Hablando de mujeres y can(oniza)ciones: el caso de Aphra Behn

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«The Poisson Pen - Aphra Behn», so Charmed. Handcrafter jewelry.

Es bien sabido que existen tantos tópicos polémicos como defensores a ultranza de posturas que en apariencia se muestran como binarias cuando no siempre lo son. El caso de la literatura escrita por mujeres no es la excepción de lo anterior: incomprensiones, falsos debates y diferencias que parecen irreconciliables son puntos recurrentes. ¿Quién fue Aphra Behn, en qué horizonte histórico se  encontraba y por qué es interesante discutirla a ella y a su obra a propósito de estos temas?

Alejandra Eme Vázquez

Nada, nadie, escapa del canon: parecemos tener urgencia por ordenar el mundo conforme a criterios que pensamos válidos y que a su vez nos validan. Todos tenemos nuestro apartado de favoritos en lo que nos interesa, todos pasamos la realidad por el filtro del gusto y decidimos lo que ingresa o no a nuestros altares. Conforme conocemos, evaluamos lo conocido y lo agregamos a nuestro universo de referentes con una clasificación inmediata: esto es bueno, aquello es malo, esto es mejor, aquello es peor. Pero ¿qué papel juegan en ello los prejuicios heredados, lo temporal, la circunstancia? Porque, en realidad, canonizamos aquello con lo que nos sentimos identificados en un momento específico, aunque deseemos o pensemos ser objetivos; y si bien el pensamiento crítico trabaja en automático sin pedirnos perdón ni permiso, resulta revelador en términos de autoconocimiento poner el foco sobre sus engranes para comprenderlo, perfeccionarlo, cuestionarlo y manejarlo.

En el caso de la literatura, que un escritor entre al top de infaltables conlleva un sinnúmero de factores que a veces pueden ser discutidos por su falta de rigor o por dar pie a contradicciones. Esto ha sucedido con el género, un fenómeno en principio biológico y luego social que históricamente ha motivado desigualdades incomprensibles por los conceptos y roles que implica. Así, la «literatura escrita por mujeres» ha adquirido una relevancia que a veces no tiene nada que ver con la calidad literaria, sino con una discriminación sistemática o bien con una deuda moral, ambas basadas en el sexo de quien escribe. Por eso en esta ocasión se hablará de la primera escritora profesional de Inglaterra, un personaje fascinante cuyas características nos vienen de maravilla para aproximarnos a los mecanismos con que se ha abordado la inequidad sexual y se han reconfigurado a partir de ella los cánones del universo letrado.

Aphra Behn (1640-1689), dramaturga, narradora y poeta inglesa, logró entre 1670 y 1680 una producción literaria vasta y exitosa tras verse, en sus palabras, «obligada a escribir para ganarse el pan sin avergonzarse por reconocerlo». Su biografía es difusa. Al parecer nació en Canterbury y poco se sabe sobre su vida personal, entre un matrimonio vagamente registrado y una viudez temprana; sí se sabe, en cambio, que fue espía del rey Carlos II en Holanda bajo el seudónimo de Astrea –que luego usaría en sus textos‒ y enviada a prisión por deudas a la corte, de tal forma que una vez libre decidió mudarse a un oficio menos riesgoso: escribir teatro. Sus obras tuvieron gran éxito y también sus relatos en prosa, entre los que destacan El príncipe Oroonoko y Cartas de amor entre un noble y su hermana por considerarse las primeras novelas antiesclavista y epistolar, respectivamente, de la literatura inglesa. Muchos hombres que veían invadido su territorio acusaron a Behn de frívola, arribista y libertina; nada que ella no pudiera ignorar e incluso aprovechar para continuar sembrando expectativa, y polémica. Era tan afamada a la fecha de su muerte, que pese al escándalo de muchos fue sepultada en la abadía de Westminster, de donde Virginia Woolf rescató siglos después su olvidado nombre invitándonos a rendirle pleitesía, lo que se ha hecho con creces apenas en años recientes.

Resulta irresistible el impulso de encumbrar a Aphra Behn por su personalidad tan ad hoc con los cánones generalizados de la feminidad actual, que enaltecen las actitudes arrojadas en un imaginario que va desde la Pastora Marcela del Quijote a Paquita la del Barrio; el criterio de muchas mujeres –yo incluida‒ integraría sin pensarlo a esta escritora en el canon personal y la citaría de memoria en alguna de tantas discusiones bizantinas que se dan a propósito de la guerra de sexos. Pero busquemos un camino alterno y hagamos caso a Hans Enzensberger, quien en Aporías de la vanguardia invita a no comprar incuestionablemente sus discursos a los autores, sus preceptos a la crítica ni a la tradición sus estructuras preestablecidas, sino a reconocer qué nos mueve a encumbrar o a rechazar algo, cualquier cosa, y luego proceder a analizar «en frío» con la conciencia de nuestros propios prejuicios y preferencias. No podemos aislarnos de nosotros mismos ni ser totalmente neutrales, pero sí podemos entender qué nos está llevando a pensar de ciertas maneras y autoevaluarnos a partir de ello, sin dejar de tener una opinión.

Tras hacer este ejercicio con Aphra Behn y dejar que sean sus letras las que hablen –es decir, leerla‒, es posible ver más allá de los discursos que la celebran acríticamente y la idealizan, tomándose la licencia de llenar los vacíos biográficos e ignorar incluso la propia lectura de su obra para convertirla sólo en estandarte de una causa: al suspender momentáneamente la condición de género, resalta sobre todo la propuesta de un estilo literario, la actitud determinada en su escritura y en su persona, la forma de capitalizar sus aparentes desventajas y la autogeneración de coyunturas en favor de su fin último: vivir de escribir, tener trabajo, autosustentarse. Canonizarla por el solo hecho de ser mujer resulta un tanto cuestionable: el género como bandera única es un arma de doble filo si no se reflexiona, dado que es circunstancial. Pensemos que hay mujeres encarnizadamente feministas que si en la lotería genética hubieran nacido hombres, muy probablemente se adherirían sin problemas al discurso machista, y lo mismo con los hombres, sobre todo si se trata de personas que tienden a creer en absolutos, que se niegan a matizar, que generalizan, que odian.

Esto de ninguna manera contradice la certeza de que por diversas razones, de órdenes muy ajenos a la sola biología, ser mujer no ha sido una circunstancia feliz en muchas épocas; aún hoy llega a marcar serias distinciones, en términos de libertad, de creación, de cuerpo, de oportunidades, que por falaz tradición se encuentran más abiertas hacia la masculinidad. Precisamente por ello resulta indispensable conocer y enfrentar cómo esta condición biológico-cultural ha afectado y afecta nuestros patrones de vida, positiva o negativamente; pero, por estas mismas razones, es necesario repensar la relevancia de la condición femenina, sus matices y sus derroteros, y sobre todo, usar esas estructuras como elemento flexible de reconstrucción para aportar nuevos cánones de pensamiento en los que se aspire a hablar de gente libre, en vez de generar discursos totalizadores con los que más de alguna individualidad se verá injustamente lastimada.

Es precisamente a esta visión crítica a la que puede contribuir el ejemplo de Aphra Behn, quien se apropia inteligentemente de estructuras por tradición entendidas como «masculinas» sin perder un discurso con claros tintes sensuales que era, al mismo tiempo, tan incómodo como tentador. Y ahí puede verse una de las actitudes más interesantes y propositivas que perdura hasta nuestros días: mujeres –y hombres‒ que se hacen de un lugar en los cánones no a fuerza de clausurar lo masculino, sino contribuyendo a replantear la polaridad al introducir con fuerza e inteligencia el permanente recordatorio de lo femenino, que bien jugado, garantiza el foco de atención para decir lo importante. Ya que la balanza está mal calibrada casi de origen, nos corresponde hoy a todos pensar por vías alternas y hacer de la diferencia un cauce, un espacio de diálogo y de acuerdo, con el deseo puesto en lograr tal equilibrio, para que eventualmente puedan borrarse esas líneas absurdas que nos predeterminan por los órganos con que nacemos o por el contexto que no elegimos.

Aphra Behn resulta una figura tan fascinante porque una parte fundamental de la condición humana es jugar en nuestro favor las cartas que nos tocan. Y aunque es cierto que no era ella la única mujer que escribía en la Inglaterra de su época y que su canonización, como cualquier otra, corre el peligro de opacar muchas líneas de reflexión tan sutiles como necesarias, lo interesante es valorar objetivamente la forma en que logró aprovechar sus circunstancias y las hizo estrategia, porque no escondió su ingenio, sus deseos ni su propia naturaleza. Resulta entonces que indudablemente puede entrar en cualquier lista de imprescindibles, pero ella misma desearía tener la libertad para equivocarse, para moverse, para probar la alternativa. Todo escritor o escritora cuyas letras sean lúcidas y refrescantes merece sin duda nuestro profundo aprecio. Entonces, ¿por qué reducirlo a un cuerpo y, encima, ceñirle un corsé en la jaula de los inalcanzables?

Verdad es también que no todos queremos una vida pública, que desafortunadamente no todas las mujeres ni todas las personas tienen la oportunidad o el deseo de pensar sobre sus propias condiciones y que las circunstancias se han ido modificando de a poco en cada época y región, aunque la cuota de género siga vigente –ya sea en favor o en contra de uno u otro «bando»‒; sin embargo, encontrarnos con figuras como Behn nos ayuda a repensar los criterios con los que configuramos nuestros cánones personales y nuestra propia individualidad, así como la manera en que nuestra convivencia con nosotros mismos y con los otros es afectada por los prejuicios, tanto los que conservamos como los que hemos vencido. El pensamiento canónico, inevitable por naturaleza, no resulta dañino cuando admite dinámicas y se replantea constantemente. ¿No somos, al fin, un eterno work in progress?

Si Virginia Woolf sentenció en Una habitación propia que todas las mujeres deberían rendir tributo a Aphra Behn «porque fue la que ganó para ellas el derecho a expresar lo que piensan», bien podemos actualizar esta enunciación y matizar que lo brillante, lo revolucionario y lo inspirador va mucho más lejos del estandarte feminista en el que se ha convertido a nuestra autora desde la segunda mitad del siglo XX, que es cuando en realidad se empezó a reconocer su figura. Behn se ha hecho un lugar en el canon no por agenciarse alevosamente las «vicisitudes» de pertenecer a un género históricamente desdeñado, como hay casos, sino por su capacidad de autorreconocimiento y autogestión, por la explotación de sus propias ideas y por la manera de tomar las riendas de sus circunstancias con un claro objetivo. Es el pensamiento de Aphra Behn lo que, en todo caso, merece las flores, y el pensamiento, afortunadamente, no tiene género ni tumba.

 

 

REFERENCIAS

Behn, Aphra, El príncipe Oroonoko y otros relatos. Siruela, Madrid, 2008.

Enzensberger, Hans Magnus, Las aporías de la vanguardia. Letra E, Buenos Aires, 1963.

Owens, W. R. y Goodman, Lizbeth (editores), Shakespeare, Aphra Behn and the Canon. Routledge, Londres, 1996.

Woolf, Virginia, Una habitación propia. Alianza, Madrid, 2013.

«The life of Aphra Behn», Luminarium, 28 de junio de 2006: http://luminarium.org/eightlit/behn/behnbio/htm.

 

 

 

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Alejandra Eme Vázquez (Ciudad de México, 1980) es poeta y ensayista. Actualmente estudia en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas y escribe la columna «Verde y humilde» en el suplemento Guardagujas de La Jornada Aguascalientes. Su blog: http://cuadernosmenard.blogspot.mx; en Twitter: @alejandraemeuve.

Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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