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Lauren Beukes

El ittaca está metido en la esquina irregular de la celda 81C, como si quisiera hacer ósmosis a través de las paredes y escapar. Se empieza a secar desde las orillas, los frisones color del sulfuro de sus membranas se tornan grises y marchitos. Tal vez ya terminó, piensa el Sargento de Estado Mayor Chip Holloway, mirando a través del enrejado orgánico de la ventana. La idea le oprime el estómago.

Su estómago le ha estado causando problemas últimamente. Culpa al implacable crepitar de las bombas ampolla en el exterior. El impacto reverbera por el edificio, aún ahí, tres pisos bajo tierra. Pensarías que en el algún momento te podrías acostumbrar.

El Manual de Recursos de Inteligencia de la Cooperativa no cubre esta situación de forma exacta. El MRIC sugiere un periodo de recuperación para el delegado, como una muestra de respeto mutuo para re-establecer confianza y, aún más, inspirar gratitud. Pero el MRIC también instruye que si el delegado entra en estado crítico, seguir adelante es crítico también.

 Terminal no es un estado ideal. Terminal puede ser atribuido a una falta de diligencia.

El pasillo apesta a orina. No del ittaca, que es anaeróbico y recicla sus deshechos a través de su cuerpo una y otra vez, re-absorbiendo los nutrientes. Mina por comida. Excreta penetrantes flatulencias clorhídricas por la estructura de tubos como un órgano que le recorre el dorso. Es tan sólo uno de las armas químicas de las muchas instrumentos biológicos de que resguardarse de los ittaca, de acuerdo al Manual de la Xenoguerra: un acercamiento a los organismos conocidos.

Hay una salpicadura de orina en la puerta. Necesitará hablar con el Escuadrón K. Sabe que es simple frustración. La camaradería resulta a veces en actos de vandalismo. Y aun así. El Manual de Recursos de Inteligencia de la Cooperativa no cubre que hacer cuando el respeto a tu autoridad se deshilacha como los frisones de las membranas del pie gasterópodo de un ittaca.

Cuando ocuparon la prisión había escáneres médicos ittacas instalados en todas las celdas, pantallas alimentadas por bacterias para monitorear signos vitales: ritmo cardiaco, actividad cerebral, picos de adrenalina en el sistema endocrino que pudieran indicar el momento en que un prisionero fuera a estallar a un estado violento. Lo primero que hizo el ejército fue desmantelar todo.

Riesgo a la seguridad, dijo el mando. Él nunca vio una directiva formal. Es bueno para la moral, le dijo el General Labuschange cuando le preguntó. Vamos Holloway. ¿En serio pensaba que su gente no se merecía una pequeña fiesta? ¿Después de todo lo que había pasado? Aún lo dejaba incómodo. Un gasto de recursos, se decía a si mismo.

Arrancaron las pantallas de las paredes, entre gritos y risas, después apilaron la tecnología ittaca en el patio al aire libre bajo la sombra de la torre de guardia – cuando todavía estaba de pie – y las quemaron.

Se hizo de la vista gorda ante el alcohol distribuido sin mucho secreto porque tal vez el general tenía un punto. Era una ocasión especial. Pero revisó a las tropas, se aseguró de que nadie bebiera mucho del destilado de guano sicotrópico, e investigó quienes lo estaban preparando. Tendría que hablar con ellos.

Pero todo salió mal, por supuesto. La luz del fuego, o tal vez la música, enfurecieron a los insurgentes y trajeron un nuevo ataque de ampollas. Chip fue el último en pasar por las puertas. Con él arrastró a la Teniente Reserva Woyzeck, completamente ebria, a pesar de sus esfuerzos y de sus exigencias que la dejara ir. Imbécil. Pendejo. Aguafiestas.

Sólo sus cejas se quemaron en el fuego del ataque, incluso cuando la explosión destruyó el concreto de coral con pus venenosa y fragmentos de metralla. Putos Kazis, escuchó, al momento en que azotaron la puerta cerrada. Había intentado que dejaran de usar esa palabra, insultante tanto para los ittaca como para los soldados de herencia japonesa. Pero las ampollas son ataques suicidas aéreos, ¿qué podía hacer?

No mames tu buena suerte, Chip, le dijo el Subteniente Tatum, sin agregar «sargento», sin agregar «señor», porque Holloway había insistido en que sus tropas lo llamaran por su nombre. ¿Y era eso respeto en la voz de Tatum?

Chip encontró una ampolla no explotada en al patio, desinflada en un lado y ahogándose en su propia sangre por la metralla que le desgarraba desde adentro. Las ampollas se tragan armas improvisadas, clavos y pedazos de metal y coral a través de sus branquias, como un atleta llenándose de carbohidratos antes de un juego. Algunos de los reservas estaban usándola como pelota de futbol. Los alejó con un regaño. Pero no pudo disparar a la ampolla.

No podía culparlos. No había demasiadas oportunidades de recreación para los reservas. Sólo dispararle a las ratas. Que no son ratas, pero semejantes. Cosas calvas con demasiadas patas, del tamaño de un rottweiler. Excavan las tumbas del régimen anterior y sacan partes de los cadáveres, con protuberancias semejantes a dientes arrancan la membrana seca, quebrando las espinas del dorso para llegar a la médula.

Que no quede dicho que los ittaca no aventaron la primera piedra. Que no quede dicho que este nunca fue un buen lugar para estar.

Dentro de la celda un espasmo agita la membrana del ittaca; manda las espinas de su manto castañeando. Un xilófono de patas de insecto. Sigue vivo, pues.

Los ittaca no sangran, no exactamente. Sudan un líquido claro y viscoso. Pegajoso, como savia. La primera vez le tomó cuarenta y ocho minutos y una botella entera de sacamanchas de grado «militar» («¡Una gota garantiza sacar las manchas de materia orgánica más difíciles!») para quitar la pegajosidad de su uniforme. La tercera vez usó un poncho improvisado de una bolsa de cadáveres. No se pudo preparar para la segunda.

Hizo una nota en su reporte semanal. 1x bolsa de cadáveres. Es cuidadoso en dar cuentas de todo.

  • 407 Soldados de la Reserva Militar (humanos) estacionados en la base Strandford previamente llamada Centro Penitenciario Satelital Nyoka. (Posición temporal). Desgolse: 241 Hombres. 113 Mujeres. 53 SSE (sin sexo especificado).

  • 0 traductores indígenas. (Los 7 anteriores destituidos bajo acusaciones de fuga de información.)

  • 123 delegados ittaca (vivos) separados en 123 células.

  • 4 delegados ittaca (fallecidos) en laboratorio/morgue.

  • 18 delegados ampolla (fallecidos) en laboratorio/morgue.

  • 6037 delegados ampolla (fallecidos) procesados en el crematorio central.

  • 550 TK-R superficie-a-superficie lanza-granadas. Penetración efectiva en el concreto de coral: 0.2%.

  • 25 MGL-900s granadas de mano. Penetración efectiva en el concreto de coral: 100%.

  • 200 MXR-63 rifles de asalto multifunción más partes + 80,000 municiones x45mm.

  • 50,000 municiones x30mm, incendiarias, perforantes, + 5x cañones automáticos de cadena + soportes. En bodega. Inútiles. ¿Quién habría predicho que los ittaca podrían metabolizar uranio?

  • 263,268 inyecciones de carbohidratos (valor nutricional de acuerdo a lineamientos militares.) Suficientes para 213 días de raciones para todo el personal. Llevan ahí 189 días. Esto no encaja con la descripción militar de «posición temporal».

  • 700 re-respiradores, incluyendo para amplios visitantes. Y hay amplios visitarntes. Sin rango. Sin nombre. Si no fuera por los re-respiradores tomados de su lugar, luego puestos a recargar, serían fantasmas.

  • 23 carpas de descontaminación de campo. 12 recicladores de atmósfera de carbón; incluye 3 tanques para desbordo y 250 bolsas para basura de riesgo orgánico. 2 tiendas en paradero desconocido.

  • 24 x 12 bandejas de crema topical de 1% sulfadiazina de plata para el tratamiento de quemaduras químicas. 1 bandeja faltante. Él culpa a los fantasmas.

  • 1050 paquetes de vendas para batalla más medicnas estándar.

  • 800 paquetes salinos más kits de primeros auxilios. Todos pasados de su fecha de caducidad. Una venda es una venda. Aspirina es aspirina. El General Labuschagne dijo eso cuando le confesó sus preocupaciones.

  • 499 bolsas de cadáveres ó bolsas de carne ó llévame-a-casita.

Había llegado ahí con las mejores recomendaciones. En las provincias, del lado del planeta, era central en el enlace cultural con los ittaca en las aldeas. Crítico para la estrategia, le habían dicho. Mente y corazón. Esto fue antes de que todo se fuera a la mierda. Perdón. Antes de que las relaciones con la población indígena se deterioraran y acción asertiva fuera necesaria.

Aprendió las bases del idioma con sus clics y sus gorgoteos líquidos por medio de un traductor portátil. Pero resultó que muchos de los matices estaban en cómo arreglabas las espinas del manto. Se volvió popular entre los potenciales jóvenes, que lo seguían en sus patrullas cliqueando y gorjeando, con interés antropológico. Aún siente algo de vergüenza por alguna vez haber pensado de ellos como «larvas».

Detonaron la torre de guardia central en el patio. Un blanco demasiado claro, dijeron. No hizo ninguna diferencia. Las ampollas se siguieron lanzando desde los balcones de los montículos de departamentos alrededor de la prisión con sólo una de sus propelas, girando como semillas de maple, con el horrible crepitar del aire a través de sus branquias. ¿No es la estática el sonido del Big Bang?

Antes de que el sitio se intensificara, antes de que fueran obligados a retirarse tres pisos bajo tierra, le gustaba caminar las murallas, observar los departamentos de coral de concreto mientras crecían en débiles espirales, de acuerdo a los marcadores químicos edificados por los arquitectos ittaca. Aún sus favelas eran hermosas, le había comentado al centinela en la puerta. Le respondió con una mirada confusa.

Los reservas encontraban la arquitectura ittaca desorientadora. Las madrigueras de túneles se cruzaban en ángulos extraños. Prefirieron dormir en las celdas. Seis en un cuarto. No exactamente protocolo militar. No exactamente bueno para la disciplina. Los soldados formaron grupos. Tras puertas cerradas pasaron cosas, con las camisetas de uniforme cubriendo las ventanas y rejillas. Sexo sin autorización. Y otras cosas.

Cual es el problema. Relájate. Sólo estamos desahogándonos. Tatum y los otros no dirían estas cosas. Sólo lo miraban y sonreían con sus sonrisas de chimpancés, dientes a descubierto y mandíbulas tiesas y desprecio.

Incluyó esto en su reporte. Tiene cuidado de rendir cuentas. Tiene cuidado de usar lenguaje neutro. Tiene cuidado de no usar la palabra gusanos.

Miembros del Escuadrón K (servicio nocturno) reprendidos por comportamiento inadecuado hacia los prisioneros ittaca en bloque de celdas tres. Evidencia en video, tomada por los miembros involucrados, queda adjunta.

Borra la última sección. La re-escribe. La borra de nuevo. Lo deja en que se tomaron videos. No los adjunta. Está consciente de que es un riesgo de seguridad. Está consciente de que ya no está calificado para saber que es inapropiado. Vamos a la guerra.

Borra los videos. Pero no puede sacudirse las imágenes. O el sonido de la voz de Tatum –la risa que la acompañaba– mientras da la vuelta en la esquina, en camino a distribuir raciones.

Gusanos. Pinches gusanos. Chúpense esta. Váyanse a la mierda. Putos.

Hay objetos ante los que queda sin respuesta. Objetos que no estaban en el inventario del centro cuando tomó control de la prisión, pero que han aparecido de forma misteriosa. Bayonetas taser. Electrodos. Sierras para carne de carbono de alta densidad. Una funda de almohada envuelta alrededor de un pedazo roto de coral concreto.

Están los visitantes. Irregulares. Como fantasmas. ¿Ya lo ha mencionado? Está bastante seguro de que son MI. Pero podrían ser contratistas de igual forma. Socios de desarrollo militar con un interés en el desarrollo de nuevos recursos.

Los reservas los llaman trajeados, pero es más la actitud que el atuendo. Usan trajes NRBQ ajustados y caros. No llevan identificación ni rango. Se niegan a responder las preguntas que se les hace. ¿Deberían su gente usar equipo de protección también? ¿Está esto autorizado por el comando central? ¿Por qué no le han notificado? ¿Cuál es su nivel de autorización? ¿Puede ver alguna identificación?

 No preguntes, no cuentes, le dice una de los trajeados, sonriente detrás de su re-respirador como si fuera un gran chiste. Entonces lo lleva a la celda del ittaca. Esto fue dos días después de su reporte. Del cual recibió no respuesta. Oficial.

Tienes que entender, fue lo que le dijo la trajeada Pero lo que él piensa es: cómplice.

Era un juego, Chip, dice el Subteniente Tatum cuando lo llaman a la celda que le sirve de oficina ahí abajo.

Lo que Chip Holloway le hace al ittaca en la celda 81C con la trajeada no lo es.

 Ni la primera ni la segunda ni la tercera vez.

Desea que el ittaca se muriera de una jodida vez. Desea que las ampollas perforaran los tres pisos y por toda la puta luna y los volaran a todos en pedazos. Pero principalmente desearía poder dormir y dormir y dormir. La extenuación fastidia desde sus huesos como artritis.

¿Listo? dice la trajeada, de pronto junto a él. Abre la ventana de la celda. Parece que no tenemos mucho tiempo. Mejor empieza a preparar el crematorio, guapo. Oh. Te traje algo. Mete la mano al costado de su caja de herramientas y le empuja una lona de plástico doblada. Bata de cirugía. Mejor que una bolsa de muertos de re-uso.

Mete su llave de firma química en el cerrojo. La puerta ralla al abrirse. En la esquina el ittaca se mueve, sus espinas castañean débilmente. Parece un coágulo de mostaza. (un montón de nata. Una pila de caca y pus, oye la voz del Subteniente Tatum cantar en su cabeza.)

No te preocupes, le dice ella, al ver su cara – que está empezando a ser algo gris y fofo que no reconoce en el espejo. Como si él también se hubiera empezado a secar.

Ella se arrodilla y abre su caja de herramientas. Busca a través de varios objetos que lo dejan sin respuesta, tarareando una canción que reconoce del radio, dulce y pegajosa. No te preocupes. Lo repite, sin voltear a verlo, arreglando objetos con filos dentados y almohadillas conductoras y toscas pinzas para desgarrar. No puedes deshumanizar algo que no es humano.

 

 Traducción de Gabriela Silva Rivero

 

 

 

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Lauren Beukes nació en Johannesburgo en 1976. Escritora, guionista, y periodista de ocasión, su primera novela, Zoo City, ganó el premio Arthur C. Clarke. Su segunda novela, The Shining Girls, fue publicada este año y recibida con menciones positivas en The Guardian, The New York Times, y otras publicaciones.

Síguela en Twitter: @laurenbeukes

 

Gabriela Silva Rivero (Ciudad de México, 1985) estudió Lengua y Literatura Moderna Inglesa en la UNAM, actualmente realiza su posgrado en la Universidad de Essex y es miembro del consejo editorial de Cuadrivio. Su primera novela, Los doce sellos (Ítaca, Ciudad de México) fue publicada en 2009.

Twitter: @huesodeliebre

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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