En torno al especismo

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Algunas implicaciones éticas de las ideas de «progreso» y «evolución»

207202_212245_1Concebir el cambio de las especies como teleología es fundamento de una ética bastante común: la que supone que el ser humano es la especie superior por gracia evolutiva. Desde la filosofía, Paulina Rivero analiza críticamente los orígenes y consecuencias de la moralidad especista, recordándonos que la evolución no es sólo competencia, sino también colaboración.

Paulina Rivero Weber

Todo pensamiento conlleva un fundamento ético o moral que gran parte de las veces pasa desapercibido. Del mismo modo, en toda idea o propuesta surgida del ámbito de la biología anidan contenidos éticos que es necesario hacer explícitos, pues nada es más peligroso que asumir una moral cuyos alcances en el fondo se desconocen. En este escrito expondré algunas implicaciones éticas en torno al especismo que se encuentran detrás de dos conceptos muy diferentes: «evolución» y «progreso». Para ello quizá convenga aclarar que el término «especismo» se usa de manera análoga a las ya conocidas expresiones «racismo» o «sexismo». Ser racista implica la creencia en la superioridad de una raza sobre otra; ser sexista implica la consideración de que un sexo pueda ser superior a otro; ser especista implica considerar a una especie superior al resto. El especismo, sobra decirlo, consiste básicamente en la creencia en la superioridad de la especie humana.

Progreso: significado originario y teleología

Una vez aclarado lo anterior aboquémonos a las ideas de «progreso» y «evolución». Estos términos difieren entre sí en el sentido radical: difieren de raíz. Y, sin embargo, en el uso cotidiano del lenguaje a duras penas son reconocibles las implicaciones éticas que se juegan en esa diferencia. Para comenzar a hacerla patente, conviene acudir al verdadero significado de esos vocablos.

Pero ¿existe un significado «verdadero» detrás de una palabra? ¿Acaso hoy, después de Nietzsche, de Heidegger, del movimiento «posmodernista» y la hermenéutica, podemos seguir hablando de «verdades»? Esas filosofías nos enseñaron que todo es interpretación: «No hay hechos, sólo interpretaciones» ha sido una de las más malentendidas y descontextualizadas frases de Nietzsche. Es verdad, todo cuanto conocemos está atravesado por el acto de interpretar. Sin embargo, al acudir al significado originario de las palabras, éstas nos dicen lo que hemos olvidado de ellas, y a través de analizarlas podemos recuperar su verdadero significado: aquello que nombraron al nacer, la razón por la cual se gestaron como palabras.[i] Esto es importante porque el significado originario de las palabras se borra a través de su uso; la palabra es como una moneda que, pasando mano en mano, se gasta y deja de verse. Sin embargo, ese significado oculto continúa actuando detrás de cada palabra y las implicaciones éticas de las mismas continúan también infiltrándose en nuestra concepción de la vida.

Quizá un buen ejemplo de lo anterior sea precisamente el verdadero significado de «progreso». El término es un latinismo compuesto por el prefijo pro: «hacia delante», y el verbo gradi: «andar».[ii] De ahí que el vocablo «pro-greso» conlleve inevitablemente la idea de avanzar,[iii] de ir hacia adelante. La imagen resulta más clara si analizamos conceptos de la misma familia, como los vocablos con-greso, re-greso, in-greso, e-greso, di-gresión, trans-gresión y muchos más, que toman su significado del verbo gradi, modificado en los ejemplos presentados por los prefijos «con», «re», «in», «e», «di», «trans», respectivamente. Pro-gresar es caminar hacia delante. Esto implica que existe un «adelante», un punto fijo que es la meta hacia la cual (pro) caminamos (gresamos). El sólo término hace evidente su implicación más radical: creer en el progreso requiere aceptar que  existe una meta hacia la cual se pretende llegar, hacia la cual se pro-gresa. Por ello la idea de progreso es teleológica[iv], esto es: involucra la creencia en la existencia de un fin preestablecido hacia el cual es necesario o al menos conveniente llegar.

La idea del progreso y la ética: el sentido de la vida

Ahora bien, quien considera que existe un fin y un bien preestablecido, considera también que hay un sentido preestablecido[v]. Y si existe un sentido preestablecido –y aquí comienzan las implicaciones éticas- tan sólo hay que encontrarlo y seguirlo: no hace falta pensar, cuestionarse ni crear. Sólo seguir el sentido hacia el fin que alguien o algo ha preestablecido. Y ese «alguien» o «algo» suelen ser Dios, la razón o la Naturaleza. Para quien cree en la idea de «progreso» Dios o la Naturaleza han creado un mundo que avanza hacia un cierto fin de acuerdo a un plan preestablecido; de manera similar, para todo racionalista, la razón humana tiene un valor que se encuentra muy por encima de la forma de ser y de conocer el mundo del resto de los animales, y ella establece con todo derecho el fin que hay que alcanzar y, con ello, en qué consiste el «progreso» y «el sentido de la vida».

En Biología la primera opción da origen al «creacionismo»: Dios creó el mundo y éste avanza de acuerdo al plan divino, en el cual obviamente el humano es el ser más importante. La segunda opción, por su parte, da origen a la «falacia naturalista», la cual consiste básicamente en creer que así como son las cosas en la Naturaleza, así deben ser y así son «buenas». La tercera opción da origen al racionalismo filosófico, el cual, como veremos, no es únicamente filosófico.

Respecto a la primera opción poco podemos decir: no es factible argumentar racionalmente frente a quienes fundamentan sus ideas en dogmas. Toda creencia en Dios es respetable mientras no invada las creencias y derechos de los demás. El problema es que quienes defienden el creacionismo muchas veces han pretendido influir en las políticas educativas e imponerlo en los programas de enseñanza básica haciendo a un lado al evolucionismo, del cual hablaremos más adelante. De acuerdo al creacionismo el origen del ser humano se debe a una «creación divina». En dicha creación, el ser humano ocupa un lugar central y absolutamente primordial: Dios lo hizo a su «imagen y semejanza» y el resto del mundo tiene un valor que está condicionado al valor absoluto del ser humano. Con base en ello, la vida de los animales «vale menos» que una vida humana. Esa idea, que hoy llamamos «especismo», anida de tal manera en nuestra católica sociedad que hasta el más ateo científico, sin saberlo, puede seguir ese mismo esquema y puede considerar que, en efecto, la vida de un animal tiene menos valor que la de un ser humano, como veremos en breve.

Habíamos mencionado una segunda opción, para la cual la respuesta es sencilla: si todo lo que es de manera natural es bueno o así debe de ser, la cultura humana debería ser borrada de la faz de la Tierra: ¿hay alguien dispuesto a ello? Todos los medios artificiales y por lo mismo «no naturales» que empleamos a diario en la vida, desde una aspirina hasta la penicilina, desde la luz eléctrica hasta el Internet, quedarían fuera del sacrosanto reino de la «Madre Naturaleza». Evidentemente, no todo lo que es natural tiene por qué considerarse «bueno»: la historia de la humanidad es la historia de la constante lucha por controlar y predecir la Naturaleza, ya sea una erupción volcánica o una epidemia. Existen cientos de ejemplos de cosas «naturales» que de ninguna manera son «buenas» o deseables para el ser humano: venenos, terremotos, enfermedades; todo eso es «natural» y no por ello es deseable. De modo que hay que cuidarse de no caer en la así llamada «falacia naturalista» si se quiere avanzar sobre terreno firme en el ámbito del pensamiento crítico.

En cuanto a la tercera posibilidad: el racionalismo, entendido éste como la creencia en la superioridad radical de la razón humana frente a otras formas de ser y conocer el mundo del resto de las especies que habitan el planeta Tierra. A pesar de haber sido duramente cuestionado, hoy en día el racionalismo sigue profesándose desde ámbitos tanto filosóficos como científicos. Lo curioso es que el científico o el filósofo que se jacta de ser ateo responde al mismo esquema de pensamiento que la ideología cristiana: el ser humano posee algo que le hace «único» y «superior» al resto de la especies: esta vez no es el «alma», sino la «razón».

Todas estas posturas que hemos analizado se encuentran en la base de la idea del progreso: el ser humano, desde esas perspectivas, es el que más ha «progresado» en la cadena de la vida.  Son muchas las implicaciones éticas de esta manera de concebir al ser humano; imposible analizar todas ellas en este escrito. Pero me interesa en particular señalar una: la consideración de que la especie humana es «superior» a todas las demás. En efecto, la idea de «progreso» resulta conveniente para el ser humano, que se asume a sí mismo como el eslabón más perfeccionado, el que más ha «progresado» en el reino natural.

Resumiendo, podemos señalar al menos dos implicaciones éticas en esta idea de progreso: el especismo y la moral ciega. Quien considera que hay una finalidad hacia la cual es necesario pro-gresar, tan sólo tiene que encontrar ese orden preestablecido y seguirlo: este es el esquema al que responde la moral ciega – y no la ética, que se basa en el cuestionamiento personal de cada individuo. Por otro lado, si ese supuesto fin indica que el ser humano es privilegiado, ya sea por su relación con Dios, con la Naturaleza o con la razón, es evidente que dicha postura queda del todo justificada y desde esa perspectiva resulta difícil comprender en qué sentido el resto de las especies pudieran merecer respeto y compasión. Más adelante ahondaremos en este problema.

Evolución: desenvolvimiento vs. perfeccionamiento

Hemos analizado algunas implicaciones que conlleva el concepto de «progreso». Resulta contrastante el origen del concepto «evolución», que procede del latín evolutio, -onis, y designa la acción de desenrollar, desenvolver o desplegar[vi]. A diferencia de la idea de progreso, la de evolución, en su sentido radical, no implica el avance a un mayor grado de perfeccionamiento, sino simplemente el acto de constante desarrollo y cambio. Este término está emparentado con el lt. volvere, que indica tanto la acción de enrollar como la de desenrollar y alude al ir y venir, al envolver y desenvolver. La diferencia con respecto a la idea de «progreso» es muy importante. Ser evolucionista no implica necesariamente la creencia en la idea de «progreso», sino la aceptación de que las especies, todas, evolucionan, esto es: se desenvuelven, se desarrollan hacia un lado o hacia otro con base en la adaptación necesaria al medio natural. Para el evolucionismo, insisto, no existe necesariamente un fin preestablecido hacia el cual por necesidad tenga que pro-gresarse: hay una infinita gama de posibilidades hacia las cuales se puede evolucionar.

Como lo señalé, en el ámbito ético esa diferencia corre paralela a la diferencia entre las ideas de moral y ética: creer que progresamos hacia un fin preestablecido requiere creer en quien lo estableció como tal. En cambio, aceptar que todo evoluciona no implica la consideración de un fin único ni de una «perfección» a la cual se tenga que llegar, sino de un camino en el cual el individuo –o la especie– puede desenvolverse.

Lucha por la existencia y apoyo mutuo: dos caras de la evolución

Hasta aquí algunas diferencias centrales entre las implicaciones éticas de la idea de «progreso» y la de «evolución». Para adentrarnos en la polémica en torno al especismo hemos de comenzar por decir que inevitablemente un nombre está ligado a ambos conceptos: Charles Darwin. ¿Fue Darwin «evolucionista» y no «progresista»? En El origen de las especies, Darwin considera, en efecto, que el principio de Selección Natural «conduce al mejoramiento de cada criatura en relación a sus condiciones de vida orgánicas e inorgánicas, y en consecuencia, en la mayoría de los casos, a lo que debe considerarse como progreso de la organización»[vii]. Sin embargo, no quisiera entrar en la discusión acerca de si Darwin creyó o no en el progreso como lo entendemos ahora: me parece que esto supondría sacar de contexto su obra y su pensamiento.

Para comprender la grandeza de Darwin y de los evolucionistas de la época que le apoyaron y animaron a continuar con sus investigaciones y a publicarlas, es necesario tomar en cuenta el contexto en el cual vivieron. Darwin enfrentó un mundo que consideraba que cada especie había sido creada como tal y había permanecido inmutable. Con su obra demostró que esto no es así: existe una evolución de las especies a través de la Selección Natural, la cual, cabe señalarlo, era para él «el modo principal, no el único, de la modificación»[viii], que «son muchas las leyes que regulan la variación»[ix], la cual «está gobernada por muchas leyes que desconocemos»[x].  Y es en esta idea en la que deseo detenerme, ya que tiene también fuertes implicaciones en el ámbito del especismo.

Darwin demostró en qué medida la lucha por la existencia influye en la Selección Natural, la cual es entendida como el principio por el cual toda variación se conserva y se hereda, si es útil para sobrevivir. Sin lugar a dudas, Darwin hizo un fuerte hincapié en la idea de la lucha por la vida. «Contemplamos radiante de alegría la faz de la naturaleza», dice Darwin, pero toda vida en el fondo está destruyendo vida para poder sobrevivir: en eso consiste la lucha por la vida. Él insiste emplear la expresión «lucha por la existencia» en un sentido amplio y metafórico»[xi]. Pero, en efecto, llega a llamar «lucha por la existencia» a toda relación natural. El muérdago en el árbol lucha con el resto del muérdago, al mismo tiempo que lucha con el árbol, el cual a la vez lucha con otros árboles para atraer a las aves de las cuales depende su reproducción: todo es lucha. Y si a esto agregamos la fuerte influencia de las tesis de Malthus, reconocidas explícitamente por Darwin[xii], esa lucha aparece como algo inevitable, tanto entre los miembros de una misma especie, como entre los miembros de diferentes especies o entre los individuos y las condiciones de vida: todo es lucha por la existencia. [xiii]

De manera análoga y a la vez inversa, Peter Kropotkin[xiv] subrayó lo opuesto a la lucha por la existencia: el apoyo mutuo. Para él los animales se ayudan entre sí en su lucha por la vida. Y esa lucha no se da al interior de la especie, ni entre varias especies diferentes, sino que es una lucha contra el medio hostil al crecimiento de la vida. En Darwin without Malthus, Daniel P. Todes (1989) ha considerado que la diferencia entre ambos pensadores se debió a razones geográficas: Darwin se basó en observaciones que durante cinco años realizó a bordo del Beagle desde las selvas Amazonas hasta las Islas Galápagos[xv]. Ahí la vida es exuberante, los recursos abundantes y por lo mismo la población crece desmedidamente y, como lo creyó Malthus, Darwin consideró que ante tal crecimiento la lucha por la vida se encrudece. Por su parte, Kropotkin conoció Siberia, en donde la vida no crece de manera exuberante, sino al contrario: los individuos luchan por la vida en contra de un enemigo común: el medio ambiente hostil.

¿Lucha por la vida o apoyo mutuo? La pregunta conduce a un error: imposible hacer a un lado una de las dos tesis: no es «Darwin o Kropotkin», sino «Darwin y Kropotkin»: las implicaciones éticas de esta unión han sido el motivo constante de las obra de Franz de Waal, para quien la clave debe radicar en explicar «de qué modo coexisten la colaboración y la competencia»[xvi]. De ahí el entusiasmo de este primatólogo por la obra de Robert Tivers, quien actualmente defiende la idea de la evolución del altruismo recíproco[xvii]. Franz de Waal ha mostrado que la más usual malinterpretación de la teoría de Darwin puede conducir a creer que la solidaridad y la compasión son atributos exclusivos del ser humano, mientras que la agresividad es la herencia animal. Este esquema biológico responde al mismo esquema platónico-judeo-cristiano otrora analizado y criticado por Nietzsche. Desde esa visión, el ser humano es mitad animal y mitad otra cosa completamente diferente, ya sea «alma» o «mente»; ya sea divino o racional. Es fácil concluir de ello que la mitad animal es responsable de los impulsos violentos, mientras que la mitad humana es solidaria, racional y noble. Franz de Waal se pregunta: ¿Cómo vamos a querer a los animales con esa idea de lo que implica ser humano y ser animal?

Con base en esa inquietud, de Waal acerca a Darwin y Kropotkin para mostrar que egoísmo y altruismo, violencia y compasión, son factores presentes en las relaciones entre los animales, desde donde evolucionan nuestro egoísmo y altruismo, y nuestra violencia y compasión, y desde donde evoluciona, finalmente, toda nuestra moral. Con ello muestra implícitamente que ningún evolucionista puede dar la espalda al problema del origen de la moral y caer en el especismo. La moral humana no es el resultado de un toque divino ni de un perfeccionamiento radical. Es simplemente la evolución –que no el progreso- de uno de tantos aspectos que se encuentran presentes en el mundo animal.

Consideraciones críticas sobre el especismo

Con base en todo lo anterior, podemos recalcar una certeza: no estamos tan lejos de las demás especies como usualmente nos gusta considerar. No somos más que la evolución de una faceta animal y tal es nuestro bien y nuestro mal, nuestra ética y nuestra moral: evolución de una de muchas facetas del reino animal que de ninguna manera nos hace mejores ni superiores al resto de las especies que han evolucionado hacia otras formas de ser y de conocer el mundo. Así como hoy nos sorprenden, o al menos nos causan repudio las postura racistas o sexistas, llegará el día en que el especismo sea considerado como algo propio de una mente no ilustrada, de una forma de ser retrógrada y vergonzante.

Lo menos que podemos decir respecto a ser especista, es que no es muestra de un «buen gusto» moral. Grandes personalidades de la más diversa índole han insistido en ello, desde el ateo Nietzsche hasta el cristiano Tolstoi: no es cuestión de creencias ni de religión: el «gusto moral», como la mayoría de los «gustos», es cuestión de educación. Mientras más conciencia tengamos de nuestra similitud con las demás especies, mejor educados estaremos para dejarlas ser y darles en el mundo el lugar que se merecen.

NOTAS

[i] Este fue uno de los caminos –si bien no el único-  sugerido por el pensador Martin Heidegger.

[ii] J. Corominas – J. A. Pascual, Diccionario Crítico Etimológico castellano e hispánico. Editorial Gredos, Madrid, 1980, vol. IV, p. 659 y vol. I, p. 76.

[iii] Muchos otros vocablos derivados de esta familia se pueden consultar en Corominas, Op. cit., vol. I, p.77.

[iv] «Teleológica» es toda lógica que tiende a un télos: a un fin.

[v] Estas ideas fundamentan en parte la ética de Aristóteles, una de las más grandes propuestas éticas de todos los tiempos. Véase a este respecto el libro 1 de la Ética nicomaquea, en donde expone su concepción teleológica de la ética con toda claridad.

[vi] Corominas, Op. cit. Vol. V, p. 839.

[vii] Darwin, Charles. El origen de las especies por la selección natural, Tomo I, Cap. IV, «La selección Natural», México, Editorial Éxodo, 2010, p. 181. (El subrayado es mío.)

[viii] Darwin, Op. cit., Introducción, p. 55. (El subrayado es mío).

[ix] Ibíd. p. 63.

[x] Ibíd. p. 91.

[xi] Ibíd. p. 111.

[xii] En el capítulo III, Ibíd., titulado «La lucha por la existencia», dice Darwin: «Es la doctrina de Malthus aplicada con energía múltiple a todo el reino animal y a toda el vegetal».

[xiii] Cabe señalar que Dawin considera que la lucha es más feroz al interior de una misma especie: «Invariablemente es más dura la lucha entre los individuos de una misma especie, porque frecuentan análogos lugares, viven de idéntico alimento y están expuestos a iguales peligros.» Ibíd. p. 123.

[xiv] Son muchas las comparaciones entre Darwin y Kropotkin. Como se verá, acá sigo en gran medida la postura de Franz de Waal en el texto citado más adelante. El texto El apoyo mutuo puede consultarse completo en documento pdf en el siguiente enlace: http://bivir.uacj.mx/libroselectronicoslibres/Autores/PedroKropotkin/Kropotkin,%20Pedro%20-%20El%20apoyo%20mutuo.pdf

[xv] Todes, Daniel P. Darwin without Maltus: the Strugggle for Existencein Russian Evolutionary Thought, New York, Oxfrod University Press, 1989, citado en Franz de Waal, «Una visión más amplia», en El bien natural, Barcelona, Herder, 1997, pp. 32 – 41.

[xvi] De Waal, Franz. Op. cit., p. 41

[xvii] Cf. De Waal, Franz. Op. cit., pp. 37-40.

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Paulina Rivero Weber. Doctora en Filosofía por la UNAM, donde es profesora e investigadora. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel II. Se ha especializado en el pensamiento de Friedrich Nietzsche y de Martín Heidegger, así como en temas actuales de ética y bioética. Los últimos años se ha abocado también al estudio del daoísmo. Es autora de Alétheia: la verdad originaria (UNAM, 2004) y  Se busca heroína (Itaca, 2007), entre otros. Ha publicado más de sesenta artículos especializados en revistas arbitradas en España, México, Colombia, Uruguay y Argentina, y pertenece al Consejo de Dirección de la revista española Estudios Nietzsche.

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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