Academia, ¿para qué?

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Desde el principio, Cuadrivio manifestó un espíritu académico que fue rápidamente señalado (y reprochado) dentro y fuera de su equipo de trabajo. No renegamos de esta marca de origen, pero tampoco hay que ser simplonamente despectivos con lo académico: el conocimiento serio no tiene que ser (no debe ser) ese acartonado acervo de aburrición.

Así pues, nuestro espíritu académico es, en parte, un objetivo conscientemente perseguido: tenemos la convicción de que todos los saberes, por complejos que sean, pueden comunicarse más allá de la híper-especialización, pues están anclados a nuestras vidas y tienen resonancias en la cotidianidad; que vale la pena leer y escribir reflexiones sesudas e investigaciones profundas, y que es posible disfrutar pensando y riendo con asuntos importantes. Con todo, asumimos la cuestión: academia, ¿para qué?

Las ciencias sociales y las humanidades son las mayores víctimas del virus academicista del tipo «encerrado en su torre de marfil», pero también del descrédito científico y la mala reputación social. Se las critica de inútiles, bizantinas e improductivas –cuando no costosas. A ellas dedicamos este número.

Buena parte de nuestros colaboradores coincidieron en una crítica fundamental a la labor académica en estas áreas –sobre todo cuando necesitamos saber qué hacer–: su flagrante divorcio de la vida. Bajo esa tónica, y ejemplificando el valor cognitivo de la risa, comenzamos con un divertido ensayo de Armando Bartra que vaga por los jardines de la Academia platónica, donde se aprecian las hipocondrías que la atrofian hasta nuestros días. Enseguida, Davo Valdés reflexiona sobre la decadencia de las humanidades en el ámbito universitario, y su incesante necesidad de autojustificarse para no desaparecer. Abril Torres se suma comentando la relación entre la academia de la lengua y la lengua viva. Jesús Pérez pone de cabeza el recurso de la cita textual y malabarea declaraciones de intelectuales fabulantásticos. Cerramos con un estremecedor ensayo sobre la impotencia de la intelectualidad: ante los crímenes de estado contra estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, que han levantado una ola de indignación por la violencia e impunidad en todo México, los jóvenes abandonan la universidad para tomar las calles.

No podíamos desatender la experiencia directa de científicos sociales y humanistas, presas de grandes estructuras que regulan y evalúan su trabajo –la mayoría de las veces con criterios ajenos a sus disciplinas, donde el conocimiento crítico y creativo termina pisoteado por otros intereses. Por eso, en esta edición reunimos los testimonios de cuatro académicos provenientes de diferentes «grados» (algunos con SNI, otros sin él) y distintas generaciones, y encabezados por la experiencia de la filósofa Paulina Rivero Weber, quien, como buena parte de sus colegas, ha vivido la arbitrariedad y el burocratismo de las evaluaciones académicas en México.

Desde las ciencias naturales, Fabrizzio Guerrero revela la heterotrofía naturalista y capitalista que depreda a las ciencias sociales, mientras que, en el terreno social, Héctor Herrera se zambulle en la formación académica de los políticos.

Finalmente, complementan este número los lúcidos comentarios de Diego Rodríguez a las controversiales tesis de Uriele Copano sobre la relación entre la obra del artista y su aspecto personal, y un poema de Jorge Gutiérrez acerca de los oscuros tiempos que atraviesa México.

La decimocuarta edición de Cuadrivio es al mismo tiempo continuidad, ruptura y vuelta al punto de partida: mantenemos el tono crítico habitual de la revista (el cual nos ha llevado a cuestionar incluso nuestras más firmes convicciones) y renovamos nuestra imagen y proyectos de la mano del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, al que agradecemos el apoyo brindado a partir de este número mediante la Beca Edmundo Valadés.

 

 

— CAMILA PAZ PAREDES

 

 

Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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