¿A dónde va la izquierda?

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La izquierda mexicana se encuentra en un atolladero que parece haberla fragmentado de manera aguda y, quizá, irremediable. David Antonio Maravilla evalúa las causas de ese malestar y propone una serie de medidas para evitar la debacle de cara a las elecciones presidenciales de 2012.


David Antonio Maravilla Flores

Hablar de la izquierda contemporánea mexicana es hablar sobre pluralidad, sobre diferentes expresiones –partidistas y no partidistas–, diversas visiones y líneas políticas a seguir para conducir al país hacia condiciones más justas, incluyentes y equitativas.  Por desgracia, pese a las coincidencias en todas sus expresiones, hablar de izquierda en México también es hablar sobre divisiones y, en este sentido, sobre debilidad en la arena política. El objetivo de este ensayo es discernir hacia dónde se dirige la izquierda a partir del análisis de su situación actual. Las ideas presentadas aquí son resultado de la comparación entre los diagnósticos que diferentes exponentes de la izquierda nacional realizaron sobre la corriente durante el ciclo de conferencias titulado: «¿A dónde va la izquierda?»[1].

Las profundas divisiones imperantes en la izquierda nacional corresponden en gran parte a su composición plural. La izquierda es una corriente de pensamiento político muy amplia, y como tal, cuenta con una gran diversidad de manifestaciones. Además de su forma partidista –representada por un trío de partidos políticos que conforman las expresiones institucionalizadas de la corriente política–, un porcentaje importante de la izquierda nacional se encuentra distribuida en los movimientos sociales, cuyas demandas atraen la atención de la clase política a una serie de temas descuidados al mismo tiempo que buscan cambiar los valores predominantes en la convivencia cotidiana, y con ello, transformar la forma de «hacer política» y las condiciones sociales. Ambas izquierdas, la partidista y la no partidista, promueven el cambio social y comparten muchas coincidencias: bondad que en la práctica es opacada por el igual (si no es que mayor) número de diferencias que dividen y distancian entre sí a las variadas expresiones.

La división entre las izquierdas –partidista y no partidista– encuentra su origen en las diferencias entre las lógicas de acción que dictan su comportamiento. Mientras los partidos participan en el juego político de forma institucionalizada, es decir, rigen sus acciones en función del reconocimiento y acatamiento de las reglas del juego establecidas en la arena de competencia política, los movimientos sociales no se supeditan ni a la organización de los partidos políticos, ni a las reglas formales que delimitan la actuación de los primeros.

La izquierda no partidista sigue lógicas de acción diferentes a la de los partidos porque representan formas alternativas de participación política, constituyendo válvulas de escape a las tensiones provocadas por los fallos o inacciones –independientemente de cuál sea su causa– de la izquierda partidista. En su carácter más negativo, las diferencias en las lógicas de comportamiento fomentan escisiones y distanciamiento entre ambas expresiones de izquierda.

El elemento más conflictivo en la interacción entre los dos tipos de izquierda es la tendencia de los movimientos sociales a no subordinarse a las pautas institucionales que configuran la competencia política, sino a liderazgos particulares con prácticas propias, los que a diferencia de los líderes de partido, no se apegan irrestrictamente a las reglas del juego por no tener compromisos institucionales con el sistema político. Lejos de respetar las pautas y normas que reglan la competencia por el poder, los movimientos sociales transitan en una dimensión alterna a la de las instituciones buscando imponer en la agenda de los partidos políticos las demandas que representan, incluso si dichas exigencias implican la adopción de lógicas de naturaleza tal que contravengan el correcto proceder del partido en la arena de competencia reglada. Con lógicas distintas de acción y  dinámicas de comportamiento diferentes, la cooperación entre las diversas formas de izquierda se complica.

Debe enfatizarse que la división de la izquierda en diferentes expresiones con dinámicas de acción propias no es la fuente de la debilidad actual de la corriente; en realidad, el surgimiento de diferentes formas de izquierda es incluso natural. Sería incorrecto apelar por la conformación de la izquierda como un bloque monolítico de cuya cima derivaran órdenes unilaterales que dictaran un comportamiento universal para la heterogénea familia de la izquierda mexicana. Un escenario parecido implicaría una izquierda reducida en su pluralidad intelectual y con un poder propositivo limitado porque justamente la valía de la pluralidad de opiniones proviene de la oportunidad de enfrentar y conciliar posturas diferentes sobre los problemas nacionales desde ópticas distintas, más no contrarias. Sin embargo, es un imperativo que la izquierda desarrolle habilidades de negociación y cooperación de cara hacia el interior de la corriente, de manera que sea capaz de articular acuerdos y compromisos que fomenten la unidad de las diferentes expresiones. Por consiguiente, es necesario que las izquierdas aprendan a trabajar juntas, pues actuando por separado, las posibilidades reales de que cualquier expresión llegue al poder son reducidas.

Más que sus opositores políticos, el obstáculo primordial a vencer por la izquierda es su propia división. Separadas, las distintas expresiones no cuentan con un peso significativo en el electorado como para competir exitosamente por el poder, y de hecho, cada vertiente enfrenta problemas graves. Por un lado, la izquierda partidista atraviesa por una crisis de legitimidad ante los ojos del electorado. Aparte del tradicional voto duro, la izquierda partidista pierde credibilidad de forma progresiva ante los ojos de la sociedad, que escéptica de su capacidad de gobernar, gradualmente le retira su apoyo, hecho que se ve reflejado en la disminución en el porcentaje de votación recibida por el bloque de partidos de izquierda durante los últimos comicios.[2]

El escenario anterior tiene varias explicaciones. La falta de coordinación entre los partidos de la corriente y sus  luchas internas proyectan una imagen de la izquierda partidista desgastada, inmersa en problemas sectoriales, y por consiguiente, carente total de  autoridad moral necesaria para la crítica a sus adversarios e incapaz de gobernar el país de forma eficiente. La disminución de credibilidad de la izquierda partidista es también resultado del problema programático que enfrentan los partidos. En palabras de Reynaldo Ortega, «es fundamental que la izquierda partidista se encargue de elaborar programas de gobierno basados en propuestas alternativas originales a los problemas nacionales, y no se límite, como parece hacerlo, a reaccionar ante los proyectos presentados por la derecha»[3].

Por otro lado, la izquierda no partidista también enfrenta problemas que dificultan su exitosa competencia por el poder, pero que son intrínsecas a su naturaleza de movimiento social. El principal de estos problemas es la participación de los movimientos sociales en la competencia democrática por el poder. Para comenzar, dichas tendencias surgen en momentos específicos en torno a problemas y demandas también particulares, las cuales determinan la composición social del movimiento. Éstos pueden tener claras las soluciones para los problemas y demandas que impulsaron su formación, pero una vez en la contienda por el poder, deben debatir y tomar posturas sobre una multitud de temas ajenos a sus preocupaciones iniciales (proceso que con regularidad orilla al grupo a institucionalizarse y convertirse en partido político, perdiendo así su esencia original).

Por su propia naturaleza, la izquierda no partidista enfrenta problemas programáticos para llegar al poder, porque pese a contar con un fuerte respaldo por parte de amplios sectores de la población –que con frecuencia adoptan  las demandas de los movimientos  pese a no pertenecer estrictamente a él– deben formular programas de gobierno que puedan presentar a la ciudadanía como alternativas viables de gobierno en todos los temas. A su vez, la mayor paradoja de la izquierda no partidista es que a pesar de contar con un amplio apoyo en una extensa base social, para llegar al poder necesitan competir en una arena electoral reglada, y como tal, deben respetar y acatar las normas formales a las que anteriormente no se supeditaban del todo. Las reglas del juego que conforman la arena electoral y organizan la competencia dentro de ella no favorecen la competencia de los movimientos sociales, sino que propician su transformación en formas más institucionales. De no ceder a estas presiones y conservar su esencia original, los movimientos sociales tienen pocas probabilidades de éxito, pues al no acatar del todo la dinámica de la competencia electoral, se encuentran en desventaja frente a la derecha institucionalizada (bien organizada) que acata y domina las reglas que rigen el juego democrático.

Ante la debilidad individual de las izquierdas, la corriente necesita fortalecerse mediante la estrecha colaboración de las diferentes expresiones, subsanándose así no sólo las deficiencias de las dos formas, sino también la debilidad estructural del bloque: las fisuras y divisiones que impiden a la izquierda presentar un proyecto lo suficientemente sólido como para contender de manera competitiva en los comicios. La izquierda no partidista requiere entablar diálogos permanentes con la izquierda partidista, asintiéndose así la elaboración de plataformas políticas en los partidos que incluyan las demandas de la totalidad de los movimientos sociales cercanos a la izquierda, y desde la forma institucionalizada de la corriente, competir por el poder.

El distanciamiento entre las izquierdas, que parece hacer referencia más a intereses particulares que a cuestiones ideológicas, únicamente parece jugar en contra de la corriente en su totalidad porque ante dos expresiones de lo mismo con comportamientos tan diferentes, al presentarse la izquierda ante el electorado en una forma «doble» –por un lado con una primera cara, que respetuosa de las reglas del juego, participa institucionalmente en la vida política nacional;  y por el otro, una segunda, que flotando alrededor de las instituciones, las desconoce en favor de liderazgos propios–, el ciudadano no logra separar de forma conceptual ambas expresiones, y confundido ante comportamientos contradictorios en el bloque ideológico, castiga la imagen doble de la izquierda no votándola.

Los movimientos sociales que conforman la izquierda no partidista deben tener claro que pese a ser vehículos de participación política alternativa, necesitan acercarse a los partidos políticos afines, los cuales son finalmente los organismos habilitados para impulsar cambios desde la vía formal del juego democrático. Por sí solos los movimientos sociales no son realmente competitivos en la arena electoral, pues su organización (muy laxa en comparación con la estructura partidista), no ofrece las mismas oportunidades estratégicas en la competencia democrática, y por consiguiente, pone a los movimientos sociales en desventaja frente a los partidos institucionalizados.

Por mucha legitimidad y apoyo popular que posean las expresiones de izquierda no partidistas, los partidos son necesarios puesto que la vía formal de acceso al poder está reglada institucionalmente y el juego democrático favorece la competencia entre partidos conscientes y respetuosos de las reglas del juego. Además, los movimientos sociales no responden a las necesidades de los votantes en todos los sentidos al representar demandas específicas, y por ende, con frecuencia fallan en estructurar estrategias supra clasistas atractivas a diferentes grupos de votantes. Se requiere que los partidos capitalicen el potencial de los movimientos sociales integrando en sus agendas las demandas de éstos. Ni la izquierda de los movimientos sociales puede ganar ignorando a su contraparte institucionalizada, ni los partidos políticos pueden competir exitosamente desligándose de las demandas de los movimientos. La victoria quizás no requiera la unión irresoluta, pero sí implica forzosamente la cooperación entre las expresiones.

La unidad de las izquierdas es posible partiendo del reconocimiento de su propia pluralidad y el abandono de las pretensiones de superioridad entre las diferentes expresiones. No es indispensable uniformar a las izquierdas, pero sí realizar esfuerzos conjuntos para romper la tradición de fractura sobre fractura que exhibe la historia de la corriente en México. Lo que la izquierda nacional necesita para superar su pérdida de credibilidad es presentarse ante la sociedad como un bloque ocupado en entablar diálogos, llegar a acuerdos y proponer soluciones propias. Requiere presentarse como una opción viable, sólida, responsable, pero ante todo, profesional, y por consiguiente, capaz de resolver las divisiones derivadas de ópticas distintas e intereses particulares en beneficio de la consecución de bienes mayores.

En otras palabras, es imperativo que la izquierda recupere su autoridad moral ante los ojos de la sociedad, ganando de nuevo legitimidad entre los sectores ajenos al tradicional voto duro de la corriente. Trabajando en equipo, las izquierdas pueden volcarse en la construcción de liderazgos capaces de representar y dar uniformidad a los objetivos de la corriente en su conjunto, evitando siempre la personalización de la política a favor de la preservación de las demandas y proyectos sin caer en prácticas autoritarias e incompatibles con la necesaria consolidación democrática del país.

Tal y como se encuentra actualmente, la izquierda mexicana es una fuerza política debilitada, carcomida por intereses particulares y con un apoyo mermado entre la población, producto de su desgastada imagen doble. En su cara partidista enfrenta problemas de credibilidad y profesionalismo. En su cara no partidista, la naturaleza de los movimientos propicia la adopción de estrategias que la alejan de la posibilidad real de hacerse con el poder por la vía electoral, tanto por su menosprecio excesivo respecto a técnicas básicas de competencia profesional en términos de cuadros de especialistas en marketing político, opinión pública y generadores de información, como también por la proposición de alternativas, que no integradas de forma adecuada en un proyecto político mayor, parecen radicales.

Antes de plantearse cambiar al país, la izquierda tiene que dejar atrás su comportamiento individualista y sectorial para tener probabilidades reales de competir con éxito en las elecciones. De no cambiar, la izquierda mexicana en su conjunto parece dirigirse directamente hacia una derrota electoral plena y a la consecuente marginación en la toma de decisiones oficiales.

Entonces, ¿a dónde se dirige la izquierda? Arriesgándome a pecar de reduccionista, podría responder que a ningún lado. De seguir como hasta ahora, de no fomentar la cooperación entre diferentes expresiones, la izquierda irá a ningún lado, no avanzará, continuará siendo en un futuro inmediato una pluralidad de formas dispersas, segregadas y descoordinadas, pero lo más importante: incongruentes e incapaces de gobernar el país.

En el peor de los escenarios todo el movimiento en el que incurra la izquierda será regresivo, perdiendo terreno en lugar de ganarlo. La izquierda debe trabajar en conjunto para avanzar electoralmente y mejorar su posición ante la escéptica sociedad. En un movimiento estratégico, para llegar al poder, las izquierdas tendrían que volverse una y presentar una candidatura con contenido congruente, acorde a sus principios, y a la altura de la complicada situación nacional. No se urge a las diferentes expresiones a unificarse en un ente monolítico con un mando central, sino que se recomienda a los diferentes grupos a optar por una política de coordinación y trabajo horizontal. Se urge a las izquierdas a entablar una dinámica permanente de diálogo que genere consensos entre visiones disímiles, consensos suficientemente sólidos como para permitir la elaboración de una propuesta que al final lleve a la corriente al poder, o en su defecto,  la ponga en una posición sólida para competir contra otros grupos políticos más conservadores y cohesionados.

No obstante, la izquierda parece confiar únicamente en apuestas individualistas y excluyentes unas de otras al no reconocer el origen estructural de su debilidad electoral, y hasta el momento, se guarda silencio en las campañas políticas respecto a fomentar la unidad de la familia izquierdista de forma concreta.

En conclusión, el problema principal de la izquierda es que debido a su división probablemente no avance, sino que retroceda en las próximas elecciones. Si la izquierda aparece fragmentada en los comicios del 2012 no logrará ganar, porque el voto duro se distribuirá entre diferentes opciones y las propuestas de izquierda, no coordinadas entre sí, no parecerán realmente buenas al resto del electorado.

En concordancia, la izquierda requiere de un arreglo entre ambas expresiones –partidista y no partidista– que logre la disciplina partidaria necesaria para que las demandas de los movimientos sociales se agreguen a la agenda institucional, capitalizándose con ello el apoyo de los movimientos sociales de izquierda en torno a un proyecto político viable que recoja sus demandas, cuya característica fundamental sea un verdadero poder propositivo con ideas propias, no puras reacciones.

Es imperativo que las izquierdas se dediquen a encontrar el camino de salida del laberinto de la división, porque de lo contrario, quedarán marginadas en la toma de decisiones y serán relegadas a un triste papel secundario en la opinión pública. El sentimiento de incertidumbre y confusión que se apodera del electorado ante la descoordinación de las diferentes expresiones de la corriente la alejan irremediablemente de la ciudadanía, y por ende, del poder. Partida, la izquierda no es una opción viable de gobierno y eso lo percibe con incisiva claridad el electorado. Irónicamente, la mayor riqueza de la izquierda, su pluralidad, es responsable de la segmentación y descoordinación que aquejan a la familia de la izquierda mexicana, y se constituye como el defecto principal que obstaculiza su ascenso al poder.

NOTAS


[1] Ciclo de conferencias «¿A dónde va la izquierda?» del 14 de octubre de 2009 al 20 de enero de 2010, Colegio de México, ciudad de México.

[2] Reynaldo Ortega, segunda conferencia del ciclo «¿A dónde va la izquierda?», 22 de octubre de 2009, Colegio de México, ciudad de México.

[3] Ídem.

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David Antonio Maravilla Flores (1988) estudia Ciencias Políticas y Administración Pública en El Colegio de México. Colabora en la columna «Zoociedad civil» en el blog de la revista Ágora, además de ser miembro de su Comité de Publicación.

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1 comentario

  1. Héctor

    noviembre 23, 2010 at 9:10 am

    Gran articulo, me gusta que haya sido escrito por un compañero politologo contemporaneo, ya que soy politologo del Edo. de SLP, y tambien nacido en el año de 1988. Puedo afirmar sin duda, que este articulo me ha dado muchas explicaciones concretas y sin rodeos acerca del panorama actual de la izquierda nacional, me gustaria entrar en contacto con el autor de éste articulo, espero me proporcionara su e mail, de ser posible ya que su disertación sobre el tema fue muy completa y científica, y me gustaria compartir más ideas y argumentos al respecto.
    Por último sin duda concuerdo en que esa dicotomía entre los movimientos sociales y la institucionalidad partidista es uno de los principales problemas del declive electoral y propositivo de ésta, sin duda este tema da mucho de que analizar y hondar sobre el mismo.
    Saludos desde SLP.

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