El cibersexo como ejercicio autopornográfico

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La sexualidad y el erotismo han tomado insospechados rumbos gracias a las nuevas tecnologías de la información. En este ensayo, Marisol Salanova arroja luz sobre el mundo del cibersexo y demuestra que la fusión de lo erótico, el internet, la webcam y los chats, además de convertirnos en potenciales creadores de pornografía propia, es una forma de saltar las fronteras del deseo.

 

Marisol Salanova

En septiembre de 2010 el artista visual Joan Fontcuberta presentó un trabajo que pretendía dar cuenta del impacto de Internet en la fotografía. La muestra llevaba por título «A través del espejo» y reunía distintas fotografías, además de una videoinstalación que proyectaba 2 mil 250 instantáneas a través de 15 proyectores sobre las paredes en la galería Àngels Barcelona. Todas las fotografías que forman parte de aquel proyecto son anónimas y han sido recogidas de Internet; son lo que el artista llama «reflectogramas», es decir, autorretratos realizados frente a superficies reflectantes.

La antropología de la imagen es un terreno sobre el cual Fontcuberta ha trabajado en profundidad. Dicha muestra lo inspiró para publicar el libro A través del espejo (Oficina de arte y ediciones, 2010) donde incide en aspectos como la pérdida de la idea de perdurabilidad en la foto, que ha pasado de ser el elemento que preservaba la vivencia a convertirse en la vivencia en sí misma. O el fenómeno de la secularización total de la imagen, pues ésta ya no está en manos de unos cuantos, sino que ahora casi cualquiera puede llevar en el bolsillo un artefacto que haga fotos. Pero hay más: estas instantáneas son difundidas en Internet, de modo que se produce una exposición de lo privado y la fotografía pasa a ser un instrumento para construir identidades. Y, a juzgar por las imágenes recogidas en el proyecto de Fontcuberta (algunas de sexo explícito, otras con poses sugerentes), muchos de los autorretratos en la red tienen relación directa o indirecta con la práctica del cibersexo o la pornografía amateur.

El siguiente artículo plantea una reflexión en torno al hecho de que durante el cibersexo las personas implicadas producen autorretratos sexualizados a través de una webcam que fragmenta su cuerpos. Algunas de las ideas aquí expresadas formaron parte de una conferencia sobre seguridad informática y cibersexo en el congreso RootedCON (Madrid, 5 de marzo de 2011) y un taller didáctico sobre sexualidades virtuales impartido en la Universidad de Brighton a propósito de la 5th Annual Brighton and Sussex Sexualities Network Conference (Brighton, 15 de septiembre de 2011).

 

***

Por el momento no hay unanimidad de criterios al intentar definir el término «cibersexo». Según la Wikipedia (enciclopedia online gratis, libre y de fácil acceso) se trata de «una forma de sexo virtual en el cual dos o más personas conectadas a través de una red informática se mandan mensajes sexualmente explícitos que describen una experiencia sexual. Es un tipo de juego de roles en el cual los participantes fingen que están teniendo relaciones sexuales, describen sus acciones y responden a los mensajes de los demás participantes con el fin de estimular sus deseos y fantasías». Esta definición que se encuentra colgada en Wikipedia no resulta del todo acertada puesto que tiene cierto tono despectivo, en tanto que refiere las posibles prácticas sexuales como irreales, como algo fingido, restándoles la importancia que tienen.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) la sexualidad es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de toda su vida. Ésta abarca el sexo, las identidades de género, el erotismo, la intimidad, el placer, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, actitudes, valores, conductas, prácticas y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, sin embargo, no todas ellas se viven o se expresan siempre, ya que aquélla está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos y religiosos. Como modo de relacionarse, la sexualidad no puede sino explorar las posibilidades que le abre el mundo de la tecnología.

Según Daniel C. Tsang, teórico sobre política sexual, ciencias sociales y nuevos medios en la Universidad de California Irvine, conforme la humanidad crea nuevas invenciones las personas encuentran formas de erotizar la nueva tecnología[1]. El hecho de que en Internet sea posible ocultar la identidad, alterarla o diversificarla, puede tener un gran impacto en las expresiones sexuales. La sensación de libertad crece a la par que el deseo de experimentar, y el cuerpo puede ocultarse y/o exhibirse en la medida que uno quiera o bien, apropiarse de prolongaciones (desde el ratón que mueve el cursor hacia activar la webcam, hasta el juguete sexual que pudiera intervenir).

Así pues, el cibersexo no tiene tanto que ver con fingir sino con traspasar fronteras por parte del deseo. Fronteras sobre todo físicas, geográficas. No es un mero consuelo, ni una perversión o el reflejo de un aislamiento social. Tampoco implica necesariamente cierta promiscuidad, ya que muchas parejas formales hacen uso de estas prácticas cuando se encuentran lejos, por cualquier motivo, y echan de menos el contacto físico del uno con el otro o el nexo íntimo que se crea durante la expresión de pensamientos eróticos compartidos en charlas privadas.

Los primeros registros de usos acerca de sencillos programas de chat multiusuario se remontan a los años ochenta. Hay que tener en cuenta que el nacimiento del IRC (Internet Relay Chat) está fechado en 1988, con lo cual las charlas online son relativamente recientes y han evolucinado a una velocidad vertiginosa. El propio creador del IRC, Jarkko Oikarinen, admite que nunca pensó en él como un foro global de charla cuando lo estaba desarrollando. Oikarinen se había inspirado en Bitnet Relay Chat, el cual operaba en la red de Bitnet, una antigua red internacional de ordenadores de centros docentes y de investigación, que ofrecía servicios interactivos de correo electrónico y de transferencia de ficheros utilizando un protocolo de almacenaje y envío basado en los protocolos Network Job Entry de IBM. Se conectaba a Internet a través de una pasarela de correo electrónico.

Tras los primeros chats, tan rudimentarios, llegaron las aplicaciones de mensajería instantánea tipo Messenger. El chat se convirtió entonces en la antesala, donde uno conocía gente nueva que luego podía pasar de la conversación privada dentro del chat a la aparente privacidad total del programa de mensajería instantánea que poco a poco se iba sofisticando. Del sexo telefónico al sexo casi radiofónico de la mano del Messenger y similares con intercambio de sonido, para pasar más tarde al intercambio de imágenes a través de webcam; la condición: registar datos en el sistema de mensajería, mínimo con una dirección de correo electrónico válida. Esto último ha sido finalmente prescindible.

Hoy en día, lo único que se necesita para acceder a una sala de chat es conocer el URL o dirección de la misma. Los rastros que deja un usuario de chat son, en cierto grado, menores. Surge el Chatroulette como una forma de tratar con gente de cualquier parte del mundo en tiempo real y sin intercambio de datos personales más allá de los que uno quiera facilitar durante la charla. Para entrar en el Chatroulette uno accede a una web en la que se le advierte que puede ser grabado si acepta enviar y recibir imágenes desde su webcam. Al indicar «pulsando “Intro”» se comprende que se aceptan las condiciones y se inicia una videoconferencia para la cual se han de buscar interlocutores. Cada interlocutor puede mantenerse al otro lado tanto como ambas partes quieran; siempre existe la posibilidad de apretar el botón «Next», situado bajo la imagen del otro recibida en tiempo real, y pasar a buscar una nueva persona (o grupo de personas) con la(s) que tratar.

Es frecuente que al buscar un nuevo interlocutor lo que aparezca en la pantalla sea parte de un cuerpo –identidad fragmentada– pretendiendo ocultar el rostro (pues hay quien sólo se muestra de barbilla para abajo) o enaltecer un miembro concreto, explicitando con ese gesto qué tipo de conversación se busca, a saber: quien muestre un primer plano de sus genitales es obvio que busca mantener una charla sexual y, quizás, algo de sexo virtual. No toda conversación que derive en cibersexo dentro de Chatroulette es siempre tan directa o tiene comienzos bruscos, ni todo aquel que se conecta a dicho chat busca sexo, si bien es cierto que el uso de Chatroulette para la práctica del cibersexo se ha popularizado últimamente, al igual que los trucos en torno a su página, como localizar, a partir del IP, en el globo terráqueo, el lugar aproximado desde donde nos habla la persona con la que hemos conectado.

En cualquier caso, las relaciones sexuales esporádicas que se dan a través de Chatroulette suelen ser anónimas. La intimidad revelada es un componente fundamental de las posibilidades excitantes del porno. Andrés Barba, coautor de La ceremonia del porno (premio Anagrama de ensayo) dice que el sueño imposible de la contemplación de lo que no puede contemplarse sin desaparecer o desvirtuarse está probablemente en el corazón de la experiencia pornográfica[2]. La explicitud excita y crea tendencia; al fin y al cabo, ¿no queda claro que el cibersexo ya es un paso firme –anónimo o no– hacia la generación y difusión de pornografía propia?

Parece que el anonimato otorga una sensación de control sobre el contenido, el tono y los giros que pueda tomar la experiencia sexual virtual. El sujeto anónimo puede expresar sus fantasías sin miedo a ser rechazado ya que, si no recibe por parte del otro sujeto la reacción esperada, sólo tiene que desconectar y bucear por la red en busca de otra(s) persona(s) más acorde(s).

El anonimato protege, de algún modo, a aquellos sujetos tímidos, vergonzosos, inseguros, débiles, curiosos o dubitativos. También permite expresar y llevar a cabo  fantasías que, por encontrarse en alguno de los estados anteriormente citados, no se atreva a confesar ante la pareja o posibles parejas en persona. El anonimato puede ser, por lo tanto, excitante y liberador, pero no deja de ser una complicación y un foco de peligro en tanto que da cabida a una serie de inconvenientes tales como el acoso u hostigamiento online (ciberbullying) con impunidad por no poder saber la identidad del que causa los daños.

No obstante, el anonimato no es buscado por todo aquel que se disponga a practicar cibersexo, ni mucho menos, pues normalmente lo que se pretende es recibir la mayor información posible –o siquiera la más relevante– para representarse al otro con todo detalle capaz de provocar estímulo sexual. Es por esto que la cámara, esa ventana al otro, la webcam, se ha vuelto imprescindible en el ámbito del cibersexo. De acuerdo con Javier Moreno:

La miniaturización y economización de esta cámara enfocada a la absorción rápida de imágenes digitales por parte del ordenador ha favorecido el desarrollo de una nueva fotografía amateur puesta al servicio público de la (auto) representación de identidades. Ya no hacen falta costosos equipos o un fotógrafo que, a modo de espejo lacaniano, nos devuelva la imagen. En un orden de antagonismos sexuales, la webcam (y por extensión la cámara digital doméstica y la cámara del móvil) se ha puesto al servicio de la visibilización de cuerpos y sexualidades disidentes[3].

La cámara hace accesible al usuario, en primer lugar, una imagen pornográfica autoproducida, un autoretrato para su propia erotización (la del cuerpo de uno mismo, del propio usuario) y para proyectarla al mundo. Según describe Javier Moreno en un interesante artículo titulado «Ciberproducción de placeres y masculinidades adolescentes en la red», la rudimentaria lente de una webcam imposibilita la captación de amplias perspectivas, lo cual favorece que su utilización sea relegada al retrato y la superlación de detalles (generalmente genitales). Habitualmente estas cámaras tienen una calidad aproximada de 1.5 megapixeles y esto impide una reproducción nítida de la imagen en detrimento del aspecto sucio que finalmente identifica a la imagen amateur electrónica.

El hecho de que las cámaras endoscópicas nos permitan contemplar el interior del cuerpo ha sido explorado en las artes plásticas por la artista Mona Hatoum, cuya instalación Corps Étranger incluye una grabación a través del tracto digestivo. La webcam tiene un punto en común con ese tipo de ángulo, ya que ésta promueve la autoexploración del cuerpo, en definitiva, aunque de forma selectiva y muy diferente al modo en que retratan las cámaras convencionales. Javier Moreno apunta al respecto que la imagen del usuario sosteniendo o enfocando la webcam hacia el punto de su cuerpo que quiere mostrar es muy significativa. «Es característico reseñar cómo este tipo de enfoques han sido ampliamente desarrollados por los grupos adolescentes emo o visual, de ascendencia ciberpunk, hasta tal punto que la (auto) representación webgráfica (que puede ir desde la delicada escenificación masturbatoria a un avatar virtual), se ha instaurado como parte imprescindible de su identidad (corpórea) colectiva»[4].

La webcam actúa como filtro porque nos proporciona una imagen del otro pero sólo la imagen que él quiere transmitirnos. Del mismo modo, nosotros, si no nos encontramos bajo ninguna coacción, proporcionamos la imagen que queremos dar, enfocamos adonde nos apetezca. Pero ese simple gesto, tan sugerente, también puede convertirse en una obligación o un trabajo remunerado: existen cantidad de ofertas para trabajar con la webcam ofreciendo cibersexo a otros usuarios de Internet, así como anuncios automáticos de personas que se supone se encuentran en nuestra misma ciudad, con la cámara conectada y a la espera de ser vistos, mostrando ya sus cuerpos automatizados en un pequeño banner. Publicidad engañosa y todo tipo de tácticas son empleadas con fines lucrativos para que usuarios ávidos de sexo consuman webs de pago o acaben proporcionando datos privados. Incluso en los chats vía SMS existen BOTS[5] que hacen creer que se está manteniendo una conversación con otro ser humano, presuntamente con los mismos intereses, cuando sólo se trata de un programa que genera gastos y falsas esperanzas al usuario.

Existe un sistema mediante el cual la práctica del cibersexo se relaciona directamente con la prostitución, su nombre es Big Sister. Éste, a menudo simplificado erróneamente como «un Gran Hermano porno», es un laboratorio de desnudeces, venta de imagen y sexo gratuito para los clientes presenciales. Se trata de un prostíbulo ubicado estrategicamente en Praga (donde la prostitución es legal, incluso hay un aeropuerto que asegura el libre flujo del turismo sexual), que se caracteriza por retransmitir en directo por Internet lo que ahí dentro sucede. De hecho, las personas que quieren mantener relaciones sexuales allí tienen que firmar un contrato asegurando que están de acuerdo con ser grabadas e incluso con interactuar con los internautas, ya que los espectadores –previo pago con tarjeta de crédito a través de la página web de la empresa– pueden realizar peticiones y ver proyectadas sus fantasías en una suerte de avatares humanos a distancia que no dudan en mostrarse al natural sin preocuparles la comercialización de su imagen, a cambio de recibir servicios sexuales gratuitos.

La fotógrafa Hana Jakrlova escribió en la revista de arte Exit: «Como un reflejo extremo de nuestra relación con Internet, Big Sister muestra la delgada línea entre la realidad virtual y la real»[6]. Aunque no está clara la dicotomía virtual/real que expresa –no quiero entrar en ese tema ahora– llama la atención el hecho de que esos sujetos agentes del coito en directo teledirigido por un internauta actúan como podría hacerlo un avatar de un metaverso virtual a lo Second Life.

En la pornografía actual se da una fuerte tendencia hacia el directo y lo amateur, sin importar tanto la distancia física. Probablemente esta tendencia se encuentre retroalimentada por Internet, como sugería Jakrlova. Big Sister perdura, recibe miles de visitas, y los vídeos porno más vistos en cualquier portal de pornografía gratuita son los catalogados como amateur o que reunen características que hacen pensar que son vídeos caseros (muchos intencionadamente mal grabados, aunque en realidad se trate de actores profesionales, es decir; abundan los falsos amateur).

Lo pornográfico hoy tiene relación directa con inmiscuirse en lo ajeno, más allá de la genitalidad, y es por esto que se presenta difícil acabar con los intentos de apropiación de imágenes, vídeos, información privada. Los caminos de la legislación pornográfica, desde bien entrado el siglo pasado, se han empeñado en definir lo pornográfico por lo que la imagen muestra, golpeándose constantemente contra ese techo de cristal. Para delimitar el porno –dice Andrés Barba– hay que salir del porno, «ponerlo en relación con alguna otra idea si se quiere avanzar en su comprensión. En este punto, aficionados, analistas de uno y otro signo y hasta legisladores parecen estar de acuerdo con Bataille: el erotismo es cuestión de perspectiva. O con Steven Marcus, que analizaba en The Other Victorians (1974) la prosperidad de la producción y el consumo de material pornográfico en el corazón mismo de una sociedad sexualmente represiva y afirmaba que la pornografía caracteriza un punto de vista, no una cosa»[7].

Según comenta Beatriz Preciado en su libro Testo Yonqui: la industria pornográfica es hoy un gran motor impulsor de la economía informática; existen más de millón y medio de páginas para adultos accesibles desde cualquier lugar del mundo. «Desde los 16 mil millones de dólares anuales de beneficios de la industria del sexo, una buena parte proviene de los portales porno de Internet. […] Es cierto que los portales porno siguen estando en su mayoría bajo el dominio de multinacionales (Play-Boy, Hot Video, Dorcel, Hustler, etcétera), el mercado emergente del porno en Internet surge de los portales amateurs»[8].

Las experiencias sexuales que se pueden buscar a través de Internet son muchas y no siempre requieren reciprocidad activa o inmediata. Según comenta Jean Baudrillard, –sociólogo por antonomasia de la era postmarxista– en Las estrategias fatales, la profunda fantasía del amor físico y mental no es la posesión, sino la metamorfosis, la transfiguración sexual. «Todas las copulaciones sólo tienden a eso: tocar el otro sexo como adversidad, integrarlo por adivinación. Ilusión imposible que se consume en poseerlas a todas, continuamente»[9]. Y, siguiendo a Foucault en su Metafísica del poder, se deduce que a través de Internet no se escapa a la potencia política del cuerpo[10].

Comenzar un intercambio online de imágenes propias con un desconocido al que se quiere seducir, a través del cual se pretende obtener cierto placer, es, en alguna medida, intentar poseerlo, a él o al momento; aferrarse a una situación gratificante que nos hace sentir satisfechos, sin pensar, en principio, de dónde viene ese material gráfico que estamos recibiendo a cambio del nuestro. Pero no todo el mundo es sincero ni desinteresado. Muchos son los casos de robo de identidad vía Internet que implican el uso de imágenes ajenas para fines lucrativos.

Ahora bien, no pretende éste ser un discurso maniqueo. El cibersexo no es todo peligro e inseguridad. Una de las bondades de sus prácticas es precisamente que excluye todo riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. Además, permite llegar hasta el final, obtener el orgasmo rápido y que ambas partes participantes queden satisfechas sin temor a embarazos no deseados. Podemos autorretratarnos de la forma más atractiva, adoptar poses nuevas, experimentar roles que no estamos seguros de si nos gustarían en otro ambiente, y abandonarlos en el momento en que no nos produzcan placer sin tener que exponernos a malentendidos que pongan en peligro nuestra integridad física.

Quizás al conectar la webcam nuestra imagen se exponga a ser manipulada y difundida sin nuestro consentimiento, pasando a formar parte de un torrente de imágenes pornográficas cuyo rumbo es casi impredecible. Pero la intimidad –que viene del latín intimus, superlativo de interior– consiste  precisamente en el ejercicio de la libertad para darse a conocer en la medida en que uno quiera, aunque muchos piensen a menudo la intimidad en términos de privacidad individualista, confundiéndola con sus condiciones externas y su manifestación social. Supeditar la intimidad a la privacidad mediante un pudor excesivamente rígido puede llevar al empobrecimiento de nuestras experiencias y la coartación de libertades[11].

Esta revolución tecnológica que vivimos y que va construyendo una identidad tecnológica nueva, en donde se reemplazan e instauran nuevos códigos y nuevas formas de interpretar el conocimiento tecnológico, establece una forma distinta de construcción social de la realidad y de objetivar y legitimar las prácticas sociales actuales[12]. Autores como McLuhan ya intuían en los años cincuenta que las tecnologías de la comunicación funcionaban como extensiones del cuerpo humano. Para Beatriz Preciado, el cuerpo individual funciona como una extensión de las tecnologías globales de comunicación. «Las figuras del cyborg, así como la semilla, el chip, el cerebro y el ecosistema, descienden de implosiones de sujetos y objetos, de lo natural y lo artificial»[13].

Podría concluirse que «el ser humano no tiene, propiamente hablando, un cuerpo, porque es más bien un cuerpo –su propio cuerpo–. Dicho de un modo a la vez general y trivial: el hombre es un modo de ser un cuerpo […]. Así, si el hombre se distingue de otros seres biológicos no es porque, a diferencia de ellos, posea alguna realidad además del cuerpo: es por el modo como el cuerpo, su propio cuerpo, es y funciona»[14]. Pero se trata de atender al cuerpo de un modo nuevo, asumiendo la tecnología como extensión del mismo, cuestión que ilustran perfectamente las fotografías que plagan los perfiles de usuarios de redes sociales y chats sosteniendo la webcam alejada del cuerpo lo máximo posible y enfocada hacia uno mismo de modo que se aprecia el hecho de que el objetivo se encuentra unido, por un lado, al cuerpo, y, por otro, al ordenador que conecta con la red infinita.

 

NOTAS


[1] Tsang, D. «Notes on Queer´N Asian Virtual Sex», en David Bell y Barbara Kennedy (eds.) The Cybercultures Reader, Routledge, EUA, 2000, pág. 432.

[2] Cf. Barba, A. «Porno como ceremonia y lugar», en Revista Exit, número 29, Madrid, 2008.

[3] Moreno, J. «Ciberproducción de placeres y masculinidades adolescentes en la red», en El cuerpo creado. Representaciones del cuerpo en la contemporaneidad, Museo de la Universidad de Alicante (MUA), 2010, pág. 48.

[4] Ibid., pág. 49.

[5] Un bot (abreviatura de robot) es un programa informático que realiza funciones muy diversas, imitando el comportamiento de un ser humano.

[6] Jakrlova, H. «Big Sister», en Revista Exit, número 29, Madrid, 2008, pág. 112.

[7] Barba, A. «Porno como ceremonia y lugar», en Revista Exit, número 29, Madrid, 2008, pág. 84.

[8] Preciado, B. Testo Yonqui, Espasa-Calpe, Madrid, 2008, pág. 35.

[9] Baudrillard, J. Las estrategias fatales, Anagrama, Barcelona, 2000, pág. 138.

[10] Foucault, M. «Las relaciones de poder penetran en los cuerpos», en Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1987.

[11] Cf. Yepes Strork, R. «La persona y su intimidad», en Cuadernos de Anuario Filosófico, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra S.A., Pamplona, 1998.

[12] Cf. Salanova, M. «Cibercultura, postmodernismo e identidad tecnológica», en el  IV Congreso del Observatorio para la Cibersociedad «Conocimiento abierto, sociedad libre». Documento online, 12 de noviembre-29 de diciembre de 2009.

[13] Haraway, D. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 199, pág. 29.

[14] Ferrater Mora, J. El ser y la muerte, Planeta, Barcelona, 1979, pág. 108.

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Marisol Salanova. Filósofa, crítica de arte y comisaria independiente, investiga en torno al postporno y lo queer para su tesis doctoral. Ha impartido talleres y seminarios en la Universidad de Oxford y la Universidad de Brighton, además de trabajar para varios centros internacionales de arte contemporáneo.

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