Las matemáticas en el cine

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La relación entre las matemáticas y el espectáculo dista mucho de ser cotidiana y constante. Sin embargo, existe más de un ejemplo de cómo podríamos trazar enlaces comunicantes entre la cinematografía y los números. En este texto se aborda directamente esta cuestión.

 

 

Irene Hetzenauer y Abraham Martín del Campo

 

 

Las matemáticas son una ciencia que comprende mucho más que números y garabatos en una pizarra; abarca diversas teorías, espacios, formas, patrones, y construcciones mentales. Las matemáticas pueden abrir la mente y, con ideas, llevarla a los límites de lo inimaginable. Incluso existimos quienes las consideramos un arte.  El cine también nos transporta a lugares inesperados; transmite emociones y difunde ideas, es capaz de crear mundos y destruirlos, retar la imaginación del público, y, en la ficción, configurar realidades imposibles. En este sentido, se esperaría que la combinación de estas dos disciplinas tan ricas en elementos e ideas, resultara en una combinación interesante, con una variedad de tramas e historias capaces de transportar al espectador a universos incomprensibles y deleitantes. Sin embargo, el resultado de este amalgama ha sido, hasta ahora y en su mayoría, decepcionante. Es aquí donde nos preguntamos por qué el cine y las matemáticas no han sido una buena combinación, ¿acaso es resultado de malas realizaciones? ¿Acaso se deriva de las representaciones limitadas o desinformadas de las matemáticas? ¿Tiene que ver con el retrato estereotípico de quienes se dedican a esta ciencia que con frecuencia vemos en las producciones hollywoodenses?

Por un lado, las ciencias exactas suelen percibirse como campos reservados para algunas mentes privilegiadas, pues tienden a ser muy abstractas. No obstante, la combinación de ciencia y cine ha funcionado bien con disciplinas distintas a las matemáticas. Por ejemplo, la química ha sido fuente de inspiración de películas tan diversas que van desde lo meramente fantástico, como Flubber (EE.UU., 1997, Les Mayfield), o su versión original El profesor distraído (The Absent Minded Professor, EE.UU., 1961, Robert Stevenson), sobre un inventor que desarrolla una masa que rebota mucho, la cual utiliza de maneras divertidas, hasta la muy real posibilidad de desintegrar un cuerpo humano en una tina de plástico. Por ejemplo, en El club de la pelea (Fight club, EE.UU. 1999, David Fincher), basada en la novela de Chuck Palahniuk de 1999, la química está tejida al interior de la trama, pues los personajes se dedican a la fabricación de jabón con grasa humana –extraída, irónicamente, de la única gente que puede pagar esos jabones artesanales–, proceso que se explica de manera tangencial a lo largo de la película. Cuando Tyler Durden (Brad Pitt) quema la mano de Edward Norton con una mezcla de grasa y lejía que luego neutraliza con vinagre en lugar de agua, seguramente los espectadores versados en química sintieron alivio en su corazón.

El cine y la física también se han combinado exitosamente en muchas ocasiones. Un ejemplo reciente es Interestelar (Interstellar, EE.UU. 2014, Christopher Nolan), que utiliza la relatividad espacio-temporal para explicar los saltos temporales después de que Cooper (Matthew McConaughey) viaja a través de un hoyo de gusano. Sin meternos en si la película es buena o no, lo cierto es que, sin advertencia previa, nos enjareta temas de física que no son tan fáciles de entender (al menos para nosotros) sin caer en la redundancia de justificar, con minucioso detalle, por qué sucede lo que sucede. Inclusive, bajo una perspectiva muy laxa, se puede decir que es gracias a una inspiración en la física que Han Solo puede apretarle un botón a su Halcón Milenario y transportarse al hiperespacio, lo que sea que George Lucas quiera decir con eso.

Cuando se trata de las matemáticas y el cine, la decepción es inevitable. Desde que uno sale del clóset y admite su gusto por las matemáticas ante la sociedad, la comunidad comienza a recomendar películas «matemáticas». Hasta ahora, la mayoría de ellas sólo me han servido para romper silencios incómodos en alguna conferencia, criticando los errores comunes en la interpretación cinematográfica de quienes se dedican a las matemáticas. Por todo lo anterior, queremos compartir esto, quizá simple y sencillamente como ejercicio terapéutico.

Cabe mencionar que el cine puede ser fuente de inspiración para muchas profesiones. Simplemente hay que hacer una encuesta en la facultad de arqueología más cercana para ver cuántos arqueólogos que rondan los treinta años decidieron su vocación desde que, en su infancia, vieron a Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, EE. UU. 1981, Steven Spieldberg). Pero si sólo pudiéramos escoger nuestra profesión con base en el cine, nadie escogería dedicarse a las matemáticas, pues las películas más conocidas suelen reducirnos a autistas, nerds que saben multiplicar muy rápido, o raritos con un gusto malsano por los números que, para poder desatorar sus ideas tan matemáticas –como encontrar una descomposición de primos de un número–tienen que golpearse la cabeza. Al menos los matemáticos que conozco no son así. Bueno, la mayoría.

Con el fin de mostrar la mayor diversidad posible, decidimos analizar algunas películas consideradas «matemáticas» por la misma comunidad, las cuales pueden agruparse en las siguientes categorías: 1) aquellas en las que alguno de los personajes centrales es un matemático, o peor aún, bueno con los números;  2) aquellas que usan algún concepto matemático como inspiración en la trama. Aunque estuvimos tentados, no consideramos filmes donde hay algún matemático cuya profesión no es esencial para la trama. Por ejemplo, dejamos fuera películas como 21 gramos (21 Grams, EE.UU. 2003, Alejandro González Iñárritu), donde Sean Penn interpreta el papel de un matemático, aunque sólo un ojo minucioso notaría pequeños detalles de su profesión en la decoración de su departamento.

Esos locos matemáticos

Dentro de la primera categoría, están las cintas biográficas que cuentan la peculiar vida de algún matemático real.  Este es el caso de Una mente brillante (A Beautiful Mind, EE.UU. 2001, Ron Howard), la cual nos introduce paulatinamente a la esquizofrenia de John Nash Jr. (Russel Crowe). La película peca de muchas cursilerías típicas de Hollywood: escribir ecuaciones en las ventanas, el discurso emotivo cuando recibe el premio Nobel, el ritual de los colegas consistente en entregar sus bolígrafos para reconocer los logros de otros profesores y un relación amorosa tan empalagosa que es digna de una chickflick. Sin embargo, aún con todos estos elementos, el viaje por la esquizofrenia de Nash y su pasión por las matemáticas se desarrolla de manera adecuada. Tal y como lo muestra el retrato cinematográfico de Howard, Nash fue una persona excéntrica. Por ejemplo, se resistía a tomar clases para no alterar su visión tan única de las matemáticas. En este sentido, el retrato del matemático raro, genios locos por así decirlo, está justificado en esta cinta. Sin embargo, el filme de Howard se basa en un caso que no es representativo, sino excepcional (lo cual, por supuesto, lo vuelve dramáticamente interesante). El problema es que, a falta de una mayor diversidad de representaciones y debido a su alcance como filme hollywoodense multipremiado, esta película ha generado una convención que está presente incluso en películas que no están basadas en personajes reales. De que hay matemáticos raros los hay, pero la mayoría no son así. ¿Por qué es tan difícil encontrar ejemplos que no se valgan de esta fórmula?

Existen tres ejemplos de cintas biográficas que sirven muy bien para ilustrar este fenómeno: Rompiendo el código (Breaking the Code, G.B. 1996, Herbert Wise), Enigma (EE.UU. 2001, Michael Apted), y El código Enigma (The Imitation Game, EE.UU. 2014, Morten Tyldum). Las tres están basadas en la vida de Alan Turing, el padre de la computación. Si al lector le apasiona mucho la vida de Turing –tanto como a Hollywood parece fascinarle– recomendamos optar por la primera, un filme para la televisión realizado por la BBC titulado Breaking the code (disponible en YouTube). En esta película, Turing no es representado como un matemático loco –aunque tiene un tartamudeo intermitente–, sino como un gran pensador que lucha por liberarse de los estigmas sociales. A diferencia de los otros dos ejemplos, esta versión apenas ofrece un brochazo de sus conflictos conyugales. Derek Jacobi hace un trabajo sobresaliente representando a Turing, pues construye su pasión por las matemáticas desde el inicio, por ejemplo, cuando le muestra a su prometida cómo ver la secuencia de Fibonacci en una piña de pino, o más complicado, cuando se apasiona al hablar de las tres propiedades de un sistema matemático basado en axiomas (consistencia, completitud, y decidibilidad), y de cómo fueron desafiadas por matemáticos como Gödel. La película logra transmitir esa fascinación por las matemáticas de una manera muy realista sin caer en una cursilería banal, o intentar apantallar a los espectadores con temas que sólo los matemáticos profesionales apreciaríamos.

Las otras dos películas sobre Turing, Enigma y The Imitation Game, resultan muy mediocres comparadas con Breaking the Code. La más decepcionante, curiosamente, es la más famosa.  The Irritation Game (nombre que le dimos después de tanto tener que soportar la batalla del actor Benedict Cumberbatch por de salir de su actuación como Sherlock Holmes, en una película en la que no deja de ser un Sherlock arrogante con pequeñas diferencias) no muestra nada de pasión por las matemáticas, sino la arrogancia y soledad de una persona que se sabe más inteligente que quienes lo rodean. Por su manera plana de retratar a un científico que sin duda fue interesante, sólo nos atreveríamos a recomendar esta biografía de Turing a los admiradores de la serie Sherlock. Por último, la película Enigma de 2001, sólo está inspirada en la vida de Turing, pues el personaje principal ni se llama así, ni es homosexual (tema que The Irritation Game explotó siguiendo la moda de lo altamente oscareable sin llegar a ser transgresor, como todo lo oscareable). El contenido de estas películas se limita al melodrama de la biografía sin incorporar realmente a las matemáticas, y transforma a este personaje en una especie de héroe de acción, el Capitán América de las matemáticas, que debe romper el código antes de que los nazis destruyan al mundo.

También hay películas no biográficas que intentan reflejar la vida peculiar de un matemático ficticio. El mejor ejemplo es Mente indomable (Good Will Hunting, EE.UU. Gus Van Sant), la historia de La Cenicienta hecha matemático: un chico que limpia pisos en una universidad famosa de Boston se distrae de sus tareas de limpieza para resolver un problema difícil que un matemático –supuestamente muy reconocido porque ganó la medalla Fields (presea de las más importantes en esta profesión)– escribe en una pizarra como un reto para sus alumnos. Esta Cenicienta, interpretada por Matt Damon, llena sus días de borracheras y pleitos con sus amigos hasta que, al final, se pone la zapatilla de cristal y se da cuenta de que puede escoger una vida digna de príncipe siendo matemático en cualquier lado.

Esta película peca de las mismas cursilerías hollywoodenses ya mencionadas, garantía de un gran éxito en taquilla. Es especialmente de risa ver cómo Will (Matt Damon) aprovecha unos segundos mientras limpia los espejos para escribir sus ecuaciones; o el momento más cursi en la historia de la psicología en el cine: Robin Williams rompiendo la barrera emocional de Matt Damon repitiendo «it´s not your fault» una y otra vez. Si esto no es suficiente para sacarnos una carcajada, ¿por qué no tratar de incorporar uno de estos momentos épicos en nuestra vida laboral? La próxima vez que te sientas incapaz de resolver un problema trata de hacerle como Will: señala los tres vértices de un triángulo en la pizarra, échate unas cancelaciones de fracciones como lo hacías en la prepa, y dale un high five a la persona más cercana. No te ayudará a resolver el problema, como tampoco lo hizo en la película, pero te hará sonreír. Y es todavía mejor si al fondo se escucha Eye of the Tiger o algún otro himno a la realización personal.

Otro filme muy discutido entre matemáticos es Pi: el orden del caos (Pi, EE.UU. 1998, Darren Aronofsky), una película con un contenido matemático muy básico. En esta cinta vemos a un matemático obsesionado con encontrar patrones en la bolsa de valores basados en la irracionalidad de Pi. Un número es irracional cuando no se puede escribir como fracción (o quebrado, como diría mi abuelita). Esto quiere decir que la expansión decimal de Pi como el número 3.141592… no tiene ningún patrón obvio y continúa por siempre jamás. La demostración de que Pi es irracional no es fácil, pero es un hecho bien sabido; incluso es uno de los primeros ejemplos que se dan cuando alguien habla de los números irracionales. Lo que resulta chocante de la cinta de Aronofsky es la visión del personaje principal, Max Cohen, quien constantemente muestra que las matemáticas se pueden encontrar en todos lados, incluyendo las espirales que se forman cuando le echa lechita a su café, o cuando hace pipí. No, las matemáticas no son universales ni están en todos lados, como solían creer los griegos seis siglos antes de Cristo, aunque sí es sorprendente cuán independientes pueden ser de nuestras propias ideas. A veces, los matemáticos nos encontramos con el dilema de tratar de decidir si las matemáticas se encuentran o se descubren (nosotros creemos que ambas son ciertas). Esta película muestra a las matemáticas como algo que está latente en todos lados, y sólo hay que entrecerrar tantito los ojos –o taladrarse el cerebro– para poder verlas pululando por todas partes. La visión de las matemáticas aquí presentada data del siglo VI a.C., tanto en el sentido matemático, como cabalístico, y hasta por las referencias. Por ejemplo, el profesor de la universidad de Columbia, mentor y amigo del personaje principal, le recomienda al torturado Max Cohen tomarse un descanso tal y como lo hizo Arquímedes al meterse en la tina con su esposa justo antes de descubrir su principio: el líquido desplazado por un objeto que se sumerge es igual al volumen del objeto.  Pi: el orden del caos es un thriller bastante raro, pues  utiliza la razón áurea para justificar la persecución de gente de Wall Street y de la Cábala judía, que quieren obtener de Cohen un número de 216 dígitos que lo contiene todo, hasta el nombre de Dios. Esta persecución por el número sagrado es comparable con la que sucede en El código da Vinci (The Da Vinci Code, EE.UU. 2006, Ron Howard). Por supuesto, la intención de esta comparación no es reducir el trabajo artístico de Arofnosky a un mega blockbuster basado en un bestseller sin fundamento, sino expresar que, en parte, lo que no nos termina de convencer de esta cinta es la misma comezón que nos causa la película de Howard por tomar teorías y nociones científicas, históricas y artísticas mal explicadas para narrar una historia de conspiración. La diferencia entre ambas cintas es que en Pi: el orden del caos, la persecución y la paranoia hace que el matemático, ya rarito de entrada, se vuelva completamente loco, al punto de taladrarse el cerebro para aniquilar aquello que le provoca locura: sí, sus habilidades matemáticas sobrehumanas.

El retrato del matemático obsesionado planteado en Pi tiene algo de cierto, pues las matemáticas sí resultan absorbentes para quienes las hacemos. No hay nada como dejar de notar el paso del tiempo por pensar en un problema que estamos a punto de resolver, pero esto no es porque seamos raros, sino porque nos apasiona lo que hacemos y lo disfrutamos. Esto difiere completamente del retrato que Aronofsky pinta con Max Cohen. Por fortuna, existe al menos una película que refleja este gusto de manera muy realista: La Prueba (Proof, EE.UU. 2005, Jon Madden), basada en la obra de teatro de David Auburn, quien también escribió la adaptación, protagonizada por Gwyneth Paltrow, Anthony Hopkins y Jake Gyllenhaal.

Esta película muestra muy bien la obsesión de Robert (Anthony Hopkins) por resolver un problema.  Sin embargo, dentro del mismo universo planteado en la ficción, existen otros matemáticos que no son representados como locos, lo cual refleja muy bien el hecho de que las matemáticas realmente se hacen a partir de mucho trabajo y de mucho discutir con otros científicos, como lo hace el personaje de Catherine (Gwyneth Paltrow) al resolver uno de los problemas más difíciles en la historia de la humanidad, y Harold Dobbs (Jake Gyllenhaal) para verificar su veracidad. La película ni siquiera nos tienen que explicar cuál es ese problema para convencernos de ello. Todavía más notable es que se trata de la única película, a nuestro saber, en la que el personaje matemático principal es una mujer. Esto tiene un valor excepcional, pues va mucho más allá para romper con el estereotipo usual del matemático loco. Tristemente, no hay muchas mujeres matemáticas en la vida profesional, y estamos convencidos de que la existencia de películas en las que exista la representación de mujeres matemáticas, puede ser un factor positivo para contrarrestar esta situación real.

Salvo La prueba, las películas mencionadas hasta ahora fomentan dos estereotipos dañinos: las matemáticas sólo son aptas para las mentes brillantes y los matemáticos son personas socialmente raras. Aunque muchas veces estos estereotipos trae consigo algo de cierto, hay matemáticos tan normales como en cualquier otra profesión. Es posible que estos retratos estereotípicos respondan a una fórmula rápida con el fin de hacer que la trama sea interesante para el espectador sin tener que identificarse con los personajes. Aunque esto podría ser un punto de partida para que el público se adentre en lo excéntrico y fascinante de la mente de estos personajes excepcionales (en el caso de Nash y Turing), por lo general se cae en reduccionismos que nos dejan un mal sabor de boca por la innegable falta de creatividad (el ficticio Will en la multipremiada cinta de Van Sant o el torturado Max Cohen, víctima de su mente privilegiada, de la cinta de Aronofsky).

Entre numeritos y acertijos

La segunda categoría son las películas que usan algún concepto matemático como inspiración para la trama. Los ejemplos que hemos encontrado hasta ahora son interesantes y decepcionantes a la vez. Por supuesto, no es fácil incorporar algún tema matemático dentro de la historia de una película y muchas veces se utiliza la numerología en lugar de las matemáticas. Éste es el caso de la ya mencionada Pi: el orden del caos, pero también de películas de tinte más comercial como 21: Blackjack (EE.UU. 2008, Robert Luketic) y Moneyball: rompiendo las reglas (Moneyball, EE.UU. 2011, Bennett Miller), basada en una historia real. También existen filmes que las utilizan de manera mucho más directa como El cubo (Cube, Holanda 1997, Vincenzo Natall) y La habitación de Fermat (España 2007, Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña). En todos los ejemplos anteriores hay un personaje que es un buenazo con los números, lo cual es necesario para desarrollar la trama, pero en la mayoría las matemáticas son reducidas a simples trucos numéricos o estadísticos. Esto no sólo muestra ignorancia sobre la ciencia, sino también falta de ingenio. Tratar a las matemáticas como viles números es comparable a confundir la astronomía con la astrología. En este sentido, el caso de El cubo es digno de mención. La película empieza con personajes atrapados en un cubo –como el famoso cubo de Rubik– y cada uno de los cubos que lo componen son habitaciones repletas de trampas mortales. La estructura de cubo de Rubik se revela a lo largo la película, la cual rápidamente se transforma en un estudio mal realizado sobre cómo los seres humanos reaccionan a situaciones estresantes.  Entre la violencia gráfica y las actuaciones exageradas, esta película –que en principio tiene una buena idea– resulta difícil de ver. Pero lo realmente decepcionante, por lo menos en términos de uso de las matemáticas, es que con tan sólo aventarle una calculadora a los personajes los acertijos matemáticos se resolverían sin mayor problema (y sí que dan ganas de arrojarles algo). Uno de los grandes descubrimientos de los personajes es que una ubicación puede expresarse en coordenadas, sí, coordenadas (x,y,z), cosa que se enseña en la secundaria (a lo mejor sólo x, y, pero seguro la mayoría conoce la coordenada z). Otro gran descubrimiento es que las habitaciones libres de peligro son aquellas cuyas coordenadas son números primos, es decir, aquellos que sólo pueden dividirse entre 1 y ellos mismos. Hablar de números primos es fundamental en las matemáticas, pero no por esta propiedad de divisibilidad, sino porque hay una infinidad de números primos, no se conocen todos, y todo número puede ser expresado como producto de primos. La película tiene muchas ideas interesantes, pero la realización es tan pobre como su uso de las matemáticas para justificar la masacre de los personajes.

En teoría, usar las posibilidades que ofrecen las matemáticas podría resultar en películas interesantes, capaces de transmitir misterio o suspenso; cintas que ericen la piel del espectador o nos desconcierten con su contenido, dejándonos con deseos de conocer la solución de algún acertijo o un problema. Esto es lo que, de manera muy mediocre, se intenta con películas como El cubo, y está mucho más logrado en La habitación de Fermat. Esta película también es sobre un grupo de personas encerradas en un cuarto y, al igual que en El cubo, los personajes deben resolver algunos acertijos para sobrevivir. En términos de argumento, esta película española es muy similar al ejemplo anterior, sin embargo, es menos complicada y efectista, lo cual permite desarrollar la historia con mayor profundidad. Quizá suene demasiado simple, una especie de Saw matemática, pero la cinta consigue transmitir el misterio y, aunque los acertijos son básicos (y cualquiera que haya empezado a estudiar matemáticas los ha escuchado alguna vez en su vida), son mucho más interesantes que sólo buscar una descomposición de primos o ser muy hábil haciendo un cálculo mental. Los acertijos presentados en esta cinta son de lógica, por ejemplo, ¿cómo se puede cronometrar nueve minutos utilizando dos relojes de arena, uno de cuatro minutos y otro de siete? La respuesta se explica en la película, por si quedara la curiosidad. A pesar de ser una producción de presupuesto modesto comparada con muchas de las anteriores, este thriller está muy logrado, lo cual una vez más demuestra que una buena película no necesita grandes producciones, sino una buena realización de ideas.

Mundos matemáticos

Una película que se sale de todas las normas antes mencionadas es Planilandia (Flatland, EE.UU. 2007, Ladd Ehlinger Jr.), adaptación del libro homónimo de Edwin A. Abbott, realizada con animación por computadora. La historia es la de un cuadrado que vive en un plano llamado Planilandia, el cual vive problemas sociales similares a los de nuestra sociedad. Una esfera (que se parece a Pacman) lleva al protagonista al mundo de la tercera dimensión. Allí, le explica un poco de los problemas de su mundo a partir de la nueva perspectiva que le proporciona esa nueva dimensión. La película es, en sí, una crítica social de nuestra inflexibilidad hacia las nuevas ideas, mostrando cómo los líderes de Planilandia prefieren iniciar una guerra que acercarse a una dimensión nueva que no entienden. La película también peca un poco de moralista y sexista (muestra a las mujeres como seres inferiores, fastidiosos y peligrosos), pero los animadores tratan de compensarlo poniendo su opinión en texto al explicar el porqué de las voces fastidiosas de los personajes femeninos, haciendo notar que esto ha pasado desde hace mucho tiempo y aún sucede en las sociedades actuales. Esta película no sólo es recomendable por su contenido crítico, sino porque se desenvuelve totalmente en el mundo de las matemáticas, con personajes como círculos, triángulos, y otras figuras geométricas. Además, sugiere maneras de pensar y adoptar la idea de una cuarta dimensión y muchas más.

Otra cinta que logran beneficiarse de las inmensas posibilidades que traen las matemáticas sin demeritarlas es Moebius (Argentina 1996, Gustavo Mosquera). En esta cinta, también un thriller, un tren del metro de Buenos Aires desaparece misteriosamente de la noche a la mañana. La constructora del tren envía a un matemático en su representación, quien después de mucho darle vueltas, llega una explicación basada en la topología (rama de la ciencia que estudia las formas y los espacios). Aunque la explicación es ficticia –las líneas del metro son tan complicadas que crean un punto de singularidad en el espacio, permitiendo al tren moverse por una banda de Moebius– es tan legítima como el botón de hiperespacio del Halcón Milenario. Simplemente está utilizando a las matemáticas como una inspiración: la trama se centra en cómo resolver el misterio y no en el contenido matemático.

Estas dos últimas películas nos hicieron reflexionar: el contenido matemático no necesita ser preciso para servir de musa para el arte. Consideramos que esto es lo que más le hace falta al cine matemático, desatar la imaginación y dejarla a manos de una idea o concepto  matemático. ¿Acaso no todos encontramos intrigante poder pensar en una cuarta dimensión? Cómo bien lo dice el Profesor Mistein en Moebius: «…nadie puede enfrentarse al infinito sin sentir vértigo, nadie puede experimentarlo sin sentir un desconcierto profundo…». Las matemáticas nos pueden dejar perplejos, y estas dos cintas logran transmitir esto, inspirándose en dimensiones, infinitos y distintos espacios.

Es cierto que las matemáticas utilizan su propio lenguaje y contienen teorías difíciles de explicar. Esto las vuelve excluyentes, especialmente para alguien externo a ellas. Incorporarlas en una trama de manera interesante representa un reto. Sin embargo, la divulgación matemática sigue desarrollándose continuamente. Hay, por ejemplo, exposiciones, obras de teatro, comedia matemática, videos audiovisuales en YouTube, y hasta un museo de las matemáticas. Todo este trabajo de divulgación puede ser una vía para que realizadores y cineastas se acerquen más a las matemáticas, lo cual a su vez podría derivar en productos más cautivadores. Creemos que para mejorar el cine matemático, quienes lo realizan no deben depender de estereotipos. Al contrario, se debe perder el miedo de entrar a los tantos mundos inexplorados provistos por las matemáticas. Ese punto intermedio entre la imaginación y la precisión matemática se debe desarrollar más con el fin de que influya en la creatividad de las historias.

 

 

 

 

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Abraham Martín del Campo matemático investigador en el Centro de Investigación en Matemáticas de Guanajuato. Obtuvo el doctorado en la Universidad de Texas A&M, realizó una estancia posdoctoral en IST Austria, y una estancia académica de dos meses en el Instituto Nacional de Ciencias Matemáticas de Corea del Sur. Dedica la mayor parte de su tiempo a las matemáticas, el cine, y el teatro de improvisación.

Irene Hetzenauer estudió japonés y ética en la Universidad de Viena, y recientemente fue profesora de alemán en la Universidad de Roma III en Italia. Apasionada por las lenguas, el cine, y la literatura. Actualmente escribe cuentos.

Revista de crítica, creación y divulgación de la ciencia

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