El infierno en la ciudad

Por  |  0 Comentarios

 

4451588252_bb1e36b8de_z

Escenario de paso de todos nuestros días, el metro se mimetiza en nuestra cotidianidad y pasa, la mayor de las veces, desapercibido. En esta crónica se nos invita a detenernos en las múltiples particularidades que conforman a este espacio y transporte como una amalgama multicultural en donde confluyen los habitantes de una mega orbe.

 

 

Nestor Abraham Infante Olvera

El Metro es un collage donde se funden imágenes de todos los Méxicos que existen en una forma multicolor y multicultural que hace de esto un mosaico surrealista que nos muestra en todo su esplendor nuestra idiosincrasia…

Carlos Monsiváis

 

Día con día millones de almas avanzan dirigiéndose al interior de las fauces de la gran ciudad. Descienden rápidamente hacia un inframundo que está construido por barrotes, escaleras, puestos de servicios y largos pasillos, los cuales se encuentran sepultados por la masa de cuerpos que llegan paulatinamente al recinto. Los espíritus de trabajadores, estudiantes, amas de casa y uno que otro desempleado esperan pacientes la llegada de Caronte, el cual aparece dentro de una  barca mecánica larguísima.

Las puertas se abren, los individuos entran y salen al mismo tiempo, generando de esta forma una batalla por el apoderamiento del espacio. Una sirena se hace sonar y el cierre de las portezuelas automáticas apacigua la contienda. La barca se prepara para cruzar el río divido por las estaciones y las almas aguardan en un espacio tan reducido que pone a prueba las leyes de la física. De repente, sonidos estridentes irrumpen el apretado silencio de la barca: vendedores viajan en el interior, recordando que el inframundo está en la ciudad y que las almas de esta misma recorren sus rincones en busca de trabajo y comida.

Los individuos salen del batel dirigiéndose a sus destinos. Los senderos en el inframundo son adornados por puestos en donde se venden artículos que rayan en lo bizarro: sustancias naturales que prometen hacer crecer el cabello, mejorar el desempeño sexual y hasta curar el cáncer. Todo esto concreta una imagen adecuada para el ambiente del mundo subterráneo.

Al final del viaje, en las escaleras que mandan de regreso las almas a la ciudad, se encuentran los olvidados, aquellos que luchan todos los días en un choque entre el inframundo y la superficie, las ánimas que el sistema desechó y que ellos mismos decidieron reflejar ese rechazo en la imagen que transmiten. Los vagabundos, indigentes y desahuciados que, recostados en una pared o desbordados en un escalón, alzan su mano en busca de una moneda para soportar las envestidas de los dioses que controlan la ciudad entera.

El Distrito Federal es una de las metrópolis  más grandes de todo el mundo en cuanto a su ocupación territorial. Millones de personas interactúan diariamente con el espacio brindado mediante rutinas necesarias para su propia sobrevivencia.

Sin embargo, es también mediante esta misma actividad que la ciudad se ve envuelta en una serie de problemáticas –el robo, la violencia y la drogadicción, solo por mencionar algunas– causadas por la corrupción y el desorden social que el gobierno y la desigualdad económica han generado.

Debajo de esta ciudad, se encuentra otra igual de extensa y compleja: el Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México, conocido como Metro; transporte que, según su página oficial, cuenta con más de mil 608 millones 865 mil 177 usuarios, que viajan dentro de las 195 estaciones que posee el entramado subterráneo. La larga fila de vagones iluminados de color naranja es tan importante tanto para las dinámicas sociales que los mexicanos realizan diariamente, como para la construcción de una cultura propia de la ciudad, que va desde la obra para cuarteto de cuerdas «Metro Chabacano» del compositor Javier Álvarez, hasta la conocida canción del «Metro Balderas» del rockero Rodrigo González.

De acuerdo con los datos de la Encuesta Origen Destino 2007 de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se determinó que los usuarios del Metro son 35% empleados públicos y privados, 27% estudiantes, 10% obreros y el 28% restante profesionistas, amas de casa y comerciantes, entre otros; de estos la proporción de hombres y mujeres es del 58% y 42% respectivamente.

 

El trabajo dentro del infierno

Al interior del Metro una considerable cantidad de personas han encontrado una fuente de trabajo como comerciantes de diversos productos. Sin embargo, la mayoría de estos empleos transgrede la ley mediante la venta informal de artículos y poseen un pésimo e inestable sueldo y tienen que enfrentarse –al igual que sus hermanos de la superficie– a una lucha por la supervivencia y la estabilidad económica de ellos y de sus familias.

El comercio informal en la Ciudad de México alcanzó, en los últimos años, un aumento en el número de sus participantes. Laura Gómez Flores en la nota «Comercio informal en el DF. Salvavidas y conflictos», publicada en La Jornada, menciona que al inicio del gobierno de Marcelo Ebrard, en 2006, un millón 983 mil 766 personas se ganaban la vida por medio del comercio informal; para el 2008 la cifra se elevó hasta sumar otros 220 mil 280 comerciantes.

Esto quiere decir que uno de cada cuatro vendedores que existen en el Distrito Federal trabaja de manera informal, ya sea en las calles del centro, en las iglesias, en pequeños puestos de comida, además de las estaciones y los pasillos del Metro. Según la Confederación Nacional de Comerciantes (CONACO), a finales de 2013, aumentó un 1.5% el comercio informal con respecto al año pasado. Se estima que las ventas fueron de 279 mil 458 millones de pesos, un equivalente al 40% de los 698 mil 645 millones que alcanzó el comercio formal en la ciudad. Las ventas informales en el 2013 estuvieron constituidas en un 40% de discos compactos, 25% ropa, 12% electrodomésticos, 10% alimentos, 7% de decoración y regalos, y el 6% en licores, bebidas y cigarros.

Así pues, el transporte colectivo subterráneo resulta ser un lugar en donde el comercio informal –constituido principalmente por vagoneros y vendedores ubicados en las entradas y escaleras en las distintas entradas del Metro– pelea diariamente por su existencia y tiene que lidiar contra los distintos operativos policíacos, la mafia y la competencia con los puestos establecidos.

 

La mafia ambulante

Al salir de la estación Miguel Ángel de Quevedo, en el fondo del andén, se puede apreciar un grupo de personas portando mochilas y bolsas negras. Platican un momento hasta la llegada del Metro. Uno o dos entran mientras que el resto de los individuos esperan pacientes la llegada del siguiente ferroviario, matando el tiempo, charlando con los otros individuos que aparecen constantemente para reunirse en el mismo punto.

Marco Antonio Sánchez es uno de los vagoneros que espera pacientemente su turno en aquella estación para comenzar con su jornada laboral. De tez morena, delgado y bajo de estatura, Antonio de 31 años de edad, oriundo de Puebla, comenta que ha vendido discos piratas en la línea 3 por más de 10 años y que ha trabajado dentro del Metro durante 16 años.

De joven Marco Antonio trabajó de ayudante de albañil por un buen tiempo, hasta que un amigo suyo lo convenció de vender periódicos en el Metro, quien lo presentó ante el jefe de la sección donde le prestaron su primera tanda de diarios. «Vendía periódico. Sí ganaba muy bien porque luego me daban cien o doscientos pesos por un periódico».

Además de periódicos y discos, los vagoneros se ganan la vida mediante la venta de dulces, juguetes, libros y artículos de bisutería. Sin embargo, también hay aquellos que sin dar nada a cambio se afilian a la organización para pedirle «una ayuda al público usuario», como menciona un vagonero invidente mientras pasa alzando su brazo por los asientos de las personas en la estación Chilpancingo.

«Los que en verdad ganan muy bien son los ciegos o los que vienen de la Sierra de Puebla. A ésos siempre les dan también cien o doscientos pesos las personas que se ve que sí tienen lana, y ellos ni tienen que gastar en casi nada, nada más en los papelitos que venden en el centro», menciona Marco Antonio con respecto a sus compañeros vagoneros.

—¿Por qué dejaste de vender periódicos? ¿Por qué no te haces pasar por alguien que viene de la Sierra de Puebla?

—Pues a mí la verdad no me gusta estar engañando a las personas, prefiero vender algo para ganarme mi dinero. Dejé de vender periódicos porque era muy inestable, con los discos ganas menos pero es más seguro, ya tienes un precio fijo.

Al igual que los más de 2 mil 868 afiliados –cifra mencionada por Sara Pantoja y Johana Robles en la nota «Vagoneros, los amos del Metro» de El Universal– Marco Antonio tiene que pagar una cuota para que el líder de su sector le permita trabajar. «Al día sólo le tengo que dar 40 ó 50 pesos, dependiendo de lo que venda». Trabaja seis días a la semana, de las 10 de la mañana a las 2 de la tarde, de esta manera solventa el gasto para las necesidades de su esposa y sus tres hijos.

Los líderes de los sectores del Metro se dedican principalmente a vigilar que ninguna persona ejerza labor de venta dentro de su área sin que ellos no lo sepan; ejercen el control mediante la creación de tarjetas y credenciales individuales para cada comerciante. También los líderes se ocupan de avisar sobre las distintas redadas y operativos policíacos en contra de los vagoneros, de esta manera construyen una organización para la venta informal dentro de los vagones del Metro. No obstante, Marco Antonio explica que en innumerables ocasiones lo han aprehendido distintos grupos policíacos que vigilan el Metro, pero ha salido ileso gracias a las mordidas de setecientos a mil pesos que le han aceptado varias veces o porque ha permanecido en prisión por un lapso de doce horas máximo.

—¿Consideras que es ilegal lo que haces?

—Pues no creo, la verdad, porque yo estoy trabajando decentemente y no es correcto que te cobren por trabajar. No estoy robando ni le estoy haciendo daño a nadie, sólo hago algo para tratar de sostener a mi familia.

 

¿El fin de la mafia?

Después de años de lucha del gobierno capitalino en contra de la venta informal de productos en el Metro, pareciera que la mafia ambulante al fin está perdiendo la batalla. El 13 de diciembre de 2013 –que inició con el aumento al precio del boleto del Metro– Miguel Ángel Mancera anunció que se buscaría retirar de una vez por todas a vagoneros, para esto aumentaría el número de policías dentro de las instalaciones y les otorgaría ayuda a los vendedores para integrarse en la formalidad.

Dichas acciones constan de dotar a los vagoneros de un sueldo de 2 mil  pesos mensuales durante medio año, además de agregarlos a cursos de capacitación sobre diversas actividades laborales a fin de alejarlos de la venta informal, informaron Joel Ortega, Director General del STC, y Javier Serrano, Secretario de Gobierno del Distrito Federa, el 7 de febrero de 2014 en conferencia de prensa.

Sin embargo, algunos grupos de vendedores informales no se han conformado con dicha ayuda, sino que han protestado en contra de estas acciones por parte del gobierno. Ejemplos de ello han sido la marcha que realizaron cientos de vendedores el 5 de marzo de 2014 para pedir que se les deje vender dentro del Metro, o el surgimiento del grupo «Vagoneros Clandestinos del Metro», que al inicio de marzo anunció que sus integrantes realizarían más movilizaciones.

Hasta el 13 de marzo de 2014 más de 2 mil vagoneros ya recibieron el apoyo económico, pero sólo la mitad de éstos se han inscrito al los cursos de capacitación, mencionó Salomón Chertorivski, Secretario de Desarrollo Económico, en una entrevista realizada por Rocío Jardínez para W Radio.

No obstante, los vagoneros siguen en el Metro. Ya sea por necesidad o porque la venta informal genera ganancias mayores a los 2 mil pesos mensuales que les otorga el gobierno. Algunos hombres y mujeres aún entran a las instalaciones para vender sus productos, escondiéndolos en bolsas pequeñas, muy atentos a que la policía, que ahora se encuentra en todos lados, no los cache.

El pequeño grupo en Miguel Ángel de Quevedo, donde Antonio esperaba el tren con sus amigos, ha desaparecido. Ahora los vendedores se mimetizan con los usuarios y van entre las estaciones como cualquier persona. Se acabaron las enormes bocinas y demás artículos extravagantes que portaban estos individuos; sin embargo, allí están, como un ente inseparable de las raíces del Metro, que ni el gobierno ni la sociedad podrán destruir tan fácilmente.

 

¡Aumente su masa muscular en tan sólo tres meses!

Al salir de cada andén, mientras se recorren los apretujados pasillos que llevan a la siguiente línea, es inevitable voltear la mirada para observar los distintos locales que se han establecido dentro de las instalaciones del Metro. Un Domino’s Pizza inunda el aroma del transborde de la estación Centro Médico mientras que una pequeña fila espera pacientemente su comida. Del otro lado se encuentra un puesto de bisutería oriental «Todo a $3.00», que incita a las personas a acercarse y a ver «qué se les pega».

Sin embargo, lo que más resalta a la vista en cada ocasión son los letreros colocados en la diversa cantidad de tiendas naturistas ubicadas en los pasillos del transporte subterráneo. «Aumente su masa corporal en tan sólo 3 meses», «Pastillas para un mejor desempeño sexual», «Extracto de nopal para prevenir la caída del cabello» son sólo algunos de los anuncios que promocionan toda una gama de artículos «milagro», los cuales se venden en estos establecimientos.

Según la página oficial del Metro DF, existen alrededor de 1627 puestos establecidos a lo largo y ancho del sistema de transporte. Es en estos locales donde la venta de productos milagro –disfrazados por naturistas– se convierte en el «agosto» de los vendedores.

Joaquín Hernández, hombre de 45 años, alto y delgado, trae una camisa tipo Polo color naranja y permanece serio mientras atiende a una mujer que pide una recarga de saldo para su celular. El vendedor lleva seis años trabajando en la tienda naturista ubicada en la salida que va a la Avenida Jalisco, en la estación Tacubaya. A pesar de que Joaquín  solamente es un empleado, comenta que ya han sido dos veces que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofrepis) amenaza con cerrar el local y que ha tenido que dar mordidas para evitar el problema.

Hace apenas un par de años, la Cofrepis decomisó cerca de tres mil pastillas que se vendían dentro del Metro. La nota publicada en el diario La Crónica de Hoy sobre el acontecimiento mencionó que en coordinación con otras autoridades se clausuraron seis locales que comercializaban fármacos presuntamente falsos. Mikel Arriola, titular de la Cofrepis, explicó que las estaciones del Metro donde se encontraron estos productos fueron Balderas, Taxqueña e Insurgentes. Además, los propietarios de los seis locales clausurados fueron multados con un millón y medio de pesos.

Para Joaquín los productos que vende no son en realidad malos, incluso comenta que ha llegado a usar jabones, jarabes y una que otra pastilla para disminuir el estrés. Dice que «los productos si funcionan, a mí me han funcionado. Además, si no fuera así la gente no los compraría. De algo han de servir».

Pero, ¿nunca te han venido a reclamar?

—En el tiempo que llevo trabajando aquí, no, pero sí han venido por más. Los señores compran muy seguido viagra y champú para la caída del cabello. Las vitaminas también se venden mucho.

Sin embargo, el destino no siempre es complaciente y a veces se cobra las malas jugadas. A pesar de que la tienda está ubicada exactamente atrás de la máquina detectora de metales, donde los policías custodian la seguridad del Metro, a Joaquín lo han asaltado en diversas ocasiones, amenazándolo incluso con armas de fuego. «Nunca me ha pasado nada, gracias a Dios».

A pesar de la gran cantidad de afluencia y la estricta vigilancia que posee el sistema de transporte, los robos y los asaltos también son el pan de cada día. Las primeras tres líneas del Metro registran la mayor cantidad de robos y asaltos pues llegan a tener en conjunto alrededor de 85 incidentes cada cuatro meses, publicó El Universal en la nota «Líneas 1, 2 y 3 concentran robos». Esto coincide con la mayor cantidad de usuarios que utiliza las estaciones, así la estación Cuatro Caminos, ubicada en la línea 2, es la  más transitada con un promedio de 42 millones 933 mil 161 usuarios cada día. En posición contraria está Tlaltenco de la línea 12, con 100 mil 733 usuarios diariamente, la cual es, en promedio, la estación menos transitada.

—Hay un letrero que promociona unas pastillas que pueden ayudar incluso en el alivio de algunos tipos de cáncer, ¿crees que también funcionen?

Pues si se quieren curar de verdad que vayan a un doctor. Aquí es el Metro. Si se quieren hacer pendejos es su problema, yo sólo vendo lo que me pidenadvierte Joaquín, molesto por la pregunta.

 

El puto infierno

Ubicado en el metro Balderas se encuentra Rodolfo, de cabello cano y una mirada triste.  Voltea al cielo como si esperara que desde lo alto bajara un milagro. Se  recuesta en uno de los escalones que dan para la salida de la estación y estira la única pierna que le queda; sus «vecinos» mencionan que un virus hizo que le amputaran su extremidad izquierda.

La gente pasa, lo mira y acelera el paso. Solamente uno que otro individuo se detiene por medio segundo para lanzarle una moneda en el pequeño vaso que trae en la mano. Con una voz desolada, lastimada por el alcohol de curación que consume con frecuencia, Rodolfo comenta que él era de Oaxaca, que vino sólo al Distrito Federal desde muy chico. Huyó de casa porque no le gustaba que le pegara su papá, desde joven agarró gusto al alcohol hasta que lo perdió todo.

Según el INEGI existen más de 4 mil personas en situación de calle en la capital del país. Muchos de ellos se han establecido en las inmediaciones del trasporte público, «afuera del Metro, porque si vienen muy mal los corremos, pero en las escaleras o en las entradas ya no es nuestro problema», asegura Arturo Aquino, policía encargado de resguardar la seguridad en el metro Balderas.

Rodolfo pierde los minutos sin articular una sola palabra. Uno que otro balbuceo, alguna injuria o expresión de dolor salen de su boca hinchada y de sus labios cafés, con surcos y fisuras que dejan escurrir el agua que toma para refrescarse. El reporte «Tú también cuentas 2012» del Instituto de Asistencia e Integración Social indica que el 61% de los indigentes consume drogas; el alcohol es la más frecuente, seguida de solventes, tabaco, mariguana, cocaína y anfetaminas.

El daño causado por estas drogas hace que la expectativa de vida de estos individuos se vea altamente reducida, además de generar un rechazo que impide su inclusión en la sociedad. El mismo reporte citado anteriormente estima que cerca de mil 500 personas son víctimas de rechazo social. Sin embargo, los indigentes pertenecen a un panorama común para la mayoría de las entradas del Metro ubicadas en la delegación Cuauhtémoc.

Una hora ha pasado y el interior del vaso que posee Rodolfo ya acumuló treinta pesos, que rápidamente se mete a la bolsa para dejar limpio el viejo traste.

—¿Crees en Dios, crees en algo parecido?

Lentamente la boca del indigente se abre más como una expresión de lamento que como una articulación normal. Se alcanza a oír que Rodolfo dice: «Dios no existe, éste es el infierno, aquí merito es el puto infierno». Al fin regresa la mirada al suelo y entiende que aquel milagro que esperaba nunca llegará.

 

 

______________________________

Nestor Abraham Infante Olvera (Ciudad de México, 1993). Actualmente estudia Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Considera que el cine, la música y la literatura son tan importantes como el análisis de las problemáticas que acontecen en el país, especialmente dentro de su compleja capital que construye un mundo de colores, sonidos e historias tan extraordinarios como cualquier objeto de ficción. Contacto: nestorinf@gmail.com

Print Friendly

Cuadrivio, revista de literatura, política, ciencias y artes.

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>