Saturday, 31st March 2012

La microsociología, un largo tema

Publicado el 11. dic, 2011 por en Academia

La microsociología es uno de los terrenos más fértiles para la discusión y el replanteamiento de preguntas clásicas de la sociología, que gracias a esta subdisciplina ha vuelto la mirada desde los grandes problemas de la verdad, la objetividad y el progreso de la sociedad en términos abstractos, hacia el fundamento de su realidad y su transformación: yo y el otro; la presencia de la sociedad en cada individuo y la construcción de lo social a partir de la interacción entre las personas. Giovanna Mazzotti nos ofrece un excelente repaso de algunas de las corrientes, propuestas e implicaciones más importantes de la microsociología, desde sus orígenes hasta hoy.

 


Giovanna Mazzotti


Tanto o más largo y complicado es hablar de la microsociología que de la sociología en general, y esto se debe básicamente a dos razones: la primera, porque es necesario remitirnos a la sociología, a sus aciertos, a sus defectos y a sus rupturas, para entender los fundamentos que dan lugar a la llamada microsociología; en segundo lugar, porque su campo de estudio rebasa las fronteras disciplinarias y da lugar a un nuevo horizonte de reflexión y un sinnúmero de trabajos que, Wikipedia dixit, pueden ser agrupados en distintas teorías, que van desde la teoría de la personalidad hasta la teoría del conflicto, pasando por la teoría de juegos, la etnometodología, los experimentos sociales, el constructivismo radical, etc.

Los orígenes de la microsociología no son claros, es Weber (¿quién, si no?) quien, en su obra Economía y sociedad (1964), afirma que todo acto es siempre una acción social, ya que ésta es siempre originada por, o referida a, un otrosignificativo, real o imaginado. Esta contundente afirmación, que rompe de manera radical con la idea de que existe una esfera de intimidad individual exenta de determinaciones sociales y culturales, no es explorada por el pensamiento sociológico tradicional en todas sus implicaciones. Sin embargo, se puede decir que en ella encontramos el fundamento de lo que hoy se entiende por microsociología, que, evidentemente, toma su nombre por contraste a la «macrosociología» o la «meso-sociología», las cuales tendrían como espacios de atención el estudio de las instituciones y de la sociedad en su conjunto.

Así, parafraseando a Marx respecto al estatuto de la mercancía, podríamos decir que para la microsociología, la interacción es la categoría más abstracta de la vida social, ya que en ella se despliegan todos y cada uno de los elementos que constituyen la sociedad. Es por esta razón que el foco de atención de esta rama de la disciplina es el dominio de las interacciones, es decir, el de la relación entre el yo y el otro.

Si bien la sociología funcionalista –bajo la autoría de Talcott Parsons, en su teoría sobre la estructura de la acción social de 1937– desarrolla la idea de que es en la relación entre el ego y el alter donde se ponen de manifiesto los elementos básicos de la socialización (es decir, aquel proceso de formación mediante el cual se encauzan socialmente la motivación, las expectativas y la racionalidad del individuo), al concluir que la conducta es modelada de acuerdo a fines y forjada de acuerdo a roles, hace reposar la dinámica del sistema social en la conducta organizada racionalmente. Bajo esta lógica, las interacciones son recuperadas teóricamente como mecanismos mediante los cuales el individuo (un individuo-recipiente) es modelado en sus motivaciones y aprende a actuar racionalmente de acuerdo con las necesidades de un sistema. Por otro lado, en los trabajos de Émile Durkheim se plantea, desde muy temprano, el dilema que es la intuición principal de la sociología (de la macro): que la dinámica de la vida colectiva no se deriva de la suma de las dinámicas de los individuos que la componen. De ahí que la sociología tradicional, en el mismo tenor que la ciencia política y la antropología clásica, haya basado sus planteamientos en el axioma de las dicotomías básicas individuo-sociedad, individuo-estado, individuo-institución o individuo-cultura.

Es más adelante, con la versión estructural funcionalista que propone Robert K. Merton (1964), que se inician los trabajos de lo que se llamaría la sociología intermedia o de mediano alcance, que desarrolla un nuevo campo de estudios empíricos teóricamente organizados, y que tiene la virtud de aproximarse a la descripción de una serie de complejidades que tienen lugar en los espacios sociales donde la interacción entre los sujetos está altamente institucionalizada. Gracias a ello, muchos de los supuestos teóricos de la sociología tradicional son puestos en entredicho, rompiendo con la vocaciónmeramente teórica de la sociología, y se introduce la observación de los mecanismos mediante los cuales los sujetos participan de manera relativamente activa en la dinámica de la vida social.

No obstante, pese a la larga data que pareciera tener en la sociología clásica, la atención a los procesos de la interaccióncara a cara no llega sino algún tiempo después, quizás resultado del desencanto producido por «el fin por los grandes relatos» y la «pérdida de las teleologías de la historia» (Lyotard, 1988); el estrepitoso derrumbarse de los grandes paradigmas deja paso a los trabajos acerca de las interacciones, que empezaron a hacer equipos de estudiosos provenientes de distintas tradiciones disciplinarias (lingüística, biología, psicoanálisis, antropología, administración, filosofía política, sociología y matemáticas, por decir algunas). En este sentido, los trabajos realizados por la Escuela de Palo Alto[1], en California, son proverbiales. A partir de ahí, los estudios que, casi paradójicamente, se engloban bajo el nombre de microsociología rompen con la barrera de la disciplina, pues la preocupación principal deja de ser el destino y la posible evolución de la sociedad, y se vuelve la atención hacia las interacciones entre las personas. En otros términos, la intuición principal de la microsociología es, dicho en palabras de Fernando Mires (1996), «que la sociedad es una instancia intra-psíquica y que el alma es una instancia de lo social».

Es decir, ante la pregunta ¿qué es, cómo se conforma, de qué manera se reproduce y cuáles son los elementos que intervienen en la composición de la vida social?, la respuesta de la microsociología no es ni la mano invisible, ni las leyes de la historia, ni la evolución de las fuerzas productivas, ni el ineluctable progreso de la humanidad, sino el qué y el cómo de las interacciones cara a cara: entre  y yo, entre yo y el otro, entre yo y Lo Otro y entre nosotros y los otros.

Lo interesante en este aspecto no sólo está en que se rompe la falsa separación de lo social y lo individual, o entre lo objetivo y lo subjetivo, sino, sobre todo, es que se transforma al individuo-recipiente en el sujeto (entendido a la vez como ente delimitado y como agente articulador de discursos), que es co-creador de su predicado.

 

Primer quiebre: el individuo racional y el dilema del burro Buridán

Están jugando un juego.

Juegan a que no juegan un juego.

Si veo que están jugando, quebraré las reglas y me castigarán.

Debo jugar el juego de no ver que veo el juego.

Nudos, R.D Laing

Es Harold Garfinkel (1917-2011) quien inaugura una nueva línea de investigación que se caracteriza por su fuerte –excesiva, dirían algunos– inclinación por el trabajo empírico. Derivada de una crítica al funcionalismo –teoría en la cual se afirma que el individuo actúa de acuerdo a normas–, la etnometodología (2006) sostiene que, por el contrario, la norma es utilizada indistintamente por el individuo para justificar o para procurar explicar, a posteriori, alguna de sus acciones. Este punto de vista acerca de las normas implica una crítica central a la visión que el funcionalismo tiene del individuo (como individuo-recipiente o el idiota que juzga), ya que en esta corriente el individuo es un sujeto activo que interpreta y actúa en función de sus propios razonamientos (sentido común).

Una de las conclusiones más relevantes de esta propuesta es que todo el aparato teórico funcionalista le sirve sólo a los científicos, mientras que las personas se mueven con su propia lógica. Por esta razón, un tema de investigación privilegiado es el que permite demostrar cómo los sujetos elaboran su propio conocimiento/entendimiento sobre lo que ocurre en sus vidas, y para ello los estudios se concentran en la observación de procesos de interacción concretos (de la vida cotidiana) y en la constitución del sentido común. Este sentido común, que escapa a los científicos, es creado socialmente y se comparte de manera tal que crea una comprensión intersubjetiva de las acciones, la cual conduce a un efecto de «verdad por sí misma». Este tipo de conocimiento se caracteriza por la suspensión total de la duda (el así son las cosas) en que la objetividad de las cosas se da por supuesta (pre-conocimiento tácito) y sirve como fundamento para actuar.

Garfinkel afirma que si los individuos actuaran de acuerdo con el pensamiento científico racional, su actuar no sería exitoso sino mortal o patológico. Para mostrar esto, pone el ejemplo del dilema del burro de Buridán: tómese un burro perfectamente racional con la cabeza forjada de acuerdo a normas y colóquelo a idéntica distancia de dos haces de heno de igual tamaño. Dada esa circunstancia, el actuar racional del burro tiene por resultado el irracional morirse de hambre, ya que no existe ningún elemento que le haga preferir un haz sobre otro.

Por el contrario, afirma, el sujeto actúa, y lo hace siempre con base en un preconocimiento compartido que tiene de una situación determinada. De lo anterior se concluye que los actores saben «de algún modo» qué es lo que hacen, y comparten ese conocimiento; que existe una «normalidad percibida» de los acontecimientos, y que ésta tiene una serie de mecanismos y una lógica de funcionamiento que se repite independientemente de las circunstancias en las cuales se encuentren los actores; que existe una serie de reglas implícitas que permite a los «jugadores» tener un esquema para reconocer e interpretar las manifestaciones conductuales de los demás jugadores (que ignoran que están jugando), y que, por el contrario, les parecerá estar actuando «seria y racionalmente» en cada situación en la que se encuentren.

Un experimento clásico que se realiza en esta dirección consiste en tomar un grupo de estudiantes que están haciendo su tesis y decirles que tendrán la posibilidad de tener una asesoría especial con reconocidos expertos en su materia, quienes les ayudarán a resolver problemas relacionados con su trabajo. La forma en que se habrá de desarrollar esa asesoría es, sin embargo, sui generis: el alumno no podrá ver a su asesor y únicamente tendrá la posibilidad de hacer preguntas que sean contestadas por un «sí» o un «no», lo cual, de cualquier modo, les ayudará a despejar dudas y preocupaciones teóricas. Por otro lado, las respuestas si-no se elaboran previamente y de manera aleatoria por el grupo de investigadores que están realizando el experimento y, mediante ciertas argucias, se hace creer a los alumnos que dichas respuestas son realizadas por los científicos expertos y en consecuencia a sus preguntas. Obviamente, la consternación de los alumnos es el primer resultado del experimento; el segundo, sin embargo, resulta mucho más interesante: al ser interrogados sobre la experiencia, todos los alumnos dicen sentirse altamente satisfechos con las respuestas, ya que cada uno de ellos por su parte «acomoda» racionalmente la irracionalidad de las respuestas.

El anterior experimento, además de parecer un juego perverso, lleva a Garfinkel a plantear que las rupturas provocadas por las conductas discrepantes provocan en las personas intentos desesperados por restablecer el esquema interpretativo imperante,  que tales intentos por «normalizar» la situación pueden provocar un cambio en el paradigma referencial, y que los paradigmas interpretativos creados a consecuencia de lo anterior tienen una gran influencia en los sentimientos de los jugadores y determinan las acciones subsiguientes. Es decir, que nos movemos en el mundo bajo un esquema interpretativo, creyendo que el mundo es de una determinada manera, y cuando, por alguna situación discrepante, el mundo se nos muestra de un modo distinto, nos apresuramos a recomponerlo en nuestras cabezas.

El esquema mediante el cual ese mundo nos aparece «recompuesto» determinará las acciones que realicemos en el futuro. La locura es el ejemplo más trágico de esta paradójica necesidad vital de mantener el orden normalizado, ya que según algunos autores (Laing, Bateson, Watzlawick) ésta es una estrategia de adaptación para sobrevivir en una situación discrepante que no puede ser comprendida, ni analizada, ni cuestionada por el individuo que la sufre. El caso de la niña que actúa como chimpancé y que afirma ser hija de un gorila porque es la única manera que tiene de identificar la idea de padre con lo que su padre hace con ella muestra de forma simple la complejidad del problema.

 

1+1= 3: el descubrimiento de Palo Alto o la pelota escondida de la sociología

Que «la realidad es un hecho comunicativo» resume con contundencia el planteamiento que sustenta a todas las escuelas de pensamiento que, de manera más o menos radical, asumen a las interacciones cara a cara como punto de partida para la comprensión de la incomprensible dinámica de la vida social. Antes de Palo Alto, toda investigación social hacía radicar la explicación de los fenómenos o bien en el individuo, o bien en la sociedad, lo cual, como hemos visto, hacía necesario aludir a un principio heterónomo (la dinámica de la vida social) o suponer que en el individuo están las razones de sus causas. Cuestión semejante sería tratar de comprender la locura abriendo la cabeza del individuo que la expresa. Por el contrario, los investigadores que se agrupan en torno a la mencionada escuela coinciden en afirmar que lo que determina una situación cualquiera es la relación existente entre los sujetos que participan en ella.

De acuerdo con Garfinkel, una situación es definida previamente por el sujeto y, con base en dicha definición, el individuo actúa, reacciona, ante un hecho social dado. Esa acción, fundamentada en una relación, determina el contexto frente al cual el otro sujeto, que a su vez la interpreta, actúa a su vez. El secreto consiste en que ninguno de los dos sujetos es consciente de que está actuando en función de una idea, como tampoco son conscientes de que su actuar crea el contexto a partir del cual sus acciones se justifican como reacciones. Miles de ejemplos son posibles. Predefino una situación: él piensa que soy tonta y actúo con la intención de demostrar cuán inteligente soy… y ya se sabe lo tonta que parece una persona que actúa insistentemente tratando de parecer inteligente. Lo anterior es expuesto por Ronald Laing en uno de sus famosos nudos (2009):

Juana: Me crees tonta.

Juan: No te creo tonta.

Juana: Debo de ser tonta para pensar que me crees tonta cuando no lo piensas; o bien, estás mintiendo. De todos modos soy tonta: por pensar que soy tonta, si no soy tonta. O bien soy tonta por pensar que piensas que soy tonta, si no lo piensas… Soy ridícula.

Juan: No, no lo eres.

Juana: Soy ridícula porque me siento ridícula cuando no lo soy.

 

El asunto consiste en que en todo momento uno está actuando y tal acción transmite información a los otros. Watzlawick (1997) afirma que es imposible no comunicar, pues ya el hecho de no comunicar está comunicando –que uno no desea comunicar–, y toda comunicación implica un posicionamiento y, por lo tanto, define una relación. Siguiendo a Gregory Bateson (1989), toda comunicación tiene dos aspectos: de un lado transmite información; de otro, impone conductas. El primero es el aspecto referencial de un mensaje que transmite datos, el segundo es el aspecto connotativo que remite a la relación y refiere a cómo debe entenderse la información transmitida. Por ejemplo, a la declaración «yo no te amo», dicha distraídamente, se sigue –previsiblemente– una reacción airada o dolida, en la que el otro, el receptor, reclama la falta de amor; ante lo cual el declarante, obviamente indignado, acusa al receptor de malinterpretarlo. Y así, sintiéndose ambos injustamente tratados, la situación se perpetúa cada vez que alguien trata de aclararlo… Y ante la pregunta que presumiblemente seguiría: «¿Quién empezó, cómo llegamos a esto?», «es un problema de simple puntuación», respondería Watzlawick.

En las relaciones humanas es imposible la objetividad. Aun cuando todo pudiera ser grabado y analizado cuidadosamente, la cuestión radica en el significado que cada uno de los involucrados atribuye, de acuerdo a su percepción, a las acciones del otro. Del mismo modo que el pensamiento causal indica que una acción anterior es la causa de la siguiente, cada uno de los personajes afirma haber reaccionado ante la acción inicial del otro, ignorando que el otro afirme lo mismo con igual contundencia. Y antes de dudar de su propia percepción, llega a atribuirle al otro, por lo menos, malas intenciones. No obstante, en muchas situaciones humanas vemos que la lógica se subvierte. En marzo de 1979 los periódicos en California comenzaron a publicar la noticia de la inminente escasez en el suministro de gasolina e inmediatamente todos los automovilistas acudieron a las gasolineras a llenar el tanque de sus vehículos; en consecuencia, la escasez anunciada se convirtió en una realidad. Éste es un ejemplo clásico de lo que Merton (1964) llamó «la profecía que se autocumple», que puede verse también en los mecanismos para cobrar impuestos que tienen algunos gobiernos: se asume que los ciudadanos tienden a evadir el pago de impuestos, por lo que el gobierno, para compensar, cobra altas cuotas y en consecuencia…

En los conflictos interpersonales se trata de la puesta en escena de dos profecías que se autocumplen: mientras un miembro de una pareja afirma que el otro lo acosa con preguntas y por eso él calla, el otro sostiene que le pregunta porque de otro modo el nunca dice nada… así, los dos modos de conducta, que subjetivamente se consideran como reacción a la conducta del otro, provocan precisamente esa conducta en el otro, y justifican «por eso» su propia conducta.

 

El comportamiento es una analogía convertida en acción.

 

En cierta enciclopedia china está escrito que los animales se dividen en

(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados,

(c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos,

(g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación,

(i) que se agitan como locos,

 (j) innumerables,

(k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello,

(l) etcétera,

(m) que acaban de romper el jarrón,

(n) que de lejos parecen moscas.

J.L. Borges, citado en Las palabras y las Cosas de Foucault (1a ed. 1966)

El conocimiento científico busca la formulación de un orden de clasificaciones organizado según categorías claras y distintas que permite la identificación de los individuos con las especies y el establecimiento de una jerarquía, asentando en el silogismo categórico la lógica de pertenencia de los particulares a los universales. Gregory Bateson (1904-1980) sostiene que, en lo que respecta al comportamiento, el establecimiento de analogías es el recurso que utiliza la mente para la creación de significados y la motivación de la acción. En este sentido, afirma, la metáfora no es sólo bonita poesía, sino la urdimbre misma de lo cotidiano. Al silogismo categórico opone el silogismo de la hierba, que se compone de la siguiente manera: «La hierba perece, los hombres perecen, por lo tanto, los hombres son hierba».

En este contexto, la metáfora implica el establecimiento (no necesariamente consciente) de una relación entre términos distintos y cuya traducción al orden lingüístico-racional se obtiene utilizando el enunciado «como si» para decodificar el significado (es «como si» los hombres, al perecer, fueran hierba). O bien, en una expresión más clara:

 …al recorrer Inglaterra, las tropas de Cromwell iban rompiendo narices, cabezas y órganos genitales de las estatuas que encontraban en las iglesias. No hay duda de que ellos estaban haciendo su propia poesía (horrible) con sus actos de vandalismo al destrozar las estatuas como si fuesen reales (Bateson, 1989: 67).

Así, en otro ejemplo, en la llamada «guerra de los sexos», o en la versión más aséptica y políticamente correcta de «la perspectiva de género», los hombres y las mujeres nos comportamos frente al otro como si fuera nuestro enemigo y adoptamos una actitud beligerante, agresiva o defensiva, que provoca en ese otro una acción igual y en sentido opuesto. Pongamos el caso reciente de los gobiernos que dicen reaccionar a la amenaza de un enemigo global –invisible hasta entonces–, y atacan a quienes, en su defensa, comienzan a manifestarse, efectivamente, como enemigos mortales. A partir de ahí, por analogía, ante cualquiera que tenga rasgos semejantes a quienes han sido clasificados como enemigos, reaccionaremos como si fueran nuestro enemigo. O a la inversa, cualquiera que se parezca a nuestro amigo provocará en nosotros un acercamiento amistoso y, en consecuencia, lo más probable es que él se comporte con nosotros de la misma manera. Todo es cuestión de cómo se define el contexto; en este sentido, la dinámica de la vida social pudo ser comprendida tomando como referencia el teatro (Goffman, 2006).


O no

Sólo conocemos cuando nos equivocamos, afirma von Glasersfeld (1994) ya que a diferencia de lo que sostiene el «realismo metafísico», que supone que un conocimiento es verdadero mientras encaja con la realidad, el mundo se manifiesta ante nosotros sólo cuando las ideas que tenemos acerca de él se resquebrajan, del mismo modo que el otrosólo surge como otro ante nosotros cuando se muestra distinto a lo que según nuestros deseos o expectativas habíamos asumido que era. Es por ello que el gran dolor, el mayor sufrimiento, dice Jacques Lacan (1998), es provocado cuando el otro aparece como otro; y el horror, añadiríamos, cuando el otro se convierte en Lo Otro. Pero más allá de eso, de acuerdo con von Glasersfeld, en el universo construido bajo nuestras propias percepciones, la única posibilidad que existe para que haya un nuevo conocimiento (una reinterpretación) es que exista algún evento que choque que nos obligue a salir de la jaula de nuestras interpretaciones. En este sentido, afirma, nos asemejamos al capitán de navío que una noche se ve obligado a pasar en medio de dos riscos y, al no chocar, supone conocer la ruta. No obstante, lo ignora todo: sólo llegará a conocer el lugar exacto de los riscos cuando choque con ellos.

Aún queda por determinar la verdad contenida en todos estos planteamientos. El punto decisivo está en que al asumir que la realidad es relativa a nuestras acciones y definiciones hay consecuencias de carácter ético. De este modo, afirma Heinz von Foerster (1994), el imperativo estético de esta propuesta es: si quieres conocer, aprende a actuar; y el imperativo ético es: actúa de modo tal que se incremente el número de elecciones. Y así, construimos a partir de la acción conjunta nuestra realidad.



Bibliografía

BATESON, Gregory, Donde los ángeles temen pisar. Buenos Aires, Amorrortu, 1989.

von FOERSTER, Heinz, «Construyendo una realidad», en Paul Watzlawick (comp.), La realidad Inventada. Barcelona, Gedisa, 1994,  pp. 38-56.

von GLASERSFELD, Ernst, «Introducción al contructivismo radical», en Paul Watzlawick (comp.), La realidad Inventada. Barcelona, Gedisa, 1994, pp.30-37.

GARFINKEL, Harold, Estudios en etnometodología. Barcelona, Antropos, 2006.

GOFFMAN, Erving, La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires-Madrid, Amorrortu, 2006.

LAING, R.D., El Yo dividido: un estudio sobre la salud y la enfermedad. México, Fondo de Cultura Económica, 1964.

—————-, Nudos. Barcelona, Marbot Ediciones, 2006.

LYOTARD, Jean François, La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona, Gedisa, 1988.

MARX, Carlos, El capital, Tomo I, México, Siglo XXI, 1977.

MERTON, Robert K., Teoría y estructura sociales. México, Fondo de Cultura Económica, 1964.

PARSONS, Talcott, La estructura de la acción social. Madrid, Guadarrama, 1968.

WATZLAWICK, Paul, Teoría de la comunicación humana. Barcelona, Herder, 1997.

WEBER, Max, Economía y sociedad. México, Fondo de Cultura Económica, 1964.


[1]  Tales trabajos pioneros dan lugar a la nueva teoría de la comunicación, la terapia sistémica y al interaccionismo simbólico, y sientan las bases para el constructivismo radical. Sus principales representantes son Gregory Bateson, Ray Birdwhistell, Don. D. Jackson, Stuart Sigman, Albert Scheflen, Paul Watzlawick, Edward T. Hall y Erving Goffman.

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Giovanna Mazzotti es socióloga nacida en Xalapa, Veracruz. Doctora en Estudios de Organizaciones por la UAM Xochimilco, profesora en la Facultad de Antropología e investigadora en la Universidad Veracruzana. También se la da la poesía: ha publicado los libros El instante de la gracia(2002) y Antes de que no sea cierto (2008).


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