El boom de Twitter

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cq5dam.web.1280.1280La exitosa inmediatez de Twitter ha alcanzado a periodistas y reporteros. Pero, ¿realmente es un sistema de inteligencia colectiva? Esta herramienta, llena de ineficiencias y problemas a largo plazo, presenta retos particulares al periodismo: «Al tuitear, ¿soy reportero? ¿Soy editor? ¿Soy crítico? ¿O simplemente converso con amigos?» Paul Fahri, reportero del Washington Post, nos ofrece un análisis de usos y usuarios, ventajas, desventajas y tendencias de la explosión de Twitter.

 

Paul Farhi

 

Se vale estar hartos y cansados de Twitter. Es probable que sea la herramienta tecnológica más sobrevalorada del mundo, la última de una lista casi interminable de tecnologías sobrevaloradas y modas tecno-culturales que se vienen agrupando desde la radio de Banda Ciudadana. En LexisNexis, el conteo de noticias que mencionaban servicios de microblogging alcanzaba las más de 3 000 menciones en un periodo de tan sólo 5 días a mediados de 2009. Una búsqueda en Google arroja cerca de 11 200 000 000 menciones. Naturalmente, una reacción incluso negativa frente a esto se encuentra en pleno desarrollo; no muy diferente a lo hecho por Maureen Dowd, Gary Trudeau y The Daily Show, entre muchísimos más, que tanto se han burlado de y criticado tanta obsesión mediática que aún está medianamente fresca.

Esta exposición excesiva sin duda refleja la membresía de los periodistas a la clase tuitera. Algunos de los nombres más reconocidos del medio ahora tienen un número de seguidores similar al de la circulación de sus periódicos o al de sus televidentes. El presentador de This Week, George Stephanopoulos, tiene cerca de 2 millones de seguidores al pendiente de sus tuits, ya sea personales o informativos. Otros tuiteros de los medios de comunicación masiva incluyen a David Gregory (1 606 211 seguidores), conductor de Meet the Press, Scott Simon, de la NPR (1 235 284 seguidores), Rachel Maddow, de MSNBC (2 535 345 seguidores), y el columnista de la sección de tecnología del New York Times, David Pogue  (1 479 278 seguidores).

Para los periodistas, la verdadera pregunta es si Twitter es más que un simple juguetito informativo que sigue de moda. ¿«Funciona» de manera significativa ‒como un canal de diseminación de noticias, una herramienta para la construcción de fuentes y reportajes, una plataforma promocional? ¿O será acaso, si se da crédito a la caricatura que se hace de él, una simple pérdida de tiempo banal, narcisista y adictiva?

La respuesta, insatisfactoria ella, es: todo depende.

Por si algún despistado sigue en la oscuridad en materia de Twitter, aquí va un poco de contexto: Twitter, creado en San Francisco por una microempresa llamada Oblivious y lanzado al público en agosto de 2006, es un servicio gratuito de redes sociales que permite publicar mensajes cortos, conocidos como tuits, a grupos de seguidores autoproclamados. Los tuits pueden ser enviados y recibidos desde diversas plataformas y tipos de aparatos ‒computadoras, teléfonos, tabletas. Son como mensajes de texto o mensajes electrónicos, pero uno-a-muchos, en vez de uno-a-uno. Twitter ha crecido a un ritmo impresionante, contando hoy a cerca de 500 millones de usuarios, de los cuales alrededor de 200 millones supuestamente son usuarios activos.

Tanto medios de comunicación como reporteros individuales rápidamente adoptaron el uso de Twitter en sus prácticas profesionales por razones obvias: su velocidad y brevedad son ideales para presentar cucharadas y noticias de último minuto a tuiteros perspicaces. Es probable que el Oregonian de Portland haya sido el pionero entre los medios convencionales en este aspecto; empezó por publicar sus propios links, además de agregar tuits ciudadanos sobre inundaciones y bloqueos de caminos durante las tormentas en el centro de Oregón de 2007, cuando Twitter apenas contaba con 500 000 usuarios en todo el territorio estadounidense. Igualmente, otros periódicos han utilizado Twitter para publicar actualizaciones que dan seguimiento a desastres naturales en diversos lugares.

Ahora los reporteros tuitean rutinariamente todo tipo de eventos: discursos, reuniones, conferencias, e incluso eventos deportivos. En febrero de 2009, por ejemplo, un juez federal autorizó a Ron Sylvester, del Wichita Eagle, hacer uso de Twitter para reportar sobre un juicio contra seis miembros del crimen organizado. Ésa fue la primera vez que se permitió tuitear desde una corte federal en Estados Unidos. Sylvester tuiteó constantemente a lo largo del juicio, proveyendo a sus lectores de una cobertura en tiempo real. Sin embargo, no todos los tuits son de la misma utilidad. Los tuits de reporteros que cubrieron con lujo de detalle las convenciones demócrata y republicana, bien peinadas y coreografiadas, durante el verano de 2009, hicieron públicos muchísimos datos curiosos y chismes, pero sin que se presentaran como noticias importantes, sugerentes o interesantes.

«Twitter funciona mejor en situaciones en las que la historia está cambiando tan rápido que se vuelve imposible , para los medios convencionales, tener acceso a todos los datos al mismo tiempo», dice Craig Stoltz, un usuario cuasi evangelista de Twitter y consultor en temas de medios de comunicación. «El choque de un avión, el disturbio público, el evento político, éstos son los tipos de historias en los que el tiempo es importante y los datos se encuentran diseminados».

De hecho, Twitter puede ser una herramienta bastante seria para reportar. Puede convertirse en una hoja viva de datos, fuentes y reportajes. Puede ofrecer acceso inmediato a productores de noticias de difícil acceso, puesto que no hay alguien de RP mediando la relación entre el reportero y un tuit oficial del gobierno o de un alto directivo de la industria privada. También puede ser un instrumento directo para la colaboración abierta. Al colapsar un edificio vacío en abril de 2009, reporteros del New York Times publicaron en Twitter el equivalente a un boletín público: «Se busca testigo que haya visto el colapso del edificio en el bajo Manhattan». Ahora imaginemos el torrente de datos al que tendría acceso el NYT si Twitter hubiera existido el 11 de septiembre de 2001.

El uso óptimo de Twitter requiere atención y cuidado. Al actualizar constantemente tanto a seguidores como a quienes sigue, la bloguera de USNews Nancy Shute ha creado su propia comunidad interactiva de líderes de opinión, fuentes especializadas, colegas y gente «común» interesada en sus temas, que son la ciencia y la medicina. La manera en que conversa con esta comunidad en ocasiones le da sugerencias temáticas para sus piezas periodísticas. En los primeros días en que se había descubierto que en Estados Unidos circulaba crema de maní infectada con salmonela, por ejemplo, un funcionario del gobierno federal al que seguía tuiteó la noticia de que las autoridades de salud estarían utilizando Twitter para revelar información sobre el posible brote, algo novedoso para el gobierno federal. Shute lo revisó en su momento. Su contribución sobre el asunto ya estaba publicada en su blog horas después.

Monica Guzman, una bloguera del Seattle Post-Intelligencer hasta mayo de 2010, no sólo comparte tips, ocurrencias y chismes con su círculo tuitero; además, se reúne con su comunidad de Twitter en un café de manera regular, cultivando una relación personal con fuentes de idiosincrasias similares a la suya.

Dan Gilmour, un bloguero veterano en cuestiones de new media y profesor de periodismo en la Universidad de Arizona, dice que los periodistas deberían ver a Twitter como un «sistema de inteligencia colectiva» que permite tener acceso a tendencias, personas y noticias de manera inmediata. Los periodistas, en su opinión, «deberían seguir a personas que los dirijan hacia asuntos que deberían conocer» y hacerles preguntas para poder realizar reportajes de mejor calidad. Él recomienda buscar palabras clave dentro de la red social y entender el uso adecuado de hashtags ‒jerga tuitera para hablar de un grupo de tuits sobre el mismo tema o evento, indicados por el uso del signo de # y una palabra (como puede ser «influenza»).

Dice Paul Grabowicz, director del programa de new media de la escuela de periodismo de la Universidad de California en Berkeley, que si estuviera al frente de una corporación mediática, en la sala de prensa, Twitter sería tan esencial como los teléfonos y las libretas. «Le preguntaría a todos en mi staff: “¿Quiénes son las personas y los grupos a los que quieren llegar? ¿Ya abrieron una lista en Twitter para seguirlos?”». Desde su perspectiva, Twitter habilita a los reporteros para «localizar a las personas donde están. La gente está ocupada, pero están allá afuera consumiendo e intercambiando información en esas redes. Ésta es una forma de acortar la distancia con ellos, de poder estar vinculados con ellos. Los reporteros deben estar en el mismo nivel, ahí adentro, en vez de estar esperando a que el caballo escape del granero».

Twitter también puede ser una herramienta para organizar la sala de prensa. Cuando se desatan las grandes historias, pocas han sido las organizaciones que logran canalizar los intercambios y debates que explotan a lo largo de Twitter para crear sus propios hashtags. El día anterior al fallo de la Suprema Corte de Iowa sobre matrimonios del mismo sexo, el Des Moines Register creó su propio hashtag: #iagaymarriage. Dicho hashtag comenzó a ser utilizado tan rápidamente que su popularidad obligó a que la competencia, como la Gazette de Cedar Rapids, terminara por usar la misma etiqueta. El Register publicó fragmentos de las discusiones, creando así una versión moderna de las secciones de los periódicos para la vox populi. El Herald de Everett, Washington, hizo algo similar a principios de 2009 cuando su región quedó inundada: #waflood, el hashtag del periódico, se convirtió en un código obligatorio para los boletines que informaban sobre las afectaciones a la comunidad, así como para obtener noticias y reacciones del Herald.

Los hashtags son sólo una de las herramientas que dan coherencia a lo que parece ser la Torre de Babel de Twitter. Páginas como Tweetcloud y Twitscoop, que rastrean las tendencias en Twitter, son como escáneres policiacos para las redes de social media; ofrecen un vistazo en tiempo real a lo que la gente, o la gente que utiliza Twitter para el caso, está comentando (aunque habría que admitir que mucho de lo que se comenta es algo predecible, como las publicaciones sobre el encuentro deportivo más importante del día o los festejos de Cinco de Mayo cuando es 5 de mayo). Tweetmeme incluso muestra los links más populares que han sido publicados en Twitter, un truco que Google todavía no aprende.

El proceso funciona de otras maneras también. Motores de búsqueda, como era el caso de twist.flaptor.com y el propio de Twitter (twitter.com/search-home), hacen que sea posible llevar a cabo búsquedas entre las reflexiones tuiteras sobre cualquier tema. Es verdad que la mayoría de las búsquedas devuelven un pajar de tonterías en vez de gemas, pero también es una forma de encontrar noticias de último minuto.

«Hace algunos años, yo hubiera dicho que los feeds RSS eran la mejor forma para darle seguimiento a un tema. Ahora creo que Twitter es una mejor opción», dice Mark Briggs, director de una empresa de desarrollo de software y autor de Journalism 2.0, un libro sobre los nuevos métodos digitales para reportar. Briggs, que tuitea alrededor de cinco veces al día, trata de mantener un equilibrio del 80-20: cerca del 80 por ciento de sus tuits añaden algo a la conversación (un link, un dato), y «toma» algo de ella sólo con el 20 por ciento de sus tuits (pide algún contacto o información, o publica un link a su trabajo más reciente). «La gente no te va a seguir si lo único que haces es decir “Lee mi nueva entrada en el blog”», dice. «Hay muchísimo karma circulando en Twitter. Entre más contribuyas, más obtienes de él.»

Stoltz se refiere a John A. Byrne, editor ejecutivo de BusineesWeek, como su tuitero favorito. Entre otras cosas, Byrne tuitea detalles de las juntas de la revista y explica sus decisiones editoriales. Gillmor disfruta los tuits de Walt Mossberg, el gurú tecnológico del Wall Street Journal, y de Om Malik, un bloguero tecnológico bastante famoso. «No lo llevan más allá de lo necesario», argumenta.

Por supuesto, hay otros que sí lo hacen, y quizá éste es el mayor inconveniente. En la práctica, la idea de que tus amigos (y amigos de tus amigos) pasarán información útil y valiosa se contradice por el hecho de que Twitter puede ser un canal de excepcional ineficiencia, sino es que simplemente irritante. Como cualquier tuitero sabe, uno debe sortear toneladas de basura («¡Me estoy lavando el cabello!») antes de toparse con un pedazo de información valiosa. La pregunta sería, entonces, ¿de verdad necesitamos a Twitter para eso? ¿No llegaría la misma información por otros medios ‒blogs, correos electrónicos, feeds RSS, incluso una ancestral llamada telefónica?

Además, la prescripción tuitera de sólo utilizar un máximo de 140 caracteres crea otra ineficiencia: uno por lo general no sabe lo que está abriendo hasta que ya diste el clic ‒momento en el que puedes descubrir que estás frente a algo que habías visto dos días antes y, al igual que ahora, no te interesó. El feed de Facebook, que no limita las publicaciones a ser de 140 caracteres y provee un vistazo al link, puede ser una alternativa mucho más veloz.

Quienes defienden Twitter a ultranza dicen que pueden mejorar su proporción señal-a-ruido recortando sus listas de gente a la que siguen, usando solamente las que sean de utilidad consistente. Pero esto se logra a base de prueba y error. Cuando Nancy Shute dio «unfollow» a una de sus colegas, que había abusado de los tuits del estilo «voy-por-un-café», ella no tardó en hacerle notar que dicha acción la había lastimado. Al final, Twitter es una red social. De cualquier modo, otro aspecto en verdad atractivo de Twitter para los periodistas es quién tuitea y dónde. Twitter no es, al menos primariamente, una provincia de adolescentes. El servicio ha encontrado su nicho entre «adultos», quienes suelen hacer uso de él en el trabajo. De acuerdo con Nielsen Online, personas de entre 35 y 49 años eran el grupo mayoritario de tuiteros, ocupando aproximadamente el 42 por ciento del total de la red en 2009. Esto significa que Twitter es más atractivo para gente «mayor», digamos que un público «más serio» que el de sus primas Facebook y MySpace. Con la misma autoridad con la que mi hija adolescente suele decirme «estás-tan-fuera-de-moda», argumenta: «Nadie usa Twitter en la prepa. Tenemos Facebook y mensajes. Twitter es irrelevante». Caso cerrado, pues.

Todo esto significa que Twitter atrae al tipo de personas que a los medios de comunicación deberían de encantarles ‒aquellos interesados en las noticias. Andrew Lipsman, analista para ComScore, encontró que el usuario promedio de Twitter es de dos a tres veces más propenso a visitar una página de noticias que la persona promedio (en 2009, el 8 por ciento de los usuarios de Twitter visitaban LATimes, por ejemplo, contra el 2. 7 por ciento de todos los usuarios de internet).

Con todo y sus ventajas, dos interrogantes siguen ancladas a Twitter. La primera: ¿Podría Twitter crear un modelo de negocios viable? La compañía aún no ha descubierto cómo convertir a sus millones de usuarios en clientes. Esto no significa que Twitter esté condenado (Google pasó algunos años sin ganancias reales), pero sí nubla un tanto su futuro. Su modelo podría irse por la vía de la publicidad; aunque más allá de los tuits promocionados, que suelen causar molestias entre los usuarios, no se puede saber exactamente dónde podrían caber más anuncios. La solución podría estar en vender a Twitter como un servicio empresarial, o podría ser algo completamente distinto. Ultimadamente, es posible que ni siquiera importe, como piensa Craig Stoltz. La tecnología es suficientemente flexible (Jack Dorsey, el ingeniero detrás de la red social, creó Twitter en apenas dos semanas) para poder ser fácilmente adaptada por otros, en caso de que Twitter llegara a desaparecer.

La segunda: vale la pena preguntarse si el tuiteo, si no es que Twitter, tendrá un verdadero poder de permanencia. Sí, el crecimiento de Twitter ha sido más que explosivo (en gran medida por la promoción que le dieron los medios de comunicación tradicionales), pero no es tan claro qué tan dedicados serán los todavía nuevos tuiteros a sus haikus de 140 caracteres. En 2009, un estudio realizado por Nielsen revelaba que 60 por ciento de la gente que abre una cuenta en Twitter, no regresa al mes siguiente ‒a lo que se suma, por supuesto, el factor de «no-le-entiendo», que incluso Facebook y MySpace tuvieron que enfrentar en su momento. David Martin, analista de Nielsen, considera que este patrón de no poder retener a los clientes será un problema en el largo plazo; Twitter, piensa, se va a quedar sin nuevos reclutas antes de que pueda tener una aceptación dominante en internet. Mediaweek tomó esta misma observación para sugerir que Twitter quizá será el nuevo Second Life, un sitio con usuarios y seguidores fieles que nunca pudo estar a la altura de su pantagruélico boom inicial.

Para la gente en medios de comunicación, hay otra pregunta que rara vez es formulada: ¿Qué significa que un periodista tuitee? Hay ejemplos que sugieren que las reglas y papeles no siempre son claros. En marzo de 2009, el crítico literario del Washington Post Ron Charles tuiteó un extracto de la conversación que sostuvo con una fuente anónima: «Un colaborador frecuente del New Yorker me contó que ahora se va a publicar cada dos semanas o mensualmente. Dolores de la recesión». ¿Una cucharada? No. «Simplemente lo publiqué», dice Charles. «Fue una cosa francamente irresponsable como periodista.» Al cabo de 10 minutos, dice, «parecía que toda la Internet se había vuelto loca. Fue aterrador».

Cuando Charles fue informado, ahora sí por una fuente confiable, vía mail de que su información estaba equivocada, mandó otro tuit para tratar de tumbar su post original. Pero para ese momento, el comentario de Charles había sido ya retuiteado por muchos, y la historia estaba circulando. Reporteros del Chicago City Paper y del New York Observer rápidamente habían atendido la historia, obteniendo negaciones de David Remnich, editor del New Yorker. Charles dice que su mensaje original fue ingenuo y que no debía haber propagado un rumor. Pero como él señala, ahí no termina la cosa. Con su intimidad e inmediatez, las redes sociales sitúan a los periodistas en terrenos oscuros: «Al tuitear, ¿soy reportero? ¿Soy editor? ¿Soy crítico? ¿O simplemente converso con amigos?». Mark Briggs responde que los reporteros están obligados a mantener sus estándares éticos incluso al tuitear casualmente: «Lo que sea que pongas ahí, no debe ser confirmado o revisado tres veces, pero tampoco puede ser imprudente o erróneo. También debes respetar el trabajo de las demás personas, no tomar como propio lo de los demás». Pero los problemas tampoco acaban ahí. ¿Qué tal si alguien te demanda por un tuit difamatorio?, pregunta Ron Charles. ¿El empleador del tuitero sería tan culpable como él, si es que los tuits, supuestamente, son una extensión de su trabajo periodístico? «No tenemos ningún tipo de guía», concluye Charles.

A finales de abril de 2009, poco antes de terminar esta pieza le pregunté al editor ejecutivo del Post, Marcus Brauchli, sobre los comentarios de Charles y el desastre causado por su tuit sobre el New Yorker, y un poco encogido de hombros respondió que no se había formulado una política sobre qué era lo aceptable entre los miembros del periódico que tuitean. Para mediados de mayo, sin embargo, ya tenía algunas respuestas: «Cuando se trate de tuitear para el Washington Post, nuestros editores en jefe deberían saber de antemano si un reportero planea tuitear algún evento que cubra. Lo que sea que pueda causar polémica debe ser revisado, también, con un editor antes de ser transmitido. El tono también es importante: no hacemos uso de las redes sociales para entrar en pleitos con rivales o críticos, ni para agendas personales». Fuera del trabajo, «damos por hecho que nuestros periodistas no van a avergonzar al Post o sus prácticas independientes por medio de lo que publiquen en Twitter, Facebook, blogs u otros medios. No vamos a, ni podemos, monitorear todo lo que nuestros reporteros hagan con su propio tiempo, así que dependemos de su juicio y sentido común propios».

Esto sugiere que algunos aspectos de Twitter siguen en desarrollo, al menos para los periodistas. Podemos atribuir esto a los dolores de cualquier relación nueva. La pregunta es cuánto tiempo va a durar esta relación. Claro, ahorita sigue roja de pasión. ¿Pero seguiremos queriendo a Twitter mañana?

 

Este ensayo fue publicado originalmente en American Journalism Review, vol. 31, núm. 3. Traducción y reproducción bajo permiso del autor y Rem Rieder, editor de AJR.

 

Traducción de Raúl Bravo Aduna

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Paul Farhi es reportero de The Washington Post. Escribe frecuentemente sobre medios de comunicación, tanto para el Post como para el American Journalism Review.

Raúl Bravo Aduna es ensayista, poeta y traductor. Actualmente es profesor de lenguas en la Universidad Panamericana y editor de Cuadrivio.

 

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Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

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