Guantes rosas. Entrevista con Ana María «la Guerrera» Torres

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El box es un deporte que ha ido ganando terreno en los medios televisivos del país, y no sólo eso, su expansión ha sobrepasado las barreras del género. Ana María la Guerrera Torres es campeona mundial en peso supermosca, mujer, comprometida con el ring, que entrena tres veces al día y que gusta de leer novelas. José Arturo García accede a este mundo y nos revela qué hay detrás de esta Guerrera.

 

José Arturo García

Ana María la Guerrera Torres trae consigo una contagiosa sonrisa cuando saluda a las personas. Hasta ese preciso instante deja al descubierto que no es la misma mujer de mirada penetrante y mentalidad fría que sube al ring, destroza a su rival y regresa a casa con el orgullo de retener el cinturón de campeona mundial.

No es así. La Guerrera es más que puños y un gancho al hígado. Esa dura personalidad transmitida por el televisor durante las noches de box no es la verdadera, ni la que define a Ana María; por el contrario, se sorprende al comentarle que su mirada es dura cuando está arriba. «¡En serio? ¡Por qué?», pregunta entre risas.

Quienes trabajan en el gimnasio Nuevo Jordán coinciden, sin dudar, en una definición de su idiosincrasia: «Es una persona muy noble, muy humilde», fue la opinión de los entrenadores Mario Vadillo y Carlos Gutiérrez.

Existe una respuesta todavía más cercana, la del hombre que limpia con una toalla rosa el semblante de Ana María después de bajar del cuadrilátero: es Roberto Santos, su esposo y entrenador. «Como ser humano es mucho mejor que como boxeadora –sin perder oportunidad continúa– Ana es considerada actualmente la mejor del mundo, pero en lo personal ella supera todo eso».

La aseveración es comprobada cuando niños o adultos le preguntan si pueden fotografiarse a su lado. Su sonrisa es una afirmación.

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Una mañana de viernes, Ana María invita a subir al ring a los seguidores, sonríe y se despide de ellos. Escucha con atención las indicaciones de su segundo entrenador, Manuel López, quien le señala cuál es la siguiente etapa de su preparación matutina.

La Guerrera baja del cuadrilátero, se acerca al espejo que se encuentra a lo largo de toda la pared y se arregla los alborotados cabellos originados por la careta de box. Un par de pasadores en la parte superior de su cabeza finalizan el ritual femenino. Roberto se acerca a la campeona, le dice palabras que sólo ella escucha. Se miran, y enseguida él le limpia el sudor de su cara, tiernamente, como tratando de quitar el dolor de su rostro.

—¿Qué significa Ana María en su vida?

—Es lo más importante. Todo lo que yo hago gira en torno a ella. Mi tiempo, mi amor, mis cariños y cuidados… y creo que eso se refleja en su desempeño –responde sin dudar ni un segundo Roberto Santos.

Las personas del lugar tienen respeto y cariño por la campeona del Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Una niña deja de asestar golpes al costal en que entrena para ver, por unos segundos, cómo la Guerrera rompe el aire con sus guantes rosas. Con una mirada de asombro, la pequeña regresa a su lugar e inspirada golpea el costal de box.

—¿Cómo eres como esposa?

—Pues soy bien tierna. Me gusta chiquearme mucho, me gusta que me apapachen, no nada más mi esposo, sino también me chiqueo con mi mamá y mis hermanos.

Le gusta bailar. Sale a divertirse cuando ha pasado la adrenalina de la pelea.

También tiene una ilusión: ser mamá. Al preguntarle acerca del tema una sonrisa especial nace en su rostro. Acompaña sus explicaciones de gestos maternos y lleva por inercia las manos a su vientre cuando contesta: «Sí, quiero ser mamá. Deseo tener uno o dos hijos –aclara que prefiere primero una niña–, sentir esa faceta de tener un bebé en la panza, de quererlo, de abrazarlo…»

La vida de la Guerrera de Neza, desde hace 12 años, se encuentra en el deporte, el cual decían, era únicamente para los hombres. Esto lo confirmó el 16 de abril de 2011 cuando empató por el supercampeonato mundial de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) con Jackie Nava la Princesa Azteca y lo terminó por asegurar al ganar en la revancha el 30 de julio de 2011.

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«Los pequeños, sean seres humanos o naciones, tienen derecho a ser escuchados y respetados, porque a fin de cuentas la grandeza no tiene tamaño», dijo el escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez cuando ganó el premio Alfaguara.

Hoy, Ana María lee Chiquita, novela ganadora en 2008, y la ficción no se aleja de la realidad.

—¿Te identificas con el personaje?

—Sí, porque fue una mujer de mucho carácter y decisión, muy viva e inteligente. Todavía no la acabo de leer, pero eso en estoy.

Roberto corrige su lectura, la pone a leer en voz alta y le explica palabras que no entiende. Agrega que también ha leído novelas de Fernando del Paso. «Es un gran amigo nuestro y él siempre está al pendiente de mis peleas», agrega.

Ana María rinde honor al apodo intercalado entre nombre y apellido: la Guerrera. Carente de padre a corta edad, tuvo que enfrentarse al abandono para ayudar a su mamá, dejó los estudios en el primer año de preparatoria y trabajó para contribuir con dinero a una familia de diez hijos.

—¿Cómo fue tu vida en la niñez?

—Fue de muchas carencias. No teníamos muebles en la casa… Recuerdo que nos costó mucho tener un buen baño. Fue muy triste, pero todo se pasa conviviendo con la familia. Además, cuando eres chamaca lo único que te importa es jugar… pero sí recuerdo que fuimos demasiado pobres –responde y su mirada penetra el suelo, como si tratara de recordar lo que ha quedado poco a poco en el pasado.

Sus sueños nunca caducaron. Veía entrevistas realizadas a Julio César Chávez y le decía a su mamá que quería ser como él. El simple comentario de aquellos años se materializaría con el tiempo y el esfuerzo de salir adelante vendiendo zapatos y haciendo jugos.

Nezahualcóyotl es el municipio del Estado de México donde nació y en el que actualmente se desenvuelve. Ha logrado edificar –junto a su esposo y sin patrocinio alguno– un gimnasio para ayudar a los jóvenes mexiquenses a seguir un viaje en el deporte.

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Las cosas cambian cuando sube al ring: su personalidad se torna intimidante Es sorprendente la fuerza en sus golpes. Mira de reojo a quienes la observan descansar mientras espera el siguiente round de entrenamiento contra un hombre que no duda en golpearla. Ana María la Guerrera Torres tampoco titubea para dar lo que tiene y sacudir con fuerza el cuerpo de su rival.

La campeona mundial supermosca entrena para dar todo de ella el próximo año, 2012, después de que en éste sostuviera cinco peleas. Al fin y al cabo, cuando llega el momento de subir al ring, su mentalidad es otra.

—¿Cómo es ese proceso previo?

—Yo siempre veo a mis rivales con odio. Arriba del ring soy yo o son ellas. Siempre trato de estar con esa sangre fría porque ellas van a subir igual. Es un deporte duro pero al final hay muchas satisfacciones.

 Desde la infancia ya poseía los golpes en la sangre. Llegó a pelear en la primaria, en mercados y hasta en el metro. «Ella lleva 12 años manteniéndose como la mejor de México y ahora del mundo –añade Roberto sentado en una banca antes de partir del Nuevo Jordán–. A Ana todavía le falta lo mejor como boxeadora».

La Guerrera es «la única mujer que entrena tres veces al día, y lo hace con gusto», agrega su esposo. Por las mañanas en el Nuevo Jordán, en las tardes corre en La Marquesa y con la llegada de la noche, termina su preparación en su gimnasio de Neza.

—Me quedan cuatro o cinco año en el ámbito profesional –añade Ana María.

—¿Cómo planean el momento del retiro?

—Estamos planeando que se retire en las mejores condiciones porque no va a servir de escalón a nadie como en la actualidad muchos excampeones mundiales lo hacen. Ella jamás se va a prestar a eso.

Ana María es pionera del box femenil. Dice que los organismos deportivos ven que las mujeres ofrecen espectáculo en cada episodio y que por ello no pueden cerrarse a que las mujeres peleen. No obstante, continúa siendo difícil «porque a las mujeres todavía no se les paga como a los hombres».

—¿De cuánto ha sido la bolsa que más has ganado?

—La que iba a ganar, porque no me la pagaron, fue de 40 mil dólares cuando gané en la Plaza de Toros México. Son cuestiones que uno va pasando. A fin de cuentas nosotras respondemos con resultados.

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La tarde avanza tan rápido como los derechazos de Ana María. El equipo de entrenamiento está guardado. Próximo destino: La Marquesa. Al calendario se le borra un día, señal de la proximidad del combate. Las palabras hacia cualquier rival pronostican reñidos rounds en febrero de 2012: «En lo deportivo no me importa si es mexicana o no, a mí me gusta enfrentarme a las mejores». La campanada de inicio se escucha más cerca.

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José Arturo García (ciudad de México,1988). Estudió periodismo en la UNAM. Tiene un poco de locutor y poeta, de ambientalista y anarquista. Quizá más lo primero que lo segundo / y también / viceversa. Por las redes sociales lo encuentras en @SoyArturito y enhttp://avenidacreacion.blogspot.com/ se aventura a crear.

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