Thursday, 3rd May 2012

«Balas en los ojos», de Gabriel Rodríguez Liceaga

Publicado el 29. abr, 2012 por en Libros, Zoo

Julio Flores 

 

Balas en los ojos, Gabriel Rodríguez Liceaga, Ediciones B, 2011.

Cuestionar el mundo en el que se vive es algo natural. La mayoría lo hacemos día con día en la regadera, pesero, cubículo de trabajo, aula, donde sea. No obstante, son pocas las ocasiones en las que uno se disfraza de Albert Camus y se enmaraña con si la vida debe o no ser vivida. Ya lo había dicho el filósofo de origen argelino, el suicidio es el gran problema filosófico; debería traernos locos a todos.

Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1980) se ocupa –a través de su obra, Balas en los ojos– de juzgar si nuestro siglo XXI, tan joven y decadente, es capaz aún de ofrecer historias dignas de ser narradas, o bien, si lo mejor es jalar del gatillo para desprenderse del tormento. La infinita cadena de tristezas, sinónimo de la vida para Gabriel, es difícil de acarrear en esta época, donde «el altísimo y solitario encierro en los edificios con sesenta pisos o el fantasma del celular vibrando» forman parte de las atracciones.  El autor refute con tenacidad lo que habían  dicho los hindúes: «Todo aquello que se mueve descansa pero siempre avanzan las aguas y siempre avanza el sol». Puede que esta tesis sea la de hace algunos ayeres, pero hemos llegado al punto en el que se sigue en el mismo estanque de agua, agua puerca.

De la mano de un protagonista que raya en el arquetipo de héroe cómico jaussiano, de nombre Genaro y de profesión humorista, el lector es guiado a través de escenarios auténticos del folclor chilango: el baño de un Sanborns, el Estadio Azul, un apartamento viejo en el Centro Histórico, por ejemplo. Acompañan la obra personajes secundarios bastante sólidos, algunos más que memorables, como es el caso del papá de Genaro o Miguel, el amigo. Se aplaude ese hecho.

La novela, como nos anuncia el subtítulo de la obra, abarca la historia de un suicidio: el de la madre de Genaro. Este motivo lleva al protagonista a participar en una excursión que tiene como fin encontrar las pinturas hechas por la progenitora. Sin embargo, esta acción es sólo el pretexto de Balas en los ojos para sumergirnos en un retrato vil, en una atmósfera displicente; un compendio de anécdotas rellenas de personajes que destacan por ser tan reales que parecen apócrifos. Brutal darse cuenta que somos descritos en una novela y, en efecto, ya no tenemos nada que ofrecer. De ahí que Genaro refute la tesis de Heráclito, nos bañamos todo el tiempo en un río sucio –trasunto de la historia humana–. Y es que Lyotard tiene razón, es posible que se haya acabado ya la época de los grandes relatos y nuestro siglo se ha encargado de disipar todas las esperanzas para que estos regresen. No es casual, tampoco, que numerosas secuencias narrativas estén cargadas de humor, en Balas en los ojos. El autor toca ahí otro tema tan  vigente: el mundo está sobrecargado de carcajadas fútiles, gran parte de éstas son producto de situaciones por las que no deberíamos reír. Muy explícito nos lo deja Gabriel al hacer, de Genaro, un cómico barato.

Atención: esta novela no es para deprimirse, nunca se obsesiona en ser pesimista ni mucho menos. Balas en los ojos más bien es una sacudida al cuerpo, es un golpe de realidad. Con un estilo del que ya nos ha acostumbrado gente como Palahniuk o Houellebecq, esta obra sirve para despertar del letargo que tanto distingue a muchos. Es una apuesta por concientizarnos sobre nuestra fatua manera de comprender nuestra existencia. Sin duda, Balas en los ojos es un comienzo atrevido e interesante para Rodríguez Liceaga.

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Julio Flores (Distrito Federal, 1990) estudia letras hispánicas en la UNAM. Ganó el concurso organizado por la revista La piedra y el colectivo Inmobiliaria de Arte para intervenir en Clínica Regina. Su principal interés es la teoría literaria y ha colaborado con reseñas en Cuadrivio.

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