A dos décadas del fin de la historia

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Reflexiones sobre las transformaciones y la fragmentación del espacio en el ámbito internacional

El fin de la historia, esa caricaturización de las tesis hegelianas a cargo de Francis Fukuyama, no trajo consigo la prometida unificación del mundo bajo un solo mercado y una misma ideología. Por el contrario, como sugiere David Herrera en este ensayo, la fragmentación del espacio y el auge del lucro desenfrenado de unas cuantas corporaciones han sido sus notas distintivas.

David Herrera Santana

El último acto de la historia

Los meses que van de agosto a diciembre de 1989 se encuentran plagados de factores que marcaron el fin de un orden bipolar y la transición hacia otra configuración que aún no acaba de definirse.

En Polonia, las dos Alemanias, Checoslovaquia, Rumania y Hungría, ocurrieron hechos trascendentes que de facto aniquilaron la existencia del bloque comunista. La reunión celebrada en Malta en el mes de diciembre, entre Mijaíl Gorbachev y George H. Bush, puso fin de manera formal a la confrontación interbloque.

Los años que siguieron a estos hechos sólo añadieron mayores sorpresas e incertidumbres al complicado panorama internacional. El inicio de la Segunda Guerra del Golfo en agosto de 1990 y la decisión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de respaldar la intervención estadounidense, la reunificación alemana en el mes de octubre, la liberación de Kuwait en enero de 1991, el inicio del desmembramiento de Yugoslavia en junio y la firma del Tratado de la Unión Europea en diciembre, son una muestra de ello.

Sin embargo, el fenómeno que marcó definitivamente el cambio en el ámbito internacional se dio en la Unión Soviética. En agosto de 1991 un golpe de estado en contra de Gorbachev, frustrado por la intervención del reformista Yeltsin, dio muestra de la creciente conflictividad al interior de la segunda superpotencia mundial. La declaratoria de bancarrota por parte del Banco Central soviético el 29 de noviembre aceleró el proceso de descomposición.

El día 8 de diciembre, las repúblicas de Ucrania y Bielorrusia, junto con la Rusia de Yeltsin, decidieron suscribir el Tratado de Belovezhky, documento que decretó la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

Para el 17 del mismo mes, Yeltsin y Gorbachev negociaron la disolución de la URSS, y para el 21, las demás repúblicas ex soviéticas, exceptuando a las tres bálticas, se adhirieron al Tratado de Belovezhky en Alma-Ata, Kazajistán. El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachev dimitió a su puesto de mandatario de una Unión Soviética que, para entonces, era sólo historia.

¿Y después de la historia?

Un 11 de septiembre, pero de 1991, George H. Bush se refirió a todo ello como el inicio de un Nuevo Orden Mundial «libre de la amenaza del terror, más fuerte en la persecución de la justicia y más seguro en la búsqueda de la paz… en donde las naciones del mundo puedan prosperar y vivir en harmonía»[1].

El fin de la historia que vaticinó Francis Fukuyama cuando se refirió al surgimiento de una nueva era, fue «el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano»[2].

Se inauguraba así una etapa en donde la historia conocía por fin el surgimiento de una única visión sobre el mundo, compartida por todos y en los confines de la tierra; la idea occidental liberal que permearía en la conciencia de la humanidad para forjar una sola visión, un camino y un ideal. La paz perpetua se asomaba por el horizonte y el mundo caminaba hacia ella, aunque en dos velocidades.

En primer lugar, el mundo posthistórico más preocupado por la economía y la eficiencia productiva, en donde la política y la estrategia –y la geopolítica– habían perdido su razón de existir, había alcanzado el fin de la historia y las virtudes que ello traía consigo. En segundo lugar, el conflicto del mundo histórico, habitado por países subdesarrollados anclados en el pasado con fijaciones geopolíticas difíciles de superar, seguiría existiendo por algunas décadas más.

No obstante, el elemento común se hacía visible: no había ya otra alternativa que el liberalismo, era el único referente para observar al mundo, imaginarlo, recrearlo y actuar en él. De la geopolítica a la geoeconomía, como lo sentenció Edward Luttwack[3]. Una geoeconomía que se despojaba de las rivalidades territoriales y militaristas, de las conflictividades estratégicas que habían caracterizado a la geopolítica y a la etapa histórica. Era guiada por la competencia económica, una lógica de comercio y la competitividad empresarial. Una geoeconomía liberal para la nueva etapa de globalización.

Se trataba del surgimiento de un espacio global único unificado por: la idea liberal, la caída del muro comunista, la globalización de los mercados, el fin de las ideologías y la muerte de la geopolítica. Por primera vez surgía un espacio común global en donde los mercados se unificarían, surgirían referentes globales de carácter cosmopolita, las barreras políticas colapsarían y las naciones se fundirían en una sola nación global[4].

El aumento de la interdependencia, las contradicciones del modelo de socialismo real, el fracaso del desarrollismo y los avances técnico-científicos que habrían derivado en el desarrollo de una nueva economía postindustrial, son factores que fueron citados como explicaciones del por qué este nuevo espacio global unificado había emergido al finalizar la guerra fría[5].

No obstante, el fin de la historia no sólo fue la ocurrencia de un autor proveniente de los sectores neoconservadores estadounidenses; fue, ante todo, una metanarrativa, un referente y una lógica de pensamiento que permeó en las reflexiones sobre la globalización. Se trató  de un nuevo discurso geopolítico.

Este contexto buscaba configurar un nuevo espacio global y debía derribar las barreras de las economías centralmente planificadas de los espacios del desarrollismo y de todo movimiento alternativo al liberalismo en ciernes. La globalización despolitizada de fuerzas estructurales que obligaba a los países y a las sociedades a adaptarse a la nueva realidad, no era más que parte de un gran proyecto político.

La vieja globalización… y la nueva

La globalización como proceso iniciaría con la expansión del sistema capitalista a finales del siglo XV y principios del XVI[6], justo con el inicio de la modernidad. Como tal, ha sufrido etapas, el espacio internacional es la muestra más clara de la globalidad que este proceso ha engendrado, de las contradicciones que ha gestado y de las etapas de expansión y contracción por las que ha atravesado.

Ha sido un espacio producido por las fuerzas centrífugas del capital, por una gran militarización a escala planetaria y por la implantación de temporalidades, cosmovisiones y representaciones únicas y universales que han permitido la reproducción del sistema. Así, la historia del espacio internacional corresponde con la historia de la expansión, las contracciones y las contradicciones del capitalismo a una escala global.

La globalización, como discurso y como proyecto político[7], tuvo lugar en la década de 1990. Se basaba en el imperativo de derribar las viejas barreras que habían sido impuestas por una configuración bipolar del sistema internacional y por la consolidación de zonas cuasi–independientes del juego entre superpotencias.

Con el fin de la guerra fría, la necesidad imperante de Estados Unidos para penetrar en estas regiones –hasta antes fuera de su alcance–, llevó a Washington a hacer planteamientos de corte globalista que poseían el objetivo de configurar un espacio de libre circulación de capitales, mercancías y recursos naturales estratégicos, con dirección oeste-este y norte-sur en los dos primeros casos, y sur-norte y este-oeste en el último.

De esta forma, y fuera del ámbito discursivo, lo que se pretendía no era la consolidación de un espacio global unificado, sino la configuración de una nueva geografía estratégica (las geografías estratégicas han existido desde hace largo tiempo y son ellas las que han permitido la implantación de estructuras de dominación, subordinación y dependencia en el espacio internacional). No obstante, esta nueva geografía estratégica pretendía consolidar la preeminencia estadounidense sobre todos los actores y los espacios existentes en el orbe; es decir, por primera vez en la historia, consolidar a un actor superior a los demás en un ámbito netamente planetario.

Geografía estratégica y fragmentación del espacio internacional

Las múltiples direcciones mencionadas con anterioridad, pueden ser observadas en los flujos de capitales, en los de comercio, en los de inversiones, e incluso, en las transferencias de armamento y de ayuda a nivel internacional[8]. Centros específicos de poder proyectando su influencia financiera, económica y comercial sobre el resto del mundo, en una geografía estratégica que posee un núcleo todavía localizado en el norte de América, la Europa occidental y el sureste de Asia. Una periferia en donde existen enclaves globales que parecen ser más la excepción que la regla.

Grandes corporativos aprovechan la desregulación impuesta por gobiernos centrales e instituciones internacionales, y acatada e implementada por los gobiernos y las dirigencias de la mayoría de los países subdesarrollados.

Este panorama aleja al romanticismo globalista que afirmaba que las corporaciones se movían libremente y sin ataduras gubernamentales, y lo dirige hacia una visión despolitizada que consolida una nueva era. Nada más equivocado. El proyecto político de la globalización se orienta a abrirles paso a esas corporaciones, pero a través de la utilización de recursos políticos/diplomáticos/estratégicos que sirven de base para la expansión, apertura, implantación de modelos acorde con los intereses de élites dirigentes que hoy se presentan con un rostro desdibujado y oculto en las llamadas fuerzas estructurales de la globalización.

No obstante, el espacio internacional se ha estado fragmentando conforme los movimientos de corte geopolítico han ido proliferando. Cierto es que la gran apertura y desregulación de la década de 1990 pudo dar la impresión de que el proceso de compresión tiempo/espacio se estaba acelerando y que por ello el espacio se estaba unificando.

Sin embargo, lo que comenzó a ocurrir fue la acelerada transferencia de capitales hacia zonas no saturadas todavía, que se combinaba con la apertura unilateral de numerosas regiones del mundo ante esos crecientes flujos. Dio la impresión de una compresión espacio/temporal, una conformación de un mercado global y de la eliminación de barreras políticas ante un fenómeno pretendidamente despolitizado.

Varios signos, por el contrario, mostraban que el espacio internacional se encontraba en plena fragmentación. El primero de ellos fue el surgimiento de megabloques comerciales y económicos conformados por países relevantes en el panorama económico internacional, buscaban incluirse en la globalización a costa de excluir al resto de países. Se trataba de bloques económicos cerrados que ciertamente buscaban expandir la exclusión hacia otras zonas del orbe (v. gr. la Comunidad Europea hacia Europa central y oriental, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hacia el resto de América con el Área de Libre Comercio de las Américas).

El segundo de ellos fue el surgimiento de nuevos espacios que resistieron la expansión brutal dirigida por el neoliberalismo y el globalismo, aún cuando ello no implicaba que se encontraran totalmente fuera de esa lógica neoliberal, pero sí que adoptaran nuevas visiones que se localizaran fuera del centro dominante. Así se pueden citar al Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), pero también a la Organización para la Cooperación Shanghai (OCS) en el pleno centro euroasiático.

El tercer signo de fragmentación es directamente derivado de los anteriores, se trata del surgimiento de nuevos polos de decisiones y de presión política-económica que no son dominados o totalmente influenciados por Estados Unidos o la Unión Europea. El grupo de países BRIC o el G-20 son sólo una muestra de ello. Todos estos factores se han ido acentuando hasta subrayar también la fragmentación del espacio internacional, por lo que hoy se habla ya de un proceso abierto de transición hegemónica, referido al declive total de la configuración internacional heredada de la guerra fría, y una transición hacia otra morfología aún no definida.

De vuelta a la historia o la historia en escena

El surgimiento de nuevas geografías estratégicas que rompen y fragmentan al espacio dominante es sólo un reflejo de las transformaciones que han acontecido en el ámbito internacional. Ello derivado en gran medida del debilitamiento (en una posición relativa) de la supremacía estadounidense, así como del fortalecimiento de otros actores relevantes en el ámbito internacional (proceso que se ha acelerado con el desarrollo de la crisis financiera global de 2008-2010, pues muestra el agotamiento absoluto de un modelo y de una configuración que hoy todavía buscan ser apuntaladas y sostenidas a toda costa).

Pero esta fragmentación es resultado también del estallido de los referentes, las representaciones y cosmovisiones únicas y universalistas. Hoy surgen diversos espacios que no respetan la escala de lo nacional o lo regional, y se apropian de lo global y lo local. Son espacios económicos muchos de ellos, pero también son políticos, culturales, étnicos, religiosos, inclusive, individuales y colectivos. Son nuevos espacios que se ubican en lo internacional y lo nacional, y transforman a los viejos –algunos aún dominantes.

La transición, entonces, es mayúscula. La fragmentación es en múltiples escalas y por ello las transformaciones también lo son. Siempre es difícil imaginar el después cuando se vive el ahora tan incierto y tan asfixiante. No obstante, una buena base para imaginar el futuro, y por ende, para inducirlo, construirlo y producirlo, es observar cómo se están dando los acontecimientos actuales y pensar cómo se pueden moldear en distintas escalas para lograr acomodarlos a un ámbito de idealidad que siempre influye en la materialidad y, sobre todo, en la espacialidad.

Observar hoy las fragmentaciones y las transformaciones es un punto principal en la tarea de imaginar y construir las unificaciones del futuro. El nuevo espacio internacional deberá constituirse como una yuxtaposición de espacios alternativos a los actuales, independientes aunque interconectados, capaces de regir sus destinos sin contravenir ni dañar el contexto mayor de un gran espacio internacional. Tarea nada fácil si se observa la historia misma de lo internacional, pero necesaria y urgente si se ha de pensar en la continuación de la existencia humana, no como hoy se conoce, sino de forma más comprometida, consciente y autorreflexiva.

NOTAS


[1] George H. Bush, «Toward a New World Order», en Gearóid Ó’Tuathail, Simon Dalby y Paul Routledge, The Geopolitics Reader, Londres, Routledge, 1998, pp. 131-132.

[2] Cfr. Francis Fukuyama, «The end of history?», The National Interest, Estados Unidos, 1989. Obtenido de http://www.wesjones.com/eoh.htm.

[3] Cfr. Edward Luttwak, «From Geopolitics to Geo-economics: Logic of Conflict, Grammar of Commerce», en Gearóid Ó’Tuathail, et al., op. cit., pp. 125-130.

[4] Cfr. Strobe Talbott, «The birth of the global nation», Time Magazine, Estados Unidos, 20 de Julio de 1990. Obtenido de http://www.worldbeyondborders.org/globalnation.htm

[5] Cfr. Octavio Ianni, La Sociedad Global, México, Siglo XXI, 1998, pp. 3-23.

[6] Cfr. Carlos M. Vilas, «Seis ideas falsas sobre la Globalización. Argumentos desde América Latina para refutar una ideología», en John Saxe –Fernández (coord.), Globalización: crítica a un paradigma, México, UNAM-Plaza y Janés, 1999, pp. 73-75.

[7] El primero en hacer notar la existencia de un proyecto político dentro del proceso de globalización fue Ulrich Beck en ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización, España, Paidós, 1998, p. 120.

[8] Véanse: los informes de la UNCTAD y la OMC sobre inversiones y comercio, o los referentes a transferencia de armamento que elabora el Congressional Research Service del Congreso de Estados Unidos; OMC, Estadísticas del Comercio Mundial 2008, Ginebra, 2008, pp. 187-194; UNCTAD, World Investment Report 2008. Transnational Corporations and Infraestructure Challenge, Nueva York-Ginebra, p. 34; Richard F. Grimmett, CRS Report for the Congress: Conventional Arms Transfers to Developing Nations, 2000-2007, Estados Unidos, 2008, pp. 6-15.

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David Herrera Santana es maestro en Relaciones Internacionales por la UNAM y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y la Facultad de Estudios Superiores, ambas de la UNAM.

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