Zombis, condones y Zhensen

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 El sorprendente vínculo entre el no-muerto y el no-nacido

Pa1937.2

Madeline Ashby

 

 

Primero que nada, quisiera agradecer a los editores de este sitio por solicitar una colaboración de parte mía. No es frecuente que alguien sin prejuicios quiera oír de una mujer que vive la vida que yo vivo. Normalmente cuando un desconocido pregunta mi opinión lo hace con la esperanza de que yo termine por calumniar a mi esposo o a mis cinco niños (¡y contando!). Siempre hacen las preguntas más torpes, como qué tan difícil es mantener este terreno de cultivo, o si creo en la ciencia, o si de verdad creo que Dios quiso que me realizara todas esas episiotomías. Casi nunca me preguntan sobre los zombis.

Pero como una mujer previamente académica que posteriormente fue llamada a China como misionera y adoptó el estilo de vida de la comunidad Quiverfull, y como una fan de Factory Girl y consumidora constante de fansubs MieMie, creo que tengo una perspectiva única de la caída de Shenzhen y la propagación del Lan-Caihe. Lo que otros han visto como una tragedia del sistema y la infraestructura para mí es el resultado del deseo necio e inoportuno de la humanidad de pervertir la voluntad de Dios. He visto las cápsulas informativas y leído los artículos, he entrevistado a JieJie e incluso he tenido correspondencia con los amigos de Andrea Dupuis. He hecho mi tarea, y sigo tan segura como el año pasado de que este desastre es culpa de la política china del hijo único. Si las mujeres en China fueran libres para aceptar las bendiciones de Dios como las mujeres de la comunidad Quiverfull lo hemos hecho –sin interferencia de métodos de control natal–, la propagación del Lan-Caihe podría nunca haber pasado. Si lo fueran, las familias de esas pobres mujeres tendrían el consuelo que una mayor cantidad de hijos trae consigo en tiempos de angustia. Escribo estas palabras para que aquellos que no me conocen como bloguera quiverfull entiendan mi punto de vista desde un inicio. Creo que todo tiene una razón de ser, y los acontecimientos de Shenzhen son un mensaje que nos muestra el error de nuestro camino.

 

Todos caemos…

La línea entre imaginación y realidad es, constantemente, más difícil de percibir de lo que creemos. Desde el impulso al racionalismo del Siglo de las luces, la cultura global dominante ha intentado evitar supersticiones y espiritualidad, y moverse hacia el «progreso científico». En nuestros hogares decimos a nuestros hijos que los monstruos no existen, que no hay nada al acecho debajo de la cama, y que lo que ven en la televisión y en la pantalla del cine no es real y no puede lastimarlos. «Es sólo tu imaginación», decimos, como si la imaginación no tuviera impacto en la realidad.

Por supuesto, nosotros sabemos que no es así.

Una porción considerable de los medios populares en el siglo veinte fue aficionada al zombi. De películas a novelas y de cómics y manga a videojuegos, los artistas estaban consumidos (¿consumidos? ¿entienden?) por el tambaleante espectro del muerto viviente. Alrededor del mundo los académicos ofrecían explicaciones sobre el fenómeno. Algunos proponían que era una respuesta a los miedos encendidos por el VIH y el sida, otros afirmaron que era sólo otra forma de imaginar el apocalipsis. Otros más propusieron que la fantasía no consistía en sobrevivir los estragos de la avalancha, sino en convertirse en parte de la avalancha misma, en transformarse en el monstruo, el consumidor perfecto, en una gota de la ola de violencia imbécil e incesante.

Le pregunté a mi marido, un amante de cualquier cosa zombi, por qué le agradaba tanto, y me dijo que desde que era niño le han gustado las historias de sobrevivencia. Las historias de zombis para él son historias de autosuficiencia. (No debería sorprender a nadie que creciera para ser dueño de cuarenta acres que labra por sí mismo, y que enseñara a nuestros hijos a usar y mantener sus rifles antes de que cumplieran diez años.)

Pero si bien los zombis ficcionales devoraron nuestra atención, la realidad se presentó con toda la banalidad de otro desorden de ansiedad. El fenómeno estadístico que llevó a Andrea Dupuis a descubrir la enfermedad fue más social que médico: un marcado aumento en el número de muertes accidentales y autoinfligidas en mujeres mayores a cuarenta pero menores de sesenta años en la región de Shenzhen, y un crecimiento constante en el número de muertes accidentales de mujeres en la adolescencia y los veintitantos, en comparación con una falta de muertes similares entre hombres de las mismas edades en la misma región.

Como muchos otros, yo me vi atraída por la historia de Andrea Dupuis después de que sus diarios fueran filtrados online. Los consideré un documento histórico relevante y me sumergí en su lectura. Leerlos completos, en vez de usar los resúmenes de los detalles más lascivos que solían ofrecer los medios, me ha dado un entendimiento más profundo de esta mujer tan determinada como confundida. De hecho, por razones que aclararé más tarde, vi mucho de mí en ella. Mucho antes de los acontecimientos que marcaron sus últimos días, Andrea Dupuis se llamaba a sí misma una «perra sin corazón». A los diez años recibió un corazón de fibra de carbono. Su decisión de convertirse en doctor vino después de una niñez enfermiza y aislada. Gracias a exámenes durante el segundo trimestre del embarazo, la madre de Andrea supo que su hija tenía una alta probabilidad de sufrir síndrome de ovario poliquístico (SOPQ), predisposición a la ansiedad y un defecto del corazón probablemente fatal. Como tantas mujeres mal aconsejadas, ella consideró terminar el embarazo. Pero el Señor tenía otros planes, y afortunadamente la madre de Andrea escuchó Sus palabras. Andrea escribió de esto en sus diarios después de enterarse de todo a la muerte de su madre. (Como tanta gente en conflicto, ella pensaba que su madre había errado.) Años después, sus compañeros de residencia en el Hospital Universitario de Ann Arbor la llamaron Dupuis Ciudad Delta. Cuando les pregunté sobre ella, me contaron cómo solía enseñarle a sus pacientes las cicatrices en su pecho.

Andrea se entendía mejor con sus pacientes que con sus compañeros. Vio en ellos una oportunidad de reclamar la infancia que nunca había disfrutado, una infancia llena de competencias por becas para entrar a academias privadas que su madre no podía pagar. Llevó una crónica de estas persecuciones académicas en su diario con apuntes cortos y eficientes, que aun así, le dejaban tiempo para analizar el posible significado del arqueo de la ceja de un profesor. Leer estos escritos me recordó mi propia infancia y la insistencia de mis padres en la excelencia académica. Hasta mis veinte años yo pensaba que el valor que me daban mis maestros como estudiante era una traducción de mi valor como persona. Esto me llevó a un camino de terror profundo. Me sentía como si estuviera persiguiendo fantasmas con la forma de una A o de un 10. No fue sino hasta mi intento de suicidio durante la maestría que vi lo que me estaba haciendo a mí misma. Andrea hizo un intento similar durante el invierno de su segundo año. Yo elegí a Dios en vez de las drogas o los libros; Andrea estudió psiquiatría para entender su condición. Por coincidencia, las dos terminamos en China. Yo seguí mi misión de compartir mi fe en esa tierra, distribuir libros y servir a los pobres; Andrea buscó finalizar su residencia como asistente del médico de una fábrica en Shenzhen. Dada su historia, es natural que haya empezado a estudiar los suicidios antes que nadie.

Andrea documentó su investigación con la misma atención a los detalles que usaba en su diario. En los suicidios de Shenzhen encontró el enojo y aislamiento que habían marcado su vida. Los cambios de humor y temperamento en estas mujeres eran comunes dados los cambios en su balance hormonal, y lo que vivían día a día se asemejaba a la montaña rusa de hormonas que Andrea solía experimentar como paciente de SOPQ. Convencida de que esas mujeres no tenían por qué morir, y con la creencia de que era testigo del nacimiento de un nuevo trastorno de ansiedad social, Andrea contrató a un traductor y asistente de investigación llamado Dàdǎn Yìrén y empezó a aprender todo lo que podía sobre su nuevo hogar.

Shenzhen era la sede de varias de las compañías de tecnología más redituables de China, así como el sitio de la bolsa de valores nacional. Desde calcetines entubados a transistores, Shenzhen fue responsable de su diseminación a nivel mundial, y de la de las agencias de valores que permitieron esta diseminación. Desde esta perspectiva, la ciudad era una joya en la corona china. Por estas razones (y muchas otras que, estoy segura, académicos con más experiencia podrán entender), tanto las autoridades municipales de Shenzhen como el gobierno chino se negaban a aceptar la existencia de un fallo en ese reluciente corazón.

Antes de morir, Andrea Dupuis conocía estos hechos:

  • · La mayoría de los obreros en el Parque industrial de alta tecnología de Shenzhen eran mujeres, valoradas por sus manos pequeñas, ética de trabajo y atención al detalle.
  • Dada la proximidad y los patrones de liberación de hormonas luteinizantes desatadas en esas condiciones de vida (conocido esto como el efecto Stern/McClintock, y algo que cualquier mujer devota bendecida con muchas hijas puede comprobar), sus ciclos menstruales estaban temporizados: una fábrica completa podía estar en el mismo ciclo.
  • En el mismo momento de cada mes se elevaba el número de reportes de agresión dentro del Parque, lo que llevaba a los capataces a considerar quejas adicionales como falsas alarmas.
  • Muchos de los doctores dentro del Parque eran varones y, como parte de un tratado de comercio entre EE.UU. y China, tendían a prescribir inhibidores de serotonina de fabricación americana, mismos que no eran muy bien vistos en la China rural.
  • La medicina china tradicional (MCT) era considerada una alternativa viable a la medicina americana. Pacientes que exhibieran trastornos de humor podían usar recetas y prescripciones de la MCT y seguir trabajando.
  • Aunque cada fábrica tenía un foro BBS, éste se usaba como una herramienta para vigilancia corporativa. El uso del internet estaba racionado entre los empleados, así como su capacidad de búsqueda.

En entornos industriales el trabajo puede ser peligroso, y los empleados jóvenes suelen ser los primeros en lastimarse, simplemente por su falta de experiencia. Por años ésta fue la explicación que las compañías residentes del Parque les daban a las familias de sus empleadas al mandar el último cheque. Pero, en parte por la expansión de la conectividad del internet, y tal vez por el clima de suspicacia generalizada que se desató tras el descubrimiento de la mala calidad en la construcción que llevó al desplome de varias escuelas en el terremoto de Sichuan en 2008, los padres empezaron a conectar los puntos. Empezaron a hacer preguntas. Se preguntaron sobre las historias que contaban sus hijas –que previamente habían pasado por alto– sobre mujeres agresivas, mujeres que llamaban bullies o solteronas o viejas amargadas, que se descargaban en contra de las empleadas más jóvenes. ¿Por qué había tantos accidentes de pronto? ¿Por qué no moría ninguna de las empleadas mayores? Como una humilde residente, Andrea Dupuis se encontró rodeada por estas preguntas. En vez de responderlas con información que aún no poseía, pidió pronta autorización para realizar autopsias.

Lan-Caihe es un trastorno degenerativo del cerebro que, como el Alzheimer, corroe las capas de mielina alrededor de las sinapsis neuronales de la corteza insular. Sin embargo, al contrario del Alzheimer o de su precursora, la demencia, Lan-Caihe aparece primero en los centros de razonamiento, específicamente en la ínsula anterior, la cual es crucial para «simular» o «predecir» los resultados de una situación, así como para generar empatía por medio del alojamiento de neuronas espejo en otros centros del cerebro encargados de procesar sensaciones de dolor o disgusto.

Las víctimas son aparentemente incapaces de evaluar peligros de forma precisa, y captan cualquier cambio en postura o tono de voz como indicativo de intenciones violentas de parte de otros. Reaccionan ante cualquier provocación con miedo intenso o bien, ira: su habilidad para entender la diferencia entre empujones en un vagón de metro atestado y un asalto grupal sufre un corto circuito. Conforme avanza, la enfermedad resulta en explosiones de violencia sin sentido. Los pacientes se distancian cada vez más de la realidad, constantemente recuerdan amenazas e insultos que nunca ocurrieron, incluso cuando se les confronta con evidencia de lo contrario en la forma de videos de seguridad y otros documentos. En la fase final de la enfermedad, los pacientes entran en el «modo zombi», que causa una ruptura total con la realidad y frecuentemente causa la muerte accidental o requiere de intervención local de la policía u otras autoridades.

En un fin de semana feriado, mientras terminaba su reporte para la revista Nature, Dupuis entró en lo que ahora reconocemos como las fases tardías del Lan-Caihe. Cómo lo adquirió permanece en el misterio; aunque patólogos forenses y epidemiólogos sospechan que manejó tejido cerebral de forma inapropiada, y que se infectó durante una de las autopsias que realizó. Otros conjeturan que la exposición constante a los productos tóxicos que flotaban en la fábrica donde Dupuis y sus pacientes trabajaban contribuyó a la degeneración del tejido. Los datos obtenidos de su historial de búsqueda indican que durante la madrugada del domingo, Dupuis se convenció de que su asistente, Yìrén, pensaba violarla. Desconectó la manguera que conectaba la lavadora de piso a la pared, despertó a Yìrén y le pidió ayuda para repararla. Lo golpeó en la cabeza dos veces con una linterna y enseguida lo encerró en la lavandería.

Después de eso deambuló hasta la estación de trenes, donde demandó a un encargado que le entregara su número de pase. El encargado la marcó para revisión, y los moscardones robóticos de Hong Kong la siguieron en cuanto desembarcó. Sin dinero, en un calor de cuarenta grados y con una humedad del noventa por ciento, Dupuis robó una botella de Oi Ocha y las moscas la reportaron a la comisaría. Cuando la policía intentó controlarla, les aventó la botella vacía. La sometieron con descargas eléctricas. Esto causó una falla en su corazón de fibra de carbono, que necesitaba una actualización del firmware que Dupuis se había negado enérgicamente a realizar por no estar conforme con el acuerdo de usuario. Murió antes de llegar al hospital más cercano. En su país, sus compañeros bromearon diciendo que la causa de su muerte había sido un «arresto cardiaco».

 

Factory Girl

Sin que el mundo lo supiera, Andrea Dupuis había documentado los efectos de uno de los trastornos cerebrales más maliciosos en la historia de la humanidad. Pero se necesitó de la cooperación de un conjunto de actores de televisión e ídolos pop chinos, un equipo de más de veinte fansubbers y miles de descargas semilegales para que esto fuera conocido. En particular, los esfuerzos de MieMieSubs, un grupo de fansubbers cuya lideresa, JieJie, radicaba en Markham, Ontario, llamaron la atención sobre la situación y la historia de Andrea Dupuis. Yo he seguido a MieMieSubs desde que volví de mi trabajo de misión en China, donde quedé prendada de sus dramas televisivos. Ahora los descargo para mis hijos, con la vana esperanza de ayudarlos en su comprensión de la lectura (¡los subtítulos son un buen reto para los chiquillos!) y para despertar en ellos un interés por la historia. Cuando JieJie empezó a hablar sobre sus reacciones sobre el diario de Andrea, le comenté que yo lo estaba leyendo también. Empezamos a leerlo juntas, compartiendo observaciones y estremeciéndonos ante la tragedia de esa vida. Cuando le conté acerca de mi intención de escribir este artículo, estuvo de acuerdo en que la visitara para entrevistarla de manera formal. (Es un viaje de tres horas, y tuve que llevar a mis dos hijos menores. JieJie fue muy amable y les permitió leer algunos libros de su infancia, enseñándomelos a mí primero para que diera mi visto bueno.) Fue la primera entrevista que ella ha tenido desde que supo de la historia del Lan-Caihe. Durante la entrevista, transcribía sus respuestas a las preguntas que yo le planteaba. Persistió en hacer esto mientras hablamos.

Andrea y JieJie no podrían ser más distintas. Mientras Andrea se esforzaba por hacerse de un nombre en su escuela, JieJie (aún en preparatoria, y con quince años cuando fundó MieMieSubs) sobresalía sólo en áreas y saberes para los que no podía haber calificación alguna. La reputación de «fan» que posee bajo su personificación online es enorme, pero las calificaciones con las que en su provincia evalúan su perfil estudiantil son tremendamente bajas. (Obtuvo 1. 5 hojas de maple de cinco posibles. Cuando le pregunté si podía publicar esto, apenas levantó la vista de su equipo de edición y dijo: «¿Eh? ¿Eso? Seguro».) Al principio, esto le molestaba a sus padres. Después JieJie amenazó con alertar a la policía anti piratería sobre su abuelo, un hombre con un largo historial de piratería de productos audiovisuales e informáticos y el responsable de la hipoteca de su casa. La dejaron de molestar. He tenido el gusto de conocer al abuelo de JieJie, un hombre con mucho afecto por el calamar deshidratado. (Me ofreció un poco, y aunque lo tomé tan sólo por educación, terminé por pedirle la receta.) Cuando le conté acerca de la amenaza de su nieta, se rio y dijo que era uno de sus juegos más viejos y conocidos. «Pero ni le digas a sus padres –me dijo–, son bastante mam____ para esas cosas.»

Cuando escuchó que Factory Girl, una telenovela semanal producida en Hong Kong, sería filmada directamente en el Parque industrial Shenzhen, JieJie hizo lo que haría cualquier fan y empezó a recolectar información sobre el Parque. Ahí encontró la mención de Andrea Dupuis. Así como Andrea había deseado ayudar a las mujeres con las que se identificaba, JieJie encontró motivos para interesarse en aprender sobre Andrea: las dos compartían un corazón. Aunque JieJie usaba un modelo más moderno, habrían usado la misma página y los mismos servidores para bajar actualizaciones para sus órganos. De forma indirecta, JieJie culpa a su operación de lo que ella admite que es «huevonería».

«Decidí disfrutar mi vida, y hacer las cosas que sí me interesan», me dijo. «O sea, me morí como dos veces en la mesa de operación. ¿Calificaciones? C_______ a su m____. Como si importaran.»

Cuando empezó el rodaje, el elenco de Factory Girl twitteó de inmediato su reacción ante el ambiente de trabajo. Aunque mantuvieron un tono cortés y educado en sus mensajes, solían bromear acerca de que el rodaje sería peligroso dadas las experiencias que los extras les habían narrado. Pero JieJie y el equipo de subtitulaje sabían que había razones legítimas para preocuparse. Conforme ahondaron en las historias del Parque, encontraron familias que esperaban a hijas que jamás volverían. Hicieron lo que los fans mejor saben hacer: hablaron. Preocupados de que sus estrellas favoritas estuvieran en riesgo, muchos fans contactaron a las agencias de entretenimiento que financiaban el proyecto (yo me cuento en esos números). Pedimos que el rodaje fuera trasladado a un lugar con mejor historial.

El problema, descubrimos, es que no había ninguno.

Esos días tan intensos los recuerdo borrosamente. Eran parecidos al nacimiento de un nuevo hijo: la falta de sueño, los descubrimientos, la sensación de que cada segundo que pasaba iba a cambiar para siempre la situación. Pero esta vez mi bebé crecía muy lejos de mí, y no podía quitar los ojos de mi timeline en Twitter por querer estar al tanto de su desarrollo. Mis verdaderos hijos se quejaban. Mi esposo habló seriamente conmigo cuando llegamos tarde a la iglesia por mi afán constante de estar enterada. Yo intenté explicar lo que esto significaba para mí, cómo me veía a mí misma en Andrea Dupuis, cómo era vital que aprendiera todo lo que pudiera sobre ella y compartiera este conocimiento con otras mujeres en mi comunidad. En ese entonces no estábamos seguros de la densidad de proximidad física que permitía la propagación del Lan-Caihe. Le dije a mi esposo que las granjas de la comunidad Quiverfull, donde grupos de sesenta llegan a vivir juntos, podrían estar en riesgo. Ante eso, terminó por ceder.

Bien, debo confesar que eso fue una excusa de parte mía. Lo que realmente deseaba era tomar esta oportunidad para seguir de cerca la historia. Tal vez no era nada más que orgullo, demostrarme que podía influir en estos eventos, o que mi testimonio podría ser prominente o relevante. Pero en su momento debo confesar que me sentí como si fuera arrastrada por una marea de voces invisibles, un coro angelical que en medio de la noche exigía justicia. En ese momento no fui esposa o madre o maestra o jardinera o artesana casera. No era más la mujer que presume sus conservas en escabeche o su yogurt casero o que canturrea himnos mientras tiende la ropa recién lavada. Era una entre muchas otras. Me sentí como los soldados de Dios debieran, aunque más comprometida con esta misión que con la anterior en China (lo acepto con vergüenza). Me doy cuenta de que esto es flaqueza, pero yo sólo deseaba predicar y difundir el evangelio de Shenzhen. Quería que la gente supiera. Quería que se hiciera algo. Frente a la locura en el sistema, lo único que podía hacer era escribir.

 

La ley de consecuencias inesperadas

Cuando el problema fue claro, Shenzhen colapsó de forma total. Algunas mujeres dejaron el trabajo. Algunos gerentes huyeron. Las poblaciones en las fábricas disminuyeron. De forma lenta y silenciosa las sedes corporativas cambiaron sus residencias. Como los zombis que habían asustado al resto del mundo, Shenzhen se arrastraba, muerta pero en teoría funcional, a imitación de una economía que la había dejado podrirse. El abandono de Shenzhen y el parque industrial hace que los fallos de Pruitt-Igoe y los proyectos Cabrini-Green parezcan ensayos. Rascacielos de hasta 400 pisos quedaron vacíos. Los trenes, antes densamente ocupados por personas, se oxidan en las vías, algunos despojados del valioso metal por jóvenes que el Parque debería de haber salvado. El mundo continúa su movimiento. Y con él se mueve la industria.

Las antiguas actividades de Shenzhen eran numerosas, y tenerlas concentradas en una única comunidad hacía sus productos baratos y fáciles de transportar por medio de los tradicionales barcos de contenedores. En algunos casos (como es el del mercado textil), la producción se mudó con facilidad. A las empresas de alta tecnología les resultó ventajoso dejar el Parque y empezar en otro lugar. Apple, por ejemplo, ha comenzado a crear «huertas» para la fabricación de sus productos en China en sitios donde la población nunca se eleva por encima de un cierto número y los grupos de edad y género están más mezclados que en su antigua fábrica de Foxconn.

Pero para las industrias de nitrilo y látex el cambio ha sido lento. Pero esto para mí es una esperanza. El látex, un producto derivado de los petroquímicos y las secreciones de árboles de caucho cultivados en el Sureste asiático, es el ingrediente primario en dos dispositivos para el mantenimiento de la salud: guantes esterilizados y condones. Desde principios del siglo veintiuno, Shenzhen era el principal centro de producción de condones y guantes estériles, con más de la mitad de los condones siendo fabricados dentro del Parque industrial. Con la caída de Shenzhen cayó también la oferta, y los precios subieron. Este aumento de precios ha obligado a muchos a pensar de nuevo acerca del condón y el control de la natalidad en general. Muchos ven ahora a los niños como lo que son: supernumerarios del destino que llegan, danzantes, al escenario de la familia. Estas nuevas bendiciones son traídas al mundo por médicos y enfermeras con esteri-limo en sus manos, en vez de guantes de nitrilo o de látex.

Este aumento en la tasa de natalidad es un punto de discusión entre los liberales, que creen que poner fin a las horribles condiciones en estas fábricas es, de alguna forma, un acto de justicia social. De lo que no se dan cuenta es de que la producción de condones y otros métodos anticonceptivos, mucho de lo que se fabricaba en China, tan sólo perpetuaba la opresión de las mujeres chinas que tanto deseaban tener más hijos pero que temían al gobierno. La matriz pertenece a Dios, Él la abre o la cierra, no el gobierno. ¿Por qué es aún tan difícil de entender? ¿Por qué no hemos aceptado nuestro lugar? Lo que sucedió en Shenzhen es un símbolo. Gracias a la política del hijo único, mujeres en aldeas rurales se veían obligadas a mandar a sus hijas a fábricas llenas de peligros a trabajar por largas horas para patrones que no tenían interés alguno en mantenerlas sanas. Sin hermanos o hermanas que ayudasen con la carga de cuidar a los ancianos, estas jóvenes tenían que aguantar mientras que el Lan-Caihe devoraba vivas a sus compañeras. ¿Es eso justicia?

«Creo que la política del hijo único es una p_______», me dijo JieJie cuando le pregunté sobre el tema. «¿A quién le importa cuántos hijos tienes?» Se encogió de hombros. «¿Y qué, la gente no era alérgica? Al látex, digo. ¿No eran alérgicos? Seguro es mejor que ya no lo usen. Como los cacahuates. No puedo creer que vendieran cacahuates en cualquier lado, es una p_____ irresponsabilidad.»

Le pregunté a JieJie si tenía deseos de visitar Shenzhen, pero sacudió la cabeza. «Quiero editar videos y comerciales», dijo. «Mis inserciones y aumentos son muy fluidos y los estudios coreanos te pagan por hacer esto para colocar los productos. Estoy desperdiciando un c____ de amor de mis fans por traducir muy bien mi portafolio y currículo para mandarlos y empezar a trabajar.»

Pero al hablar de Andrea Dupuis, se tomó una pausa y contestó más calmada: «Resulta que ella veía dos de los dramas que mi equipo traducía. Me gusta pensar que se nos pegaban las mismas canciones».

Cada vez más, parece que la historia no está siendo escrita por la gente en los capitolios o las grandes ciudades, sino por los invisibles y anónimos usuarios en línea, esa gente que encuentra su pasión y sigue el llamado a las armas de sus amigos y no de sus líderes. Como maestra de mis hijos, me pregunto en qué forma los textos del futuro hablarán de estos eventos y de la gente que los encauzó. ¿Cuáles serán nuestras voces en la historia del Lan-Caihe? ¿En el próximo tsunami, cuando los servidores caigan, se perderán todos los escritos como éste? ¿Y qué pasará con todos los mensajes que nacieron de esto, las conversaciones y comentarios, los tweets y nudges? ¿Quedarán en blanco tras el lavado propagandístico de Beijing? ¿Conocerán mis hijos esta historia en la forma en la que yo la conozco?

Desde donde estoy sentada puedo ver a mis hijos jugar en la cerca. Tienen práctica de tiro con rifle con su padre hoy. Dice que tienen que estar listos, porque nunca sabes. Pero lo que yo más temo no es no saber, es que alguien sepa, en algún lado, y no haga nada.

 

 

Traducción de Gabriela Silva Rivero

 

 

 

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Madeline Ashby es escritora de ciencia ficción, consultora estratégica de previsión, fan del anime e inmigrante. Actualmente radica en Canadá. Sus escritos han aparecido en las revistas Nature, FLURB, Tesseracts, Imaginarium y otras. Su segunda novela, iD: The Second Machine Dynasty, fue publicada por Angry Robot Books en junio de 2013.

Síguela en Twitter: @MadelineAshby

 

 

Gabriela Silva Rivero (Ciudad de México, 1985) estudió Lengua y Literatura Moderna Inglesa en la UNAM, actualmente realiza su posgrado en la Universidad de Essex y es miembro del consejo editorial de Cuadrivio. Su primera novela, Los doce sellos (Ítaca, Ciudad de México) fue publicada en 2009.

Twitter: @huesodeliebre

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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