Sunday, 8th September 2013

Al periodismo ni lo matan, ni se muere

Publicado el 21. abr, 2013 por en Dossier

today_s_newspaper_by_xthumbtakx-d1rn01sTanto los lectores como la publicidad –fuentes de vida del periodismo– se mueven hacia los formatos digitales. Con ello no sólo se revelan los cambios en la difusión y el contenido informativo, sino en el negocio de los medios: los pronósticos generales indican que, en cuanto se haga rentable el periodismo en internet, el papel dará su último aliento. ¿Es éste el futuro que esperamos? ¿Morirá el impreso? Una reflexión de Luis Izquierdo. 

Luis Izquierdo

A finales de febrero de este 2013, el informe Infoadex correspondiente al año pasado asaltaba los titulares de muchas webs españolas dando a conocer que, por primera vez, la inversión publicitaria en internet superaba a la de los diarios impresos. La circunstancia se debe a que, aunque en internet la inversión publicitaria retrocedió ligeramente en 2012 –un 2 %–, en los diarios impresos lo hizo en mucha mayor medida –un 20 %.

¿Por qué iniciar una reflexión sobre el futuro del periodismo con las cifras de la inversión publicitaria? Porque quienes gestionan los medios de comunicación, especialmente los que gozan de un soporte digital, suelen tener la tendencia a dejarse guiar, no sólo, pero principalmente, por esas cifras. Si hasta ahora eran muchos los apologetas de la muerte del papel, las recientes cifras de Infoadex vienen a darles la razón absoluta. Al menos eso creen ellos.

Cuando se debate sobre el futuro del periodismo tiende a simplificarse y a decirse que los medios irán allí donde vayan sus audiencias. Se confunde a menudo la máxima de la publicidad que sostiene que los anuncios irán allí donde vayan quienes son sus objetivos. A menudo suelo referir a los alumnos de Comunicación que el día que alguien descubra que nadar un kilómetro diario prolonga la vida, las marcas buscarán la forma de anunciarse en el fondo de las piscinas.

Pero no sucede lo mismo con los medios. Se trate del soporte que se trate, son las personas las que buscan la información que, en internet, suelen encontrar de forma gratuita. Los medios de comunicación se constituyen así en intermediarios entre los anunciantes y sus clientes potenciales. Con base en esta premisa, los medios pueden dividirse en dos: aquellos que ofrecen a los anunciantes un cliente concreto con base en la información que proporcionan, en ocasiones previo pago de una cantidad, y los que apuestan por volumen de audiencia. Calidad o volumen.

El grueso de los medios de comunicación siguen vendiendo a los anunciantes volumen de lectores, amparándose en la ventaja que hasta ahora les ha proporcionado ser las webs de referencia. Sus cabeceras, esto es, sus marcas, siguen atrayendo a los lectores en medida suficiente como para elevarse como líderes en sus respectivos ámbitos de influencia. Sólo algunas webs les hacen sombra, como las principales redes sociales o los buscadores más utilizados, donde Google ocupa una situación pseudomonopolística.

Sin embargo, a nadie escapa que si la transición del papel a lo digital no se ha completado es porque nadie ha encontrado todavía ni la fórmula que permita ofrecer el mismo número de inserciones publicitarias en la red que ofrece el formato impreso, ni la vía para persuadir a los anunciantes de que un anuncio digital tiene el mismo valor en términos de tarifa que una página impresa. De esta forma y a modo de resumen, el salto no es posible porque supone una drástica jibarización del negocio publicitario de los medios impresos, que se vería obligado a redimensionarse a la baja.

No faltan quienes ya han apuntado la solución: cobrar a los lectores por los contenidos en internet igual que se cobra por un ejemplar de papel. Pero tan sólo unos pocos medios, referencias internacionales de la información de calidad, véase el New York Times o el Financial Times, son capaces de lograr importantes cifras de suscripciones a sus ediciones digitales.

A la innegable encrucijada se suman ahora nuevos jugadores. Son aquellos que, libres de las ataduras del papel –grandes plantillas, enormes imprentas y redes de distribución–, se incorporan al negocio de los medios de comunicación desde el entorno digital. Ofrecen sus contenidos de forma gratuita presuponiendo que la publicidad podrá cubrir sus reducidos costes de producción. Tampoco faltan otras iniciativas de la misma naturaleza, pero que parten de la base de que unos pocos miles de suscriptores serán suficientes para mantener en pie una pequeña redacción liberada del mandato de los anunciantes y abanderada del periodismo absolutamente independiente. ¿Existe eso?

A su alrededor, las grandes cadenas de radio y televisión contemplan la situación con una cierta tranquilidad, preocupados únicamente por sus decrecientes resultados publicitarios, pero con el colchón suficiente como para observar durante algún tiempo la merma de los beneficios, lejos de las pérdidas.

Éste es a grandes rasgos el magma en el que se cuece el futuro de la información y de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas. Es el complicado ambiente en el que muchos tratan de anticipar el modelo que va a triunfar para ser los primeros en lanzarlo y tener, aunque sea en pequeña medida, una cierta ventaja sobre sus rivales. Y en medio de la erupción, comienzan a surgir voces que proceden de los Estados Unidos de América que, por primera vez en los últimos años, anticipan una ralentización de la transformación de este proceso e incluso la pervivencia de un modelo mixto.

Y es que el gran error del debate sobre las corrientes de la comunicación es asumir que el ecosistema mundial de medios sufrirá un contagio epidémico en cuanto haya un solo medio que encuentre la solución a cómo rentabilizar un medio en internet. Vivimos en una sociedad global, sí, pero no olvidemos que cada país, región, ciudad, ha adaptado las fórmulas que le ofrecen las tecnologías a su idiosincrasia y situación económica particulares. En un término que los japoneses introdujeron bajo la fórmula «Glocal», cada entorno humano ha tomado las fórmulas globales para adaptarlas a su situación particular, a su público, a su tradición…

El ecosistema futuro de los medios no podrá ser otra cosa que una suma de las influencias internacionales y de las tradiciones y de las formas de hacer locales. Cada cual lo adaptará a sus circunstancias y sus necesidades igual que en los últimos decenios cada uno ha tomado la parte de los medios y su soporte que más le ha interesado. Es decir, mientras haya un número suficiente de personas dispuestas a pagar por leer las noticias sobre papel, habrá diarios impresos. Igual sucederá con las revistas, verdadero producto de disfrute por parte de los lectores que gustan de ver fotografías de moda, paraísos lejanos por descubrir o los animales más salvajes imaginables capturados por un fotógrafo en su hábitat más íntimo.

Al periodismo ni lo matan ni se muere. El periodismo muta. Cambia como lo ha hecho desde que alguien escribió la primera noticia y una imprenta permitió su multiplicación. El periodismo se transforma. El que se hace ahora en casi nada se parece al que se hacía hace 100 años. Basta haber estudiado con cierta profundidad la historia de los medios de comunicación para darse cuenta de que para todos su tránsito fue un proceso de cambio y adaptación a las novedades que se encontraron a su paso.

Hablar de la muerte del periodismo en el momento en que el número de medios y de información disponible se ha multiplicado de forma exponencial hasta alcanzar cifras que ni los más exagerados hubieran imaginado hace sólo 15 años se me antoja algo tan ausente de fundamento que resulta complicado de sostener. Hasta tal punto es así, que es fácil observar que quienes lo afirman atesoran detrás una dilatada carrera en uno o varios grandes medios de comunicación de finales del siglo XX. Si lo que quieren decir es que el periodismo de las próximas décadas no se parecerá al de las últimas del siglo XX, entonces sí que aciertan. Como en nada se pareció el periodismo tras la invención de las rotativas al que se hacía sobre imprentas planas. Ni falta hace hablar de los cambios que introdujo la aparición de la fotografía en las páginas de los diarios.

Lo que no termino de entender en las versiones que ofrecen los visionarios es la descripción de un futuro que está por venir. El futuro del periodismo no será lo que haya preestablecido ningún teórico en una remota universidad del medio oeste norteamericano. El periodismo y los medios serán lo que los editores y los periodistas construyan en los próximos años y, no menos importante, lo que los consumidores de información elijan de entre las opciones que les proporcionen los primeros. ¿Y si el modelo mixto presente fuese a quedarse con nosotros 20 o 30 años más…?

Todavía recuerdo reportajes de hace 15 años sobre domótica que nos anticipaban que nuestra nevera le pediría al supermercado los productos que se hubiesen agotado sin mediación humana. Y sigo sin conocer a nadie con una nevera con conexión a internet. Tampoco las veo en las tiendas de neveras. ¿Alguien quiere que su nevera se comunique con el supermercado sin contar con el propietario?

Es cierto que resulta mucho más llamativo poner fecha concreta al fallecimiento de la tinta que anticipar un futuro mixto en el que convivirán muchos más medios y fórmulas de las que ahora mismo conocemos, pero no es menos cierto que esta sociedad que presume de ser global es en realidad más compleja y está cada vez más enraizada, temerosa tal vez de perder la identidad que le proporciona su pasado y su entorno físico inmediato. Por eso, sin perder la conexión de red que nos ha proporcionado internet, cada país, cada región, cada ciudad seguirá evolucionando su periodismo, su forma de comunicarse hacia un modelo propio. Compartido o no.

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Luis Izquierdo Labella es doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Escribió los libros Manual de Periodismo Local y Anarquistas. Viaje a los orígenes del terrorismo español. Desde 2006, es profesor de Periodismo de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación de la Universidad Carlos III de Madrid, y trabaja como corresponsal del diario barcelonés La Vanguardia desde 1997.

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