Carlos Fuentes a dos años de su partida

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Raúl Olvera Mijares

 

Prolijidad y exuberancia son dos cualidades que difícilmente pueden disputarse al intentar caracterizar la obra de Carlos Fuentes Macías (1928-2012). El quinto tomo de las Obras reunidas (FCE, 2012, 807pp), que exhibe el subtítulo de Fabulaciones trasatlánticas, publicado de manera póstuma –los otros cuatro habían sido en vida del escritor– contiene tres obras algo disímbolas entre sí: dos novelas y un conjunto de relatos, que tocan la historia, la vida de una estrella de cine y eso que ha dado en llamarse ucronía (aquello que no tiene lugar en ninguna época determinada, si bien apunta hacia uno de los tantos desarrollos en un futuro probable). El tema unificador, en todo caso, parece ser que la historia se desarrolla en cierto momento del otro lado del Atlántico, sea en la España de los reyes católicos, la Italia que apenas entra en la posmodernidad de la mano de cineastas como Antonioni o bien Visconti, con referencias constantes al papel hegemónico que, en la economía y las costumbres, desempeñan para México y el resto del mundo los Estados Unidos de Norteamérica. Los criterios con los que Fuentes solía reunir sus obras eran temáticos y atendían a conceptos geográficos más que cronológicos o de génesis de la obra, dan testimonio de ello los títulos elegidos: Fundaciones mexicanas (La muerte de Artemio Cruz, Los años con Laura Díaz) tomo primero, Capital mexicana (La región más transparente, Agua quemada) tomo segundo, Imaginaciones mexicanas (Aura, Cumpleaños, Constancia y otras novelas para vírgenes, Instinto de Inez, Inquieta compañía) tomo tercero, Fronteras mexicanas (Una familia lejana, Gringo viejo, La campaña, La frontera de cristal) tomo cuarto.

Es patente ‒para el lector crítico de la narrativa de Fuentes‒ que tampoco la exigencia literaria intrínseca, el carácter renovador y propositivo, los logros estéticos concretos de una pieza en particular resultan raseros decisivos. Grandes obras figuran al lado de otras más bien menores, todas en calidad de hermanas, cobijadas bajo la valiente autoría del mismo hombre de letras quien, en vida, intentó asumir una multitud de voces, estilos, paradigmas históricos y tonos, tantas veces consiguiéndolo y coronándose con un éxito que se muestra un tanto esquivo hacia aquellos lectores perezosos que desfallecen ante la vastedad y envergadura de Terra nostra (1975), por ejemplo, una novela que aún no ha visto la luz en el preclaro y solemne marco de las Obras reunidas. Las referencias a la narrativa anglosajona están presentes desde Aura (1962), deudora de The Aspern Papers de Henry James, y La región más transparente (1958), inspirada en una ciudad que cuenta su propia historia por boca de sus habitantes como Manhattan Transfer de John Dos Pasos, hasta obras más ampliamente conocidas como Dracula de Bram Stoker en Vlad (2010). Fuentes era un infatigable explorador de los litorales más ignotos y lejanos en el extenso y variado mapa de la novela contemporánea, lector de Günter Wilhelm Grass y Milan Kundera, además amigo de este último y de otros autores en lengua castellana, como Juan Goytisolo y Severo Sarduy, auténticos revolucionarios del estilo, afectos a abrevar directamente de las fuentes prístinas de la literatura castellana.

El tomo quinto, que oscila entre Cristóbal Nonato (1987), Zona sagrada (1967) y El naranjo (1993), es uno de los más sólidos aparecidos hasta el día de hoy, a causa de la inclusión de una novela de gran aliento y un libro de relatos que toma el quinto centenario del descubrimiento de América como pretexto para efectuar una retrospectiva nada complaciente y objetiva acerca de los aspectos luminosos y los innúmeros aspectos oscuros de la conquista de México. A diferencia de otros autores de esa generación de narradores mexicanos, nacidos alrededor de la década de los treinta, quienes se empeñaron en renovar los modelos de la prosa, intentando emular los desarrollos más recientes que llegaban de Francia, Inglaterra, Italia y el ámbito de expresión alemana, Fuentes va a centrarse en el impacto de la cultura estadounidense, en las capas más variadas de la sociedad mexicana, desde hijos de diplomáticos y políticos prominentes (como era su historia familiar), pasando por la nebulosa y huidiza clase media, hasta llegar a los estratos más desprotegidos, las hordas de pobres en las grandes urbes, los campesinos marginados e incluso los indefensos migrantes.

Cristóbal Nonato, celebrado en un ensayo recogido en el libro Cogitus interruptus (1999) de la autoría de Juan Goytisolo, es la causa de que este recensor emprendiera la lectura de esta obra que, en el medio mexicano, pasa más bien por cansina y de carácter experimental, la cual recuerda hasta cierto grado El tambor de hojalata (1959 ) de Grass, con la salvedad de que no se trata de un niño de tres años que se niega a crecer quedándose como enano, un caso que llevará al personaje a los 29 años de edad a internarse en un sanatorio psiquiátrico, sino de un feto gárrulo y ocurrente que, desde el útero materno, abriga una serie de sueños, visiones y quimeras que él ‒antes que nadie‒ sabe que va olvidar por completo al momento de atravesar el difícil lance del parto. Representa de esta suerte la conciencia colectiva y con dotes visionarias que le permiten avizorar uno de los tantos desarrollos posibles para un futuro amenazador, prácticamente apocalíptico. Ante todo, la Ciudad de México se cierne como una catástrofe ecológica, un montón de detritos y desperdicios, la cual produce toneladas de materia fecal. El mar contaminado en Acapulco, el triunfo de la oposición de derechas sin que se perciban cambios notables en el gobierno, los privilegios de la clase política, los abusos policiales, los sueños de justicia social y un mundo mejor por parte de ciertos jóvenes, todos estos son temas que se explorará a saciedad en la novela. Hay una crítica de fondo, que conoce momentos de celebración orgiástica, contra los excesos de propios y ajenos, que lanzan una terrible sombra sobre el porvenir de México y el mundo.

Zona sagrada parece ser la pieza más endeble del abigarrado mosaico narrativo. Carlos Fuentes, tan aficionado a la cinematografía mundial y nacional que hasta se casó en primeras nupcias con Rita Macedo (1957-1972) –de la cual más tarde se divorciaría– quiso rendir un homenaje en realidad a una de sus divas, María Félix, cuyo hijo, Enrique Álvarez Félix aparece retratado con mesura, buen gusto pero sin falsear sus inclinaciones íntimas. Su voz de narrador resulta algo elusiva. El lector logra tener una visión de conjunto de la novela pero el personaje narrador permanece como algo gris, inasible, acaso en correspondencia con el personaje real que sirvió de modelo. El naranjo, en cambio, ofrece una forma más propositiva y dinámica. Capítulos que ostentan apartes con numeración invertida, pues la historia comienza a contarse de atrás hacia delante. Voces de personajes históricos como Colón, Cortés, sus dos hijos llamados Martín, Malitzin, la lengua del conquistador junto con el otro intérprete español, Jerónimo de Aguilar, náufrago en las costas de Yucatán donde en calidad de cautivo aprendió la lengua de los mayas y más tarde, uniéndose a las huestes del conquistador, adquiriría el náhuatl, hasta rematar con un actor estadounidense de cintas de clase B, premiado con un Óscar por su desempeño en una filme italiano vanguardista quien, en medio de un frenesí sexual a bordo de un yate, muere a mitad del océano rodeado de una caterva de call-girls acapulqueñas. El naranjo, ese árbol emblemático de China, de Persia y de Arabia, su fruto y la dulce fragancia de éste estarán presentes y servirán a manera de hilo conductor o Leitmotiv en estos ágiles relatos.

Impresiona de Fuentes el humor, la ironía, el combinar el español y el inglés en una mescolanza extraña, abigarrada pero inteligible, las visiones de la historia de México y el futuro que le espera a este país. El lenguaje es dúctil, funcional, lúdico. Llama la atención la manera en que se logran los momentos climáticos, la celebración del cuerpo, la comida, el hecho de estar simplemente vivos. Más que en sus ensayos, en su obra narrativa, Carlos Fuentes dejó un legado acerca de su concepción acerca de México. Siempre es posible hacer reparos respecto del estilo, el tono, el carácter creíble y logrado de los diálogos, la profundidad de ciertos personajes o su carácter inasible y huidizo, el prurito editorial dudoso en ciertos momentos frente a las erratas por parte del propio autor, sus estudiosos y editores, amén de una multitud de otros temas. Una cosa permanece diáfana y cristalina, el empeño constante por alcanzar una forma expresiva y llena de vida. La muerte del escritor ha venido a cerrar el círculo y conferirle un marco algo más estable y formal a su obra, desde donde es posible apreciarla a cabalidad. Leer a Fuentes es ante todo un placer, un gusto para aquél que tiene la cada vez más rara costumbre de frecuentar obras de literatura. Jamás deja de sorprender cómo en cierta porción del cine realizado en Hollywood, es posible descubrir en sus novelas atisbos críticos y crudos en torno del mundo real. Hace falta solamente leer con cierto sesgo, aguzar la sensibilidad en materia de geopolítica y economía global, en resumen, abrir los ojos. Tras el donaire que pretende provocar la sonrisa e incluso la franca carcajada, se esconde el verdadero rostro de las cosas, de los seres humanos, de los personajes históricos e incluso de los autores cuyos trucos jamás cesan de dejar atónitos a los lectores.

 

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Raúl Olvera Mijares (Saltillo, 1968) cursó estudios de filosofía en Monterrey y el principado de Liechtenstein. Ha publicado en La Jornada Semanal, La Tempestad, Casa del Tiempo, Replicante, Tierra Adentro, Luvina y La Palabra y el hombre. Entre sus libros se cuentan Puntos cardinales (Conaculta, 2003), Dramaturgia de Monterrey (Universidad de Durango, 2007) y Las influencias expuestas. Recensiones de libros (Calygramma, 2013).

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