el derrumbe de cualquier concepción universal formal en las matemáticas.

[3] Psicoacústico: utilizada como adjetivo y en analogía con el estudio de la percepción del sonido y sus cualidades. En este caso, de cómo percibimos e interpretamos el lenguaje, las oraciones, las proposiciones.

[4] Ideadores: en relación a alguna entidad que es capaz de pensar creativamente, de proponer con el esbozo y concreción objetiva de las ideas.

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Miguel Cabrera (Ciudad de México, 1988) es estudiante de la licenciatura Economía y Matemáticas Aplicadas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Pertenece al consejo editorial de Cuadrivio.

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

4 comentarios

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  2. caffeine

    agosto 4, 2010 at 5:48 am

    Mas para algunos aquéllas envolventes letras han de ser la única (y lejana) evocación memorial de cordura…

    (:

  3. Drusila

    agosto 3, 2010 at 5:52 am

    Sómacles: ¿ya te diste cuenta que las palabras y las lágrimas son casi lo mismo?

  4. laurilla

    agosto 3, 2010 at 5:37 am

    Bueno…
    Gracias por la lección del día.

    ¿Se vale decir “¡¡primis!! como en el metroflog? ,Ja.

    Saludos, Macss ^^

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