Saturday, 9th August 2014

La crónica como necesidad colectiva

Publicado el 16. dic, 2012 por en Cuadrivio proteico

Una mirada a través de la vida de Carlos Monsiváis

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Julián Atilano Morales reconstruye la figura del periodista y escritor mexicano Carlos Monsiváis a partir de las palabras de sus compañeros de letras, como Sergio Pitol y José Emilio Pacheco, y de la trayectoria vital, personal, política y literaria que llevó a Monsiváis a volverse el megáfono de la denuncia y la contracultura en el género de la crónica.

 

 

Julián Atilano Morales

 

Un porvenir que me interesa, cuando muera, es que dispersen mis cenizas por el California Dancing Club para que sobre ellas bailen un conmovido danzón.

Carlos Monsiváis

 

Comienza el reparto de tierras, el enfoque educativo es socialista: el Castillo de Chapultepec, antigua casa presidencial, se convierte en el Museo Nacional de Historia; se funda el Instituto Politécnico Nacional, el Colegio de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia y se da refugio a los exiliados de la Guerra Civil española. Es la utopía cardenista. Transcurre 1938, un año definitivo en la historia de México, un acontecimiento tremendamente nacionalista, un tanque de oxígeno en las profundidades de la desesperanza: el 18 de marzo son expropiadas 17 empresas  petroleras extranjeras. Mes y medio después, el 4 de mayo, nace el hombre que habrá de infundir nueva sangre al género de la crónica con las narraciones de lo que acontece, lo observado será así el sujeto, y la crónica será el golem que reciba al fin la palabra «emet» en la frente: nace Carlos Monsiváis.

En el centro de la región más transparente se encuentra uno de los barrios más antiguos y populares, la Merced, mismo que dio cobijo al escritor más público hasta la mitad de su primera infancia. Luego, por motivos religiosos se muda a la colonia Portales, situada en la periferia de la ciudad de México y actualmente inmersa en el Distrito Federal, y en la cual se encontraba la iglesia protestante a la que asistía su familia.

 

Las razones migratorias de mi familia, en ese éxodo atroz de los cuarenta, fueron religiosas. Pertenezco a una familia esencial, total, férvidamente protestante y el templo al que aún ahora y con jamás menguada devoción sigue asistiendo, se localiza en Portales.[1]

 

La niñez de Monsiváis, siempre inexistente para él, fue muy particular, hijo «natural», lector y protestante (años más tarde en todas sus acepciones) gracias a su madre Esther. Tales particularidades marginaron e hicieron del joven Carlos parte de una minoría representada por él en esos años, circunstancias que lo aislaron convirtiéndolo en espectador: «Mi descubrimiento del mundo literario y mi renuncia a sumarme a las acciones mayoritarias me redujeron a la condición de simple testigo»[2].

Respecto a su iniciación en la literatura, su tía María Monsiváis relata:

 

Su madre le compró El tesoro de la juventud apenas aprendió a leer. Luego leyó muchos textos religiosos. De adolescente, en el templo, hacían concursos de citas bíblicas. En medio minuto, Carlos encontraba la cita bíblica. Ganaba todos los concursos, hasta que el pastor le pidió a su madre que ya no concursara para que dejara ganar a otros[3].

 

Con esta enciclopedia el niño Carlos se acerca a los horizontes del conocimiento, y es a través de la Biblia que se abre para él la magnificencia de la lengua española: «Así cualquier pasión mía por los libros, y la que tengo es considerable, inició con la Biblia, lo primero que leí, lo que más veces he leído y en donde he encontrado y matizado ideas imprescindibles para mí»[4].

En una entrevista sobre la niñez de Monsiváis, su amigo José Emilio Pacheco comenta:

 

Ese niño se forma en la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, una obra maestra del Siglo de Oro a la que nunca se toma en cuenta como parte esencial de la gran literatura española, mientras para la mayoría de sus contemporáneos la prosa castellana era lo que leían en las más veloces y descuidadas traducciones, pagadas a un céntimo por línea.[5]

 

En su adolescencia y en el contexto nacional, bajo el discurso de «progreso, desarrollo y democracia», el expresidente Miguel Alemán finaliza su sexenio y, junto con él, comienza la era de las instituciones o la modernización del autoritarismo; asimismo la economía mexicana vira hacia el hemisferio occidental. En 1951, cuando comienza la politización del joven Monsiváis, Carlos se apasiona con el movimiento que para esos años encabezaba uno de los aspirantes a la presidencia de México: el general Miguel Henríquez Guzmán, amigo y colaborador cercano del general Lázaro Cárdenas, mediante la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM): «El henriquismo me apasiona y los artículos de Piñó Sandoval, las caricaturas de Arias Bernal, los poemas satíricos de Renato Leduc me señalan otras rutas, que me absorben al contrastarlas con la invencible y muy nuestra del pri»[6]. En ese mismo año, mientras leía un folleto leninista, un profesor de historia lo invitó a ingresar al club Luis Carlos Prestes. «De inmediato me compro tres escuditos de la URSS y muchos folletos; recibo mi primera encomienda política: participar en una brigada que consiga firmas para la paz»[7]. En julio de 1952, después de un fraude electoral, el general Henríquez pierde ante el secretario de gobernación del expresidente Alemán, el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines; «la derrota y la represión de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y el desencanto»[8]. Así que de manera temprana Monsiváis adquiere una conciencia política. Ese joven, bien informado, no sólo sigue el movimiento político, sino que además participa activamente, convirtiéndose en un observador participante.

El Sabio Monsiváis, como años más tarde apareciera en la historieta Chanoc y gracias a una tarea escolar, se estrena a los 16 años como cronista de una reunión política en la Plaza de Santo Domingo, a la que asistieron Frida Kahlo, Diego Rivera, Carlos Pellicer y Juan O’Gorman. Ese mismo año participa como activista en el Comité Universitario de Solidaridad con Guatemala recolectando firmas de protesta y distribuyendo volantes[9].

Tres años después escribe el cuento «Fino acero de niebla», del cual su amigo Sergio Pitol afirma: «Su lenguaje era popular, pero muy estilizado; y la construcción, eminentemente elusiva. Exigía al lector un esfuerzo para más o menos orientarse. La narrativa escrita por mis contemporáneos, aun los más innovadores, resultaba más bien próxima a los cánones decimonónicos al lado de aquel fino acero»[10]. Sobre la misma obra, el poeta José Emilio Pacheco comenta:

 

Es tal vez el primer cuento en que aparece la delincuencia juvenil de la época y la neohabla mexicana de entonces. Es como un leve presagio de la Onda. Si la niebla estaba en nuestra prosa infantil que nadie corregía, la finura y el acero se hallaban en el oído de Monsiváis para recoger y transformar lo que se escuchaba en las calles.[11]

 

Monsiváis dio voz a la clase media emergente, a Los de abajo, de Azuela, y a Los olvidados, de Buñuel. Lo hace porque es uno de ellos, marginado por la ausencia de un padre y una religión distinta. Ello forja en él un punto de vista distinto, politizado y con visión de espectador y de afectado al mismo tiempo.

Para él, 1959 se prodigó en enseñanzas. «Fue un año intenso, con Demetrio Vallejo dirigiendo la huelga de ferrocarriles, con Othón Salazar insistiendo en el Movimiento Revolucionario del Magisterio. Para mí la política oposicionista se convirtió en obsesión, sentido vital, perspectiva única»[12]. «Yo pertenecía al César Vallejo, un grupo de filosofía, y la idea de vivir defendiendo posiciones abiertamente minoritarias me complacía muchísimo más que pedir una inmovilidad de tarifas»[13].

Paralela a su politización, la literatura es una constante en su vida, empieza a leer autores (algunos por influencia de Sergio Pitol) como Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, Salvador Novo, Ernest Hemingway, E.M. Forster. Ya a sus 28 años escribe su precoz autobiografía, en donde habla de sus influencias literarias, el Regiomontano universal, Alfonso Reyes y Salvador Novo:

 

Reyes me deslumbra al proponer una cultura mexicana donde la etiqueta resultase lo de menos; donde el tiempo perdido de una continua tarea de expropiación cultural. Por Novo entiendo que el español no es nada más el idioma que los académicos han registrado a su nombre, sino algo vivo, útil, que me pertenece. Por Novo aprendí que el sentido del humor no difamaba la esencia nacional ni mortificaba excesivamente a la Rotonda de los Hombres Ilustres; en Novo he estudiado la ironía y la sátira y la sabiduría literaria, y si no he aprendido nada, don’t blame him.[14]

 

Ellos influencian su estilo, en 1966 el fragmento de una carta dirigida a su entrañable amiga Elena Poniatowska, dice: «Novo es la posibilidad de la ironía, de la sátira, del buen humor, de la inteligencia, del periodismo culto, del malabarismo perfecto. Novo es el mejor periodista de México»[15]. Emmanuel Carballo predice que «Monsiváis reemplazará a Novo como cronista de la ciudad de México»[16].

Novo  es quien lo incita a la crónica, ese género literario (no-ficción) subterráneo, y que actualmente se empieza a desdibujar por la velocidad y la mala calidad de las notas periodísticas en la Era de la información. Esto ha generado que las nuevas generaciones desvaloricen el contenido, la forma narrativa y el aporte intelectual de la crónica.

En los sesenta, cuando comienza el llamado Nuevo Periodismo, ese género borroso que mezcla etnografía y reportaje de investigación, así como la aplicación de recursos y técnicas de la literatura, provoca e influye a un Monsiváis que adopta el género fácilmente.

La crónica, entendida como un género cuya sustancia es el hecho real literaturizado de manera cronológica por un testigo, es un género que Monsiváis ejerce con autoridad y magnificencia, y del que se sirve para dar fe de sucesos culturales, sociales, políticos y naturales, así como del misticismo del niño Fidencio, el terremoto de 1985 o la memorable marcha del silencio en 1968. A su mano México debe esas fotografías literarias que llevan como germen su historia.

El Estado introduce su «cultura nacional u oficial» y la transmite mediante los medios de comunicación y sus intelectuales. En ese periodo de unidad nacional Monsiváis descubre las fracturas de ese modelo y revela, a través de la cultura popular y sus subgéneros, un análisis de los sucesos, comportamientos y aquellos agentes externos que controlan a la sociedad.

 

De acuerdo con definiciones implícitas… el Estado, a lo largo de las últimas décadas, emplea los términos cultura nacional e identidad, a modo de bloques irrefutables, autohomenajes que nunca es preciso detallar… Cultura popular es, según quien la emplee, el equivalente de lo indígena o lo campesino, el sinónimo de formas de resistencia autocapitalista o el equivalente mecánico de industria cultural. El término acaba unificando caprichosamente, variedades étnicas regionales, de clase, para inscribirse en un lenguaje político.[17]

 

Es así como desde una visión de cultura popular en resistencia a la cultura oficial, dominante o hegemónica, Monsiváis plantea desde una posición dialéctica, liberal de izquierda, un aliento a la ciudadanía y sociedad civil a utilizar su capital cultural como salida. «Ha insistido en el poder de democratización y humanización del la cultura “baja” para desinflar las ilusiones de grandeza de la “alta” cultura»[18].

Ese mítico-cósmico 68 profundiza en él y en la crónica, rompe con el statu quo y llega cristalizado en un movimiento social. La crónica, a partir del movimiento estudiantil, fue una necesidad colectiva, una posibilidad de saber la verdad. Linda Egan, en su libro Carlos Monsiváis, explica que «la recreación imaginativa que hace la crónica de esos hitos públicos atrae a una sociedad que anhela colectivamente certidumbres concretas y realizables en medio de una coyuntura cuando las verdades recibidas y los modos de relacionarse están tambaleándose o reduciéndose a un punto blanco en la pantalla»[19]. Es por eso que los cronistas han sido y deben ser la voz de los sucesos, la narración y explicación de la transformación social de lo histórico, lo crucial.

Así surge la crónica «neocolonial» de 1968, la cual explica la académica Linda Egan como

 

los cabos trenzados de imaginación y realidad en esta manifestación más reciente de la crónica abarcan un doble propósito indivisible: uno filosófico y crítico, el otro artístico y emotivo. Sus metas memorables, políticas y culturales no se pueden perseguir efectivamente sin la flexibilidad del discurso figurativo y, en el contexto de un género-verdad declarado, esa fuerza combinatoria se dilapida nada menos que en el poder de la realidad.[20]

 

Asalta los espacios culturales, utiliza su pluma como megáfono de realidades, necesitadas de ser analizadas y socializadas, que gritan por la réplica. Esas realidades fueron el compromiso de un escritor del pueblo. «Monsiváis quiere que sus lectores capten una acepción más amplia de los problemas que la que tenían los propios manifestantes»[21].

De esta forma la crónica transgrede la cultura oficial; es una forma de resistencia política. En el contexto actual de crisis económicas y sociales surge la necesidad del testigo, de utilizar un género literario para comprender el hecho real y utilizar a la sociedad como el sujeto: «Al reconocer a la cultura popular como ámbito legítimo para criticar a la cultura política dominante, el cronista promueve un cambio de signo para todo aquello que se encuentra en el margen»[22].

Es necesario que la academia y las ciencias sociales arraiguen a la crónica como herramienta de análisis: fotografía en movimiento de un hecho a través de un participante. Como historia no oficial o réplica de alguna de las partes.

Siete décadas han pasado desde la utopía cardenista, ahora las tierras son despojadas; no existe un enfoque educativo, se da menos importancia a la educación pública y a las universidades; se rompen o fraccionan las relaciones diplomáticas de la nación. En este periodo la utopía no cabe, los discursos políticos dejaron de referirse a un futuro prometedor y abundante y, en cambio, ahora lo hacen mencionando las fórmulas para salir de las crisis y la inseguridad, de la guerra contra el narco.

Ante ese escenario, la crónica cumple con un papel fundamental: divulgar aquella otra información que los medios oficiales omiten. Transgrede como forma de participación ciudadana, navega en la oleada de las nuevas Tecnologías de información y comunicación. La crónica narra el suceso con una voz diferente, a veces ronca y a veces suave, pero sin duda como el lenguaje del pueblo.

 

Referencias


[1] Patricia Vega, «La autobiografía que Monsiváis quisiera sepultar», en Emeequis, 118, 5 de mayo de 2008, p. 42.  Disponible en: http://www.mx.com.mx/xml/pdf/118/40.pdf [consultado el 1º de julio de 2010].

[2] Linda Egan, Carlos Monsiváis: cultura y crónica en el México contemporáneo, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 47.

[3] Jenaro Villamil, «María Monsiváis», en Blog de Jenaro Villamil, 28 de junio de 2010. Disponible en: http://jenarovillamil.wordpress.com/2010/06/28/maria-monsivais/ [consultado el 1º de julio de 2010].

[4] Jaime Hernández Díaz, «Carlos Monsiváis», en La Jornada de Michoacán, 23 de junio de 2010. Disponible en: http://www.lajornadamichoacan.com.mx/2010/06/23/index.php?section=politica&article=008a1pol [consultado el 2 de julio de 2010].

[5] José Emilio Pacheco, «La iniciación de Monsiváis. (Entrevista a JEP)», en Nexos, mayo de 2008. Disponible en: http://redaccion.nexos.com.mx/?p=1708 [consultado el 1º de julio de 2010].

[6] Patricia Vega, op. cit., p.43.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] Sergio Pitol, «Con Monsiváis, el joven», en El arte de la fuga, México, Era, 1996, p. 30.

[10] Ídem.

[11] José Emilio Pacheco, passim.

[12] Patricia Vega, op. cit., p.44.

[13] Ídem.

[14] Patricia Vega, op. cit., p.48.

[15] Elena Poniatowska, «Monsiváis: cronista de un país a la deriva», en La Jornada Semanal, 7 de enero de 2001. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2001/01/07/sem-elena.html [consultado el 1º de julio de 2010].

[16] Linda Egan, op. cit., p.30.

[17] Ibíd., p.93.

[18] Ibíd., p.138.

[19] Ibíd., p.155.

[20] Ibíd., p. 156.

[21] Ibíd., p. 227.

[22] Jezreel Salazar, «La crónica: una estética de la transgresión», en Razón y Palabra, octubre-noviembre de 2005. Disponible en: http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n47/jsalazar.html [consultado el 14 de agosto de 2010].

 

_________________

Julián Atilano Morales (Dallas, Texas, EE.UU., 1986) es tesista de la licenciatura en sociología con orientación en ciencia política y movimientos sociales. Además es asistente de investigación en el Departamento de Estudios de la Comunicación Social de la  Universidad de Guadalajara. Ha participado tanto como ponente dentro del estado de Jalisco como a nivel nacional. Contacto: julianatilano@hotmail.com

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