Tres poemas de Ocean Vuong

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Rompe hogares

 

Y así fue como bailamos: arrastrando los vestidos

blancos de nuestras madres, agosto

 

volvía nuestras manos rojo oscuro. Y así amamos:

medio litro de vodka y una tarde en el desván, tus dedos

 

acariciando mi pelo; mi pelo un incendio.

Nos cubríamos los oídos y los arranques de tu padre

 

se convertían en latidos. Cuando nuestros labios se tocaron el día se cerró

como un ataúd. En el museo del corazón

 

dos personas sin cabeza construyen una casa en llamas.

La escopeta siempre estuvo sobre la chimenea.

 

Siempre hay tiempo para matar, sólo para rogarle a un dios

que lo devuelva. Si el desván no, el coche. Si el coche no,

 

el sueño. Si el chico no, su ropa. Si vivo no,

cuelga el teléfono. Porque el año es una distancia

 

que hemos recorrido en círculos. Es decir: así

bailamos: a solas en cuerpos dormidos. Es decir:

 

así nos amamos: en la lengua un cuchillo que se vuelve

una lengua.

 

 

*

 

Algún día amaré a Ocean Vuong

 

A partir de Frank O’Hara y Roger Reeves

 

Ocean, no tengas miedo.

El final del camino está tan adelante

que ya lo dejamos atrás.

No te preocupes. Tu padre sólo es tu padre

hasta que alguno de los dos lo olvide. Así como tu columna

no recordará sus alas

sin importar cuántas veces

se doblen tus rodillas. Ocean,

¿me escuchas? La parte más hermosa

de tu cuerpo es donde sea

que caiga la sombra de tu madre.

Aquí está la casa con la niñez

reducida a una cerca de alambre rojo.

No te preocupes. Sólo llámala horizonte

y nunca la alcanzarás.

Aquí está hoy. Salta. Te prometo que no es

un bote salvavidas. Aquí esta el hombre

con brazos lo suficientemente amplios para abarcar

tu partida. Y aquí el momento, justo

después de apagar las luces, en el que aún puedes ver

la antorcha débil entre sus piernas.

Cómo la usas una y otra vez

para encontrar tus propias manos.

Pediste una segunda oportunidad

y te han dado una boca donde vaciarte.

No tengas miedo, los disparos

son sólo el sonido de la gente

tratando de vivir un poco más. Ocean. Ocean,

levántate. La parte más hermosa de tu cuerpo

es a dónde se dirige. Y recuerda,

incluso la soledad es tiempo

que pasas con el mundo. Aquí está

el cuarto con todos adentro.

Tus amigos muertos atravesando

tu cuerpo como el aire

las campanas de viento. Aquí un escritorio

con una pata coja y un ladrillo

que la sostiene. Sí, aquí hay un cuarto

tan cálido y sanguíneo

que, te juro, al despertar

vas a creer que estas paredes

son de piel.

 

*

 

Dime algo bueno

 

Estás en el campo minado otra vez.

Alguien que ahora está muerto

 

te dijo que es aquí donde aprenderás

a bailar. Nieve sobre los labios como una cortada

 

con sal, saltas entre tus muertes, negro como la menstruación

de un dios. Tus brazos abren pequeñas heridas

 

en el viento. Eres algo hecho. Y luego

te hicieron sobrevivir, lo cual quiere decir que eres

 

hijo de alguien. Lo cual quiere decir que si abres los ojos habrás vuelto

a esa casa, estarás bajo una cobija estampada con veleros amarillos.

 

El novio de tu madre, su calva anillada de pelo rojo

como un planeta incendiado, se hinca

 

de nuevo junto a tu cama. Olor de whisky y Oreo

molido. La nieve entra por la ventana: cenizas que retornan

 

de una fábula fallida. Su mano con tinta derramada

sobre tu pecho. Y sigues bailando dentro del campo minado

 

sin moverte. Las cortinas aletean. La luz ambarina

bajo la puerta. Su respiración. Su cara azul y húmeda: la tierra

 

girando en la órbita de nadie. Y tú quieres que alguien diga Oye… Oye…

creo que bailas precioso. Me muero por un poco de vals,

 

querido. Quieres que alguien diga que todo esto

sucedió hace mucho. Que una noche, muy pronto, empacarás

 

tu libro de bolsillo favorito y la .45 de tu madre,

que el refugio más seguro siempre fue el pensamiento

 

sobre tu cabeza. Que es justo (tiene que serlo)

cómo nuestras manos nos lastiman y luego nos dan

 

el mundo. Cómo puedes amar el mundo

hasta que no queda nada por amar

 

más que uno mismo. Y luego puedes detenerte.

Luego puedes alejarte de nuevo, de vuelta a la niebla

 

que empareda el campo minado, donde la arteria en tu cuello

te adora hasta cero. Puedes alejarte. Puedes ser nada

 

y seguir respirando. Créeme.

 

 

 

Traducción de Elisa Díaz Castelo

 

 

__________

Ocean Vuong (Saigón, 1988) es el autor de Night Sky with Exit Wounds (Copper Canyon Press, 2016). Obtuvo la beca Ruth Lilly en 2014 y su poesía ha recibido reconocimientos por parte de la Fundación Civitella Ranieri, la Fundación Elizabeth George, la Academia de Poetas Americanos (Academy of American Poets), la revista literaria Narrative y el premio Pushcart. Sus textos han aparecido en Kenyon ReviewGRANTAThe NationNew RepublicThe New YorkerThe New York TimesPoetryAmerican Poetry Review, la cual le concedió el premio para poetas jóvenes Stanley Kunitz. Actualmente vive en la ciudad de Nueva York.

 

Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) es poeta y traductora. Estudió Lengua y Literaturas Modernas Inglesas en la UNAM. Con el apoyo de las becas Fulbright y Goldwater, cursó la Maestría en Literatura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Dos poemas suyos ganaron segundo lugar en el premio de poesía de Literal Latté y fue seleccionada como semi-finalista en el premio de Tupelo Quarterly. Sus poemas en español se han publicado en las revistas Periódico de PoesíaLos Bárbaros y Sobremesa, entre otras. Actualmente vive en la Ciudad de México y es becaria del FONCA.

 

 

Revista digital de crítica cultural y creación artística.

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