El haiku hispanoamericano, entre la iluminación y la banalidad

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El haiku es una composición poética que surgió en Japón pero que a inicios del siglo XX tuvo una gran recepción en Hispanoamérica. No obstante, la creación de haikus en el continente difiere de su tradición oriental, que se oponía al virtuosismo poético por su egocentrismo y superficialidad, abriendo el espacio tanto para la iluminación como para la banalidad.



 

Hay muchos que escriben versos,

pero pocos que se atienen a las reglas del corazón.

 Bashô

 

 

Abraham Sánchez Guevara

 

El haiku, nacido en el Japón del siglo XVIII, se escribe hoy en día en muchas lenguas. Desde que llegó a Occidente a principios del siglo XX, con Antonio Machado y José Juan Tablada, hasta ahora, el haiku hispanoamericano ha recorrido los más diversos temas y estilos en sus tres versos, alejándose, como es natural y para su enriquecimiento, de los orígenes nipones. Hay haikus preciosistas como los de Tablada, intelectuales como los de Borges, religiosos como los de Ponce, costumbristas como los de Romero, profundos, como los de Lozano, semejantes a los haikus zen, posmodernos como los de Benedetti, y, no en poca cantidad, también haikus banales.

La maravilla y la decadencia son relativas. Advierto desde este momento que aquí vierto mis muy personales valoraciones sobre el estado general de la cuestión del haiku hispanoamericano; finalmente eso hace un ensayo, reflejar la perspectiva del autor, como decía Michel de Montaigne en el prólogo a su obra.

Más allá de las muchas variedades de haiku hispanoamericano que hay, las diferencias más importantes no son temáticas o formales, sino poéticas en su sentido más profundo. Veamos una pequeñísima muestra.

Una teja rota en el techo

y aparecen

cien estrellas.

 

(Humberto Senegal)

 

En este haiku colombiano está presente la emoción de la sorpresa, a través de lo que se conoce como principio de comparación interna: un techo de teja roto es signo de pobreza, pero ver las estrellas es una experiencia enriquecedora que no muchos pueden tener, ya sea porque son opacadas por la luz y el esmog urbanos o porque, independientemente de eso, no se suele mirar el cielo. No es sólo la sorpresa una característica de este haiku, sino que constituye una iluminación.

El siguiente es uno de los más conocidos del pionero José Juan Tablada:

Peces voladores
Al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.

 

Tiene el preciosismo característico del poeta: es muy sonoro y también visual, y tiene rima y título, recursos no propios de los haikus japoneses. Es, de hecho, el título lo que nos permite entender el referente. No es casual que su preciosismo, incluida la rima y el título, resulte ajeno al haiku japonés. Y es que, aunque Tablada viajó por Japón, muchos de sus haikus muestran un virtuosismo poético que precisamente el haiku clásico (como género fundado por poetas budistas zen) evitaba a toda costa por considerarlo superficial, ilusorio y egocéntrico. Esta superficialidad típica del arte occidental –en Tablada por lo demás mínima pues también hay profundidad–, sumada a diversos procesos históricos, explica en buena medida que muchos occidentales tiendan a escribir literatura banal*.

71

Frida: a pesar

de tantos homenajes

sigues siendo fea

 

Es de un humor que pretende justificar su frivolidad con la brevedad y que no corresponde al subtítulo del libro al que pertenece, Agudezas en verso. Aunque también hay que decir que Carlos López Moctezuma tiene muchos haikus que no sólo son ingeniosos, sino también brillantes:

85

Me tomé en

serio y me ganó

la risa

 

Manifestación de filosofía epicúrea que evita las caras largas, parecido a cuando los niños juegan a estar serios y no hacen más que soltar carcajadas. El yo, finalmente, es una ilusión. Este haiku recuerda a uno de Issa (haijin de la irreverencia y los animales), donde se ríe de una estatua de Buda, terminando con la solemnidad. Como El libro del samurái, del temprano siglo XVIII, nos dice que los asuntos pequeños deben ser tratados atentamente y los asuntos graves con calma, «hay pocos problemas realmente importantes, solamente se presentan dos o tres en toda una existencia».

No debemos caer en el supuesto de que si leemos un haiku soso, todos los del mismo autor lo serán. Lo mismo aplica para un haiku que nos agrade. Buson y Shiki dijeron del gran Bashô, a quien estimaban mucho, que no todo lo que escribió fue notable. Y el mismo maestro fue aún más duro consigo mismo: dijo que si pudiera hacer diez tercetos memorables estaría más que complacido. Sobre el valor de un artista nunca estará dicha la última palabra, aunque la industria editorial y en muchas ocasiones la academia y el mismo gremio literario aseveren lo contrario, adorando y condenando al por mayor. Lo que cuenta es la experiencia del lector.

Si bien es cierto que puede ser superficial un mamotreto y que la ventaja de leer un haiku, una greguería o una minificción banales es que al menos no nos quitan mucho tiempo, eso no justifica que se escriban frioleras breves que contribuyan a reforzar la noción de que los textos cortos son insignificantes y están escritos por perezosos que no se entregan a la creación y que no se toman la molestia de desarrollar las ideas. Pero, claro, como el autor dice que es un haiku, nadie sabe en realidad qué es eso, y además es exótico… Debe ser promovido. Un texto corto puede ser resultado de una larga labor de escultura del lenguaje, y del pensamiento, que se ha esmerado en suprimir todo lo secundario y dejar sólo lo esencial. O puede no serlo. Tampoco estoy en el otro polo dualista, defendiendo una moral del trabajo aplicada al arte, de forma que todo lo que no sea producto de arduo trabajo o virtuosismo sea descalificado; solamente creo que debemos ver el arte contemporáneo, como todo, de manera más crítica.

Es perfectamente comprensible que en una sociedad banal y de consumo, como la que impera en el mundo, la literatura que más se consuma sea también banal. Decir esto rompe la imagen romántica del escritor y el lector como personas que, por el simple hecho de dedicar parte de su vida a la literatura y el arte, no pueden ser banales. Si somos un poco críticos con esta imagen, podremos percatarnos de que por desgracia una cosa no niega la otra. El esnobismo es muy frecuente. El arte es utilizado como una forma de detentar poder y como una mercancía, lo que lo vuelve susceptible de banalizarse.

A pesar de ello, hemos podido ver ejemplos en el haiku hispanoamericano y en la misma vida cotidiana de que aún existe la sinceridad, como lo muestra este haiku de un estudiante común de bachillerato, y con el que termino este ensayo:

Con sus orejas mojadas

el burro siente la lluvia.

 

(Fernando Velázquez)

 


Haikus y otros poemas breves

Abraham Sánchez Guevara

 

A Lorena

1

El aire del invierno gris

Veo tus ojos

Sonrío con el calor

2

Baño de luz en la noche

Camino de aventura

Estar contigo

3

Tu pie se balancea

Lo quisiera besar

4

Ahora es primavera

Siento la luz del sol

Como en mi infancia

5

Haikus metaleros

I

La gente quiere cosas dulces

aunque sean falsas o empalagosas,

son niños pervertidos.

II

El metal es contundente,

un mazazo, volar rápido,

eso a muchos no les gusta.

En el corazón de la Tierra hay vientos de metal.

6

En la tarde gris de viento fuerte

la llama de nuestro amor arde con brío.

7

Un trazo de fuego en el cielo azul

y los árboles oscurecen.

8

No pude evitar mojarme

por la suave lluvia

Disfruto sus besos

9

Sor Juana

Faetón femenino

radiante renaces

cual ángel caído.

Nuestras almas hacia el infinito.

10

Se mueven las plantas
por el viento.
Niños de pelo alborotado.

 


* No puedo afirmar ni negar lo mismo sobre otras tradiciones literarias, que desconozco.

___________________

Abraham Sánchez Guevara estudió la maestría en Letras latinoamericanas en la UNAM y cursa el doctorado en la UAM. Ha ejercido la docencia en Literatura a nivel medio superior y superior, en el IEMS, la ENAH y la UNAM. Ha publicado ensayos de literatura, música y sociedad, cuentos en dos antologías (Terminemos el cuento III, Alfaguara, 2001, y Tentación de decir, UNAM, 2004) y en un libro propio (Sesión apocalíptica, Samsara, 2010).

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

1 comentario

  1. Adrián Soto

    mayo 12, 2012 at 8:51 am

    Me han parecido muy acertadas algunas de las aseveraciones de este ensayo; empero, creo que recae en los mismos errores que critica en otros: le falta esforzarse al “ensayista”, no aborda a profundidad ni el origen ni los fundamentos del haikú, sus ejemplos son parcos y caprichosos, e incluso en algunos casos insignificantes, tampoco establece paralelismos más creativos y productivos, ni se interesa en indagar cómo dos haikús casi idénticos cobran un sentido diferente en de dos tradiciones tan distintas como son la japonesa y la latinoamericana, y más aún el sentido original de un género puede perderse en su traslado a otras tradiciones, pero también hay añadidos y ganancias en ese intercambio que este autor no percibe.
    En fin, me quedo con esta frase que todos deberíamos considerar una regla de nuestra propia creación poética:
    “Es perfectamente comprensible que en una sociedad banal y de consumo, como la que impera en el mundo, la literatura que más se consuma sea también banal. Decir esto rompe la imagen romántica del escritor y el lector como personas que, por el simple hecho de dedicar parte de su vida a la literatura y el arte, no pueden ser banales. Si somos un poco críticos con esta imagen, podremos percatarnos de que por desgracia una cosa no niega la otra. El esnobismo es muy frecuente. El arte es utilizado como una forma de detentar poder y como una mercancía, lo que lo vuelve susceptible de banalizarse.”

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