El canon occidental 2.0

Por  |  2 Comentarios

Harold Bloom es probablemente el artífice más influyente y controversial de un canon literario –el denominado «canon occidental». En este artículo, Ana Laura Magis cuestiona las tesis centrales de Bloom a partir de una revalorización de William Shakespeare y Margaret Cavendish.

 

 

para Ana Elena González Treviño, maravillosa maestra que me descubrió el mundo de Margaret Cavendish

 

 

 

Ana Laura Magis Weinberg

 

«Poseemos el canon porque somos mortales y nuestro tiempo es limitado. Cada día nuestra vida se acorta y hay más cosas que leer», dice Harold Bloom en su famosísimo El canon occidental (página 40). «Canon» viene del latín, y éste del griego, y tiene que ver con «caña»: vara, recto, regla. Comparte la connotación de ortos en «ortodoxo», es decir, lo que se hace, lo que está bien. Y nos podemos quejar mucho, cuestionar más, pero el hecho es que el canon tiene un sentido. «Canon» se refiere a la lista de grandes obras. Y, como dice Bloom, es necesario: hay tantas cosas allá afuera que sin una guía no llegamos a nada.

Bloom define el canon literario como aquello que es digno de una relectura y lo llama «literatura inmortal». El canon parece así una cosa útil y noble, y quizá sea extraño que algunas personas no crean en el canon. Más bien, creen en la utilidad de tener uno, pero no en cómo se hizo o qué contiene.

Bloom es sin duda un buen lector que ha leído más que la mayoría de nosotros juntos, y se dedica a hacer una crítica literaria de divulgación. Y voy a declarar abiertamente que no lo quiero. Más allá de que lee a Shakespeare como novela y no como teatro, mi problema con Bloom vino cuando leí El canon occidental en una clase. El texto es una recopilación que Bloom hace de las grandes obras literarias de occidente. Dedica algunos capítulos a los que él considera los cimientos de la literatura (Dante, Shakespeare, Tolstoi, Goethe), y al final da una lista de 323 autores, ordenados por países y épocas. El problema son los capítulos que abren y cierran la obra, donde Bloom hace una justificación de su lista.

Harold Bloom es un hombre blanco heterosexual del país más poderoso del mundo, y pertenece a un grupo que yo prefiero definir como «nunca te han discriminado». Y el problema con las personas de este grupo es que creen que ellos están bien, y sólo ellos, pues en cuanto alguien se queja se sienten atacados. Y eso sucede en El canon occidental, pues Bloom dice que las personas que no estén de acuerdo con su lista están «resentidos del valor estético», que intentan «mitigar una culpa desplazada» (27); es decir, creemos que la literatura sirve para resolver problemas que no tienen nada que ver con ella y si queremos cambiar su lista somos unos llorones que no sabemos distinguir lo bueno de lo malo.

El canon no es una lista subjetiva, pues no lo hace alguien sino que se forma sola. Dante es canónico no porque alguien le haya dado una medalla, sino porque en los setecientos años que tiene su obra nunca se ha dejado de leer. La comedia es una obra fundamental cuyos temas llegan a nuestros días y sigue conmoviendo a los lectores. Y como Dante hay muchos más –Shakespeare, Cervantes, Goethe–. Parte del chiste del canon es que nadie puede declarar que uno u otro son canónicos: las obras tienen que pasar solas la prueba del tiempo. Bloom aclara (y creo que con razón) que no son ni los lectores ni los críticos los que definen el canon, sino que son los escritores los que «determinan los cánones, tendiendo puentes entre poderosos precursores y poderosos sucesores» (530). El canon, entonces, está hecho de obras que se mantienen vivas porque alimentan y se alimentan de otras.

Y aunque el canon no es una lista subjetiva, sería erróneo pensar, como Bloom, que el canon es objetivo. Sólo hace falta asomarse a la lista que propone para darse cuenta de que en ella no opera solamente la calidad literaria. Casi la mitad de las obras son de Inglaterra (país que dominó la mitad del mundo durante trescientos años); casi todos los autores son hombres, y todos blancos: de los 323 autores, sólo veinte son mujeres.

No quiero decir que Cervantes es menos bueno de lo que todos dicen: no cabe duda de que los autores canónicos son grandes genios. El problema es lo que dice Bloom: sólo ellos son buenos. Su razonamiento es que el canon opera por selección natural y que por lo tanto lo que está fuera merece estarlo. Dice que «toda poderosa originalidad literaria se convierte en canónica» (35), sugiriendo que el canon se forma solo.

 

Y ahora contaré el cuento de Margaret Cavendish. Ella era una mujer noble del siglo xvii, cuando estaba de moda la literatura de viajes. Escribió una novela corta llamada The Blazing World, tan original que se considera una de las primeras obras de ciencia ficción, donde una mujer viaja a otro planeta poblado de animales y se vuelve su emperatriz. Sin duda estarán más familiarizados con dos de sus contemporáneos: Daniel Defoe y Jonathan Swift (o sus personajes Robinson Crusoe y Gúliver). Ambas son grandes novelas, pero no creo que sean mejores que The Blazing World. Las tres obras exploran temáticas similares, y las tres son buenas. Tampoco se puede defender diciendo que Cavendish no está en el canon porque sólo hay lugar para un náufrago.

La verdadera diferencia entre Cavendish y Swift y Defoe es que ella es mujer. Y la realidad es que los textos escritos por mujeres circulan menos que los escritos por hombres. Si no circulan no se convierten en canon, así de fácil, y esto no tiene nada que ver con la calidad de su obra.

 

Podemos revisar también la historia del gran héroe bloomiano, ese dramaturgo que no sabía ni griego ni latín, que salió de la casa de un guantero y no dejó nunca su isla, y que a cuatrocientos cincuenta años de su muerte la gente sigue considerando el mejor escritor de la historia: William Shakespeare.

[Advertencia: a continuación no se presenta una opinión disparatada de la autora, sino la paráfrasis de una conferencia que el gran crítico shakesperiano David Scott Kastan dio en octubre de 2014 en la UNAM, titulada «Who’s Shakespeare / Whose Shakespeare?». La conferencia resume los años de investigación que Kastan ha dedicado al teatro isabelino, y lo aquí planteado se puede encontrar con más detalle en su obra impresa, en particular Remembering Shakespeare. La opinión de Kastan ha sido nutrida por la lectura de literatura postcolonial de la autora, pero nada de lo que aquí se plantea es del todo novedoso.]

Shakespeare no nació siendo Shakespeare; de hecho ni siquiera murió siéndolo. Durante muchos años la gente siguió montando sus obras, pero las «arreglaba», añadiendo personajes, escenas, y finales felices, porque incluso él podía mejorar, y nadie tenía ningún reparo en que fuera el hijo pseudoanaflabeta de un guantero. Sin embargo, en 1805 empezaron a aparecer las primeras «verdades» sobre Shakespeare: no era un hombre de Stratford sino la Reina Isabel, Bacon el filósofo, o un gremio de dramaturgos; estudió en Oxford, viajó a Italia. Y es con estas biografías que Shakespeare se convierte en Shakespeare. ¿Por qué? No se puede explicar sólo desde la literatura; hay que recurrir a la historia: cincuenta años antes, a mediados del siglo xvii, Inglaterra se batía con Francia en la Guerra de los Siete Años, de la que salió como la potencia colonial más grande del mundo. Como parte de la propaganda durante la guerra cada país empezó a enaltecer su cultura, y así nació el pedestal en el que ahora descansa, muy elevado, Shakespeare.

No creo que sea casualidad que esto haya ocurrido en medio de una guerra colonial: cada imperio necesita justificar su superioridad, y en el caso de Inglaterra lo hicieron a través de la religión anglicana («merecemos colonizar África porque estamos salvando sus almas paganas») y sobre todo, la literatura («¡les estamos enseñando inglés! ¡la lengua de Shakespeare!»).

¿Significa que Shakespeare es basura? No. Pero sí que no es un genio que renovó el inglés, o el mejor poeta de amor, y mucho menos el que inventó «lo humano». Shakespeare es un dramaturgo con obras muy buenas, pero también obras flojas. Es un dramaturgo que ha sido usado como propaganda política de un país y ahora de un idioma, y que por condiciones ajenas a su propia producción ha venido a convertirse en sinónimo de «cultura», «calidad» y «genialidad».

Y sin embargo Bloom, previendo ataques, se defendió con la palabra «resentidos». Resentidos a los que señalamos que el canon no está completo, o que tiene obras que no pertenecen, y descarta la posibilidad de que los escritores «inmortales» tengan algo que no sea genialidad y originalidad: «llegan a sugerir que las obras entran a formar parte del canon debido a fructíferas campañas de publicidad y propaganda» (30), como si la literatura no tuviera problemas de moda, demanda y popularidad, como cualquier otro producto.

Y Bloom sirve de justificación para que otras personas (casualmente otros hombres blancos heterosexuales) digan que la literatura postcolonial es mala, que la teoría feminista es una moda, o que la gente que defiende un cambio en el paradigma los estamos marginalizando (una vez me dijeron «¡ahora tenemos que forrar los libros para que no nos ataquen!», cosa que yo jamás he visto que suceda). El propio Bloom dice que las escuelas del Resentimiento «creen que los estudios literarios deberían ser una cruzada abierta en favor del cambio social» (534), y que por ver a los textos con especial énfasis en el contexto en el que fueron escritos les quitamos todo su valor estético, y que incluso se lo quitaremos a grandes genios como Shakespeare.

Estar en contra de Harold Bloom y su canon no es salir a quemar a Jonathan Swift para hacerle espacio a Margaret Cavendish; es entender que las razones por las que leemos Los viajes de Gúliver van más allá de la calidad y originalidad de la novela. No tiene nada de malo leer a Swift, ni siquiera tiene nada de malo sólo leer a Swift. El problema es creer que Swift es el único gran autor, y que Cavendish es mala sin siquiera leerla ni entender los procesos por los que su novela cayó en el olvido hasta que la rescató la resentida crítica feminista. No es una disyuntiva: (Swift o Cavendish) sino una conjunción (Swift y además Cavendish). Y sobre todo, es darse cuenta de que «el filtro de la historia» no es perfecto, que en la literatura operan más cosas que las letras, y que no siempre ganan los mejores.

 

 

Harold Bloom. El canon occidental. Damián Alou, traductor. Barcelona: Editorial Anagrama, 1995

 

*

NOTA: A continuación presento una hoja de cálculo que hice con la lista canónica de Bloom. Para ahorrarme trabajo utilicé la lista que la Universidad de Adelaide (Australia) subió a Internet, y me dediqué a clasificar esta lista (que ya estaba hecha por países y épocas) en géneros, para poder apreciar la distinción que hay entre hombres y mujeres. Noté que a pesar de la confianza que inspira la fuente, había faltas de ortografía en los nombres de los autores. También noté algunas discrepancias entre la lista de El canon occidental impreso por Anagrama y ésta (por ejemplo, el libro sólo nombra a dos de las hermanas Brontë mientras que la página de internet incluye a las tres).

La discrepancia más importante, sin embargo, es que la lista de la Universidad de Adelaide incluye la «época caótica», pero no mencionan de dónde la tomaron, ya que en la versión impresa esta última no aparece. Yo considero que no puede ser canónico algo escrito en los últimos cien años, pues no ha pasado el filtro de la historia. Incluí esta sección de la lista en la hoja de cálculo, pero no la tomé en cuenta para hacer las comparaciones de cifras entre hombres y mujeres, o el porcentaje que ocupa la literatura inglesa.

Pude haberme equivocado y poner a alguna mujer en la columna de los hombres, o pasar de largo algún error ortográfico. Agradecería que me hagan saber cualquier error en la lista.

 

El canon occidental. Lista descargable

 

 

 

 

___________________

Ana Laura Magis Weinberg es una lectora, escritora y traductora que no se puede concentrar mucho tiempo en un solo proyecto. Actualmente está enamorada de E. E. Cummings, Vishal Bhardwaj, Belisario (no Domínguez), Thomas Cromwell, Netflix y la India.

 

Revista de crítica, creación y divulgación de la ciencia

2 comentarios

  1. F

    octubre 13, 2016 at 9:28 am

    Al menos que Bloom hable todos los idiomas de esos 300 autores y los haya leído en su idioma original… Considero que las traducciones son válidas si se quiere disfrutar de la lectura, pero para hacer una crítica literaria y decir “éste me parece un buen o mal autor” no podes basarte en una traducción por más buena que sea. Lo veo ridículo.

    Por eso y entre otras razones desconfío totalmente de las grandes listas elaboradas por una única persona siguiendo su propio criterio, sea Bloom o el vecino. Terminan siendo listas sesgadas no solo por los libros de tu región, cultura o género literario, si no porque obviamente nunca va a incluir a los libros que no leíste.

  2. Luis Antonio

    abril 20, 2015 at 12:44 pm

    excelente análisis!! Felicidades!

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *