Thursday, 27th December 2012

La orgía y los derechos humanos

Publicado el 02. sep, 2012 por en Dossier

Los abusos de autoridad, las guerras, la pobreza y la injusticia son fenómenos tan cotidianos, reales y terrenales, que nos hacen dudar del estado postorgiástico del que nos hablaba Baudrillard y aun del desvanecimiento de certezas y referentes que tanto proclaman los posmodernistas. En este ensayo, Fernando Elizondo echa mano de su trayectoria como defensor de los derechos humanos para polemizar con Baudrillard y demostrar que, al menos en los atribulados países del «tercer mundo», los problemas y las soluciones propuestas para acabar con ellos siguen siendo terriblemente tangibles.

 

 

Fernando Elizondo García

«Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿Qué hacer después de la orgía?»

 A principios de la década de los noventa, Jean Baudrillard escribió esta frase en su ensayo titulado «Después de la orgía». El autor describió nuestro tiempo como un estado «postorgiástico», en el cual se alcanzaron todas las liberaciones y se consumaron todas las utopías: las liberaciones política y sexual, la de las fuerzas de producción y de destrucción, la de las mujeres y de los niños, la de los impulsos inconscientes y del arte.

 Y no sólo eso. Baudrillard afirma, muy convencido, que dado que todas las utopías han sido alcanzadas, el hombre, en su afán de buscar sentido en su existencia, está atrapado en un estado de repetición interminable en el que se crea los problemas a falta de éstos. En el que, dado que no le quedan batallas para luchar, decide inventarlas y así ocupar sus esfuerzos en algo.

Como alguien que ha dedicado sus estudios y trabajo a defender los derechos humanos, esa frase de Jean Baudrillard reverberó en mi cabeza por mucho tiempo. Si, como afirma el sociólogo, todo estuviera liberado, si todas las utopías se hubieran alcanzado, ¿qué nos quedaría por hacer a las y los defensores de derechos humanos? ¿Deberíamos optar, entonces, por seguir un juego de autoengaño, pensando que nuestra labor es valiosa, cuando en realidad sólo sirve a la simulación en que vivimos y al vacío en que levitamos? Esto me lleva a tratar de descifrar el estado de los derechos humanos después de la llamada «orgía» de Baudrillard, pero, sobre todo, a entender cómo se sostiene su teoría desde la perspectiva del movimiento de derechos humanos.

 Supongamos primero, por un segundo, que la idea de un momento en la historia en que se alcanzaron todas las liberaciones y se consumaron todas las utopías es cierta: la orgía. ¿Cómo entender la liberación?, ¿liberar de quién o de qué? En el universo de los derechos humanos, el término liberar o libertad tiene una importancia muy considerable; resulta, por tanto, particularmente importante analizar la orgía de Baudrillard en este contexto.

El catálogo de las libertades que hoy conocemos como derechos humanos ha pasado por una larga transformación histórica. Desde la Carta Magna inglesa en la que Juan sin Tierra, por su enorme benevolencia, concedió ciertos derechos a sus súbditos, hasta los textos modernos de aspiración universal, un elemento común ha sido siempre la relación entre cada derecho humano, entendido como concepto, y la idea de libertad. Si bien, a lo largo del tiempo, puede verse cómo el fundamento de los derechos ha cambiado –desde potestades del rey hasta nociones de dignidad inherente y universal de la raza humana–, puede hallarse también una constante: la idea de que los derechos humanos, o derechos fundamentales, o derechos civiles constituyen libertades que se erigen como una especie de barrera en torno al ser humano y lo protegen de las injerencias excesivas de un poder superior, ya sea un rey o un Estado. De ahí la relación indisoluble entre el concepto de derechos humanos y la de idea de liberación: los primeros entendidos como producto de un esfuerzo de la segunda. Los derechos humanos como la consolidación de procesos históricos de naturaleza libertaria.

En el catálogo de derechos humanos que se ha elaborado con el paso del tiempo, hay muchas nociones distintas de libertad. Por eso, cuando Baudrillard afirma que todo está «liberado», resulta pertinente preguntarse si las libertades que conocemos desde la perspectiva de los derechos humanos pueden ser parte de esa afirmación. Como el catálogo mencionado es amplio, dedico los próximos párrafos a cuatro libertades características del movimiento, enunciadas por un expresidente de Estados Unidos.

En uno de sus discursos políticos más famosos, Franklin Delano Roosevelt enumeró cuatro libertades esenciales del ser humano que debían regir el orden del futuro: freedom of speech and expression, freedom of worship, freedom from want, and freedom from fear. Algo de su sentido original se pierde al traducirlas, pero en español podríamos decir que se trata de la libertad de discurso y de expresión, libertad de culto, libertad de la necesidad y libertad del miedo. Según Baudrillard, la orgía implica que todas las libertades se han alcanzado, incluyendo, por tanto, las cuatro anteriores.

En primer lugar: la libertad de expresión o de discurso. De acuerdo con la teoría de Baudrillard, hemos llegado al punto en la historia en que todas las personas del mundo son libres de expresar lo que gusten sin ninguna consecuencia o represalia. Es decir, después de la orgía, no existe individuo que no pueda expresarse libremente ni pronunciarse sobre tema alguno.

Trasladémonos a Oriente. Las políticas gubernamentales de censura en medios electrónicos de China se conocen en todo el mundo. La población de este país tiene muy controlado el contenido al que se puede acceder desde Internet, así como el que puede publicarse. Si entendemos la libertad de expresión como aquel derecho de todo ser humano para poder recibir y emitir información, China es prueba de que la libertad de expresión aún no es alcanzada; sin embargo, no es el único ejemplo. Según el informe de transparencia de Google[1], tan sólo entre julio y diciembre de 2011, la compañía recibió peticiones de 16 países para eliminar resultados de su buscador, incluido Estados Unidos, nación que históricamente se ha jactado de ser ejemplo mundial de libertad de expresión. La lista incluye, además, otros Estados «liberales» como Canadá, Reino Unido, España y Alemania. Si bien las peticiones de censura se deben a diversas causas, incluyendo violaciones a derechos de autor y propiedad intelectual, otras levantan sospecha por aludir a críticas desfavorables para agencias gubernamentales.

Pero no es necesario ir tan lejos para encontrar evidencias de las dificultades que encuentra la libertad de expresión. De acuerdo con el informe sobre México de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, «la libertad de expresión en México enfrenta graves obstáculos, principalmente por los actos de violencia e intimidación que sufren las y los periodistas en el país. Según la información recibida, en los últimos 10 años 64 periodistas han sido asesinados y 11 han sido desaparecidos, ubicando a México como el país más peligroso para el ejercicio del periodismo en las Américas»[2]. Resulta claro, a mi parecer, que la liberación en materia de expresión e información, aunque deseable, dista mucho de haberse alcanzado y que, por tanto, la orgía de Baudrillard aún no llega a esta área de los derechos humanos.

Pasemos ahora a la libertad de culto. Siguiendo las ideas de Baudrillard, vivimos ahora en una época en que cada persona en el mundo es libre de creer o dejar de creer lo que quiera. «Todas las liberaciones alcanzadas», incluyendo la religiosa, quiere decir que hoy en día todos los humanos podemos elegir, sin coacciones ajenas a nuestra volición y sin repercusión alguna, el culto que queramos practicar o al dios que queramos venerar, incluso si su nombre es «ninguno».

Es verdad que la Segunda Guerra Mundial, uno de los ejemplos de intolerancia religiosa más grande de la historia, ha quedado en el pasado. Muchas personas pueden creer que con la caída de la Iglesia católica como poder hegemónico se han abierto espacios para otros cultos y que cada quien es, más o menos, libre de elegir la religión que desee practicar, o no practicar alguna, sin llegar a sufrir consecuencias de ningún tipo. Sí, la época de las misiones colonizadoras ha quedado atrás, mas eso no significa que hoy en día todos los hombres sean capaces de decidir, sin presiones externas, en quién o en qué creer.

Basta mirar a los miles de musulmanes discriminados y perseguidos en Estados Unidos, por la asociación que se hace de su religión con el terrorismo, a raíz de los atentados del 11 de septiembre. Basta recordar la polémica desatada por la construcción de una mezquita a dos cuadras de la Zona Cero, lugar donde una vez se erigieron las Torres Gemelas. Hubo quienes, incluso, afirmaron que la construcción de ese centro cultural y religioso profanaría la memoria de las víctimas. Muestras como éstas manifiestan la intolerancia aún imperante en las sociedades «liberales» y «modernas», particularmente con respecto a otros credos. Y esto es sólo un pequeño ejemplo, de un solo país, de cómo la «guerra contra el terrorismo», emprendida por el gobierno estadunidense, ha devenido en ideologías discriminatorias y, en ocasiones, xenófobas.

A la inversa de lo que dice Baudrillard, la religión continúa siendo un tema sensible y polarizado en nuestros tiempos; v. gr., el conflicto palestino-isarelí, en el que, por desgracia, todavía no se vislumbra una resolución posible. Si la liberación de culto fuera una realidad, como lo afirma el francés, ya no abriríamos hoy nuestros periódicos para encontrar muertes y guerras causadas por intolerancia religiosa.

En este punto, considero necesario detener la crítica a la orgía para hacer una breve explicación sobre teoría general de los derechos humanos. Hasta ahora, las dos libertades analizadas pertenecen a una categoría conocida comúnmente como derechos civiles y políticos. La doctrina de los derechos humanos los ha agrupado en dos grandes bloques: por un lado, los derechos civiles y políticos; por el otro, los derechos económicos, sociales y culturales. Una explicación detallada de estos grupos excede con mucho el propósito de estas líneas; no obstante, considero importante apuntar algunos rasgos generales de los mismos.

Los derechos civiles y políticos implican una abstención para el Estado; se refieren a aquellos derechos en que el poder soberano no debe actuar, para permitir al individuo disfrutar de ciertas libertades, como el poder expresarse o practicar el culto que se desee. En tanto que los derechos económicos, sociales y culturales se refieren a aquellos en que el gobierno debe actuar para proveer a los individuos de ciertos bienes, como la alimentación y la salud. Una de las explicaciones generalmente más aceptada sobre esta dicotomía se remonta a la Guerra Fría. Mientras que los derechos civiles y políticos se relacionan con un «dejar de hacer» por parte del Estado (asociado con la ideología liberal de Occidente), los derechos económicos, sociales y culturales se llaman, por lo común, derechos prestacionales, pues implican la acción de la autoridad para que puedan satisfacerse (asociados con el comunismo y el socialismo).

La teoría moderna comúnmente aceptada de los derechos humanos pugna por la indivisibilidad de los mismos. Ésta afirma que no se puede hablar de dos categorías distintas, pues, en todo caso, es difícil disfrutar de, digamos, el derecho a la vida (civil y político), si no se cuenta con un bienestar general adecuado en, por ejemplo, salud (económico, social y cultural).

Sin embargo, en la práctica, aún existen diferencias importantes en el disfrute de unos y otros derechos, percatándonos, incluso, de cómo existe un nivel de cumplimiento más alto de las obligaciones civiles y políticas de los Estados, que de las económicas, sociales y culturales. En otras palabras, hay una idea común de que los derechos civiles y políticos son de realización inmediata e instantánea, siempre y cuando el Estado se abstenga de realizar actos que los violen. Mientras tanto, los derechos económicos, sociales y culturales se realizan de manera progresiva en la medida de las posibilidades económicas y de los recursos de los Estados, por lo que resulta más difícil que puedan cumplirse. Según estas ideas, si los hechos demuestran que las liberaciones «civiles y políticas» no se han alcanzado, resultará, quizá, más difícil aceptar la orgía de las liberaciones «económicas, sociales y culturales».

La tercera libertad, es decir, la libertad de la necesidad, es bastante amplia. Comúnmente asociada con los derechos económicos, sociales y culturales, Roosevelt la define como los entendimientos económicos que permitirán a todas las naciones una época de paz saludable para todos sus habitantes. En la actualidad, esta idea se traduce como el derecho a un estándar de vida adecuado, es decir, una existencia libre de carencias y necesidades y que permita a los seres humanos alcanzar su máximo desarrollo. Este derecho incluye, por tanto, ser libre de carencias alimentarias, de salud, de vivienda, entre otras. Según Baudrillard, al alcanzar todas las liberaciones, hemos alcanzado también la libertad que supone no carecer de nada material. En este estado postorgiástico, en el que supuestamente nos encontramos, ya no hay condiciones de escasez que esclavicen a la humanidad.

En el año 2000, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se planteó los llamados «objetivos del milenio»: ocho metas concretas que buscan elevar el estándar de vida de la población global para el año 2015. El primero, «erradicar la pobreza extrema y el hambre», incluye reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas con ingresos inferiores a un dólar por día[3]. De acuerdo con el informe publicado en 2010, «el robusto crecimiento de la primera mitad de la década redujo la cantidad de gente de las regiones en vías de desarrollo que vive con menos de un dólar americano con 25 centavos al día, de mil 800 millones en 1990 a mil 400 millones en 2005, así que la tasa de pobreza cayó del 46 al 27 por ciento»[4]. Si bien se tienen expectativas positivas de continuar con las tendencias y reducir la tasa a 15 por ciento para 2015, esto aún implicaría que 920 millones de personas en el mundo vivirían por debajo de la línea de pobreza.

El caso mexicano no es nada distinto. Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (coneval), «el hecho de que 52 millones de mexicanas y mexicanos se encuentren en situación de pobreza, y 11.7 millones en condición de pobreza extrema, permite dimensionar la magnitud de los desafíos que enfrenta el Estado para erradicar la pobreza»[5]. Estos números contradicen a todas luces la idea de Baudrillard de que todas las liberaciones se han alcanzado, incluyendo la libertad de la necesidad. Hay, por lo menos, 920 millones de razones en el mundo para creer que el estado postorgiástico que Baudrillard imagina continúa siendo una utopía entre las demás.

La última de las libertades de Roosevelt es del miedo. En su discurso, el expresidente norteamericano se refirió a ésta como una reducción de armamentos a tal punto y de tal manera que no habrá nación alguna en la posición de cometer un acto de agresión física contra cualquier vecino. No obstante, sus palabras no aluden solamente a una mera reducción cuantitativa de las armas existentes en el planeta; se refieren, más bien, al fin último de alcanzar la paz universal, entendida como la erradicación de las agresiones físicas y conflictos bélicos en el mundo. En este punto podría enumerar una larga lista de conflictos que desdicen a Baudrillard. Desde guerras recientes como las de Siria, Libia y el resto de la primavera árabe hasta conflictos eternos como el palestino-israelí o el de India y Pakistán. El mundo, sin duda, está plagado de agresiones físicas impulsadas por Estados que subyugan a sus habitantes a vivir esclavizados por el miedo.

Sin embargo, pienso que, particularmente en este punto, no es necesario ir tan lejos para probar que Baudrillard se equivoca. No quiero dedicar muchas líneas a esto, pues es el tema más trillado y cansado del momento, pero así como hay 920 millones de razones para creer que aún no hemos alcanzado la orgía en relación con la libertad de la necesidad, al menos hay otras 60 mil para pensar que la orgía, en cuanto a la libertad del miedo, también dista mucho de obtenerse. Miedo es una palabra común en el léxico cotidiano de los mexicanos en estos tiempos. Como mexicano norteño puedo hablar con el sustento de mi experiencia y decir que el miedo, en efecto, esclaviza. El miedo al conflicto ha coartado muchas de nuestras libertades más esenciales, desde la libertad de tránsito hasta la de comercio. El miedo ha desplazado familias y cambiado mentalidades. El miedo, en estos tiempos, se ha alzado como uno de los obstáculos más altos de nuestra libertad. Después de vivir el miedo en carne propia, me atrevo a decir que la afirmación de Baudrillard es falsa. Y no sólo creo que Baudrillard erró al afirmar que hemos alcanzado un estado postorgiástico, en el que todas las liberaciones se han consumado. Me parece, además, indignante que trate de reducir todas las posibles afrentas posteriores a esta teoría, como meras repeticiones y simulaciones derivadas de la necesidad consciente del ser humano de dotar de sentido su existencia.

La repetición interminable, al menos desde el punto de vista de los derechos humanos, sería tanto como aceptar que al finalizar la Segunda Guerra Mundial se concibieron los derechos humanos y todos las personas del planeta alcanzaron su protección, y que las afrentas y atropellos que cualquier persona pudiera enfrentar en estos tiempos sólo se deben a la necesidad del ser humano por dotarse de sentido, creándose problemas ficticios. Aceptar la teoría de Baudrillard, con todo y su simulación voluntaria, sería casi como afirmar que el sufrimiento de millones de personas alrededor del mundo no es más que una ficción inventada por ellos mismos. Sería creer que los 60 mil muertos son sólo producto de nuestras ganas de crearnos conflicto por carecer de él, y todo ello porque, como raza humana, ya hemos alcanzado todas nuestras utopías tiempo atrás.

Por esto reniego de Baudrillard y lo llamo mentiroso. Porque desde los derechos humanos rechazo que las violaciones a éstos cometidas todos los días en el mundo sean producto de un mero capricho. Por esto afirmo que, a pesar de que el estado postorgiástico es algo deseable, aún no lo hemos alcanzado. Porque día con día hay individuos que sufren y personas que luchan por alcanzar su liberación. Su liberación sexual. Su liberación como mujer. Su libertad de expresión y de credo. Su libertad de las carencias. Su libertad del miedo.

El 1º de abril de este año, Foreign Policy publicó un editorial de Tom Malinowski, director adjunto en Washington de Human Rights Watch, que recibió muchísimas críticas. Su artículo, titulado «Why I’m Leaving Human Rights Watch: A Once-Passionate Defender of Liberty Calls it a Day» (o, lo que es lo mismo, «Por qué dejo Human Rights Watch: se retira un otrora defensor apasionado de la libertad»), se refería, precisamente, a ese estado postorgiástico del que habla Baudrillard. Según Malinowksi, tras 10 años de experiencia en la organización, logró entender que si la lucha por las libertades y los derechos humanos se llevara a su conclusión lógica, se destruiría todo lo que da sentido y riqueza a nuestras vidas[6]. En ese artículo, el autor escribió que son precisamente la lucha, la injusticia, la represión y el conflicto lo que da sentido a nuestras existencias. Dijo, por ejemplo, que la feliz liberación que vivió el pueblo libio tras la muerte de Gaddafi no habría sido posible si éste no hubiera dado a aquél algo de qué liberarse en un principio. Si bien Malinowski no escribió que hemos alcanzado ya el estado postorgiástico –aunque sí dijo que estamos próximos a alcanzarlo–, sus ideas en ese texto eran bastante similares a las de Baudrillard. Por eso, cuando leí al francés, tenía la esperanza de encontrar al final de su ensayo el mismo «[Ed.: April Fools!]» que había en el editorial de Malinowski. Pero Baudrillard no lo pensó como una broma del día de los inocentes.

Por todo lo anterior, no me queda más que decir que, desde mi entendimiento y perspectiva de derechos humanos, Baudrillard se ha equivocado. El mundo no ha alcanzado la orgía todavía. No hemos llegado a ese estado de aburrimiento y complacencia postorgía. Nuestros sufrimientos y problemas actuales no son producto de nuestros propios éxitos ni, mucho menos, de nuestros propios caprichos.

Como defensor de derechos humanos, esa orgía de Baudrillard es algo a lo que aspiro todos los días. Ese momento en el que todo esté liberado y todas las utopías se hayan alcanzado. Ese momento en el que alcancemos la liberación de las fuerzas de producción, la liberación de la mujer, la liberación sexual, la liberación del arte y la libertad de expresión y de culto, la libertad de la necesidad y las carencias, y la libertad del miedo. Ese momento en el que entremos en un total estado postorgiástico y no nos quede más que levitar.

Agradezco infinitamente el apoyo invaluable de Oliver Manuel Peña Habib, particularmente en la edición y corrección de este texto.

 

 

 

NOTAS

[1] Google, «Informe de transparencia», http://www.google.com/transparencyreport/removals/government/, consultado el 29 de agosto de 2012.

[2] Relator Especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la libertad de opinión y expresión, «Visita oficial conjunta a México», 2010, http://www.oas.org/es/cidh/expresion/docs/informes/paises/2010%20Resumen%20ejecutivo.%20Observaciones%20Preliminares%20sobre%20visita%20oficial%20a%20México%20(2010).pdf, consultado el 29 de agosto de 2012.

[3] Organización de las Naciones Unidas, «Objetivos de desarrollo del milenio de la onu», http://www.un.org/spanish/millenniumgoals/poverty.shtml, consultados el 29 de julio de 2012.

[4] Organización de las Naciones Unidas, Objetivos de desarrollo del milenio de la onu. Informe 2010, Nueva York, onu, 2010, p. 6.

[5] CONEVAL. «Medición de la pobreza 2010», http://www.coneval.gob.mx/cmsconeval/rw/pages/medicion/index.es.do, consultado el 29 de julio de 2012.

[6] Tom Malinowski, «Why I’m Leaving Human Rights Watch», en Foreign Policy, 1º de abril de 2012, sec. Argument, http://www.foreignpolicy.com/articles/2012/04/01/why_im_leaving_human_rights_watch?page=full, consultado el 29 de julio de 2012.

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Fernando Elizondo García es director del Centro de Derechos Humanos de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey. Maestro en Derecho (LL.M.) con concentración en derechos humanos por la Harvard Law School. Licenciado en Derecho por la Facultad Libre de Derecho de Monterrey.

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Un comentario a “La orgía y los derechos humanos”

  1. J. Jorge Quesada 10 septiembre 2012 at 8:50 #

    Estimado Fernando:

    Estoy completamente de acuerdo contigo. Baudillard tuvo una fecunda imaginación al pensar que todo se había alcanzado. Y sin embargo, el dolor, como señalas, está ahí…

    Ahora bien, el tema crucial es cuál es el fundamento último de los derechos humanos. Al final, Baudillard es un mentiroso, pero la cuestión que subyace a su planteamiento, (¿hay algún referente objetivo?) es milenaria y, no obstante, actualísima. Máxime en el tema de los derechos humanos. Pienso que en México hemos dado paso de gigante desde que el Eestado mexicano decidió “reconocer” los derechos humanos, y no “otorgar” estos derechos.

    Si bien la “Declaración universal de los derechos del hombre” no es el primer gran esfuerzo de encontrar el fundamento de los derechos humanos, pienso que es una de las expresiones más bellas y acertadas de la historia reciente. Que haya sido después del mayor conflicto bélico de la historia no es casualidad: precisamente cuando hemos adquirido conciencia de lo trivial que puede llegar a ser el destruir seres humanos… Ciertamente, expresa lo mismo que exponía la sabiduría grecolatina de “Antígona” (hay una instancia superior a las designios humanos) o “Cicerón”. Incluso antes,la sabiduría religiosa de Confucio y la hinduista, y claro, el cristismo: “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. Pienso que al final, esta aseveración es fundamento de los derechos humanos, y la declaración del 1948 lo articuló muy bien. Por ello, partir de esa declaración y asentir con ella es un gran avance en la generación de consensos para la vida común.

    Felicidades por tu texto.


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