Tratado sobre la infidelidad

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La felicidad es una porción de instantes infinitos,

que vuelven una y otra vez.

 

Julián Herbert y León Plascencia Ñol

Sofía Ramírez

 

«La vida es una serie de postales difusas que nunca sabremos a qué pertenecen o qué contienen», afirma el «yo narrativo» de Tokio big diary del Tratado sobre la infidelidad que nos entregan Julián Herbert y León Plascencia Ñol. Consiste en una afirmación que puede aplicarse a la totalidad del libro: nueve postales repartidas en tres álbumes; nueve postales que esconden invariablemente más postales que nos remiten a otras postales, quizá reales, quizá recuerdos, quizá imágenes prestadas para crear las propias, aquellas que compartiremos con los demás.

Los tres álbumes: «Rastros en el sendero», «Serie B» y «Casi una novela», contienen imágenes no instantáneas porque no reproducen un solo instante de la infidelidad desde sus incontables aristas, sino que van desde la «traición» amorosa a la pareja hasta el constante debate del Yo, cualquiera que sea su referente o personaje.

Las dualidades que lo conforman son: vida-muerte, sueño-realidad, bien-mal, salud-enfermedad, estabilidad-inestabilidad, permanencia-movimiento. La constante es que siempre hay otra opción, aunque no la veamos o quizá hasta la repudiemos: «lo que hacemos lo harías con cualquier otra amiga. Lo demás no es posible, no soy una corruptora», dice la maestra Eloísa a su alumno, mientras éste le lame el sudor entre sus pechos.

La fidelidad resulta imposible porque los individuos somos un manojo de contradicciones: el basquetbolista que se concentra en el aro para encestar y que siempre tiene el peor récord de tiros libres, aunque es fiel al propósito que lo traiciona en el resultado. Los aficionados al béisbol, borrachos por convicción, que van de un extremo a otro del campo para insultar al jugador en turno y se sienten ofendidos porque las pantallas del parque muestran pechos y traseros femeninos «cuando el juego se pone aburrido». El amante que está sin estar o que está de una manera distinta. Los donjuanes que van por la vida mendigando un poco de amor entre orgasmos, y lo niegan cada tanto. El cuerpo de mujer que más excita cuando emula al de una niña. La búsqueda de paz en la turbulencia. La necesidad de salud procurando la enfermedad. El dolor que satisface.

No sorprende que dos textos sean explícitamente visuales, uno por el título, el otro por el desarrollo (que además es el único texto que abre con una fotografía), «Tarjeta postal con el Tajo al fondo» y «Una horda de locos». El primero, una disfrazada historia de amor infiel que provoca huída, física y mental; el segundo, 13 descripciones de imágenes que concluyen con la búsqueda de una reproducción visual más profunda: «buscábamos la radiografía del corazón del universo y sólo hallamos esta foto de un hospital psiquiátrico inmundo». Tratado sobre la infidelidad es ambas cosas: una radiografía del corazón del universo y una fotografía de un hospital siquiátrico inmundo. Desde cualquier perspectiva, el libro se disfruta. No hay paradoja: el individuo está conformado por sentimientos duales.

Queda claro que «el cosmos ordenado» es trastocado por el sexo y las relaciones humanas que lo desarman todo; sin embargo, y a pesar de ello, «el sexo es la perfección» o por lo menos la búsqueda de ésta. De ahí el tratado, cuyo referente no es la conclusión de la materia abordada sino un documento que deja su constancia: ningún texto concluye expresamente, sólo se abre a otros textos, existentes o por existir. Dicho con las palabras de uno de los personajes: «hay por ahí soplos que nos van guiando».

Tratado sobre la infidelidad  busca provocar a las buenas conciencias como lo hace Fuzzaro, uno de los protagonistas. Herbert y Plascencia Ñol nos ofrecen este tratado en el que desde el comienzo son infieles con el acto individual de la escritura y quizá hasta traicionan de vez en cuando sus propios principios, literarios y/o morales, asunto que se agradece, pues sin la dosis de traición no existiría esta serie de postales. No olvidemos la locura que ayuda a ir agregándole «cosas» a las anécdotas y la que provoca cierta fascinación por los que la padecen, al fin y al cabo «los panteones son testigos: no somos más que una horda de locos».


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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

1 comentario

  1. Rogelio Pineda Rojas

    abril 3, 2012 at 11:18 pm

    Buena reseña.

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