De patos o conejos: consensos cambiantes del canon científico

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¿Quién y cómo define el canon científico? ¿Qué factores influyen en él? Manuel Ochoa realiza una revisión histórico-filosófica al respecto, para dar respuesta a éstas y otras interrogantes que rodean al conocimiento científico.

 

 

Manuel Ochoa Sánchez

 

The task is not so much to see what no one

has yet seen; but to think what nobody has yet

thoughtabout that whicheverybody sees. 

Erwin Schrödinger, What is life? (1944)

 

 

¿Pato o conejo? La respuesta lleva tras de sí bastante más de lo que podemos imaginar.

¿Pato o conejo? La respuesta lleva tras de sí bastante más de lo que podemos imaginar.

 

 

¿Cómo se alcanza la inmortalidad en la ciencia? ¿Quién dicta y cómo se estructura el canon científico? La trascendencia de un autor y su obra depende casi en su totalidad del impacto que es capaz de generar en un momento histórico determinado, y de cómo ese impacto trasciende temporalmente y se ramifica de distintas maneras. Los cánones en ciencia frecuentemente son dictados por quienes, con sus ideas y obras, han sido capaces de darle un volantazo conceptual o procedimental a la historia del pensamiento. Estas ideas canónicas son, por lo tanto, puntos de inflexión en la construcción del conocimiento, y no sólo eso, sino en nuestra manera de entender y posicionarnos en el mundo. Pero, ¿qué significa dar un volantazo? ¿Cómo se establecen esos puntos de inflexión?

Para aterrizar su idea sobre las revoluciones científicas, Thomas Kuhn alude a una conocida imagen: se trata de un juego perceptivo con la cabeza de un pato, que visto desde otra perspectiva podría entenderse a su vez como la de un conejo (y viceversa). La interpretación de esa imagen, y la subsecuente historia que se cuente sobre ella, depende por completo de ese punto de partida que nos hace ver inicialmente un conejo o un pato, ambos a partir de la misma imagen. Esa elección, es decir, nuestra postura frente a la realidad que percibimos, determina por completo todo lo que viene después.

Esta es la historia de cómo el trabajo científico surge de interpretaciones preconcebidas que sirven de eje primordial en su labor, y de cómo tras ciertos momentos de quiebre, la interpretación puede virar, y con ella mucho –o prácticamente todo– de lo que la rodea.

El canon científico se establece en numerosas ocasiones y su duración varía según el momento histórico y el contexto social, cultural, tecnológico e ideológico de la época en la que ocurre, pero es ante todo, un acuerdo mutable que no cesa de construirse y resignificarse. Ni siquiera la teoría que pareciera posicionarse como la más firme, queda exenta de modificación.

 

Las flores rojas y el soplido que embiste un castillo de naipes

La filosofía de la ciencia se ha encargado tradicionalmente de analizar por qué y cómo transita la ciencia por los pasajes de la historia; no sólo cómo se construye el conocimiento y cuáles son los grandes avances, sino cómo se estructura ese proceso. Sin embargo, su dirección no fue siempre así. Hasta la primera mitad del siglo XX, la preocupación de los filósofos de la ciencia era primordialmente codificar los criterios y procedimientos universales que regulan la tarea científica. Esto es, responder a la pregunta de cómo se articulan tanto el lenguaje científico como la labor misma. Los análisis lógicos y deductivos predominaron en esta etapa, y éstos se centraban en la estructura del lenguaje científico, así como en la de sus leyes y teorías.

¿Cómo llegamos a una idea en ciencia?, ¿hay criterios universales que definen el trabajo científico?, ¿existe un método? O más aún: ¿existe una «lengua franca» o lenguaje común que unifique a todas las ciencias?

Según estos filósofos, deberíamos leer entre líneas la ciencia, y descubrir cuáles son, de existir realmente, esos criterios a partir de los cuales los científicos trabajan. La ciencia para ellos era una empresa racional que se fundamentaba en métodos definidos, que trascendían hasta cierto punto la época de quien los llevaba a cabo. Esta amplia tarea de delinear la labor científica, se abordó inicialmente desde la lógica. El camino que lleva al surgimiento del conocimiento científico es racional, y por lo tanto es posible reconstruirlo lógicamente. Ésa era precisamente la tarea del filósofo de la ciencia según los clásicos.

Los filósofos de esta escuela de análisis (denominada El círculo de Viena) como Hans Reichenbach, Rudolf Carnap, Otto Neurath y Moritz Schlick, se identificaban con el empirismo lógico que priorizaba la evidencia del trabajo científico y se apoyaba en análisis lógicos para su reconstrucción, además de optar por la inducción (el paso de enunciados singulares a universales) como método de justificación de las ideas científicas. Mediante este punto de partida, pretendían dilucidar, entre otros tópicos, qué distingue a la ciencia de lo que no lo es (el conocido debate sobre la demarcación de la ciencia). Su movimiento continuaría hasta disolverse definitivamente antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, tras los graves embates del nacionalsocialismo alemán.[i]

Además de los empiristas lógicos, otra gran vertiente se posicionó como vanguardia de la filosofía de la ciencia clásica: el racionalismo crítico, que se basaba en la deducción para el análisis y que halló en Karl Popper su representante de mayor renombre. La ciencia, según autores como Popper, es una empresa racional, y lo es porque sometemos a crítica permanente aquello que de ella surge. Todo es corregible, incluso los enunciados que describen nuestras observaciones.

¿En ciencia es posible saber cuándo aceptar una hipótesis? Esa pregunta ocupó a numerosos teóricos. Los empiristas lógicos dirían que sí, mediante la inducción. Karl Popper afirmaba que no y que la inducción no es un buen método para justificar hipótesis.[ii] Para él, no existe tal cosa como una forma de estar completamente seguros de cuándo aceptar una hipótesis; sin embargo, sí podemos saber cuándo rechazarla. Para continuar con esta idea, es importante remarcar que Popper propuso el modus tollens, una herramienta deductiva a partir de la cual se ponen continuamente a prueba las hipótesis. La ciencia, según él, opera así: de una conjetura (hipótesis) surgen consecuencias observables (evidencia empírica), y éstas se ponen a prueba. Después las conjeturas planteadas pueden rechazarse si fallan; pero si no, se ponen a prueba nuevamente y surgen así consecuencias observables. Si la conjetura resiste numerosas puestas a prueba, podemos corroborarla e integrar aquello que genera como parte del conocimiento científico, aunque no seamos capaces de justificarla plenamente sólo por la evidencia empírica que obtenemos y la tarea de desafiarla no cese jamás.

Aunque el sí definitivo quizás nunca llegue, la cuestión es mantener a las hipótesis alejadas del rechazo y en eso radica la fuerza de las conjeturas planteadas: resistir los embates de nuestras pruebas. En otras palabras, no podemos llegar a la generalidad de decir todas las flores visitadas por aves son rojas si nos basamos en la evidencia empírica de que existen flores rojas visitadas por aves. Aquí, el inductivismo del Círculo de Viena indicaría que la generalidad sí puede nacer de la evidencia empírica, pero en términos del modus tollens y el análisis hipotético-deductivo, el trabajo científico nos llevará a intentar demostrar que existen aves que visitan flores de otros colores (esto es, poner a prueba la evidencia empírica). Si las hallamos, ese descubrimiento nos llevará necesariamente a replantear nuestra descripción de los hechos para incluir la nueva evidencia, y sobre todo, a volverla a poner a prueba, contrastarla. Un esfuerzo que no cesa.

La máquina deductiva de Popper, entonces, puede equipararse a construir un castillo de cartas y soplarle. Si se cae, nuestro método (o el castillo mismo) es deficiente y habrá que hacer ajustes o sustituirlo. Si no, no lo estableceremos definitivamente, sino que lo someteremos a nuevas pruebas, distintos soplidos o formas de derribarlo. Su fuerza radica en su resistencia misma. La racionalidad de nuestras creencias no depende de su corroboración, sino de que estén siempre sujetas a revisión y expuestas a refutación.

 

La oleada sementera: un giro historicista

La discusión sobre los clásicos podría abordar muchas páginas más, sin embargo es importante recalcar el claro contraste ideológico que emergió después. ¿Cuáles son nuestros instrumentos de análisis para abordar la labor de la ciencia? Como se dijo anteriormente, los teoreticistas afirmaban que los análisis lógicos eran el camino para delinear la labor científica que, además, consiste en una actividad ahistórica. Popper iba incluso un poco más allá e incluía la deducción.

Otros afirmaron que para analizar el desarrollo del conocimiento y del trabajo científico, habría que saber cómo se trabaja en ciencia. Esta afirmación lleva consigo una nueva forma de abordar el problema, y tiene, además, otra principal implicación. Para responder a esa pregunta, se debe echar mano de la investigación histórica; en ese sentido, el análisis histórico de la práctica científica resulta central. Toda observación, toda experiencia, está cargada de teoría, pues no hay observaciones puras, neutras o independientes de toda perspectiva teórica. Por lo tanto, para saber cómo se ha modificado esa teoría que influye en nuestra práctica, hay que voltear hacia la historia. Este novedoso esquema de pensamiento conformó una nueva etapa en la filosofía de la ciencia. A partir de ésta, la historia se incluía en el trabajo de pensar la ciencia. La nueva ola sesentera aplicaba a la ciencia lo que el historicismo del siglo XIX ya hacía: abordar desde la historia las preguntas filosóficas.

 

El que hambre tiene, en pan piensa

Situados en las ideas de los historicistas, podemos entonces abordar las preguntas que inician este texto desde una de las perspectivas más recientes de la filosofía de la ciencia: ¿quiénes son las figuras más renombradas en ciencia? Podríamos mencionar a muchos, en distintas áreas del conocimiento: Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Einstein, Linneo, Darwin, Wegener, Croizat y muchos más entrarían en la lista. Para entender por qué lo son, es importante analizar su obra, las razones del impacto que ésta tuvo, y, sobre todo, cómo era la ciencia antes de ellos.

Thomas Kuhn, un físico que destacó como filósofo de la ciencia en la nueva ola de esta disciplina, afirmaba que los logros científicos no son explicados necesariamente sólo a través de la inducción y de la deducción. Según éste, el filósofo de la ciencia debe (al contrario de lo que establecían sus predecesores) entender la estructura del desarrollo científico y explicar los cambios que en éste se generan. Kuhn introduce algunos términos relevantes para articular sus fundamentos de análisis. Si volteamos a la historia, encontramos que en ciencia no necesariamente las grandes figuras han seguido al pie de la letra una secuencia de pasos que se resuman en métodos claramente establecidos, y que la ciencia dista de ser una tarea lineal y acumulativa de conocimiento.

Kuhn se dio cuenta de que la ciencia se mueve dentro de sistemas conceptuales; es decir, nuestra práctica científica emerge, en primera instancia, de cómo visualizamos el mundo (¿pato o conejo?). Para los físicos posteriores a Newton y previos a Fresnel,[iii] por ejemplo, la luz era una partícula y a partir del esquema conceptual de entender a la luz de esa forma, las teorías, experimentos y observaciones se dirigían en su totalidad a explicarla como tal. Además de esto, resulta claro entonces que los esquemas conceptuales no son sistemas de creencias, sino un prerrequisito de éste. Es decir, la teoría corpuscular de la luz surge después de asumir que la luz es una partícula y estructurar diseños experimentales partiendo de esa idea. No al revés.

El sistema ptolemaico situaba a la Tierra en el centro del universo, en parte porque los principios ideológicos dictaban que la creación más perfecta de Dios, el humano, habitaba la Tierra, y por lo tanto debía tener ésta un lugar preponderante en el universo. Los experimentos y explicaciones, partiendo de principios como éste, pretendían afianzar dicha idea, confirmar dicho esquema conceptual mediante la labor astronómica. Pese a ser errónea, esta concepción ofrecía explicaciones y cálculos sobre las posiciones planetarias y gracias a la evidencia surgida tras voltear al cielo con ese lente y aparatos construidos ex profeso alrededor de esa idea, la ciencia de esa época trazó un mundo donde el Sol y los demás astros giraban alrededor de la Tierra. Incluso mediciones posteriores, incluso con esquemas conceptuales distintos y quizás más precisos en sus fundamentos, como el de Copérnico, [iv] apenas mejoraron.

Para Kuhn, el esquema conceptual se denomina paradigma, y no sólo comprende las ideas desde las que se fundamenta el trabajo científico, sino parte de ese trabajo en sí mismo. Además, a partir de éste se establece una suerte de agenda para la resolución de problemas en el área en la que se desarrolle. Los paradigmas son los puntos de partida desde los cuales se trabaja en ciencia y en la labor experimental; incluso nuestra visión sobre los resultados y su interpretación que de ésta surgen, dependen totalmente de los paradigmas. Es un paradigma ver la imagen y opinar que lo que se observa es un conejo; por otro lado, es un paradigma distinto observar la imagen e interpretar un pato. A partir de cada una de estas ideas, se construye la ciencia subsecuente. En términos coloquiales, pareciera tratarse de una versión filosófica del clásico el que hambre tiene, en pan piensa.

  

Los sistemas de creencias, el acuerdo y el trabajo al interior de la ciencia

¿Quién establece cuál es el sistema de creencias a partir del cual trabajar? Hasta este punto, si pensaban que la ciencia es esa actividad que aspira a la verdad y se sitúa en el pináculo de la objetividad, lamento decepcionarlos. La lección que nos da la historia es que la ciencia, en tanto que consiste en una actividad humana, es escenificada por personas o grupos de personas que toman decisiones basadas en el consenso e ideas particulares según su contexto histórico. Con intereses particulares y sesgados por su circunstancia social, entre otros factores. Gran parte del desarrollo metodológico que surge es posible gracias a esos puntos de partida.

Los paradigmas científicos se establecen, según Kuhn, por su propiedad de resultar prometedores para abordar y resolver problemas. Pueden no ser comunes a una sociedad sensu lato, pero sí, al menos, a un grupo de científicos que establece ese programa de investigación. Como indicara Fleck, y Kuhn posteriormente, el canon científico, en este sentido, lo dicta el acuerdo surgido desde un grupo de investigadores que plantean un sistema que a su juicio es –o será– capaz de resolver ciertos problemas.

¿Por qué aparecen los paradigmas en ciencia? En el arte, el canon pareciera consistir en que los actores principales planteen mediante su obra una reinterpretación del mundo según su contexto (en términos teóricos, estéticos o instrumentales), pero en la ciencia los paradigmas suelen surgir de crisis previas. Preceden a las crisis las anomalías, mismas que resultan de puntos en los que el paradigma vigente o hegemónico no ofrece soluciones, o bien, no resulta igual de eficiente que otros para hacerlo. Esa eficiencia para resolver problemas se observa en lo que Kuhn llama ciencia normal, que consiste en todo el trabajo científico basado en paradigmas. Una vez establecidos los fundamentos base, y esto es situarse en un paradigma, los científicos trabajarán en su realización. Existen dos principales resultados de esto: aquello estrictamente relacionado a cómo esa labor científica ofrece respuestas a la solución de problemas planteados y cómo dichas respuestas abonan en el mejoramiento o afinación del paradigma mediante herramientas teóricas o procedimentales.

Para ejemplificar esto último, consideremos a la concepción de evolución biológica impulsada desde Darwin. El inglés, pese a ser contemporáneo de Mendel, no tuvo para su teoría una buena base que impulsara sus ideas mediante una noción sólida sobre el mecanismo de la herencia. Años después el trabajo del monje agustino fue retomado, y el esfuerzo científico a partir de esto permitió incorporar ambos (y otros conocimientos más) hasta edificar la síntesis moderna de la evolución, mediante la inclusión de los principios genéticos de la herencia discreta de caracteres en las ideas de Darwin.

Si bien la síntesis moderna comprende más que aquello que Darwin concibió teóricamente, la idea central de la evolución biológica se mantuvo. Así, más allá de romper con el paradigma darwiniano, el trabajo científico ha llevado al refinamiento teórico, experimental y empírico de sus ideas. El paradigma (la evolución biológica) se refuerza gracias a la ciencia normal (investigación que toma como punto de partida los fundamentos teóricos de Darwin y permite complementarlos) que se desarrolló después. Sin embargo, el reconocer y contrastar paradigmas, no es la labor de un científico, sino que se hace explícito una vez que el trabajo científico se enfrenta a fracasos continuos en la resolución de ciertos problemas, después de que esto ha derivado en una crisis y es también posterior a que algún otro paradigma nuevo haya surgido como respuesta a dicha crisis. El trabajo del investigador, durante el periodo de ciencia normal al que se refiere Kuhn, se centra en resolver problemas y ofrecer soluciones. En sus propias palabras, el científico se dedica a armar rompecabezas.

Mediante la idea de los paradigmas, Kuhn pareciera resolver de forma relativamente simple el controvertido debate entre ciencias naturales y ciencias sociales. Para él, la ciencias sociales no son ciencias realmente en tanto que no se pueden definir claramente los paradigmas que determinan su labor. Sin paradigmas, no existe un consenso establecido que sirva de base para el trabajo de investigación. De la misma forma, antes de que, gracias a Newton, se unificara parte del pensamiento científico, y gran parte de éste tomara cierta dirección (una vez que su obra se convirtiera en una referencia intelectual obligada), la labor realizada no se puede llamar científica, según Kuhn.

 

El otro relojero ciego

Con una conocida analogía en respuesta a las afirmaciones de William Paley, Richard Dawkins [v] le dio personalidad a la evolución con fines divulgativos: el relojero ciego, aquella fuerza capaz de generar estructuras tan complejas e intrincadas como el ojo, pero sin llegar a él con un fin premeditado. Como ocurrió con esa famosa idea en biología, el trabajo científico en general pareciera tomar tintes similares en su devenir. Es una actividad sin componentes teleológicos. La ciencia puede especializarse de tal forma que generen herramientas para realizar predicciones tan precisas como las estimaciones cuánticas, o que diversifiquen la manera de abordar un problema. Consideremos por ejemplo que gracias a la nueva interpretación que ofrecieron los historicistas, ahora puede hablarse de Sociología de la ciencia (que aborda las condiciones sociales en las cuales se enmarca el trabajo científico), de Historia de la ciencia, y de su rama más antigua: la filosofía de la ciencia.

Aunque usemos ciertas licencias didácticas para ejemplificar las ideas de Kuhn en algo similar al lineal esquema de: ciencia normal-anomalías-crisis-revolución-científica-ciencia normal-anomalías-crisis… en muchas ocasiones lo que ocurre en esa secuencia se parece más bien a la trayectoria evolutiva misma, que toma distintos caminos, ramifica, diverge, y sus teorías o líneas de pensamiento parecieran atravesar por una suerte de aislamiento reproductivo.

El devenir histórico de la actividad científica difícilmente es lineal. Por el contrario, sus caminos se ramifican y se dirigen hacia distintos sitios conceptuales y empíricos, frecuentemente impredecibles. En su camino, a la luz de su estructura, surgen anomalías, crisis y oportunidades para que nuevos planteamientos ideológicos se posicionen en la consecución de las metas que establecen los grupos de científicos. Pese a su ramificación, la imagen representa en realidad el trabajo científico ocurrido únicamente con base en tres paradigmas: el previo y los posteriores a cada revolución científica esquematizada. En la figura 2 se muestra dicho esquema. Cada que diverge una línea, es decir, cuando ocurre una revolución, se redefinen los significados, valores de verdad y el contexto ideológico que sirven de base para el trabajo del científico. Es importante subrayar que las revoluciones científicas no necesariamente son valiosas por sí mismas, sino porque son el punto de quiebre entre dos o más procesos distintos de ciencia normal. Así, no sólo debemos ocuparnos de lo que ocurre después de que una crisis ha derivado en revolución científica, sino sobre todo, tomar como referencia la historia previa de cómo se trabajaba y qué paradigmas dominaban la práctica científica antes de eso. Al contrastar históricamente ambos momentos, se puede dilucidar el avance de la ciencia.

Algo curioso que pareciera contraponerse con la tradicional concepción de la palabra revolución, es que en ciencia difícilmente se abandona una teoría si no hay otra disponible. Es decir, difícilmente se deslegitima una teoría por completo, aunque tenga fallos, si no ha surgido alguna otra que actúe como contrapeso. Kuhn afirma, incluso, que los científicos que trabajan en un paradigma particular, no deberían centrar su trabajo en actuar en contra de su paradigma. Pareciera que históricamente los científicos no se lanzan a ciegas por la revolución sino que es necesario pisar firme antes de dar el siguiente paso. En otras palabras, aunque el barco haga agua, no nos tiraremos al mar si no existe cerca, al menos, una lancha.  

 

El barco que se hunde: anomalías, crisis y revoluciones científicas

Larry Laudan [vi] establece que la ciencia es, ante todo, una actividad que responde a la resolución de problemas y en la consecución de esa meta radica su relevancia. Ante el añejo debate de la dirección de la ciencia, asume que la verdad trasciende al entendimiento humano y, como otros historicistas, apunta a que el progreso científico no conduce a la verdad, sino al consenso. Pese a que la verdad (sea eso lo que sea) no es la dirección del trabajo científico, sí puede ser uno de los motores del mismo mediante la pretensión de verdad. Otros valores importantes de la ciencia, al margen de la verdad, son la coherencia o consistencia de las teorías, la fuerza predictiva, la adecuación empírica (que los hechos observados y la teoría se interrelacionen), y el valor pragmático que pueda llegar a tener.

Existen por supuesto problemas en el trabajo científico, que podemos clasificar según su naturaleza como empíricos, que abordan directamente aquellas situaciones en que las teorías y la ciencia normal en general reviste de cierta fuerza explicativa, o los conceptuales, problemas referidos al mecanismo teórico empleado.

Si la ciencia normal que responde a cierto paradigma, acumula problemas empíricos, como problemas sin resolver, la pérdida de fuerza explicativa, resolutiva, o incluso cuando la teoría misma entra en conflicto con la epistemología actual, el paradigma atraviesa por una crisis y es el momento preciso para que otro que surja o coexista con él, se establezca, y así se posicione un nuevo periodo de ciencia normal que con sus labores desplace al paradigma anterior. En ese trayecto, cambian los métodos, el lenguaje que se utiliza, los diseños experimentales y, sobre todo, se modifica la visión del mundo. Así, el valor de una teoría depende en gran medida de cuántos problemas resuelve y cómo lo hace con respecto a otras. En ese sentido, el pluralismo teórico contribuye al progreso científico y sin duda el avance entre paradigmas cimbra nuestro entendimiento.

 

El canon científico. Un lugar para la posteridad

Pensar la ciencia y sus caminos fue una tarea que se abordó inicialmente desde una parte de su identidad misma: la lógica y la deducción. Sin embargo, cambió el lente desde el cual se miró esa labor cuando se le dio un lugar a la historia. Desde ahí se encontraron distintos patrones que hablaron más por los contextos de quien se encuentra inmerso en ciencia y que, gracias a ello, pudimos identificar la preponderancia que adquieren no sólo las distintas concepciones de ver el mundo, sino los consensos que desde éstas se lograron, los cuales surgen siempre como respuesta al contexto socio-cultural de los hombres en su devenir histórico. Así, el canon científico transita entre acuerdos mutables, con fecha de caducidad determinada por el resultado de la labor del trabajo científico y su efectividad; en el tiempo histórico, para abordar y dar respuesta a problemas puntuales con respecto a otros paradigmas.

Aquellos que han sido parte de estos cambios de dirección, cuya interpretación resultó satisfactoria para enfrentar un determinado cuerpo de problemas, han quedado inmortalizados en la historia científica, no necesariamente por lo verdadero de las afirmaciones en las que derivó su labor, sino por establecer un rumbo nuevo para pensar, tomar acción y resultar efectivo. La ciencia es el paradigma de racionalidad de la humanidad, un canon que aún hoy sigue vigente, pero que entre sus páginas alberga historias de rupturas, encuentros y cambios de rumbo en nuestro entendimiento del mundo.

 

 

 

NOTAS

[i] Ludwik Fleck sufrió en carne propia las implicaciones de las ocupaciones nazis y desarrolló su investigación médica y filosófica pese a Auschwitz y los ghettos judíos de su ciudad. La obra de este gran científico polaco se mantuvo en el anonimato varios años, aunque la relevancia de sus ideas pudiera ser comparable a los aportes del mismo Thomas Kuhn.

Ludwik Fleck, La génesis y el desarrollo de un hecho científico, 3ª edición, Madrid, 1986, Alianza Editorial.

[ii] Otros filósofos, como Paul Feyerabend, no sólo mencionan que la inducción no resulta un método idóneo para describir el trabajo científico, sino que incluso su progreso tiene lugar cuando se actúa de forma opuesta a éste: de manera contrainductiva.

[iii] Antes de que los hallazgos y conclusiones de Maxwell integraran la electricidad y el magnetismo, físicos como Fresnel y Young descubrieron que las ideas de Newton resultaban insuficientes para explicar los fenómenos de interferencia y difracción de la luz. La idea lumínica de Newton era corpuscular; es decir, la luz era concebida como partícula. Ante la nueva experiencia empírica, una importante adecuación conceptual se requería para dar cuenta de este nuevo descubrimiento, que sugería un comportamiento ondulatorio en la luz.

[iv] El trabajo de Copérnico en realidad apuntaba a confirmar los fundamentos de la herencia ideológica de Ptolomeo. De una manera similar, según el esquema conceptual de Copérnico, el Sol podría situarse al centro del universo por razones de una convicción religiosa.

[v] Richard Dawkins, The blind watchmaker, 2ª edición, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1986

[vi] Larry Laudan. «Un enfoque de solución de problemas al progreso científico», en Ian Hacking, Revoluciones científicas. FCE. Breviarios, México, 1985, pp. 273-293.

 

 

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Manuel Ochoa Sánchez (Ciudad de México, 1988) estudió Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Actualmente está por terminar la maestría en Ciencias biológicas en el Instituto de Ecología de la UNAM con orientación en ecología evolutiva. Interesado en la literatura, la pedagogía y la comunicación científica, es un explorador de la filosofía de la ciencia y la evolución de las interacciones bióticas.

Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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