Un salto al mar ilimitado

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Ernesto Kavi

 

Hay libros que hacen daño. Hay libros que son como serpientes antiguas –hieren o salvan–. Hay palabras que destruyen si se beben en exceso –o que nos curan si utilizamos su poder en una proporción exacta–. Pero, ¿cómo saberlo?, ¿dónde está la delicada frontera entre el desastre y la salud? Civilizaciones enteras pueden volverse polvo, o resurgir con un cuerpo nuevo y luminoso de sus propias ruinas, si sus miembros contemplan las imágenes que surgen de las letras.

¿Qué libros son esos? Son pocos, muy pocos, y cambian con el tiempo. Son breves y silenciosos; llegan de noche como un ladrón, sin que nadie los perciba. En mis manos sostengo uno de ellos: Butes (Sexto Piso, 2011). No quiero hablar de él, no quiero analizarlo. Sólo abrirlo. Que respire. Que el sol caiga sobre sus páginas. Que fluya el veneno o la salvación. Que surjan las imágenes.

Una voz femenina y maravillosa se eleva. Proviene de una isla. Sirenas. Los argonautas la escuchan, dejan de remar. Se levantan. Quieren alcanzar la orilla. Orfeo se los impide; toma su lira y comienza un contra-canto. Los cincuenta héroes ya no logran escuchar el canto que proviene de la isla florida. Vuelven a sus puestos, se sientan, toman los remos. El barco vuelve a su curso. En ese instante, Butes se levanta. Se dirige al puente, y salta al mar.

Sobre esta imagen se construye todo el libro de Pascal Quignard. La historia de Butes irrumpe como un relámpago en la memoria de Occidente, la fisura, abre una grieta por la que escapan recuerdos enterrados hace miles de años. ¿Quién era Butes? ¿Por qué lo olvidamos? ¿Por qué nuestra civilización tomó por héroe a Ulises polimetis, el astuto, el prudente, el que no tuvo el coraje de saltar? ¿Por qué Butes abandona los remos, la compañía de sus amigos, el barco, su noble empresa? ¿Por qué deja atrás la razón, la técnica, el bien común, la civilización, la seguridad? ¿Por qué salta al agua primordial, ilimitada? ¿Qué esconde el canto de las sirenas, qué maravilla, qué terror? Me pregunto: ¿es lícito responder?, quien no ha dado ese salto ¿puede responder? Hay un punto, dice Kafka, en el que ya no es posible volver atrás. Butes tocó ese punto. Y, ¿dónde está?, ¿qué es? Lo indestructible que hay en nosotros. La belleza. La belleza que es más fuerte que cualquier guerra y nos somete, nos libera.

Podemos soñar un poco y aventurarnos a responder una pregunta que nos asalta desde hace siglos: ¿qué es el canto de las sirenas? ¿No es acaso el oscuro origen, la infancia antes de la infancia, el exceso, la magia, el esplendor? ¿No es acaso la literatura? Ulises teme perderse en ese sitio primigenio y le opone la razón, la crítica, la fragmentación del mundo, el desencanto.

Hay libros que son como serpientes antiguas –hieren o salvan–.

Muchos afirman que Occidente está enfermo, que agoniza. No lo creo. No comparto ese pesimismo. No creo que sea una enfermedad lo que nos aqueja, sino una herida. Una herida que nos infligió Ulises y que sangra desde hace siglos: el nihilismo, la razón destructora, la razón que no se deja seducir. La razón que escucha el canto sólo de lejos porque le teme. ¿Cómo curarnos? Quizá Butes es la respuesta. Quizá Butes es la salud –o el veneno último que nos conducirá a la muerte–.

Aquí es posible entrever la magnitud de la grieta que abre en la memoria de Occidente el relato de Quignard. «Permítanme olvidar un instante esos héroes del pensamiento occidental –nos pide Quignard–. Permítanme olvidar a Ulises […] permítanme olvidar a Orfeo […] Sólo un instante, el tiempo de un libro». Un libro que se asemeja a ese canto que escucha Butes. Un libro que –si le prestamos atención– nos seduce, nos obliga a levantarnos, a dejar el barco y a saltar. Un salto que será un baile, una fuerza irresistible que nos conducirá a abandonar la razón, a entregarnos a las fábulas y a los mitos. ¿A la fe? No lo sé. Sé que hubo un tiempo antiguo en el que los hombres buscaron la belleza. Estaban seguros de que, en algún momento de la vida, los golpearía la presencia de un dios, de un canto, de una Sirena. Butes fue uno de ellos y creo que algo puede enseñarnos. Quizá no demasiado: tan sólo a recuperar la dignidad de ser hombres. La belleza de ser hombres. Porque «el hombre es el que salta al vacío –nos recuerda Octavio Paz– y nada lo sustenta sino su propio vuelo».

 

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Ernesto Kavi (Ciudad de México, 1981) es escritor y traductor. Vive en París.

Revista de crítica, creación y divulgación de la ciencia

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